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sábado, 5 de febrero de 2011

PEDRITO Y EL LOBO. Cuento

Al departamento vecino llegó a vivir un hombre bien raro.
Cuando yo volvía del colegio me lo topaba  a veces en la escala. Era alto y flaco, con una cara bien larga y unos  ojos juntos que me hacían pensar en un animal.
Llevaba siempre un sombrero negro y  un abrigo gris que le colgaba por la espalda como si le flotara.  A mí me daba miedo y pasaba bien rápido por su lado.  Pero él, dale con saludarme de venia y mirarme con unos ojos tan tristes que me dejaba preocupado.
Le conté a mi mamá, pero ella no me hizo caso.
-No moleste a los vecinos, Pedrito-me dijo, mientras picaba lechuga-y vaya a hacer la tarea de una vez.
Entre más trataba de no pensar en el hombre flaco, menos me podía concentrar en las sumas.
Veía su cara larga como de lobo, con un mechón erizado en la coronilla.  El pelo se lo ví una sola vez, cuando se le cayó el sombrero en la escala.  Se agachó a recogerlo y noté que tenía la mano bien peluda y con las uñas largas.  El advirtió mi mirada,  pero yo me hice el que se me había trabado el cierre de la mochila y lo estaba arreglando.   
Y ese fue el día en que empecé a pensar que era  un lobo.
Se me ocurrió mirar los cambios de luna en el calendario y noté que cuando había luna nueva andaba como tranquilo, pero bastaba que empezara a acercarse el período de luna llena para que le bajara una inquietud febril.
Subía la escalera rápido, con el sombrero calado hasta las cejas y cuando me miraba había en sus ojos una especie de desesperación, de pena tan honda que me dejaba sin habla.  Y hasta la forma de andar le cambiaba. Se hacía como cautelosa y sin ruido,  tal como un animal salvaje deslizándose por un bosque.
Una noche de luna llena en que no podía dormir,  me asomé a la ventana y ví en el techo una silueta con la cara levantada hacia el cielo. De lejos parecía un perro grande de pelo erizado,  que estuviera aullándole a la luna.
Me paré sobre el alféizar y como pude,  pisando ladrillos salientes,  logré llegar al techo. Me deslicé en silencio y ví el abrigo gris que le colgaba del lomo. Se estremecía entero,  como con frío,  pero estaba llorando. Gemía como si se le partiera el corazón.
Me senté a su lado y tomé una de sus zarpas. No tuve miedo.  Sólo mucha pena de verlo llorar así,  tan solitario,  tan aislado de la gente, incapaz de librarse de su extraña maldición.

1 comentario:

  1. ¿Quién dijo que los hombres lobo eran feroces y daban miedo? Este cuento presenta a uno diferente...

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