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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 28 de septiembre de 2014

MUJERES TRISTES. Tarea de taller.

En el espejo encuentro los ojos de mi madre.
En ellos, la tristeza garúa sin cesar.
Al contemplar mi boca, es la suya que veo
musitando palabras que no alcanzo a escuchar.
Cada día que pasa se acentúa este cambio
que me vuelve su imagen y me hace menos yo.
Se asoman a mi cara las caras de otras muertas
que mi madre cargaba y el polvo sepultó.
Ella llevó a su madre tatuada en el semblante
y yo las llevo a ellas pintadas en mi piel.
Quizás una hija mía, al mirarse al espejo,
cuando pasen los años, verá mi rostro en él.
El día en que me muera, se morirán conmigo
esas mujeres tristes que a mi vida sumé.
miraron por mis ojos la luz de las mañanas
sonrieron por mi boca, lloraron si lloré.
Nos iremos muy juntas a dormir bajo el musgo,
mi madre con su madre y entre sus brazos, yo.
Será un reposo dulce después de haber llevado
este peso de siglos que mi vida cargó.

VOLVER.

Hacía veinte años que Juan se había ido de su pueblo natal.
Después de una violenta discusión con su padre, había hecho su maleta y había partido sin decir adiós.
Con el tiempo, logró el éxito en su profesión y llenó su vida con otras cosas y otras personas. Nunca sintió la necesidad de volver.
Alguien que viajaba al pueblo constantemente, le avisó de la muerte de su padre. No sintió dolor. ¡Era natural que muriera, ya estaba viejo! - pensó.   El recuerdo de las cosas amargas que se habían dicho, aún perduraba en su corazón.
No hizo nada por contactarse con su madre y ella no tenía una dirección donde escribirle.
Años después, aquella misma persona lo llamó para informarle de la muerte de su hermana.
¡Cómo!  Nelly, su hermanita pequeña...A ella sí la había querido mucho. ¡Y era demasiado joven para morir!
Lloró a solas y los recuerdos de su infancia inundaron su corazón como una marea incontenible.
Por primera vez sintió remordimientos y pensó que debía ir a ver a su madre, antes de que fuera demasiado tarde.
La nostalgia empezó a atormentarlo. Se imaginaba recorriendo las calles del pueblo y llegando hasta la puerta de su casa. Pero aún así no se decidía a viajar.
Los días se le iban en una  lucha estéril entre su corazón hambriento de aquel cariño y su mente fría que por tantos años le había dictado sus acciones.
Tanto se obsesionó que una noche soñó que había vuelto.
Se vio bajando del tren en la antigua estación tan conocida, mientras una lluvia pertinaz le mojaba la cara.
El pueblo estaba igual y en su sueño, Juan atravesaba corriendo las calles desiertas en su ansiedad por llegar a la casa.
Pero estaba pintada de otro color y en una ventana había un aviso que decía "Se arriendan piezas".
¿Cómo era posible que su hogar estuviera transformado ahora en una casa de huéspedes?
Tocó el timbre y minutos después se abrió la puerta con cautela. En la débil luz que arrojaba la ampolleta del vestíbulo, reconoció a su madre.
Pero ella lo tomó por un extraño.
-¿Qué desea, señor?- le preguntó con tono desconfiado.
Juan vaciló en el umbral, como si estuviera borracho.
- No me reconoce...¡No puede ser!
Con voz ronca logró articular:
-Quisiera una habitación para pasar la noche.
La anciana lo acompañó hasta la pieza que había sido su dormitorio. Ya no estaba su mueble con libros ni aquella colección de mariposas enmarcada en la pared....
Juan se tendió en su antigua cama, sin desvestirse.
A lo lejos, la campana de la iglesia desgranaba sus notas melancólicas. La habitación se llenó de sombras, pero Juan no encendió la luz.
De pronto escuchó la voz de su hermana muerta.
-¡Juan!  ¡Juan!  ¿por qué has vuelto?
Pasó junto a la cama y el roce de su vestido emitió un leve rumor. Juan  se incorporó y la vio inmóvil parada frente a la ventana. La débil luz de un farol de la calle iluminaba su pelo.
-¡Juan! - repitió con voz queda- ¡Es demasiado tarde para volver!
Despertó sobresaltado.  Y ese sueño tan nítido lo hizo decidirse a partir.
Anochecía cuando se bajó en la estación del pueblo. Una lluvia pertinaz le mojaba la cara.
En su ansiedad recorrió casi corriendo las calles solitarias.
Al fin se encontró en la vereda frente a la casa. Vio que estaba pintada de otro color y en una de las ventanas había un cartel que decía : "Se arriendan piezas".
Sobrecogido de angustia, se quedó parado frente a la puerta y no se atrevió a llamar. 

domingo, 21 de septiembre de 2014

UNA NOCHE DE FIESTA.

A Mariela la tenían preocupada los malos resultados que obtenía en los ensayos de la Prueba para entrar a la Universidad. Era cierto que no le ponía mucho empeño y que varias veces había faltado a las clases preparatorias para irse a un cine o a pasear por el Mall.
Había pensado quedarse estudiando esa tarde. Necesitaba adelantar un poco en esos teoremas que no lograba comprender... Pero era noche de viernes y Paula la había invitado a una fiesta.
Resolvió ir. ¡Total!  El Sábado estudiaría. Por ningún motivo consentiría en ir al cine como había prometido...
Había mucha gente bailando en el jardín y casi de inmediato se encontró con Alberto, que todavía le gustaba, desde aquel amorío de verano...
No supo como se le pasó el tiempo y cuando miró su reloj, comprobó sorprendida que ya eran las cuatro.
-¡Vámonos, por favor, que mañana tengo que estudiar!
Alberto le ofreció ir a dejarla a su casa. Estaba un poco bebido pero ella prefirió ignorar ese detalle.
En una esquina, envistieron un poste  y dieron una vuelta de campana.
Mariela perdió el conocimiento al golpearse violentamente contra el parabrisas.
Despertó sentada en un sillón, en la trastienda de una farmacia. Pensó que la habían llevado ahí después del accidente, pero en ese instante, entró una joven que le espetó, malhumorada:
-¡Ya pues, Mariela!  Hace rato que estoy atendiendo sola. Estoy cansada de hacer tu pega. ¡Te aprovechas de que no está Don Heriberto!
Mariela se miró y notó que llevaba un guardapolvo igual al de la vendedora.
Confusa, sin comprender nada, se dirigió al mostrador de la farmacia. Al pasar, vio en la pared un calendario:   Septiembre de 2022.
-¡No puede ser!-exclamó, atónita- ¡Si estamos en 2014!
No tuvo ni un minuto libre en todo el día para meditar en lo que podía haber pasado. Los clientes se sucedían sin descanso y si intentaba sentarse un momento, desde su escritorio, don Heriberto la miraba con impaciencia.
Terminó su turno cuando las luces de la calle estaban encendidas desde hacía rato.
Tomó el Metro y llegó a su casa de noche. Su mamá estaba en la cocina y no se volvió al escucharla entrar.
Notó que en la mesa había solamente dos cubiertos.
¿Donde estará papá?- se preguntó angustiada.
Miró el rostro de su mamá, melancólico y envejecido y comprendió que él había muerto.
¡Qué decepcionado habría estado al ver que ella no había estudiado ninguna profesión!  ¡Despues de haber hecho tantos esfuerzos para mandarla a la Universidad! 
Se acordó de todos los días en que había fingido asistir al Pre Universitario para irse al cine.  De todas las noches en que había dejado de estudiar para divertirse en una fiesta...
La pena y los remordimientos, como una marea salobre inundaron su corazón.  Se sentó en un sillón, frente a la televisión, pero las lágrimas no la dejaban ver. Cerró los ojos y sin saber como, se quedó dormida.
Despertó en una camilla. Una enfermera le sacudía el hombro, suavemente.
-No duerma más, Mariela.  ¡Ya viene el doctor a revisarla!  Pero, esté tranquila, parece que el golpe en la frente no le va a dejar ninguna secuela.
Entró el médico y la miró con severidad:
-Usted y su amigo tuvieron mucha suerte...Pero su imprudencia pudo haber sido fatal.
Mariela se irguió en la camilla y lo miró suplicante:
-¡Por favor, doctor!  Deme el alta cuanto antes...¡No puedo seguir faltando a las clases del Pre Universitario!


domingo, 14 de septiembre de 2014

LA BELLA DURMIENTE.

Beatriz tenía diecisiete años cuando un día, tratando de aprender a coser a máquina, se pinchó el dedo con la aguja.
Fue tal el dolor que se desmayó, pero lo más extraño fue que no volvió a despertarse.
Los médicos no se explicaban el caso y no sabiendo qué diagnóstico dar, le pidieron a los padres que la dejaran en observación en la Clínica.
Uno de los doctores adelantó la hipótesis de una extraña toxina en el metal de la aguja. Pero, ni él mismo lo creía. Sólo quería parecer más inteligente que sus colegas.
Mientras, Beatriz dormía tranquilamente y como los exámenes no arrojaban ningún daño neurológico, se dio por entendido que la niña despertaría por sí sola.
Era tan linda, con su largo cabello rubio esparcido sobre la almohada, que las enfermeras la bautizaron como " La Bella Durmiente".
Todo el personal de la Clínica estaba al tanto de su extraño caso y no había quién no se asomara a mirarla dormir y no quedara prendado de su hermosura.
José era un humilde muchacho contratado para asear los pasillos. Sabía cual era la pieza de Beatriz y  quería verla a toda costa. Pero no se atrevía a entrar, por temor a que lo despidieran.
Hasta que un día, viendo el pasillo vacío, empujó suavemente la puerta y se acercó a la cama.
Nunca había contemplado una cara tan linda. ¡Así debían ser los ángeles !
De ahí en adelante, sólo pensó en ella.
Mientras recorría los pasillos arrastrando sus pesados escobillones, seguía viendo en su imaginación el rostro de Beatriz, con sus mejillas rosadas y sus cabellos de oro.
En su casa, se quedaba abismado con los ojos fijos en un punto invisible, mientras el plato de sopa se enfriaba frente a él. Su madre lo miraba preocupada, pensando que estaba enfermo. Pero, al notar que a ratos sus labios se entreabrían en una sonrisa, comprendió que estaba enamorado.
Todos los días, José acechaba en el pasillo esperando el momento en que no pasara nadie, para entrar a verla.
Un día se atrevió a tocar su mano y a enredar entre sus dedos un mechón de su pelo.
Fue entonces cuando se acordó del cuento que escuchara de niño. Ahí decía que sólo un beso de amor podía rescatar a la princesa del hechizo que la hacía dormir.
No supo como tuvo valor para inclinarse sobre ella y depositar un beso en sus labios entreabiertos.
Una voz furibunda lo arrancó de su ensueño.  Un médico había entrado a la pieza y lo había visto besándola.
-¿Qué hace?  ¿Cómo se atreve?
Lo aferró de un brazo y lo arrastró hasta el pasillo.
Esa misma mañana lo despidieron. El médico le dijo que se alegrara de que no lo denunciaban. Que no lo hacían por él, sino por el prestigio de la Institución.... El motivo oficial de su despido sería por atrasos reiterados y que más le valía a José corroborar esa historia.
En la tarde pasó a verlo Manuel, el viejito que aseaba los baños de la Clínica.
 -¡Ay, colega!- le dijo- ¡No sabe cómo siento que lo hayan despedido !  ¡Y justo hoy! 
-¿Por qué?
-¡Ah!  Porque se perdió lo que pasó en la Clínica... Al ratito que usted se fue, se armó el feroz alboroto. ¿Se acuerda de esa paciente a la que le decían La Bella Durmiente?  ¡Despertó, pues, amigo!  Fue cosa de locos...Dicen que de repente abrió los ojos y se sentó en la cama. Y como no sabía donde estaba, se puso a llorar.
-¿Y usted la vio ?
- ¿Yo? No ¿cómo? si no dejaba acercarse a nadie, ni menos a mí... Los médicos corrían, las enfermeras se empujaban...Y al ratito llegaron los padres. Dicen que era una niña muy linda. ¡Que ganas de haberla visto ¿verdad?
-¡Sí !- suspiró José- ¡Qué ganas de haberla visto!
Y en la noche se desveló pensando. Una tibieza muy dulce le inundaba el corazón. No importaba lo que dijeran los médicos, ni qué raras teorías inventaran para justificar lo que había pasado....  ¡El estaba seguro que había sido su beso, nada más que su beso lo que había despertado a La Bella Durmiente!


domingo, 7 de septiembre de 2014

HISTORIA PEQUEÑA DE UN AMOR GRANDE.

A mediados de año, Miguel los sorprendió anunciando su matrimonio con Isabel, una morena  que los tenía a todos locos en la Sección Cobranzas.
No faltaron los envidiosos que se preguntaron:
-¿Y qué puede haber visto ella, tan estupenda, en ese flacuchento sin gracia? ¡ Fuera simpático siquiera, pero apenas habla...!
Y uno, más insidioso aún, auguró:
-¡Apuesto que ese matrimonio no dura más de un año!
-¿Un año, dices?  Eso es mucho. Yo apuesto por seis meses, aún temiendo pecar de optimista.
Corrió el rumor de que ella se casaba por despecho. Que su verdadero amor era un tipo que la había dejado plantada para casarse con otra...
Chismes aparte, todos fueron a la fiesta.  ¡Por nada del mundo se la hubieran  perdido!
La cara de Miguel era como un aviso con luces de neón, que proclamaba su felicidad.
Y así siguió por varios meses, cuando en la oficina ya se habían acallado los rumores... O había una nueva víctima acaparando la insidia que flotaba en el aire.
A Isabel la habían trasladado a otro piso y dejaron de verla. Sólo Miguel estaba allí para hacerles saber  como marchaba  su idilio. Y todos se dieron cuenta que había empezado a llegar al trabajo con otra cara...
El cínico que había apostado por los seis meses, adivinó que estaba apunto de llevarse el pozo  acumulado.
Pero nadie se acercó a Miguel para preguntarle el motivo de su desánimo ni menos para darle una palmadita afectuosa. Cuando entraba, se quedaban callados o se ponían a hablar de fútbol, que es un tema que nunca falla.
Hasta que se conoció el desenlace de la historia. Isabel lo había abandonado por el vendedor estrella de la Compañía, un tipo buenmozo de bigote negro, a quién apodaban  "Omar Sharif"....
Miguel dio parte de enfermo y faltó dos días. Después volvió a ocupar su escritorio como si nada hubiera pasado, tan inexpresiva era su cara.
 Nadie supo nunca lo que había en su corazón.
Pero las cosas no habían terminado ahí....Llegó a la oficina una noticia trágica. Isabel y su amante habían tenido un accidente de auto. El había muerto y ella estaba en una clínica, con la espina dorsal rota.
Las compañeras que fueron a verla se sorprendieron al encontrar  a Miguel junto a su cama.
Sostenía su mano con ternura, sin que ella diera señales de notar su presencia. Permanecía muda, con la vista clavada en el techo, mientras un rictus de impotencia y de rabia deformaba su boca.
Meses después le dieron el alta y la ambulancia la llevó al mismo departamento que había compartido con Miguel, meses atrás.
A su lado, él se movía solícito, preocupado de los más mínimos detalles. Detrás de su cara de preocupación se asomaba una tímida luz de felicidad, por volver a tenerla...
Le tomó una enfermera que nadie sabía cómo pagaba y empezó su lenta convalecencia.
El llegaba en las tardes a lavar, cocinar y quitar el polvo, mientras ella lo miraba desde el sofá.
Contradiciendo el diagnóstico de los médicos, Isabel empezó a caminar ayudada por dos bastones.
Alguien que la vio dijo que seguramente era su rabiosa decisión de torcerle la mano al destino y no el amor de Miguel, lo que le daba fuerzas para mantenerse en pié. 
El la miraba orgulloso, atento a la más leve señal de fatiga para correr a sostenerla con sus brazos.
¡Cuánto dolor y cuánto sacrificio iban quedando atrás, ahora que la Vida le devolvía en monedas de dicha lo que había despilfarrado en abnegación!
Pero, una tarde al llegar, no la encontró en el departamento.  Los bastones tirados sobre la cama, vacíos los cajones de la cómoda. Ni una nota siquiera.
Comentan en la oficina que nunca más la ha vuelto a ver....