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viernes, 4 de febrero de 2011

ARBOLES. Cuento

Siempre habían vivido los dos en el linde del bosque. Su hijo había jugado bajo las ramas verdes y había corrido, haciendo crepitar  bajo sus pies las hojas secas del Otoño. Creció junto con los árboles y ahora era tan alto como algunos de ellos.
Pero un día llegaron unos hombres con hachas y con sierras y empezaron a talar el bosque. Huyeron los pájaros y sólo se escuchaba el ruido de las sierras, los gritos de alerta y la caída de los troncos.
El dolor de los dos no tenía palabras. Su hijo se fue poniendo taciturno. De la angustia y el horror de los primeros días pasó a una muda tristeza.
Permanecía inmóvil y sólo se estremecía violentamente cuando un nuevo árbol caía derribado.
Se fue poniendo pálido como si la savia derramada por los  troncos fuera la sangre de su corazón.
Una mañana no lo encontró en su cama. Corrió despavorida, adivinando. De lejos lo vio bajo su árbol  más querido. Una soga sostenía su cabeza y su cuerpo pendía inmóvil entre las ramas verdes,
Lo descolgó con desfalleciente ternura y lo estrechó en sus brazos.
Sus gritos de dolor atravesaron el bosque y lloró hasta que su corazón pareció vaciarse de la vida misma.
La frágil cabeza de su hijo reposaba sobre su hombro.
De pronto sintió que los brazos con que lo sostenía se le iban trasformando en ramas. Sus pies se hundieron en la tierra y se aferraron como raíces. Una plateada corteza fue cubriendo ambos cuerpos, fundiéndolos en uno solo. Una fronda de hojas rumorosas creció de sus hombros y se fue llenando de alas y de trinos.
Cuando llegaron los hombres con sus hachas y sus sierras, vieron asombrados, un hermoso árbol erguido entre los despojos. Enmudecieron y hubo uno que se quitó el sombrero con reverencia, como ante algo sagrado. Y pasaron de largo, dejándolo intacto.

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