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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 26 de julio de 2015

VIENTO SOBRE EL MAR.

Mireya entró a la Iglesia y contrariada, se dio cuenta de que había misa de difuntos.  Frente al altar, vio un ataúd cubierto bajo un manto de flores. Lilas, mis favoritas- pensó. 
Buscó a sus padres con la vista y notó que estaban sentados en uno de los primeros bancos. Era pariente nuestro entonces el difunto, pensó.  ¿ Quién sería?  Su mamá lloraba y su hermano la sostenía con un brazo. Su papá, en cambio, permanecía rígido, con los ojos secos clavados en la luz de un vitreaux.
¡Qué lástima!  Y yo que pensaba alegrarlos con mi presencia. Decirles ¡ mírenme !  Ya estoy de vuelta.¡ Me mejoré por fin!
 Y ellos la habrían abrazado jubilosos y su mamá seguro que habría llorado, pero de alegría, no como en ese momento....
Murió alguien de la familia y no me avisaron. ¿ Por qué?
Bueno, ellos sabían que estaba enferma, no habrían querido deprimirla...
Recordó los días pasados en la clínica, la mirada preocupada de los médicos, junto a su cama.
Al principio le hablaba confiados de un transplante, pero el donante no aparecía y cuando la fiebre le subió  y empezó a decaer, ya dejaron de mencionar el asunto.
Pero, al final, para contradecirlos a todos, se había mejorado.
Fue una mañana, hacía unos días, no recordaba cuantos. El médico le ordenó a una enfermera que le retirara los tubos y comprendió que le estaba dando el alta. ¡Se sentía tan bien !  Tan liviana, libre ya de la fiebre y los dolores que llevaban atormentándola desde hacía meses.
Salió de la Clínica feliz, apurada, casi corriendo. ¡ No fuera a ser que se arrepintieran de haberla dejado ir!
En su casa no había nadie. ¡ Bah!  Qué tonta... Si es Domingo. Seguro que están en misa.
 Y sin dudarlo, se había encaminado a la Iglesia.
Mejor es que me quede atrás y los espere hasta que salgan-pensó.
Se sentó en un banco y recién entonces se dio cuenta de que llevaba su vestido blanco de la graduación.
¿ Cómo me vine así? ¿ Estaré loca? 
Pero, a pesar de todo, no tenía frío. La música del órgano se apoderó de su ser y una dulce somnolencia la fue invadiendo. Reclinó la cabeza en el respaldo y se durmió.
Despertó sobresaltada. ¿ Qué había pasado?  Juraría que la había despertado el grito de una gaviota. 
¡ Era cierto!  Sin saber cómo, había salido de la Iglesia y ahora se encontraba a la orilla del mar.
Vio a un grupo de gente en el muelle. ¡ Eran sus padres y su hermano !   Distinguió a otros parientes a quienes hacía mucho tiempo que no veía.  Con ironía pensó que si volvía a verlos, sería en algún matrimonio o en otro funeral...
Vio que su papá sostenía en sus manos un ánfora funeraria.  La abrió y una nube de cenizas salió despedida en el viento.
Mireya quiso llamarlos, pero notó que ya no tenía labios para articular sus nombres ni garganta para gritarles que ella estaba ahí, que la miraran de una vez...
-¡Vine a decirles que me mejoré !

Las cenizas formaron una pequeña nube blanca que se sostuvo unos instantes en el aire y luego se dispersaron sobre el resplandor del mar.



domingo, 19 de julio de 2015

UN VIAJE EN METRO.

El muchacho buenmozo de sonrisa burlona se había sentado a su lado en el Metro.
Ella no lo miraba. Sólo apretaba contra su pecho la raída cartera y mantenía los ojos fijos en un cartel publicitario.  " Dientes más blancos con Odontine "  leía una y otra vez hasta que la frase perdía por completo su sentido.  Pero se daba cuenta de que el muchacho se volvía hacia ella y la miraba.
Lo peor era que le recordaba tanto a alguien. A ese hombre que por años la había hecho sufrir.  Nunca le había pegado, era cierto, pero sus miradas frías eran como bofetadas.  Nunca la había agredido, pero con su sonrisa irónica le desgarraba la piel.
¡ Tantos años de vivir así, siempre asustada!  Sintiendo que por más que se esforzaba, todo le salía mal. La comida estaba quemada o insípida, la camisa siempre mal planchada. Y en las noches, ese cruel desprecio de la espalda frente a su cara. El suspiro de fastidio, antes de ponerse a roncar...
Pero, ahora se había ido. Ya no estaba en la casa.
Le había costado meses abandonar la costumbre de dormir en el borde de la cama.  Meses  atreverse a estirar un brazo y encontrar ¡ por fin!  el infinito alivio de su ausencia...
Ahora ponía la cabeza en mitad de la almohada y abría los ojos en la oscuridad benéfica, donde ya no había nadie que pudiera soltarle inesperadamente una frase brutal.
Pero, ese muchacho buenmozo de sonrisa burlona estaba ahí para recordárselo.
Quiso bajarse. Pasar por encima de él y encontrar la salida. Pero, sintió que la tomaba del codo y le decía :

-En la próxima estación nos bajamos, mamá.

domingo, 12 de julio de 2015

CARTA A MI MISMA.

Tarea de taller.

Querida Lillian:
Hoy, en el Taller, me han pedido algo insólito. Que mire hacia el Pasado y te escriba una carta a tí, que eres yo misma, ahora que tienes doce años.
¡ Qué extraño pedido !   Yo te conozco, porque fui la que eres , pero tú de mí no sabes nada. Soy la mujer en quién te convertirás en el Futuro. ( ¡Ay!  Seguro que no querrías conocerme....)
Al principio, escribirte me pareció algo impersonal. Además ¿ qué interés podría tener una chica de doce años en leer la carta de una desconocida?  Dirías de inmediato:  " ¡ Ay, qué latera!   ¿Por qué no se comunicó por Internet, mejor  ? "
Así es que decidí ir a buscarte a tu pueblo. Busqué tu calle y tu casa, pero vi que la habían demolido.
Pensé entonces:  Si voy al Liceo tal vez la encuentre sentada en un banco de su sala. Pero el Liceo tampoco existe ya. Así es que regresé desanimada y en el bus me vine llorando la inutilidad de mi nostalgia.
Pensé entonces buscarte en el espejo. Pero, los años han superpuesto sobre mi cara los rasgos de mi madre. El cansancio de vivir y la decepción de hoy empañan la frescura de tu rostro de ayer. Tampoco estás ahí.
 Así es que al fin de cuentas, me encuentro aquí escribiéndote y descubro que no hay nada que pueda decirte.  Si pretendiera darte algún consejo o advertirte del peligro de una decisión equivocada, tú seguramente exclamarías:
- ¡No, no quiero oír nada!   ¡Quiero ser yo la que descubra la Vida por mi propia cuenta!
Tienes razón, niña....Y no cabe duda de que la descubrirás.
Tus lágrimas de los quince años, tan livianas, se evaporarán con el sol. Tus lágrimas de los treinta años, en cambio, formarán un charco oscuro y frío, tan profundo dentro de ti que ningún rayo de sol podrá llegar para entibiarlo siquiera.
Estás parada en al umbral de la Vida.  Frente a ti se abre una puerta. Es la misma que se está cerrando a mis espaldas. Tú ves flores, yo miro hojas secas.
¿ Qué puedo decirte, entonces ? 

Sólo vive. Estoy segura de que no habrá nada que te lo pueda impedir.       



domingo, 5 de julio de 2015

MARINO DE MAR BRAVIO.

Ella tenía apenas diecisiete años, así es que ambos crecimos juntos. Ella, en medio del mundo hostil y yo acurrucado dentro de ella.
Lloraba mucho la flaquita, así es que mi crecer fue un tanto zarandeado, en el interior de su pobre cuerpo sacudido por la pena.
Fue como navegar en un mar tormentoso. Pero ¡ qué buen marinero era yo, aferrado firmemente a los bordes de mi barquita!  Ninguna ola me iba a arrojar fuera de ella...
El patán que nos había regalado el portazo del abandono había desaparecido sin dejar rastros.
Aunque debo reconocer que cuando se avecinaba mi desembarco en este mundo, anduvo rondando por los muelles y parece que quiso volver.
Pero la flaquita alzó la proa de su nave con orgullo y le dijo que ya era tarde, que no lo necesitaba.  Que ella muy bien se las iba a arreglar sola.
Dijo eso porque ignoraba que desde el principio me había tenido a mi y que yo había jurado cuidarla y protegerla apenas tuviera fuerzas para llevarlo a cabo.
El día en que nací y me tuvo entre sus brazos,  yo también la sostuve entre los míos y le
prometí que me apuraría en crecer para construirle un dique que la defendiera de los oleajes traicioneros de la vida.
Cuando cumplí los dieciocho años, tal vez inspirado por las sacudidas oceánicas de mi gestación, decidí  hacerme marinero.
Y fue así como conocí muchos países, algunos tan extraños que ni en mis sueños infantiles pude imaginarlos siquiera. Pero fue en un país muy cercano, limítrofe del nuestro, en el que conocí a un hombre con  el que tampoco nunca había llegado a soñar.
Era un borracho, de esos a quienes llaman " un perdido".  Se pasaba los días adormecido en los bares, con la cabeza gacha sobre un vaso vacío, mascullando una pena torva que lo corroía como un ácido.
Todos lo dejaban tranquilo, nadie quería escuchar sus confidencias. Y le regalaban una soledad que tal vez el borracho hubiera querido cambiar por un poco de atención.
Cuando se le acababa el dinero, salía al muelle a descargar bultos y con lo poco ganado, volvía al bar a embriagarse de nuevo.
 Una noche lo ví en una mesa, mirando con ansias la copa vacía. Se veía que no le quedaba dinero y que se moría de sed. Apiadado, le pagué otra ronda y me senté frente a él a beber mi coñac.
Cuando habló, me sorprendió reconocer a mi patria en su acento y le seguí el hilo de la charla con más cordialidad.
Fue desgranando su melancolía sin darse cuenta y terminó por contarme su vida.
Cuando le pregunté si tenía familia, una mueca de amargura le torció la boca.
-¡ No tengo, amigo... pero pude tenerla!  Eso es lo que me está matando, el remordimiento...y la vergüenza de haber sido tan cobarde. Pensar que la quería y la abandoné cuando me confesó que esperaba un hijo.  ¡ Pobre flaquita, cómo lloraba cuando me fui sin mirarla siquiera!  ¡ Yo quería ser libre, quería vivir !  Eso era lo que me importaba en ese momento...
 Sentí que se me apretaba la garganta y le pregunté:
-¿ Y no volvió a verla ?
-Me arrepentí, se lo juro, y quise buscarla, pero me rechazó con desprecio. Aunque era tan joven y tan flaquita, tenía el valor de una fiera para defender lo suyo...
-¿Y cómo se llamaba ella?
-Emelina, así se llamaba. Emelina...
El nombre de mi madre me atravesó el corazón como una lanza.
El borracho seguía hablando, sin notar mi emoción.
-Lo que más lamento, amigo, es no haber conocido a mi hijo. ¡ Ay !  Si lo tuviera aquí delante de mis ojos, le pediría perdón...
Pude decirle que Emelina era mi madre, que ese hijo que él había rechazado era yo. Pero me acordé de cómo había llorado la flaquita en aquellos meses de abandono, de cómo nos habíamos aferrado uno al otro en medio de los embates del mar bravío...

 Dejé unos billetes sobre la mesa mugrienta  y me fui sin volverme a mirarlo ni una sola vez.