Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 29 de agosto de 2013

GOLPES DEL DESTINO.

Etelvina salía todas las mañanas a barrer la vereda frente a su casa. Lo hacía despaciosamente, para tener tiempo suficiente para enterarse de las novedades del vecindario.
Así fue como una mañana vio que la casa que había estado vacía durante meses, había sido arrendada por fin.
Llegó a vivir ahí una mujer bastante estrafalaria. Usaba un turbante y se vestía con una especie de túnica larga, de aspecto oriental.
Etelvina la vio alejarse calle abajo y cruzó sigilosa, para leer el aviso que había puesto en la ventana. Decía " Madamme Zuleica. Ayuda espiritual. Se garantiza reserva."
Pronto empezaron a llegar los clientes. Venían solos o de a pares. Todos furtivos, mirando a ambos lados de la calle, antes de tocar el timbre.
Días después, fue en la puerta de Etelvina donde sonaron unos discretos golpecitos.
Era la mujer del turbante.
Sin preámbulos, le dijo que había estado observándola y que le inspiraba confianza. Por eso se atrevía a pedirle algo muy confidencial...
Etelvina la hizo pasar y a continuación escuchó la más extraña de las proposiciones.
Después de muchas explicaciones vagas y reticentes, comprendió que la mujer le ofrecía un trabajo.
Madamme Zuleica era espiritista y necesitaba a alguien que la asesorara en las sesiones. Alguien que la ayudara a "realzar sus poderes mediunímicos".
Así dijo ella, pero Etelvina comprendió que se trataba de un fraude y que era ella quién le ayudaría a montarlo.
Sólo tendría que hacer algunos ruidos y  tirar de algunos hilos estratégicos.
Etelvina aceptó. No por la paga, sino porque aquella inaudita propuesta venía a sacarla de la monotonía de su vida solitaria. 
Antes de la sesión de esa tarde, Madamme Zuleica le mostró la pieza donde ella se escondería. Una cortina la separaría de los asistentes y de acuerdo a la pregunta formulada, respondería con golpes dados en el borde de una mesa.
También había unos hilos casi invisibles que ella debía tirar, cuando la situación lo ameritara.
Responda con un golpe para "Sí" y dos golpes para "No", fueron las instrucciones de la mujer.
Poco rato después, llegaron dos viejecitas melancólicas y un viudo que buscaba contactarse con el espíritu de la difunta.
La cosa se desarrolló de maravilla. Golpes, tirón de hilos, todo salió a pedir de boca. Mejor dicho, a pedir de médium.
Logró mover un cuadro y  botar un candelabro.
Al final, las viejitas se retiraron sobrecogidas y el viudo, convencido de haber dialogado con su amada Matilde.
Todos los Miércoles iba el viudo y Etelvina lo espiaba desde detrás de la cortina. No sabía si le gustaba o si sólo la conmovía su fidelidad para con la muerta. ¡Un hombre así hubiera querido ella conocer!
Pero, todo cambió abruptamente.
Una tarde, cuando se escuchó el solitario golpe que anunciaba la presencia de Matilde, él prorrumpió en un discurso emocionado:
-Tú sabes, Matildita, que a nadie podría amar como te amé a ti. Pero quiero que sepas que he conocido a alguien. ¿Apruebas tú que la siga viendo?
Etelvina, en su escondite, casi se atragantó y sintió que la invadía una furia ciega.
No sabía si por celos o por lealtad con la finada, dio los dos golpes secos que significaban "No".
El viudo quedó petrificado.
Durante tres Miércoles seguidos, volvió  a las sesiones de espiritismo, siempre obstinándose en la misma pregunta. Y siempre Etelvina le contestaba en forma negativa.
Ardía por dentro de dolor y de rabia. ¡Hombre tenía que ser!  ¡Ni tres meses había durado su amor eterno!
El viudo se fue poniendo mustio y hasta parecía que se iba encogiendo.
A Etelvina la atormentaban los remordimientos y empezó a dormir mal.
Hasta que una tarde no pudo más.
Cuando terminó la sesión, salió corriendo de la casa y lo vio caminar encorvado hacia el paradero de micros.
Lo llamó y él se volvió sorprendido.
 A boca de jarro le soltó toda la superchería. Le dijo que era ella la que daba los golpes tras la cortina. Que nunca Matilde se había hecho presente... Y que buscara su felicidad sin dudarlo. Que seguro desde el cielo, ella lo aprobaría.
El viudo se puso primero pálido y después enrojeció de cólera.
 Lo vio con ganas de pegarle y se alejó corriendo.
Al llegar a su casa, Etelvina meditó en la gravedad de su conducta. Seguramente el viudo iría a la casa de la médium y le armaría un escándalo. Quizás hasta llamara a la policía...
Rápidamente hizo su maleta y se fue al paradero de buses de la ruta Sur. En Chimbarongo tenía una  prima que  la acogería en su casa hasta que pasara el chaparrón.
Cuando volvió, al cabo de un mes, el cartel de Madamme Zuleica había desaparecido. Lo reemplazaba otro que decía "Se arrienda".



lunes, 26 de agosto de 2013

TAN SOLO UN PARENTESIS.

Era una tarde de Invierno.
Había llovido mucho sobre Santiago. Grandes charcos reflejaban un cielo gris y los árboles, barnizados de vidrio, centelleaban en el crepúsculo.
Para huir del frío, entré a un local, gratamente iluminado.
Me atrajo la calidez que parecía reinar adentro y el aroma invitador del café.
No recuerdo ya su nombre, ni siquiera la calle en la que estaba situado. Era cerca del Cerro San Cristóbal, eso es lo único de lo que estoy segura.
Pocas mesas estaban ocupadas. Dos amigas se reían mientras consultaban los mensajes de sus celulares y un señor con impermeable, sostenía un diario abierto, sin leer.
Entumecida, me senté en un rincón.
Y entonces lo vi.
Estaba solo frente a una taza semi vacía. ¡Andrés!  ¡Cuánto tiempo lo había recordado con desolada nostalgia!
Habían pasado muchos años desde que lo viera por última vez. Pero su recuerdo había seguido envolviéndome en una red de melancolía. Aprisionando mis alas, sin dejarme volar.
A veces me veía a mí misma como una mariposa clavada en un insectario.  Atravesada por su recuerdo, inmóvil tras un cristal...
Y ahora estaba ahí. ¡Pero tan cambiado! Su pelo había empezado a encanecer y una barba corta cubría sus mejillas.
Me acerqué jubilosa a saludarlo y él sonrió.
-¡Tanto tiempo sin verte!- exclamó- ¡Y estás igual!
Pero yo sabía que no era cierto.
Conversamos un rato de cosas triviales y a veces nos envolvía un silencio incómodo.
Había desaparecido aquella cálida comunión de antaño.
Y recordé un verso melancólico de Neruda:  "Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos."
Mientras hablábamos, me pareció que el tiempo trascurrido, como un ancho río oscuro, nos había situado en riberas opuestas.
Oía su voz, pero hasta mi alma no alcanzaban a llegar sus palabras.
Me levanté para irme.
¡Te voy a llamar!- me dijo. Y él y yo sabíamos que no sería cierto.
Me alejé, entristecida.
Pero, de pronto comprendí que aquel paréntesis de realidad no lograría destruir mi agridulce nostalgia de aquel amor juvenil.
Y con un pequeño esfuerzo de la imaginación, volví a verlo, caminando hacia mí, en aquel crepúsculo impregnado por la magia de la lluvia.
Y era  el mismo muchacho veinteañero, devorando la vereda a grandes zancadas, como si quisiera llegar luego a donde empezaba la Vida. 


LA SONRISA DE LA GIOCONDA.

Su papá era un pintor más o menos desconocido, amante de los grandes maestros.
Así es que, doce años atrás, había tenido la mala idea de bautizarla Gioconda.
En el Liceo se burlaban de ella y su extraño nombre les inspiraba toda clase de comentarios socarrones.
Ella no conocía aún el retrato que había inspirado a su padre semejante desatino.
-¡Ay, papá! ¿Por qué me pusiste ese nombre tan raro?
Ofendido, él abrió un libro de Historia del Arte y en un silencio reverente, le señaló el retrato de la musa inmortal.
Ella contempló a una mujer de rostro inexpresivo, pero que parecía esconder un escabroso secreto.
"¡Ni te imaginas lo que oculto! " parecía decir la provocadora inmutabilidad de su rostro.
¿Un amante bajo la cama? ¿Un esqueleto dentro de un baúl florentino?
Quizás solo se trataba de que tenía los dientes torcidos y no los quería mostrar. ¡Como en ese tiempo no existía la ortodoncia!
Pero, rápidamente desechó la prosaica hipótesis. ¡Tenía que haber algo más!
¿Por qué, si no, generaciones se habían arrodillado ante el altar de su misterio, para adorar aquella sonrisa indescriptible?
Quiso saberlo todo acerca de ella, pero se vio enfrentada a numerosas contradicciones.
¿Quién había sido realmente La Gioconda? ¿Y por qué Leonardo nunca había terminado su retrato, para así no tener que entregarlo y lograr conservarlo hasta su muerte?
Como estaba en plena pubertad, cuando la propia identidad aún no se haya definida, decidió identificarse con ella.
Se dejó crecer el pelo, se depiló las cejas y ensayó durante horas frente al espejo, hasta que logró imitar aquella sonrisa enigmática.
Sólo que ella no tenía ningún secreto que ocultar. Su rostro no era una mágica puerta abierta hacia un mundo ignoto. Era solo una chica corriente, tiranizada por un corazón ingenuo.
Su papá pensó que después de todo, había sido una mala idea cargarla con ese nombre de leyenda.
Mientras, Gioconda se vestía de oscuro, cruzaba los brazos sobre su pecho y miraba el vacío con rostro impenetrable.
Pero un día, frente a sus ojos se atravesó Leonardo.
Con solo saber que se llamaba así, se enamoró de él locamente.
Solo que su amado no tenía nada de renacentista ni le interesaban las mujeres que posan de esfinges.
Decidió sacarla  de su obsesión y enseñarle a tomar la vida con sentido del humor.
Tanto empeño le puso, que un día, uno de sus chistes logró sacarle una carcajada.
Gioconda se sorprendió de sí misma. Sintió como si se hubiera roto el marco del cuadro que la tenía inmovilizada y llena de júbilo, saltó a la vida que la esperaba afuera.
No paró de reírse en toda la mañana y en la tarde fue al dentista, para que le blanquearan los dientes. 



miércoles, 21 de agosto de 2013

VOCACIONES.

Empezaba mi segundo semestre de Leyes, cuando me vino una feroz depresión.
Me había dado cuanta que no era eso lo que quería estudiar y que me había dejado influir por mi papá, que lideraba un Estudio de Abogados.
Me amanecía estudiando Derecho Romano y al otro día descubría que se me había olvidado todo.
Empecé a sentirme cansada y desorientada. No quería estudiar Derecho, pero tampoco podía descubrir cuál era mi vocación.
Cuando empecé a dormir mal, decidí consultar a un psicoanalista.
Y así fue como una tarde me vi sentada frente a un hombre flaco, con lentes de marco de carey y cara de escepticismo.
La verdad era que se veía demasiado joven como para tener experiencia. Seguro que acababa de recibirse y era yo su primer paciente.
Nos observamos con desconfianza durante unos minutos.
Yo pensé que él iba a hablar primero y al parecer, él pensó que sería yo la que lo haría. Así es que nos quedamos en silencio durante un rato.
Cuando lo vi echar una mirada furtiva a su reloj, decidí salir de mi mutismo y empecé a contarle de mi fracaso en los estudios y de mi falta de vocación.
Descubrí que necesitaba desahogarme y me encontré vomitando mi frustración, mientras mis mejillas ardían por la violencia de la catarsis.
El me contemplaba impávido, tomando de vez en cuando algunas notas.
Me citó para la semana siguiente.
Al salir, todavía conmocionada, fui traída bruscamente a la realidad por la voz de la secretaria:
-Son cincuenta mil pesos, señorita.
¡Menos mal que los éxitos profesionales de mi papá podían costear semejantes aranceles!
Asistí a la consulta durante varias semanas. Y a medida que yo iba aclarando mis ideas y sintiéndome más serena,  notaba que el doctor se iba poniendo cada vez más distraído.
En la última sesión, lo vi seguir con atención el vuelo de una mosca. Se notaba que luchaba por mantenerse atento a mis palabras, pero sus ojos, aprisionados tras los gruesos lentes, se le escapaban a vagar por el cielo raso.
De pronto, lo vi taparse la cara con las manos y emitir un gemido.
-¡Doctor, no se aflija!  Si ya estoy bien...-exclamé, ingenuamente
-¡No! Si soy yo... ¡Soy yo!
 Lanzó lejos los lentes y se enjugó los ojos con un pañuelo.
Sollozó unos minutos y luego me dijo con voz quebrada:
-¡No tengo vocación para esto!  En realidad, yo quería ser artista, pero estudié medicina por darle en el gusto a mi papá...
-Pero, a mí me ha ayudado mucho...- le respondí, más que todo para darle ánimo.
-¡Es que usted no comprende!  Siento que me debato entre tinieblas. Ya no duermo y en el día me acosan ideas suicidas...Me receté unos ansiolíticos, pero parece que no dí en el clavo...
-Hable, doctor. ¡Desahóguese!- le insinué, sacando un lápiz y una libreta de mi cartera.
Durante una hora, me habló de su infancia, de su secreta vocación artística, ahogada por las presiones familiares... ¡Sentía que esta profesión abrumadora le estaba devorando la vida!
Al final, se calmó y me miró turbado, como si despertara de un transe.
-¡No sabe cuánto bien me ha hecho contarle mis problemas!
-Sí, Doctor. Pero ya se acabó el tiempo. Son cincuenta mil pesos.

lunes, 19 de agosto de 2013

EL TRIUNFO DE MOIRA.

Moira había muerto.
Aunque Nelly se encontraba al borde de su tumba abierta, aún no se convencía de que fuera cierto.
Llovía piadosamente sobre los rostros de los que no lloraban. Sobre el rostro de ella, que deliberadamente no había abierto su paraguas, para recibir sobre su frente las gotas heladas.
Gracias a esa lluvia benévola, nadie podría distinguir entre aquellos que estaban de duelo y los que se encontraban ahí por mero compromiso. O quizás  para hacer valer la frase: "Hoy por ti y mañana por mí" , que les aseguraba que no estarían solos el día que les tocara a ellos ser bajados a la fosa.
¿Quién, en un funeral, no piensa con horror en su propia muerte?
Marcos estaba pálido y no miraba a nadie. Parecía ajeno a todo, mientras la tela de su traje se iba oscureciendo, empapada por la lluvia.
Pero, eran verdaderas lágrimas las gotas que rodaban por sus mejillas y su rostro delgado se veía envejecido y crispado por el dolor.
Nelly estaba a su lado y, aunque trataba de no mirarlo, sentía en su hombro los movimientos convulsivos de su cuerpo.
Sollozaba sin darse cuenta de que lo hacía. Sumergido en el dolor de la muerte de ella, como en un agua turbia que lo cubría por completo.
Moira había sido su primera mujer.
Desde el principio, Nelly presintió que Marcos no la había olvidado.
Su recuerdo lo asediaba, aún en los momentos en que la abrazaba y le decía que la quería.
Cuando la llevó a conocer a su madre, comprendió que ella sería su enemiga.
Sabiendo que irían, había puesto ostensiblemente un retrato de Moira sobre la chimenea.
- ¡Es ella la que debería estar al lado de Marcos y no tú, pajarito enclenque!- parecían decirle sus ojos mientras la recorrían de pies a cabeza, con desdén.
Marcos se molestó y en un gesto rápido, volvió la fotografía contra la muralla.
Pero Nelly había alcanzado a verla y su belleza la había atravesado como un puñal.
Comprendió entonces por qué Marcos no había podido olvidarla.
La madre, al notar su desazón, pareció darse por satisfecha con el golpe asestado. Y durante el resto de la visita, la trató con dulce conmiseración, como perdonándole la osadía de pretender reemplazar a Moira.
Con el tiempo, quedó claro que no la aceptaba y que la consideraba un pobre sustituto de la única mujer a quién Marcos había amado.
Sin embargo, ella sabía que Moira había abandonado a su hijo y que la humillación y el dolor habían hecho tambalear su vida.
¿Por qué entonces continuaba prefiriéndola?  Era evidente que tenía la esperanza de que se  reconciliaran y que veía la aparición de ella como un obstáculo.
Cuando  Nelly lo conoció, Marcos venía saliendo de su largo infortunio.
Se refugió en sus brazos como un náufrago que alcanza por fin la playa, después de haberse debatido en un mar tumultuoso que no lo quería soltar.
Pero, todo había sido en vano. El amor de ella no fue capaz de derrotar a esa sombra incorpórea que se interponía entre ellos.
Cuando visitaba a su suegra, Nelly comprobaba que el retrato de Moira seguía sobre la chimenea.
 Irradiaba la fría hermosura de un trozo de hielo que encerrara una llama.
Fuego y hielo, eso había sido ella.
Pero, Marcos, al entrar, dirigía su mirada a la fotografía y ya no se molestaba en volverla contra la pared como había hecho al principio.
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Ahora, Moira estaba muerta.
Dos hombres bajaron lentamente el ataúd al fondo de la fosa. Marcos exhaló un gemido y pareció tambalearse. Luego dio un paso hacia adelante, como si quisiera impedir que se la llevaran.
Nelly intentó sujetarlo, pero él se desasió con brusquedad y le lanzó una mirada de odio.
Su madre, entonces se acercó a él y lo cogió del brazo con ternura.
Lo condujo  al borde de la tumba y ambos permanecieron allí en silencio, unidos  por esa extraña devoción  que los mantenía apartados del resto del mundo.
Y contra la cual Nelly no podía luchar, porque ni la misma Muerte podía derrotarla.


UN RAYO DE LUZ.

Era media tarde y empezó a llover con fuerza.
Los transeúntes corrieron a refugiarse de aquella lluvia inesperada. En la mañana, ninguno de ellos había salido de su casa con paraguas, porque a esa hora brillaba el sol.
En pocos minutos, las calles quedaron semi desiertas y empezaron a formarse charcos junto a las alcantarillas tapadas con las hojas del Otoño.
Juan no encontró mejor amparo que el de una iglesia que se encontraba abierta.
No había nadie allí y sus pasos resonaron insolentes, despertando ecos en las baldosas.
Avergonzado, caminó en puntillas para no turbar ese silencio de recogimiento.
Buscó un banco en las sombras y se sentó a descansar.
Juan no tenía fe. Hacía mucho tiempo que había dejado de creer y ese ambiente místico no significaba nada para él.
Sólo quería quedarse ahí, esperando que amainara la lluvia.
Cerró los ojos y creyó haberse dormido, porque lo sobresaltaron unas pisadas leves que atravesaban el pasillo.
Era una joven, casi una niña.
La vio dirigirse a una imagen de Cristo crucificado y arrodillarse a sus pies.
Era evidente que no había visto a Juan, que permanecía oculto en la penumbra. Creyéndose sola, empezó a hablar en voz alta:
-¡Querido Jesús!- decía, con la voz quebrada por la congoja- ¡No sé qué hacer! Dame una respuesta para esta duda que me atormenta. Sabes que he hecho todo lo que he podido, pero esto me supera y te necesito. ¡No me dejes caer!
Se quedó en silencio, con la mirada fija en el rostro de la imagen y parecía que escuchaba.
Juan la miraba conmovido.
Veía su cuello frágil, sus hombros sacudidos por un temblor de angustia. Pero había en su cara una confianza, una entrega que sólo podían ser producto de la fe.
Permaneció con las manos cruzadas sobre el pecho y a Juan le resultaba evidente que esperaba una respuesta. 
Entonces ocurrió algo insólito.
Un rayo de luz se filtró por los vitrales, adquiriendo al pasar a través de ellos, colores maravillosos.
Cayó sobre el rostro de Jesús y el resplandor permaneció concentrado allí por unos instantes.
Luego, fue creciendo hasta convertirse en una nube dorada que envolvió por completo la imagen y a la niña que rezaba a sus pies.
Ella levantó la vista y sonrió a través de sus lágrimas.
Permaneció envuelta en ese resplandor, mirando a Jesús con arrobamiento.
-¡Gracias, querido Jesús!- exclamó luego- ¡Ahora sé lo que tengo qué hacer!
Y salió de la iglesia, con paso seguro.
Juan estaba impresionado.
Se preguntaba si era cierto lo que había visto o si había sido un sueño. ¡Seguro que sí!  Estaba tan cansado que se había quedado dormido sentado en aquel banco...
Salió a la calle y vio que había dejado de llover. Girones de nubes deshechas se diluían en el cielo azul y la ciudad resplandecía de nuevo bajo la luz del sol.
-¡Eso fue lo que vi entonces!- se dijo Juan, con firmeza-¡Un rayo de sol que entró a través de los vitrales! ¿Qué otra cosa pudo ser sino eso?  Dejó de llover y salió el sol, mientras yo estaba adentro.
Y se alegró, convencido de haberle dado una explicación lógica a lo que, por un instante, le había parecido un prodigio.
Pero, algo había cambiado en su interior. Sentía que su escepticismo se tambaleaba, como si le hubiera quitado la base sobre la cual se afianzaba.
Y aunque seguía con su cantinela de: "No creo en nada que no pueda ser probado por la Ciencia", se sentía más liviano y contento, como si algo nuevo hubiera empezado a germinar en su corazón.

jueves, 15 de agosto de 2013

LA DECISION.

La última discusión había sido igual que la primera.
Ya Germán se sabía de memoria los preámbulos que siempre conducían a lo mismo.
Mariela se acurrucaba sobre su pecho, como haciéndose un nido en el cual fuera a quedarse para siempre. Lo besaba, le revolvía el pelo con tiernos mimos y luego empezaba su cantinela:
-Germán, mi amor ¿no crees que ya es tiempo de pensar en casarnos?
-Pero, Mariela, si estamos tan bien así...¿Acaso vamos a llevarnos mejor si le ponemos una firma?
-Germán, entonces tú no me quieres...
-Pero, Mariela ¿después de cinco años juntos, todavía lo dudas?
-Eres tú, Germán, el que parece dudarlo. Cinco años es para mí una prueba de que nuestra relación es firme. ¡Y a mí me gustaría tanto tener un hijo!
Una y otra vez, Germán se lamentaba por dejarse llevar hasta esa maraña de razones que lo atrapaba, sin convencerlo.
 En el último tiempo, todas las conversaciones parecían desembocar en lo mismo.
Sentía que la quería, pero no estaba seguro de que ella fuera la mujer definitiva.
¡Había tantas en el mundo para conocer todavía !  Tantos proyectos que realizar, tantos viajes que hacer...Y un hijo sería una amarra indestructible.
Un muro que le cerraría el paso y convertiría su futuro en un eterno presente, lleno de responsabilidades.
Fue la última discusión.
Mariela se quedó llorando en medio de la habitación y Germán salió dando un portazo.
Pasó la noche en el departamento de un amigo y al día siguiente, mientras Mariela estaba en el trabajo fue furtivamente, como un ladrón, a recoger sus cosas.
Se sentía tranquilo y aliviado. ¡Qué fácil había sido todo!
Lamentaba no haber tomado antes la decisión de romper con ella.
Recordaba el calor de sus brazos alrrededor de su cuello, pero, en lugar de enternecerlo, se le antojaban ahora una pesada cadena que luchaba por inmovilizarlo.
Sin embargo, con el paso de los días, una sigilosa tristeza se fue colando en su corazón sin que lo advirtiera.
 Cuando quiso luchar contra ella, ya era tarde.
Sin embargo,la empujó hacia el fondo y se precipitó de cabeza en su recuperada libertad, como quién se lanza a una piscina.
Salió con algunas mujeres a quienes había tenido que admirar de lejos y que ahora, al saberlo sin compromisos, lo miraban con un nuevo interés.
Trasnochó con amigos y más de una vez se acostó mareado y se despertó con resaca.
Empezó a sentirse cansado y aburrido. Y aquella tristeza que había tratado de sepultar en el fondo de su corazón, fue ganando terreno y adueñándose de su vida.
A menudo pensaba en Mariela.
No había vuelto a saber de ella. Contrariamente a lo que había pensado, nunca lo llamó
ni le escribió. Se había preparado para ignorar sus reproches, para resistirse a sus ruegos... Su amor propio sufrió un golpe al constatar su indiferencia.   
Y sin darse cuenta, se fue obsesionando con ella.
Empezó a dormir mal y una noche en que había tomado un somnífero, tuvo un sueño que lo sacudió interiormente.
Se vio frente a una iglesia, vestido de etiqueta.
¡Cómo!- pensó- ¿Es que al final terminé por ceder?
Quiso alejarse, pero alguien lo tomó firmemente de un brazo. Era Diego, su mejor amigo:
-¡Por fin llegaste, Germán!  Creí que me quedaba sin padrino de bodas...
 Así es que era Diego quien se casaba. ¡Menos mal! ¡Qué alivio!
Juntos se pararon al pie del altar.
Se escuchó un murmullo de aprobación y suspiros de envidia. ¡Llegaba la novia!
Germán vio avanzar a Mariela, envuelta en tules blancos.
Desesperado, empujó a Diego, tratando de apartarlo.
Quiso ponerse en su lugar, pero unos férreos brazos se lo impidieron.
-¡No, Diego! -gritó- ¡Estás equivocado! ¡Soy yo quién va a casarse con Mariela!
Se encontró sentado en su cama, entre un revoltijo de sábanas. Aún le duraba la angustia experimentada en el sueño. Y se repitió a sí mismo, convencido:
-Sí! ¡Soy yo quién va a casarse con Mariela!
Se levantó presuroso y se dirigió a la empresa donde ella trabajaba.
Vio entrar a varias de sus compañeras. La última fue Norma, que al verlo, apretó los labios y quiso pasar sin saludarlo.
-¡Norma! ¿Cómo estás? ¿Has visto a Mariela?
-Ella ya no trabaja aquí.
-¿Qué dices? ¡Cómo!  ¿Y no sabes a donde se fue?
-No, no lo sé y aunque lo supiera, no te lo diría. ¡Está visto que tú no le convienes!
-Eso es algo que tiene que decidir ella ¿no crees?- respondió enojado, pero Norma le volvió la espalda y se apuró en desaparecer tras la mampara.
Corrió al departamento donde había vivido con Mariela. Aún era temprano. Tal vez estuviera allí todavía...
En la puerta se encontró con el concerje.
-¡Don Germán!  ¡Qué sorpresa!  Tanto tiempo sin verlo ....
Lo interrumpió, fastidiado:
-¿Ya salió Mariela?
 - La señorita Mariela ya no vive aquí.  Se fue hace más de un mes...
-¿Y no dejó una dirección?
 -No, no dejó ninguna- y en su voz había un retintín de burla y de secreta satisfacción.
A Germán le pareció que todo estallaba alrededor de él, en una carcajada interminable.