Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



viernes, 31 de mayo de 2013

ESTACIONES.

Había dos jardines separados por un muro.
En uno de ellos, reinaba la Primavera.
Su dueño era un joven, que paseaba entre arbustos verdes y prados sembrados de margaritas.
Las mariposas volaban de flor en flor y al atardecer, un ruiseñor lo deleitaba con sus trinos.
Un día se asomó por sobre el muro y miró el jardín vecino.
Vio que en él reinaba el Otoño. Los árboles estaban casi desnudos y una tenue neblina los envolvía.
Bajo uno de ellos, había una mujer, sentada sobre una alfombra de hojas secas.
El joven cortó una rosa de su jardín y se la tendió por sobre el muro.
Ella miró a su alrededor y vio que no tenía nada con qué retribuirle. Al fin, tomó una hoja amarilla que aún temblaba en una rama y se la entregó.
Entonces se enamoraron.
En el jardín del joven, el Verano sucedió a la Primavera.
Los árboles se cargaron de frutos maduros y olorosos. El cortó uno y se lo tendió a la mujer por sobre el muro.
En el jardín de ella, había llegado el Invierno. Ni una hoja quedaba en los árboles desnudos.
Recogió entonces un puñado de nieve y lo apretó contra el pecho de él.
-Ahora, olvídame-le dijo.
El joven sintió que el frío de la nieve llegaba hasta su corazón y se preguntó:
-¿Cómo alguna vez pude amarla?
Vio que a su jardín había entrado una hermosa muchacha, con los brazos cargados de frutas y de flores.
Le dio la espalda al muro y avanzó hacia ella, sonriendo.
En el jardín vecino, la mujer rompió la capa de escarcha que cubría la fuente.
Se miró en el agua y vio su pelo encanecido y los surcos que rodeaban su boca.
Suspiró por su amor imposible, pero no derramó ni una lágrima, porque a su edad ya había llorado lo suficiente.

martes, 28 de mayo de 2013

LO QUE NO FUE.

Después que rompimos, pasé mucho tiempo pensando en tí.
Por un capricho absurdo de mi corazón, te seguí queriendo y recordando con desolada nostalgia.
 Nuestro amor fue efímero como el roce de un ala, pero su ausencia me dejó un vacío que no puedo llenar.
Tiempo después me escribiste.
Como si adivinaras mis sentimientos, me decías que hay una extraña cadena que amarra nuestros espíritus. Cualquier movimiento de uno, tira de los grillos que aprisionan al otro.
Es cierto, pero creo que nosotros mismos hemos contribuido a fortalecerla. Y se tiende entre tu alma y la mía como un puente por el que transita el fantasma de nuestro amor.
No te contesté y entonces me llamaste.
Me preguntaste si podíamos vernos y te respondí que me voy a casar y que verte sería una deslealtad para quién de verdad me quiere.
Te quedaste mudo.
Tal vez te asombró que fuera a apartarme de ti de una vez para siempre. Quizás nunca imaginaste la posibilidad de que desapareciera de tu vida.
Así como  yo misma no consigo pensar que tú desaparezcas de la mía.
Cuando las cosas no salen como yo quisiera y me siento triste, pienso en "alguien con quién conversar"  y siempre ese alguien eres tú.
¿Por qué no logro sacarte de mi vida?
Tal vez porque la suerte se complace en juntarnos. En esta ciudad tan grande, donde hay personas que pasan años sin volver a verse, tú y yo nos encontramos una y otra vez.
Hace unos días, te vi.
Ibas entre la muchedumbre, unos pasos delante de mí. Casi grité tu nombre, antes de darme cuenta de que no ibas solo.
En medio de la gente no había notado a la joven que iba tomada de tu mano.
Deseé que me vieras, porque sabía que mi presencia te iba a turbar.
Sentí un deseo ciego de herir. Herirte a ti y a ella. Y sé que lo conseguí.
Deliberadamente me crucé en tu camino. Iba a pasar de largo, con una sonrisa mordaz asomando a mis labios. Pero, tú te detuviste.
Soltaste la mano de ella y no te molestaste en disimular la turbación que te embargaba.
¡No sabes la vergüenza que sentí de haber asumido el papel de destructora de tu serenidad y de la ilusión de esa joven!
Cuando reanudaron el camino, ya no tomabas su mano. Parecías malhumorado y nervioso y caminabas unos pasos delante de ella, como si quisieras huir.
Al decir "ella", esa parte de mi ser que siempre te reclamará como mío, dice con rencor "la otra".
Al día siguiente, me escribiste.
Me decías que sientes la absurda necesidad de justificarte ante mí y decirme que una parte de tu ser me pertenece, inaccesible a todo cuanto te rodea.
¡No puede ser!
Es necesario romper esta cadena.
Porque se tiene todo o no se tiene nada.
Porque tenernos a medias es duro para nosotros dos e injusto para aquellos que se quedan con la otra mitad de nuestro ser.
Y tú y yo sabemos que lo nuestro no es verdadero.
 Que es solo el reflejo del Amor en un espejo empañado.
Nada más que la nostalgia incurable de lo que pudo ser y no fue.
 

ALICIA.

Alicia estaba lavando las verduras en el chorro de agua helada que brotaba del caño.
Esa mañana no se había atrevido a pedirle a Roberto que le dejara algo de dinero, cuando salió apurado hacia el taller. Se había despedido de ella con un beso desabrido y se veía que iba pensando en otra cosa.
Así es que no podría salir de compras y tendría que preparar la cena con lo poco que quedaba en el refrigerador. Si en la noche, él reclamaba por la pobreza del guiso, entonces le diría todo lo que pensaba...
Apretó los dientes con rabia, mientras las manos se le iban poniendo rojas en el agua fría del lavaplatos.
Sonó el teléfono y estuvo tentada de no contestar. ¡Otra grabación, seguramente!  O una propaganda política, de las que abundaban últimamente...
Pero, al final se decidió a tomar el fono, aunque solo fuera porque el sonido de la campanilla le crispaba los nervios.
¡Era Elena!  ¡Elena Aránguiz, después de tanto tiempo!
-¡Nenita!  ¡Qué alegría! ¿Y cómo conseguiste mi número?
-¡Llamé a tu mamá, pues, tontita!  ¿De qué otra manera iba a ser?
Así es que Elena había hablado con su mamá... ¿Le habría dicho ella en qué barrio vivían?
¿Le habría contado cosas que Alicia prefería ocultar?
-¿Y conversaste mucho con mi mamá?
-No, casi nada. Se notaba que ella no se acordaba de mí.
Alicia se sintió aliviada y prorrumpió en un jubiloso torrente de recuerdos, de cuando ambas
 eran compañeras en el Liceo.
Elena se rió, contenta y le sugirió que se juntaran esa tarde a tomar un café.
Alicia aceptó, por supuesto, pero después de cortar, se quedó pensativa.
Miró sus manos ásperas, tocó su pelo mal cortado...Y se preguntó, como hacen todas las mujeres:  "  ¿Y qué me pongo?"
No quería que Elena adivinara su situación. ¡Y por ningún motivo le revelaría el modesto empleo que desempeñaba Roberto!  
Pasaba todo el día con la cabeza metida en los motores. Y aunque se duchaba al salir del taller, su pelo olía siempre a aceite quemado y a grasa.
Todas las tardes volvía de mal humor y quejándose de los abusos y las prepotencias del dueño...
Alicia miró dentro del closet y no vio ningún vestido presentable. Pero, con alivio, sus ojos tropezaron con el abrigo nuevo.
Lo descolgó y acarició la tela azul con deleite.
Roberto se había enojado cuando la vio llegar con el paquete.
-¿Y para qué quieres tanto lujo?-le preguntó, sarcástico- ¿Para ir a comprar al almacén de la esquina?
 ¡Pero, ahora se justificaba!  Porque se juntaría con Elena y podría demostrarla que ella no era la única a la que le había ido bien en la vida....
La vio de lejos, parada en la esquina en la cual habían acordado encontrarse.
Alta, rubia y con esa elegancia fingidamente descuidada, que sabía manejar con tanto aplomo.
¡Nena!  Una oleada de cariño sincero la envolvió con su tibieza... Y sintió aún más calor, en aquella tarde primaveral en que el abrigo ya no se justificaba.
Pero, se lo cerró más aún, sobre su vestido raído. Gotas de sudor aparecieron sobre su frente.
Elena la miró con curiosidad y Alicia notó que hacía una rápida inspección a la modestia de sus zapatos.
Pero, luego le sonrió con afecto y la guió hasta una lujosa confitería.
-¡Yo te invito, Alicia!  ¡Si fue mía la idea de juntarnos!
La tarde trascurrió muy rápido.
Alicia habló del éxito de Roberto en su trabajo. ¡Ahora era socio en el taller y ya no tenía que lidiar más con la grasa!  Solo dirigir el trabajo de los mecánicos, dando órdenes desde su escritorio.
Cuando se casaron eran pobres, pero ahora les iba muy bien. ¡Y estaban a un paso de tener casa propia!
Elena la miraba con una ternura llena de escepticismo y la dejaba hablar, sin interrumpirla.
Pero, los ojos se le iban sin querer a las manos ásperas de Alicia, que cerraban el abrigo azul hasta el cuello, para ocultar lo que había debajo....
De pronto, Alicia miró la hora en su reloj y se asustó.
Roberto llegaría del taller y se enfurecería si encontraba la casa a oscuras y la cena sin calentar.
Se levantó precipitadamente.
Habría querido prolongar un poco más el deleite de esas horas pasadas en el salón de té. Tan tibio y profusamente iluminado, muy distinto a la penumbra de veinticinco watt que la esperaba en su casa.
Se disculpó diciendo que había olvidado que tenían invitados a cenar. Roberto había encargado todo preparado en un elegante restaurant, para que ella no trabajara y pudiera divertirse como los demás...
-Pero, igual tengo que llegar a organizarlo todo ¿no crees?
Partió casi corriendo, seguida por la mirada compasiva de Elena.
Cruzó la calle sin mirar.
El semáforo cambió la luz y escuchó un frenazo y gritos.
¡Atropellaron a alguien! pensó. Pero no se detuvo. Solo veía ante sí la cara alterada de Roberto. Y el miedo a su enojo la empujaba hacia adelante, como una mano de hierro que presionara su espalda.
Miró su reloj y estupefacta, vio que el vidrio estaba quebrado y faltaba el minutero. Se había detenido en las seis y quizás qué ...
¿Cómo se había roto?  ¿En qué momento?
La sirena de la ambulancia pasó a su lado, bramando.
Se volvió a mirar y vio a un grupo de gente que rodeaban a alguien que yacía tendido bajo las ruedas de un autobús.
Era una mujer.
 Alicia pensó, sorprendida: Lleva un abrigo azul, igual al mío.
Pero no detuvo su carrera.
 Ni siquiera cuando notó que la tarde se había oscurecido de pronto y que una especie de niebla iba borrando los edificios.
Ni siquiera cuando descubrió que la vereda por la cual corría, no conducía a ninguna parte.

miércoles, 22 de mayo de 2013

UN ROMANCE ACCIDENTADO.

Necesitaba tranquilidad para escribir, así es que arrendé una cabaña junto a un lago y me fuí a instalar ahí solo, sin que nadie tratara de sabotear mis planes. Ventajas de ser un solterón...
Aún no empezaba la temporada estival y pensé que las demás cabañas estarían vacías.
Llevaba dos días de prometedora soledad, cuando una noche me sobresaltaron unos golpes en la puerta.  Eran fuertes y urgentes, como presagiadores de una desgracia.
Al abrir, vi en el umbral a un joven desmelenado y con cara de angustia.
-¡Por favor! ¡Ayúdeme!  Creo que Silvia se ha ahogado...
-¡Cálmate por favor y explícame primero: ¿quién es Silvia?
-¡Es mi novia! Tuvimos una pelea y salió corriendo hacia el lago. En la orilla encontré su pañuelo, pero ella no está en ninguna parte....
Lo ví tan desesperado que resolví acompañarlo. Me dijo que se llamaba Lucas.
Caminamos juntos hacia la playa. Cada pocos pasos, Lucas se detenía para llamar a gritos a Silvia y luego continuaba andando, en un silencio lleno de gemidos.
-¡Yo tuve la culpa!- exclamó de pronto- La invité a venir con la esperanza de reconciliarnos. Pero esta noche, nuestro quiebre me llevó a la violencia y le pegué. ¡Le pegué! ¿Se da cuenta?
Estuvimos horas recorriendo la orilla del lago. Yo lo ayudaba a gritar y el nombre de Silvia traspasaba la noche, inútilmente.
Al final, me cansé  y regresé a mi cabaña.
Estaba en la cocina, calentando café para seguir trabajando, cuando escuché unos apremiantes golpes en la puerta.
Pensé que era Lucas de nuevo y resignado, me preparé a soportar otra escena de confesiones y lamentos.
Pero en la puerta estaba una chica rubia y menudita.
-¡Soy su vecina! ¡por favor, déjeme entrar!- me rogó.
Y sin esperar respuesta, pasó por mi lado y se introdujo en la cabaña.
-¡Así que tú eres Silvia!  Lucas anda desesperado buscándote.
-Le ruego que me deje pasar la noche aquí. ¡Necesito darle una lección a ese salvaje!
-Pero, él cree que te ahogaste. ¡No puedes hacerlo sufrir así !
-¡Claro que puedo! ¿Ve esta marca?
Y me mostró una huella roja en un lado de su cara.
-¡Me pegó! ¿ Se da cuenta ?
-Pero, Silvia- le pedí en tono conciliador- No me hagas cómplice de un engaño como ese. Creo que Lucas ya está suficientemente castigado....¡Si hubieras visto lo angustiado que está!
-Sí, sí lo vi. Y me importa un bledo. Mejor dicho, me alegro. Estuve escondida en el bosque y lo escuché llamarme a gritos.
Por más que insistí, no logré convencerla de que se fuera y al fin, cansado de discutir, le permití que se ovillara en un sillón.
Al poco rato, estaba dormida.
¡Harto linda es!- pensé- ¡Qué bruto este Lucas! ¿Cómo pudo pegarle a esta carita de ángel?
Claro que tuve que reconocer que Silvia tenía bien poco de ángel, a juzgar por lo vengativa y manipuladora que demostraba ser.
A la mañana siguiente, cuando entré a la cocina, la encontré tomando café, tranquilamente.
-¿No será hora de que regreses y termines ya con la comedia?
Decidí acompañarla, no fuera cosa que a Lucas todavía le quedaran ganas de pegarle... Con mayor razón, después de la noche infernal que debía haber pasado.
Al llegar a la cabaña, vimos la puerta abierta. En el interior no había nadie.
Sobre la mesa, en lugar bien visible, había una carta. La leí por sobre el hombro de la chica.
"Señor Juez:
Que no se culpe a nadie por mi muerte. Silvia se ha ahogado y me voy al fondo del lago, a reunirme con ella.
Lucas" 
 La encontré demasiado ridícula para tomarla en serio. Era indudable que se trataba de una broma.
Pero Silvia sí la creyó, porque dando un grito se dirigió corriendo hacia el lago. Iba llorando como una Magdalena...
Yo me quedé un poco atrás, pero pude ver que al llegar a la playa, se detuvo estupefacta.
Tendido en una toalla, tomando sol, estaba Lucas.
Al verla llegar, le dijo burlón:
-Ahora estamos a mano. ¿No crees?
Pensé que Silvia se iba a arrojar sobre él, para devolverle con intereses la bofetada de la noche anterior. Pero, en lugar de eso, se lanzó a sus brazos, llorando.
-¡Lucas, mi amor!  ¡Creí que habías muerto!
-Yo también creí anoche que te habías ahogado... Hasta que te vi entrar en la cabaña del vecino.
Lloraban, se besaban y se pedían mutuamente perdón. De mí ya no se acordaba ninguno.
Me pregunté cuánto les duraría la reconciliación... Y esa reflexión me hizo alejarme de ahí rápidamente.
Un perro viejo no debe andar metido en trifulcas de cachorros. 

NOCHES DE LUNA LLENA.

Clarita había llegado a Santiago, a estudiar en un Pre Universitario. Ya el año anterior le había ido solo regular en la Prueba de Admisión. Al menos, el puntaje no le alcanzaba para la carrera que ella quería.
La tía Julia la invitó a vivir a su casa, en lugar de la pensión para estudiantes en que habían pensado sus papás.
-¡Ni por nada va la niña a un lugar como ese!- exclamó espantada- ¡Marihuana y libertinaje, eso es lo  único que va a encontrar ahí!
Y no quiso escuchar objeciones al respecto.
Y así fue como Clarita se vio instalada en el departamento de su tía, en un antiguo edificio sin ascensor.
Pronto se dio cuenta de que en el cuarto piso, vivía un hombre que le pareció muy raro.
Era  flaco y tenía una cara larga y huesuda. Sus ojos, mansos y tristes, le recordaban a los de un animal sufriente.
Llevaba siempre un abrigo gris que le colgaba por la espalda, como si  flotara. Y un anacrónico sombrero negro, con el ala caída sobre los ojos.
Cuando volvía del Instituto se lo topaba en la escalera y él la saludaba con una venia. Pero, a Clarita le daba miedo. Subía los peldaños de dos en dos, y pasaba bien rápido por su lado, tratando de evitar el más mínimo contacto con el abrigo gris.
Se lo comentó a su tía y ella la miró con severidad.
-¡Pero, niña!  Si es Igor, el vecino más correcto y gentil que hubiéramos podido desear. ¡Por favor, contéstale cuando te salude!  No quiero que piense que tengo por sobrina a una maleducada...
Había semanas en que no lo veía ni una sola vez y en lugar de sentir alivio, se obsesionaba pensando en él.
No sabía si era joven o viejo y apenas había visto su cara, pero sus grandes ojos tristes despertaban en ella una extraña ansiedad.
Una tarde, volvieron a cruzarse en la semi penumbra de la escala y a él, en el momento de hacer la consabida venia para saludarla, se le cayó el sombrero.
Entonces pudo ver claramente su cara alargada y el pelo espeso y áspero, que se le erizaba en la coronilla. Era joven, pero el rictus amargo de su boca lo hacía parecer un viejo.
Cuando se agachó a recoger el sombrero, Clarita notó que tenía unas manos velludas, con uñas largas. Sin poder evitarlo, se estremeció.
El advirtió su mirada y un ramalazo de vergüenza y sufrimiento pasó por sus ojos. Ella, rápidamente bajó la vista y fingió que estaba destrabando el cierre de su mochila.
Ese fue el día en que empezó a pensar que realmente era un lobo.
Se sentía tan inquieta que volvió a tocar el tema frente a su tía Julia.
Ella se rió primero y después se enojó.
-¡Qué fantasiosa eres, niña!  ¿Cómo se te puede ocurrir una tontería semejante?
-Pero, dime, tía ¿qué sabes tú de él?
-En realidad, nada. Excepto que vive solo, que es muy tranquilo y caballeroso. Y con eso me basta. ¡No soy de las que se lo pasan pendientes de los vecinos !
Y le lanzó una mirada que la convenció de no volver a mencionar sus sospechas.
Pero, la idea de que Igor era un lobo, seguía impidiéndole concentrarse en los estudios.
Se le ocurrió consultar las fases de la luna en el calendario y pronto estuvo segura de que influían en su conducta.
Cuando había luna creciente, se lo veía tranquilo y sereno.
Subía la escala pausadamente y nada en sus gestos evidenciaba algún rastro de nerviosidad.
Pero cuando se acercaban las noches de luna llena, le bajaba una inquietud febril.
Subía corriendo, con el sombrero calado hasta las cejas.
Parecía que quería evitar a Clara, pero en el último instante, clavaba en ella sus ojos llenos de una tristeza abrumadora.
Hasta la forma de andar le cambiaba. Se le volvía cautelosa y sin ruido, como la de un animal salvaje que se deslizara por entre los árboles de un bosque.
Clarita había notado que Igor subía a veces hasta la azotea.
Allí no había nada, excepto el depósito del agua potable y las antenas de los televisores. Pero se podía ver la ciudad iluminada y la niebla que sigilosa, iba envolviendo los edificios al oscurecer.
Una noche de luna llena en que Clara no podía dormir, escuchó los pasos de su vecino en la escalera de la azotea.
Se puso una bata sobre el piyama, y lo siguió en silencio.
Al principio creyó que no había nadie, pero luego, apoyada en la baranda, vio una  silueta que no era humana, con la cabeza levantada hacia el cielo.
De lejos parecía un perro grande de pelo erizado, que le estuviera aullando a la luna.
Se deslizó a su lado en silencio y vio que el abrigo gris de Igor le cubría apenas el lomo.
Tiritaba como si tuviera frío, pero en realidad estaba llorando. Gemía como si una pena muy honda le rompiera el corazón.
Clarita tomó una de sus zarpas entre sus manos.
No sentía miedo.
Sólo una tierna compasión, que tal vez era amor, al verlo llorar así, tan triste y  tan privado de calor humano....
 Incapaz de librarse de su extraña maldición.

miércoles, 15 de mayo de 2013

VIDA EN PAREJA.

Mientras Julio se arreglaba la corbata frente al espejo, veía tras de sí a Nora, que lo miraba fijamente.
Sus grandes ojos oscuros se destacaban en su cara pálida. Últimamente la había visto pensativa y desganada.
-¿Estás enferma, Nora?
-¡No, Julio!  ¡No es nada!  Solo el cansancio que traigo de la oficina...
Pero Julio temía que hubiera algo más.
Que ella estuviera adivinando el cambio que se había producido en él.
¡Pero, no!  ¿Cómo podría?  ¡Se había preocupado de disimularlo bien!
Ahora la veía tras de él, observándolo mientras se arreglaba para salir.
Se notaba que no quería que fuera a esa comida, pero él, por nada del mundo renunciaría a hacerlo. Porque allí estaría Sandra, la nueva secretaria, de quién se había enamorado.
No, enamorado no. En realidad, la encontraba tonta y desvergonzada. Pero, no podía apartar de su mente las curvas de su cuerpo y su boca roja y provocadora.
¡Llegar a poseerla!  Ese era el deseo que lo atormentaba y llenaba sus horas, desde que la vió entrar por primera vez a su oficina.
Esa noche era la ocasión para insinuarle algo. Para alcanzar una mayor intimidad en sus relaciones.
-¡No vayas!- dijo Nora, de pronto.
Parecía que trataba de probar su amor.
-¡Pero, Nora!  ¡No puedo faltar! Tú sabes que el Gerente toma muy en cuenta la asistencia de los empleados. Y esta noche creo que va a anunciar algunos cambios que serán buenos para mí.
Ella se quedó en silencio y Julio creyó adivinar en sus ojos una humedad de lágrimas.
Sintió vergüenza y remordimientos por sus mentiras. Aún la quería. Al menos, sentía ternura al mirarla, aunque el fuego de su pasión se había extinguido hacía mucho.
En cambio ella seguía queriéndolo con el mismo ardor. ¡Era evidente que su vida giraba en torno a él !
-¡Está bien!  Me quedo- exclamó de pronto.
Pero Nora esbozó una sonrisa animosa, como sobreponiéndose a una momentánea debilidad.
-¡No, Julio!  Yo estaré bien. ¡Perdóname!  Te suplico que vayas.
Y ella misma le puso el abrigo sobre los hombros.
Con alivio, él cerró la puerta a sus espaldas, antes de que ella se arrepintiera.
Sus remordimientos se habían disipado antes de llegar a la esquina.
Toda su mente estaba ocupada por el cuerpo de Sandra, voluptuoso e insinuante. Y por su boca roja, que esa noche esperaba besar...
Mientras, Nora permaneció aún unos segundos parada en medio de la habitación.
Luego sacó el celular de su cartera.
-¡Aló, Pablo!
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- ¿ Estás libre esta noche?
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-¡Qué bueno!  ¡Yo también!
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-¡Voy para allá, entonces!  ¡Estoy loca de ganas de verte!