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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 27 de enero de 2014

UN ERROR.

Los errores son como los boomerangs. Por muy lejos que los arrojes, siempre vuelven a ti.
¿Y quién no ha cometido errores ?
Nadie nos enseñó a vivir. ¡Y fue tan duro nuestro aprendizaje!  Como niños que dan sus primeros pasos, tropezamos y caímos, una y otra vez.
Y cuando por fin habíamos logrado erguirnos y nos sentíamos firmes, nos dimos cuenta de que  pisábamos el borde de nuestra fosa. Nos había llegado la hora de morir. ¿De qué nos había servido todo?   Habíamos logrado dominar nuestras pasiones, sobreponernos a los dolores de la vida, pero ya no nos quedaba tiempo para utilizar nuestra sabiduría.
No sé si tú has pensado también en lo que te dije al principio. Que los errores son como los boomerang. Que vuelven a ti y te golpean, cuando creías que los habías lanzado lejos, hacia tu pasado... Y que desde allí no volverían.
Déjame que te cuente mi historia.... ¡Necesito tanto poder desahogarme!
Hoy la vi de nuevo, después de ocho años de ausencia.
Iba caminando por el centro de la ciudad, al atardecer, y no sé por qué me fijé en un taxi que se había detenido junto a la vereda.
Primero bajó un hombre muy elegante. Lo vi tender la mano hacia el interior del auto y entonces bajó ella.
Llevaba un abrigo con un cuello de piel oscura, que destacaba su cabello rubio y su rostro pálido. ¡ Ese rostro que yo había besado tantas veces!
Fue como haber vivido sepultado en el infierno y que de pronto se abriera una ventana allá arriba y por ella se asomara un ángel.
La vi cogerse del brazo del hombre y tras de ella, se bajó un niño.
No habría adivinado que era mi hijo si no se asemejara tanto a mí, en una fotografía en la que yo aparecía junto a mi madre...
Y como un relámpago de fuego volvió a mí el recuerdo de mi error. Ese error de juventud, del cual creía haberme librado hacía tanto tiempo...
Ella tenía dieciocho años y yo veinte, cuando me dijo que esperaba un hijo.
Su carita pálida estaba tensa, pero sus ojos oscuros me miraban con una mezcla de dicha y de esperanza. 
Me sentí atrapado y sólo pensé en huir.
Mi miedo se transformó en rabia y la empujé lejos de mí, cuando ella quiso rodearme con sus brazos.
Antes de cerrar la puerta, la vi en medio de la habitación, apretando su vientre con sus manos. La sacudían los sollozos, como si estuviera parada en medio de un vendaval.
Me arrepentí después, te lo juro.
Fui a merodear por su calle, esperando verla. Pero no sabía bien lo que quería... Tal vez pretendía que ella se deshiciera de ese hijo y volviera junto a mí...No quiero mentirte diciéndote que quería asumir mi responsabilidad.
Tampoco me atrevía a tocar el timbre, por temor a que me abriera su madre. ¡A esas alturas ya lo sabría todo y seguramente me enrostraría mi proceder !
No la vi más.
 Y ahora, después de ocho años, volvía a encontrarla. Y junto a ella, a ese niño que era hijo mío y a quién había rechazado para no comprometer mi vida.
Pasaron los tres por mi lado. Por un instante, ella me miró e instintivamente apretó al niño contra su cuerpo. Una luz de odio se encendió en sus ojos. Pero duró un segundo. Luego apartó la mirada y siguió de largo, como si no me conociera.
¿Adivinó ella el dolor que me traspasaba como un hierro?
No lo sé. Sólo puedo decirte que esa tarde me pareció que se abría una ventana en mi Infierno particular y que por ella se asomaba un ángel.
Pero los demonios se apresuraron a cerrarla y volví a quedarme en la soledad y el frío.
 Porque para mí el Infierno no es un fuego que quema, sino un páramo helado a donde no llega la esperanza.




sábado, 25 de enero de 2014

INTRIGAS DE AMOR

Fue una tarde de Enero cuando vio a Esteban espérandola a la salida del trabajo.
Algo parecido al mor que ya creía muerto, hizo latir con fuerza su corazón. Pero rechazó ese sentimiento con rabia. ¡ No quería volver a ilusionarse!
-Paula, necesito hablar contigo. ¿Podríamos ir a un café?
 Habían pasado seis meses...¿Qué podía haber sucedido?  ¿Se habría dado cuenta de su error?
-¡No sé de qué podríamos hablar tú y yo, a éstas alturas...!
-Paula, necesito que me ayudes. Tú que fuiste tan amiga de Nelly....
-¡Tienes razón! Fue mi amiga hasta que me traicionaste con ella y me dejaste sin amor y sin amistad, de un solo golpe.
-Paula, creí que me habías perdonado. Bien sabes que fuiste tú, con tus celos, la que terminó por arrojarme a sus brazos.
-¡Mentira!. ¡Hacía tiempo que estabas loco por ella!. Sólo buscabas un pretexto para romper conmigo. Nunca olvidaré las noches de insomnio que pasé en el departamento vacío, esperando escuchar tus pasos...
-Paula, no volvamos a lo mismo. Todo eso ya pasó. Si acudo a ti es porque te sé generosa...¡Tú eres la única que puede ayudarme!
Paula se forzó a sí misma a calmarse. Quizás esta era la oportunidad de desquite que había estado esperando...
Lo acompañó a un café y lo dejó que hablara, sin interrumpirlo.
-Hace unas semanas que Nelly está cambiada. La noto distraída, como si algo la preocupara. Le pregunto qué le pasa, pero no quiere contarme. Hace unos días la seguí y la vi encontrarse con un hombre en un café. Ella lo miraba fijamente y hubo un instante en que tomó su mano a través de la mesa. El le hablaba como si le suplicara.... Dos veces se ha juntado con él en el mismo café.
-Bueno ¿y que quieres que yo haga?
-Quiero que la próxima vez seas tú quien la siga. Es posible que puedas acercarte lo suficiente para escuchar lo que hablan...Podría parecer una casualidad. En cambio, yo...Si me viera a mí espiándola, lo perdería todo...
-¿Como te atreves a pedirme algo así?
  La rabia y el despecho la ahogaban. Pero se calmó, porque era lo que convenía en ese momento.
Hacía ya más de seis meses que la traición de ellos dos la había dejado convertida en un guiñapo.
Sólo el odio y el amor propio herido la habían sostenido en pie, como un armazón de hierro. 
Y ahora, quizás había llegado la hora del desquite.
Accedió a la petición de Esteban. ¡Total!  Una humillación más...A veces conviene dejar el orgullo a un lado.
Una tarde, Esteban la llamó al celular y le avisó que Nelly se había reunido en el café con su acompañante de otras veces.
Ella daba la espalda a la entrada y  Paula pudo entrar sin ser vista. Audazmente, se sentó en una mesa contigua.
¡Desde ahí podía escuchar todo lo que la pareja decía!
Pero, era muy distinto de lo que Paula esperaba.
El le suplicaba que lo ayudara....Ella se mostraba dudosa.
-Mira, Ernesto- le decía con severidad- sólo porque sé que ella aún te quiere, voy a intervenir en esto. Pero, créeme que si fuera yo, no te perdonaría...
Pero, Nelly. ¡Tú sabes que estoy arrepentido! Y a ti, que eres su hermana, seguro que va a escucharte.
Paula no necesitó escuchar más.
 Sigilosamente, salió del café sin que Nelly hubiera sospechado su proximidad y se dirigió a la oficina de Esteban. El la esperaba ansioso.. ..
-Tenías razón, lo siento, amigo. Escuché lo suficiente para entender que están enamorados. Ella decía que ha luchado contra sus sentimientos, porque no quiere herirte. El le suplicaba que tome una decisión... .Cuando salí, ella estaba vencida y se preparaba a dejarte esta misma noche.
Esteban palideció y su frente se contrajo de angustia.
Paula se acordó de sus noches de llanto cuando él le confesó que había dejado de amarla y el remordimiento no encontró cabida en su corazón.
-Esteban, no permitas que te humille. Da tú el primer golpe. Ve ahora mismo a hacer tu maleta y deja el departamento. Que cuando ella llegue, lo encuentre vacío...
-Pero, no tengo a donde ir...
-Sí tienes. Esta noche parto a mi casa de la playa. Tengo una pieza vacía en la que podrás acomodarte... Unos días junto al mar te dejarán renovado.
-¡ P aula! ¡Qué buena amiga  eres!  Pensé que nunca me perdonarías...
-Yo también. Pero creo que ha llegado la hora de dejar los rencores a un lado...

domingo, 19 de enero de 2014

UN CUENTECITO DE HORROR.

Andrea llegó a estudiar a Santiago y se alojó en la casa de una familia que arrendaba habitaciones a estudiantes.
Era una casa de dos pisos, en un barrio antiguo, cerca de la Universidad.
Los techos eran altos, lo que  hacía que los cuartos fueran algo oscuros y ninguna estufa lograba calentarlos.
Pero lo más anacrónico era el sótano, al que se bajaba por una empinada escalera con olor a pipí de gato.
Cuando Andrea llegó, era la única pensionista.
La familia se componía de un matrimonio de mediana edad y sus dos hijos: Manuela y Alfredo.
Manuela estudiaba, nunca dijo qué, y Alfredo no hacía nada.
Siempre estaba sentado frente al televisor, con unos ojos vacíos y una cara inexpresiva, que lo hacían parecer un zombie. 
Pero, aveces sus rasgos se crispaban, como si una tormenta salvaje se estuviera incubando en su interior.
Andrea nunca había visto a un asesino en potencia, pero mirando a Alfredo, concibió la idea de que podría llegar a convertirse en uno, sin mediar provocación.
No la asustaba semejante perspectiva, porque estaba segura de que cuando sucediera, no sería ella la víctima.
Alfredo ni la miraba cuando osaba atravesarse en su campo visual, pero a Manuela la seguía con ojos torvos y era entonces cuando le venían esos tics que le deformaban la cara.
Andrea pasaba casi todo el día en la Universidad y sólo en las noches compartía la cena con la familia. Todos comían inmersos en sus pensamientos, masticando en silencio sin, mirarse. A las nueve, el padre sintonizaba el noticiero.
A las diez, todos subían a acostarse, sin hacer comentarios, por mucho que la lista de abusos y crímenes desglosada por el locutor fuera capaz de erizarle el pelo a cualquiera.
 Pero, una tarde, al volver de la Universidad, Andrea supo que algo había sucedido.
 Mejor dicho, no algo, sino "la cosa". Aquella cosa siniestra que se había estado preparando en la mente de Alfredo, como un guiso que se cocina a fuego lento.
No es que hubieran salpicaduras de sangre en la muralla ni un martillo con restos de cuero cabelludo botado en la escalera.
Era algo más sutil.
Alfredo estaba, como siempre, echado en el sofá, frente al televisor. Pero se veía distinto. Ya no se notaba rígido, sino desmadejado y lánguido, como si descansara después de un trabajo agotador. Una semi sonrisa flotaba sobre sus labios.
 Manuela no se veía por ninguna parte.
Al anochecer, volvieron los padres del trabajo y la madre, extrañada, preguntó por Manuela.
Siempre a esa hora, le ayudaba a poner la mesa para la cena.
Alfredo emergió de su abstracción, para decir que había salido a estudiar con una amiga.
Nunca se lo había visto tan diligente ni tan interiorizado en los asuntos de su hermana...
A la tarde siguiente, Andrea se encerró a estudiar. Cuando bajó al comedor, no vio a los padres.
Tampoco estaba tendida la mesa ni parecía que hubiera nada preparado para la cena.
-¿Tus papás no están?- le preguntó a Alfredo, que como siempre, estaba sentado en el sofá.
-Tuvieron que partir urgente a ver a un pariente, que está enfermo grave- contestó él, sin mirarla- No se sabe cuando volverán.
Andrea sintió que el aire se crispaba como un elástico tenso, a punto de cortarse y esta vez sí, tuvo miedo.
Pero se llamó a sí misma fantasiosa  y loca. Y tratando de serenarse, fue a la cocina a prepararse un sanwich....
Al día siguiente, volvió temprano de clases y decidió regar las plantas que había en el patio.
En el living no había nadie. Ni siquiera estaba Alfredo. Pero su presencia maligna parecía flotar como un vaho tóxico...
 Se dijo a sí misma que pronto volverían los padres y que junto con ellos regresaría Manuela.
Todo volvería a la normalidad. Lo demás eran fantasías macabras.
- ¡Mucha televisión, Andrea!- se reprochó a sí misma, con severidad.
En el patio, vio que una begonia estaba casi seca, porque tenía las raíces al descubierto.
Se acordó de un saco de abono, que había divisado una vez, en un rincón del sótano y decidió bajar a buscarlo.
En la mitad de la escalera, se detuvo paralizada de horror.
Alguien  había levantado las baldosas que cubrían el suelo, dejando la tierra al descubierto.
Se veían claramente tres tumbas, en las cuales escarbaba el gato, lanzando maullidos lastimeros.
Pero lo más horrible era que una cuarta tumba se veía a medio cavar, con la pala y la picota en el borde, esperando las manos diligentes que continuarían el trabajo....
Hizo su maleta con la pasmosa celeridad que le dictaba el espanto.
 Se dio tiempo, eso sí, en hacer un llamado. Y cuando se alejaba en el taxi, vio un automóvil de la policía doblar la esquina y estacionarse frente a la casa.
Pensó en el gatito.
 ¿Lo recogería algún vecino? ¡Pobrecito!  Era tan regalón...


UN AMOR.

Se encontraban diariamente en el restaurante en el que almorzaba Mario.
Era un lugar más bien modesto y tranquilo y casi siempre disponían del segundo piso para ellos solos.
Se sentaban siempre a la misma mesa, con mantel de cuadros rojos, junto a la ventana que daba a un patio contiguo.
Ese patio era propiedad de un marmolista, que tallaba lápidas y ángeles tristes, para abastecer el cementerio cercano.
Ana Cristina no se interesaba mucho en las actividades del lúgubre vecino, pero Mario quiso saber enseguida si trabajaba en lápidas por encargo y si aquellas lánguidas figuras aladas eran a  pedido o las esculpía al azar, por si acaso...
El siempre llegaba primero y a menudo Ana Cristina lo encontraba junto a la ventana, espiando las actividades del viejo.
-¡Hoy recibió un nuevo encargo!- decía sonriendo.
A ella se le encogía el corazón con el ruido monótono del cincel tallando el nombre de un difunto y creía seguir escuchándolo hasta tarde, a solas en su dormitorio.
¿Cómo fue que empezaron a almorzar juntos en ese restaurante?
Un día de lluvia se refugiaron los dos en él y fue el comienzo de aquel extraño idilio.
Nunca hablaban de amor.
El sabía que ella era casada y que no era feliz junto a su marido. Pero, nunca insinuaba la posibilidad de dejarlo.
-No me ha dado motivos para hacerlo- se limitaba a decir con frialdad, pero sus ojos oscuros y ardientes parecían confesarle a Mario que él podría ser ese motivo.
El trabajaba en una fábrica cercana y ella, en una empresa algo más lejos. Pero nunca le precisó en cual y se mostró reticente en darle su número telefónico.
-¡No me llames a menos de que sea una emergencia!- le hizo prometer- ¡Ya sabes que siempre nos encontraremos aquí!
El progreso de su relación era casi imperceptible y Mario no sabía si estaba cerca de vencer su resistencia.
Pero aveces, una mirada de ella le hacía sentir que estaban al borde de una felicidad inconcebible y aterradora. Y que bastaría una palabra o un gesto, para que ambos se arrojaran al vórtice oscuro del Amor, sin miedo ni remordimientos.
De pronto, ella faltó un día, sin que ninguna advertencia previa lo justificara.
El esperó confiado, pegado a la ventana, mientras en el patio, el viejo marmolista le daba vida a un ángel sepulcral.
Pasaron los días y siguió esperándola. Su ausencia se fue haciendo opresiva y al mismo tiempo ingrávida, como suele suceder cuando nos falta el ser amado.
Pero, Mario siguió yendo todos los días a almorzar al restaurante y sentándose a la misma mesa. ¡Estabha seguro de que un día la vería entrar!
Decidió contradecir su exigencia y llamarla a su celular. Pero el timbre sonó largo rato en el vacío, como un ciego que busca a tientas algo en que apoyarse para no caer.
  El Otoño trajo las primeras lluvias que resbalaban monótonas sobre los trozos de mármol apilados contra la muralla.
Los pájaros que solían cantar en el viejo castaño que sombreaba el patio, ya no volvieron y fueron de a poco transformándose en recuerdo.
Un día Mario, que apoyaba la frente contra el vidrio helado, vio entrar al patio a un hombre flaco, de aspecto melancólico.
Adivinó que venía a encargar una lápida.
El marmolista asentía respetuoso, pero sus ojos brillaron al meter el dinero del adelanto en el bolsillo de su viejo delantal. ¡El trabajo había estado escaso en las últimas semanas!
Al día siguiente llovió y la ausencia de Ana Cristina pareció volverse insoportable.
Mario hubiera querido olvidarla de una vez. Se acordaba de una leyenda en la que la gente olvida todo lo vivido,después de atravesar un río. ¿No se llama Leteo ese río? Ansiaba precipitarse en sus aguas y no pensar en ella nunca más...
 Empezó a llover todos los días y ahora el viejo trabajaba resguardado por un cobertizo.
Mario no podía ver lo que hacía. Sólo escuchaba el monótono golpeteo del cincel en el mármol, como el tic tac de un reloj, que marcara el ritmo de su inútil espera.
¿Qué nombre será el que está tallando?-se preguntaba.
Un día salió el sol y el hombre flaco y triste, que había hecho el encargo, volvió a entrar en el patio.
El viejo salió presuroso del cobertizo y sostuvo frente a él la lápida para que pudiera apreciarla.
Entonces Mario pudo leer por fin las letras esculpidas en ella. Decían: 
"Ana Cristina....."  "Amada esposa."
Y debajo, la fecha de su muerte, tres semanas atrás.


domingo, 12 de enero de 2014

EL CUARTO CERRADO.

Al fondo de la casa había un cuarto cerrado con un  enorme candado antiguo.
Nadie sabía donde estaba la llave ni tampoco se preocupaba por buscarla.
Era un cuarto rodeado de misterio. Se decía que allí habitaban fantasmas u otras formas de vida extrañas. Otros, más prosaicos pero no más sensatos, decían que en ese cuarto había una especie de agujero negro que se lo tragaba todo. Nada se podía guardar ahí sin que de inmediato desapareciera, como engullido por una fuerza cósmica. Y si uno cometía la insensatez de entrar, era posible que no volviera a salir y desapareciera irremediablemente.
Así es que lo mantenían prudentemente cerrado y habitaban el resto de la casa, como si el cuarto no existiera.
Pero Matilda no se conformaba con esa actitud. Y un día, en la cocina, le preguntó a su mamá:
-¿Por qué no recogemos todos los trastos inútiles que hay esparcidos por la casa y los guardamos en el cuarto del fondo?
-¡Oh, no!- exclamó ella, dejando de pelar por un momento los tomates que preparaba para la cena- Si guardáramos algo ahí, seguramente se perdería. Todo lo que se guarda en ese cuarto desaparece, como tragado por una boca sombría.
-¡Ay, mamá!- ¿Cómo puedes creer eso ?
-Tienes razón-sonrió ella- ¿Cómo puedo creerlo ?
Y siguió pelando los tomates, como si el tema quedara agotado.
Pasaron los años. Matilda se fue a vivir al extranjero y sólo volvió cuando sus padres murieron en un accidente.
Comprendió que había llegado el momento de desocupar la vieja casa y ponerla a la venta.
Con el corazón aún acongojado por la pérdida, empezó a embalar lo rescatable y a descartar en una pila, las cosas inútiles.
Su codo tropezó con un jarrón antiguo que siempre había visto en lo más alto de un anaquel, y lo hizo caer, rompiéndolo en pedazos.
Sobre la alfombra, junto a los trozos de cerámica azul, vio una vieja llave enmohecida.
Matilda la relacionó de inmediato con el candado del cuarto misterioso.
¡Por fin lo podría abrir!  Y ahora no había nadie que musitara en su oído advertencias fantásticas....
Le costó hacer girar la llave, pero al fin el engranaje cedió y la puerta se abrió con un chirrido de bisagras oxidadas.
 Al principio vio una habitación penumbrosa y vacía, sin ningún misterio. Pero, luego notó que en la pared opuesta había otra puerta cerrada.
Supuso, por su ubicación, que daría al jardín trasero y la abrió sin mayores expectativas.
Pero en lugar de los arbustos sombríos y las descoloridas hortensias, se encontró con otro cuarto igual, pero orientado en sentido opuesto, como reflejado en un espejo.
Allí había una mujer sentada, tejiendo. Una larga bufanda gris iba brotando de sus agujas y se ovillaba a sus pies, como un gato perezoso.
Matilda comprendió que se había adentrado en un mundo paralelo y decidió tomarlo todo con la naturalidad con que se viven los sueños.
-¿Quién eres?- le preguntó.
-Soy la guardiana del Pasado- respondió ella- Si quieres entrar, puedes hacerlo, pero te advierto que no está  permitido cambiar nada. Si tratas de intervenir en las cosas que ya están escritas, lo trastornarás todo y ya no podrás volver al presente.
Matilda asintió y como empujada por una fuerza extraña, casi sonámbula, empujó la puerta que custodiaba la mujer.
Nadie sabe lo que ocurrió entonces ni lo que encontró Matilda, porque ese fue el día en que ella desapareció.
¿Desoyó la advertencia y cedió a la tentación de corregir un error que la había hecho desgraciada?
Es posible, pero nadie ha podido preguntárselo.
El corredor de bienes raíces que se había citado con ella aquel día, recorrió toda la casa, llamándola inútilmente.
Al fondo de un pasillo vio un cuarto cerrado. Un candado mohoso, sin ninguna llave visible, lo mantenía clausurado quizás desde hacía cuanto tiempo. No sintió ninguna curiosidad por abrirlo. Total, era evidente que ella no podía encontrarse ahí....
Los parientes de Matilda vendieron la casa con un enorme margen de ganancia.
La compró una empresa constructora que la hizo demoler de inmediato, para erigir en su lugar un edificio de departamentos.


LA SIRENA.

Una tarde, en el puerto, Antonio entró a un bar a tomar una cerveza.
Las horas transcurrían lánguidas, mientras el sol bajaba lentamente a sumergirse en el mar.
Llegaba hasta allí el lejano estallar de las olas y Antonio creía escuchar un estribillo repetido sin descanso:
Buuum, pluum...aquí vengo, aquí llego, fsss... y la ola moría en la arena, para luego recomenzar su letanía : buuum, pluum... aquí vengo, aquí llego...fssss.
 Un marinero se acercó a su mesa y le preguntó, humildemente, si podía acompañarlo.
Parecía algo bebido y llevaba en su mano un jarro rebosante de licor.
Al rato, miró a de reojo a Antonio, como armándose de valor y empezó un relato extravagante, con pocas esperanzas de que el joven le creyera.
"-Uno piensa que las cosas siempre le pasan a los otros. Y cuando le pasan a uno, lo más seguro es rebelarse y exclamar: ¿Por qué a mí?
"Eso es lo que yo digo: ¿por qué a mí ?
" Desde que me pasó, creo que estoy loco. Y si se lo cuento a otros, también me dicen que lo estoy .  Pero fué cierto. ¡ Lo fue, se lo aseguro !
Antonio lo miró interrogante y el marinero susurró con cautela:
" -Yo conocí a una sirena.
Antonio se rió escéptico, pero el hombre continuó su relato sin tomar en cuenta su incredulidad.
"- Fue una tarde en que me había adormilado mientras pescaba en mi lancha, bien lejos de la playa. Me despertó un fuerte chapoteo y creí que sería un pez grande que había picado. Pero, asomada por la borda vi a una niña encantadora, que me miraba sonriendo.
" Lo primero fue pensar como podía andar nadando tan lejos de la costa.
"No se veía cansada ni asustada.
 " Le tendí la mano para ayudarla a subir a la lancha y entonces fue que casi me desmayo. De la cintura para abajo tenía cola de pez. Era una sirena.
"Ella me miraba sin ningún temor y parecía querer decirme algo, pero era evidente que no sabía hablar. Entonces se reía, con una risa que a mí me parecía música.
"La envolví en un trozo de lona y la llevé a mi casa, cerca de la playa.
"Llené con agua de mar la tina de baño y la puse ahí, esperando que se acostumbrara a vivir conmigo.
"Era preciosa y no me cansaba de contemplarla.
"Me había enamorado de ella, aunque comprendía que nuestro amor era imposible.
" A la mañana siguiente, al salir de la casa, me encontré en la puerta con un montón de gatos hambrientos. Era evidente que el olor de la cola de mi sirena les había abierto el apetito.
"Maullaban con fiera insistencia, pero los ahuyenté a escobazos.
" Compré una lata de sardinas para el almuerzo y se lo llevé a la tina. En un gesto romántico, lo acompañé con un ramo de flores. Ella no sabía lo que eran, así es que también se las comió.
"Pronto vi que la embargaba la nostalgia.
" Se arrastraba fuera de la tina, dejando un reguero de agua salada por la habitación y se acodaba en la ventana a mirar el mar.
" En las noches, cuando me ponía a ver televisión, me arrebataba el control remoto y buscaba documentales sobre la vida en el océano.  Los de Jaques Custeau la hacían suspirar... Y cuando  vio la película Moby Dick , estuvo toda la noche llorando, sin que la pudiera consolar.
"Con tristeza, comprendí que debía dejarla marcharse.
" Una tarde, la envolví en el mismo trozo de lona y la llevé hasta alta mar. La sirena me rodeó el cuello con sus brazos y se arrojó a las olas, llevándome con ella.
" Me costó desprenderme de su abrazo y medio ahogado, logré llegar hasta el bote. Estuve horas esperando que apareciera, pero nunca la he vuelto a ver."
El hombre miró a Antonio con tristeza y le preguntó:
-¿Me cree?
Y él, que era un poeta, le respondió que sí, que naturalmente le creía. Que cosas así de maravillosas sucedían a menudo... Y que de ninguna manera lo creía un loco.
Después se encaminó hasta el muelle y miró el mar, que a esa hora parecía incendiarse con las últimas brasas del sol.
-¿Por qué siempre las cosas le pasan a los otros?- suspiró melancólico- ¿Por qué no a mí?



domingo, 5 de enero de 2014

FIESTA DE FIN DE AÑO.

Se sentía mareada cuando abandonó la fiesta. Había tomado varios tragos de más y lo peor era que, en lugar de animarla, la habían hecho sentirse aún más deprimida.
Mientras se dirigía al estacionamiento, le pareció que caminaba sobre una sustancia viscosa. El pavimento subía y bajaba frente a ella, como si tuviera vida propia.
¡Ojalá nunca hubiera asistido a esa fiesta!
Todos los fines de año la Gerencia de la Empresa celebraba los éxitos recién obtenidos y pronosticaba con entusiasmo  los que seguramente vendrían a continuación. 
Laura había asistido sólo para ver a Pablo.
Pero él, ni una sola vez la había mirado.
Estaba rodeado por un círculo de aduladores que lo felicitaban por su ascenso. ¡Se iba a la sucursal recién abierta en el extranjero!
Para Laura fue un golpe saber la noticia, pero disimuló con un vaso en la mano y en la boca una sonrisa fija que llegaba a causarle dolor...
Por supuesto, Pablo no le había dicho nada. ¿Para qué, si todo había terminado entre ellos?
Laura siempre supo que para él sólo había sido una aventura. Ella fue la ingenua que trató de imprimirle un carácter más serio. Llegó a sentir amor en aquellos meses en que la invitó a salir y la sedujo sin mayor esfuerzo.
Su interés duró muy poco y pronto empezó a alejarse.
¡Cuanto había llorado Laura al darse cuenta de que él utilizaba mil pretextos para ir espaciando sus citas!
Una cada quince días, una al mes...y después nada.
Una tarde lo llamó a su celular y no pudo evitar el llanto. Sollozando le reprochó su alejamiento. El la escuchó en un silencio helado.
-¡Por favor, Laura!- dijo, al fin, con impaciencia- Sabes que estoy muy ocupado....
Y cortó la comunicación.
¡Y ahora se iba!
Laura caminaba hacia el estacionamiento con paso inseguro. Sentía las rodillas débiles y la intensa congoja mezclada con el alcohol ingerido, la hacían tambalear.
Estaba muy oscuro y las débiles luces iluminaban apenas los autos estacionados. Le costó hallar el suyo, porque las lágrimas le nublaban la visión.
Al querer abrir la portezuela, se le cayeron las llaves golpeando el pavimento con un tintineo burlón.
Tanteando en la oscuridad, las encontró al fin junto a una rueda.
-¡Démelas!- ordenó una voz a sus espaldas.
Laura, aterrada, gimió sin volverse:
-¡Llévese el auto, pero no me haga daño, por favor!
Escuchó una risa burlona, pero no se volvió a mirarlo. Sabía que si le veía la cara, sería peor...
El abrió la portezuela y le ordenó que subiera.
-¡No, no quiero!- sollozó Laura- ¡Tome mi cartera, pero déjeme aquí!
El hombre volvió a reírse y con cierta ternura, le dijo:
-¡Tontita!  ¿Por qué no me miras, mejor?
Ella alzó la vista y con sorpresa se encontró frente al rostro agradable de un hombre que había divisado en la fiesta. Sus ojos la miraban, brillantes de risa contenida.
-¿Me reconoces?  Soy Andrés Saráte. Estuvimos juntos ahí dentro. Vengo a reemplazar al gerente que se va.
Laura se quedó muda y un intenso rubor hizo arder sus mejillas.
-¡No te avergüences, Laura!  Por un rato te dejé creer que te estaban asaltando. Quise castigarte por querer conducir, habiendo tomado tanto.
Ella se echó a llorar, tapándose la cara con las manos.
-¡No llores!- le dijo él, con voz cálida- ¡No vale la pena!  ¡Y ya lo olvidarás!
Laura lo miró, consternada.
-No, no te asustes. ¡Nadie se dio cuenta!  Disimulaste muy bien...Sólo yo lo noté, talvez porque me pasé la noche mirándote.
Condujo hasta la casa  de Laura y estacionó con pericia el auto en el garage.
Antes de que ella atinara a darle las gracias, la empujó suavemente hacia la puerta.
-¡Ándate a dormir ahora, que te hace falta!  ¡Y el Lunes nos vemos en la oficina!