¡Tener un ángel de la guarda es una cosa muy buena!
Mucho mejor habría sido, claro, ser la hija única de Dios. Que no hubiera nadie más en el mundo de quien Él tuviera que preocuparse. Sólo de mis penas y alegrías. (Mis penas como selvas exuberantes y mis alegrías como débiles plantitas efímeras. )
Pero habría sido mucho pedir. Bastaba con el ángel. .
En las noches cuando me acostaba, él se sentaba en una silla en un rincón de mi pieza.
No es que yo lo viera, pero sabía que estaba ahí. Y cerraba los ojos confiada, sintiéndome amparada por su presencia.
Pero un día no estaba más. Se había ido sin avisarme. En la noche, abrí los ojos en la oscuridad amenazante y vi brillar débilmente algo bajo la silla. Eran dos plumas blancas de sus alas que se le habían caído cuando se fue.
¿Qué había hecho yo para que eso pasara?
¿Ser buena lo haría volver?
Durante días fui cariñosa y servicial. Pero llevarle té a mi mamá enferma, ayudar a cruzar a un viejo rezongón de una vereda a otra, nada sirvió.
No era ese el camino.
Por la calle veía gente con semblante confiado y andar erguido. Y otros que iban taciturnos, echando miradas furtivas a su alrrededor. A esos también se les había ido el ángel. No cabía duda.
Era Invierno y yo tenía mucho frío. Pero un día sentí de pronto como si me echaran una frazada por la espalda. Una dulce tibieza me envolvió y supe que él había vuelto.
Esa noche me atreví a preguntarle
-¿Por qué te fuiste?
Tuve que ir a hacer un reemplazo. Otro ángel se accidentó. Se dislocó un ala por andar revoloteando como loco por encima de los techos. Travesuras de ángel díscolo. Pero ya entró en razón.
¿Y volverás a irte?
-Un día me llamarán de la Clínica más cercana, cuando esté por nacer un niño. Entonces me pondré a esperarlo parado al lado de su cuna. -
Y ¿Quién se hará cargo de mí?
-Una Señora amiga. Pero no temas, ¡es la Muerte de simpática!
¡Vaya con el ángel...! Un sartenazo le daría yo jaja.
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