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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



viernes, 28 de diciembre de 2012

FELIZ AÑO NUEVO.

UN NUEVO AÑO PARA JUAN.

Juan se acostó desanimado. Siempre se sentía así cuando se acercaba el fin del año.
Hacía un balance de los meses vividos y le parecían vacíos y tediosos.
¿Qué cosa buena le había pasado?
(Hay que aclarar, eso sí, que nunca se preguntaba qué cosa buena había hecho él.)
Le parecía que había sido un año intrascendente.
El Amor le había pasado por el lado, mirándolo de reojo con displicencia. El Éxito lo había palmoteado en la espalda con un gesto prometedor, pero había seguido de largo.
(Más tarde, lo había visto detenerse junto al escritorio de Rivas y al día siguiente supo que lo habían nombrado Jefe de Área, aunque llevaba menos tiempo en la Empresa que Juan.)
Días de trabajo monótono. Compañeros que no eran amigos, sino extraños con máscaras joviales, que no sabía si ocultaban verdaderos rostros, o si sus rostros eran aquellas máscaras.
Tardes solitarias en su departamento, jugando a contactarse en la Red, con personas a quienes jamás conocería.
A veces pensaba que Internet era como un vasto mar sin orillas, en el que flotaban miles de náufragos, esperando inútilmente un barco que llegara a rescatarlos.
Así meditaba Juan en la soledad de su dormitorio, mirando la última hoja del calendario y temiendo que el porvenir fuera tan decepcionante como el presente.
Al fin, se quedó dormido y soñó.
Era una pesadilla en la cual veía pasar los años en un segundo, como los vagones de un tren que corriera vertiginoso sin detenerse.
Se miró en el espejo y vio la cara de un viejo.
¿Qué había pasado?  ¿Cómo era posible que su vida hubiera trascurrido íntegra de un momento a otro, precipitándolo en la vejez?
En su sueño, abrió la puerta y salió a la calle, desesperado.
Atardecía y se encontró en un parque donde el Otoño parecía haberse quedado suspendido indefinidamente.
Vio en un banco a una mujer de expresión desolada, con las manos vacías abiertas sobre el regazo.
De sus ojos manaban sin cesar lágrimas que corrían por los surcos de sus mejillas y se perdían en las comisuras de su boca.
Se sentó a su lado, queriendo prestarle algún consuelo, pero ella esbozó una mueca y lo increpó con rabia:
-¿De qué quieres consolarme, si tú tienes la culpa?
-¿Qué dice? Pero, si no la conozco... ¿Quién es usted?
-Soy tu Vida  ¿y niegas conocerme?  Tú hiciste de mí lo que soy ahora.
Y ante la mirada incrédula de Juan, continuó su amargo discurso:
-Si estoy sola, es porque no supiste amar. Dilapidaste tu juventud en amores fugaces, sin comprometer nunca tu corazón.
-¡Pero, si yo quería amar!
-Dí mejor que querías que te amaran a ti. No es lo mismo ¿verdad?
A continuación, la mujer lo miró y con mudo reproche le mostró sus vestidos andrajosos y sus manos vacías.
-Pero ¡ si trabajé duramente y la Fortuna me fue siempre esquiva!
-¿Por qué no reconoces que perseguiste el éxito por vanidad?  Competiste con otros para superarlos, pero no te superaste a ti mismo. Te conformaste con ser mediocre, pudiendo haber sido el mejor.
-Me echas en cara tu soledad -respondió Juan, resentido-  pero no puedes negar que tenía muchos amigos...
-¿Amigos por Internet? Creíste tener muchos, pero no conociste a ninguno. Te resultaban más cómodas esas amistades sin compromiso. ¿Acaso alguna vez reconfortaste a alguien con un abrazo? ¿Escuchaste una voz que pronunciara con cariño tu nombre? Piensa que nunca estrechaste una mano que se tendiera hacía ti buscando la tuya. No era calor humano el que brindabas pulsando las teclas de tu computador...
Juan bajó la cabeza y comprendió que ella tenía razón en su sarcasmo.
Su egoísmo y su incapacidad de entregarse, habían hecho de su vida un erial.
La mujer se levantó del banco y con una última mirada acusadora, se alejó, perdiéndose entre los árboles.
Juan quiso seguirla, preguntarle si era posible aún volver atrás...Pero sus piernas flaquearon y fue tal su angustia, que despertó.
Sin comprender aún que había soñado, se precipitó al espejo, creyendo que encontraría allí  su cara envejecida.
Pero se vio a sí mismo joven, tal como era en realidad.
  Entonces pensó que el sueño había sido un aviso para que corrigiera la vanalidad de su vida, antes de que fuera demasiado tarde.

CAMBIO DE VIDA.

Tenía una curiosa cualidad de anonimato.
Su cara era corriente, sin ser vulgar, pero tan parecida a cientos de otras chicas, que uno, al conocerla, la olvidaba inmediatamente.
Podían presentársela varias veces y siempre le parecía que era la primera vez.
Se llamaba Ruth y se diría que estaba acostumbrada a pasar desapercibida, pero la verdad era que no se resignaba. Bajo la incolora placidez de su rostro, bullía un  tumultuoso mar de resentimiento.
Envidiaba a otras chicas rutilantes y llamativas, que al andar parecían abrirse paso por entre un oleaje de deseos contenidos.
En las fiestas estaban siempre rodeadas de muchachos que se miraban entre sí con recelo y se disputaban el privilegio de salir a la pista a bailar con ellas.
Al final de la noche, repartían papelitos con su número de celular, como quien arroja al aire confeti.
A Ruth nadie le pedía nada.
La sacaban a bailar si no había otra opción. Y si un muchacho la invitaba dos veces, distraídamente volvía a preguntarle su nombre, como si nunca la hubiera visto antes.
Se acercaba el fin del año y Ruth quería cambiar su destino.
La razón le decía que eso de "Año Nuevo, Vida Nueva", era tan solo una ilusión. Que para ella, las cosas seguirían siendo iguales.
Su historia parecía estar escrita en un cuaderno borrador, con tinta descolorida y constaba de un solo capítulo que se repetía una y otra vez. El título del capítulo era "Nada".
Pero, en una noche de insomnio, decidió que en sus manos estaba cambiar su suerte. Si el éxito se conseguía siendo llamativa y provocadora, ella lo sería también.
Su modelo a seguir era Moira, la chica más popular del Liceo.
Muchas veces le habían chocado sus modales y su forma de hablar. Pero, estaba comprobado que así había que portarse para tener un séquito de admiradores alrededor de una y siempre un enamorado siguiéndole los pasos, como perro faldero.
La última semana del año, tomó hora en el Salón de Belleza.
Pidió que le decoloraran su pelo castaño y se lo tiñeran de un rubio platinado.
La peluquera le sugirió un peinado moderno y Ruth le mostró en una revista la melena irregular y extravagante que usaba Moira.
Cuando terminaron con ella, no se reconoció.
La peluquera, orgullosa de su obra, le dijo, riendo:
-¡Ojo! ¡Que en la calle le van a pedir autógrafos!
  Cuando llegó a su casa, no había nadie.
Sus padres trabajaban todo el día, así es que tuvo total libertad para probarse la nueva ropa que había comprado.
Una mini falda negra y una polera ceñida, que dejaba su cintura al descubierto.
Se miraba en el espejo, insegura, cuando su mamá entró al dormitorio.
-¡Dios mío, Ruth! ¿Qué te hiciste!
-¡Ay, mamá, por favor! ¿Acaso no me veo bien?
Su madre titubeó unos momentos y luego, le respondió vacilante:
-Sí, mi hijita, te ves muy linda. ¡Solo que ya no eres tú!
Ruth contempló una vez más en el espejo a aquella chica extraña, que no era más que el remedo de otra y arrojándose de bruces en la cama, se puso a llorar.
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En el Liceo, Pablo había pasado todo el año escolar enamorándose de Ruth.
Es cierto que al principio no le había llamado la atención. ¡Era tan tímida y apagada! Pero, sin darse cuenta la fue observando y descubriendo en ella un encanto dulce y una expresión franca y sin artificios, que terminó cautivándolo.
El Verano anterior había estado saliendo con Moira.
Recordaba con incredulidad cuan loco había estado por ella.
Era tan llamativa y sensual, que encandilaba a primera vista.
Al principio, ella parecía corresponderle y Pablo era la envidia de todos sus amigos.
-"¡Qué chica espectacular se consiguió Pablo!  ¿Cómo este tonto puede tener tanta suerte?  ¡Pensar que yo traté de conquistarla y no me hizo caso!  ¡A mí tampoco!  ¿Será que le gustan los gansos? "
Pero, cuando en Febrero fue a verla a la playa, a donde había ido a pasar unos días, la encontró fría y desdeñosa.
No le costó nada entender que ya tenía otro novio.
Regresó triste y humillado, jurando que nunca más volvería a acercarse a una chica como esa.
¡Ruth era tan distinta!
Su cabello castaño natural le enmarcaba la cara cayendo en suaves ondas. No se maquillaba los ojos y los tenía oscuros y dulces, con una mirada limpia que parecía siempre decir lo que pensaba.
Se fue enamorando de a poco, de un modo tranquilo y sin apuro. Tan diferente al sentimiento que había experimentado por Moira. Esa obsesión que lo había mantenido inquieto y desdichado durante tantos meses.
Llegó el fin del año. Se acabaron las clases y dejó de ver a Ruth.
Pero, sabía donde vivía y pensó que no dejaría que llegara el nuevo año sin antes declararle su amor.
¡Tenía que apurarse! Alguien podía descubrir también su secreto encanto y adelantársele.
Alguien más podía estar cansado  de esas caritas pintadas como máscaras y esos aires de vampiresas...
Decidió ir hasta su casa para invitarla a la fiesta que daría un amigo.
Sería la ocasión de demostrarle que estaba interesado en ella y que deseaba empezar el nuevo año a su lado.
Compró una rosa en el puesto de flores de la esquina.
Una rosa pálida y delicada como era Ruth y que exhalaba un aroma secreto, tal como sería el que ella llevaba en su alma.
Tocó el timbre y le abrió una señora que seguramente era su madre.
-¿Está Ruth?
-Este...Sí...Sí está- titubeó ella, no muy segura de lo que decía y a Pablo le extrañó esa actitud dubitativa.
-¡Voy a llamarla!-dijo la señora y se alejó hacia el interior.
Un momento después, Pablo vio venir hacia él a una rubia platinada, con los párpados teñidos de azul. Llevaba una minifalda y se equilibraba torpemente sobre unos enormes tacos.
Por un instante, creyó con horror que era Moira.
Pero, luego reconoció a Ruth y retrocedió sobrecogido.
Balbuceando algo que ni él mismo entendió, se alejó rápidamente, sin despedirse.
Solo una cuadra más allá se dio cuenta de que aún llevaba el tallo de la rosa apretado en un puño.
Mientras caminaba, la arrojó a un basurero.

jueves, 27 de diciembre de 2012

OTRA VERSION DEL CUENTO DE CAPERUCITA.

Caperucita tenía trece años y a esa edad, la mayoría de las chicas ya está enamorada.
Generalmente, enamorada del Amor, encarnado en la figura de algún tipo que por supuesto, no merece que malgasten en él tan delicado sentimiento.
Como ella no conocía a muchos jóvenes, se había enamorado del cazador que vivía en el  lindero del bosque.
Cada vez que su mamá la mandaba a visitar a la abuela, Caperucita aprovechaba de pasar cerca de la casa de su amado. 
Al cazador le divertía ser objeto del amor de la niña y se le ocurrió que ella estaría muy dispuesta a servir de señuelo para cazar al esquivo lobo que asolaba la comarca desde hacía tiempo.
Los pastores se quejaban de la pérdida de sus ovejas y el cazador veía que estaba en peligro su buena fama e incluso su empleo de guardabosques.
Así es que le propuso a Caperucita que se adentrara en la espesura y atrajera al lobo con su presencia. Cuando la bestia la atacara, intervendría el cazador y la salvaría heroicamente, ganándose la admiración de todos y de paso, eliminando a la bestia dañina.
Como la niña lo amaba, estuvo de acuerdo en desempeñar ese papel,  sin pensar en que ponía en peligro su vida.
Se internó en el bosque, cantando mientras recogía flores, con aparente descuido, mientras se acercaba cada vez más a la madriguera del lobo.
De pronto, el animal apareció silenciosamente a su lado y se ofreció a ayudarle a cortar flores para su abuelita.
-¡Pero, lobo! -protestó la niña- ¿Que no era que tú ibas a tratar de comerme?
-No, Caperucita, eso era antes- respondió el lobo con gentileza- Ahora he tomado en cuenta las advertencias sobre el colesterol alto y la hipertensión. He elegido una vida saludable y me he vuelto vegetariano.
-¿Vegetariano dices?
-¡Oh, sí! Y me siento mucho mejor. A propósito ¿no tendrás por casualidad alguna manzana en tu canastito?
Caperucita se despidió decepcionada y fue a contarle al cazador el fracaso de su misión.
Este se sintió muy defraudado.
¿Qué hacer, entonces, para recuperar su prestigio entre la gente del pueblo, que ya empezaba a mirarlo con cierto desdén?
¡Necesitaba protagonizar alguna hazaña que lo convirtiera en un héroe!
Se le ocurrió una nueva idea en la cual la imprudente Caperucita lo podría ayudar.
-Tú eres la niña más linda del pueblo- le dijo para halagarla- Todos te quieren y no soportarían perderte. Si tú estuvieras en peligro y yo te salvara, me haría digno de aplausos y hasta es posible que el Alcalde me otorgara una medalla al valor. De paso, aseguraría mi empleo, que temo me quiten si no hago algún mérito pronto.
-¿Y qué podría hacer yo?-preguntó Caperucita, dispuesta una vez más a arriesgar su vida con tal de ayudar a su amado.
-Ya sé-respondió el cazador- Fingiremos que te estás ahogando en el río. Tú te metes al agua y pides auxilio a gritos. Bien fuerte, para que te oigan desde el pueblo. Yo me lanzo sin vacilar a rescatarte y quedo como un héroe.
-Bueno- dijo Caperucita, algo asustada- Pero, tienes que apurarte en sacarme, porque yo no sé nadar.
-Por supuesto! No temas...No perderé ni un segundo.
 Se pusieron de acuerdo en encontrarse esa tarde en la ribera del río, en la parte más cercana al puente que conducía al pueblo. Era imprescindible que hubiera espectadores del salvamento.
Cuando Caperucita divisara al cazador, esperaría su señal y se lanzaría al agua.
Mientras llegaba la hora de la cita, el hombre se dirigió a almorzar a su cabaña.
Devoró con apetito una pierna de jabalí, regándola con abundantes vasos de vino.
Satisfecho su apetito, se dirigió hacia el río a paso lento. En la orilla, ya se encontraba Caperucita, esperándolo con ansiedad.
El le hizo un gesto disimulado, por si alguien los estuviera mirando, y Caperucita, luego de colgar su capa roja en un arbusto, se adentró valientemente en el río.
Al principio, el agua le llegaba sólo a las rodillas, pero de pronto, las olas la arrastraron hacia el centro de la corriente y aterrada, se puso a gritar.
El cazador se lanzó al agua, pero la pesada comida y el vino, le volvían las piernas de plomo. Intentó nadar, pero se fue al fondo, mientras fuertes calambres le retorcían las víceras.
Temió ahogarse y retrocedió hasta la orilla.
Desde ahí vio como las aguas embravecidas arrastraban a la niña. Dos veces divisó su cabecita rubia emerger entre los remolinos de espuma y luego la perdió de vista, mientras el río la arrastraba inexorablemente hacia el mar.
Más tarde, sus padres, desolados, encontraron la capa roja sujeta en el matorral. Como fue lo único que hallaron de ella, supusieron que se la había comido el lobo.
Se organizaron batidas entre los hombres del pueblo, para darle caza.
 Y por supuesto, el cazador demostró ser el más valeroso de todos y no descansó hasta que logró darle muerte.

lunes, 24 de diciembre de 2012

UNA CHICA ROMANTICA.

Solo soy una creación de Ignacio, de eso no me cabe duda.
Este muchacho creía que los diarios de vida eran cosa de mujeres, pero luego descubrió que varios personajes famosos, nada de gays por cierto, los han escrito, así es que dejó de mirar con menosprecio esa posibilidad, que le parecía algo cursi.
Se compró un cuaderno y lo primero que hizo fue darme vida a mí.
Me siento halagada, porque en la primera página puso por título:  "Mi chica ideal". Y a continuación, me describió:
Pelo rubio, liso, ojos castaños, delgada. Lleva un abrigo largo sobre una minifalda y botas. Usa una boina caída sobre el ojo izquierdo.
Y esa soy yo.
No puedo quejarme.
En el trascurso de los días me ha ido agregando cualidades espirituales.
Resulta que soy inteligente, capaz de vibrar con la belleza. Y tengo un corazón que late regularmente al impulso de mis emociones.
Con eso estoy completa y ya puedo salir del cuaderno a ver el mundo, cada vez que Ignacio se ausenta.
He curioseado por la habitación, donde hay un computador y algunos libros sobre una repisa.
Esta mañana se abrió uno de ellos y por entre sus páginas se asomó un chico que dijo llamarse Holden.
Se autodefinió como "El guardián en el centeno" y estuvimos conversando un rato.
A él lo creó un tal Salinger, escritor talentoso, así que Holden es un personaje complejo, "inspirador de asesinos". Así me dijo. Y que no sabe por qué, pero ha inspirado a por lo menos un par de magnicidas...
¡Qué responsabilidad!
Yo prefiero ser una chica sencilla, la mujer ideal de un joven de diecisiete años y no inspirar otra cosa que un amor platónico, que ojalá sea eterno.
En las tardes, cuando Ignacio vuelve del Liceo, abre el cuaderno en la página en que me ha dibujado.
Estoy bajo un árbol sin hojas y a mis pies ha escrito un verso que dice:
"Eres la boina gris y el corazón en calma"
No lo inventó él, es de un poeta llamado Pablo Neruda.
Como ven, he aprovechado mi tiempo leyendo los libros que hay en el anaquel.
En el dibujo me veo bastante linda, se los tengo que decir. Eso me ha motivado para salir a pasear por el barrio y comprobar el arrastre de mis encantos.
Agito mi melena rubia y obtengo varios silbidos de admiración y algunos piropos, no muy finos, que me llegan desde las construcciones.
Pero he decidido seguir siendo fiel a Ignacio. Puesto que él me ha creado y me ha conferido la tremenda responsabilidad de ser su mujer ideal.
Hoy, cuando partió a clases, decidí seguirlo.
Rápidamente, escapé del cuaderno y me fui despacito detrás de él, hasta  el Liceo.
Solo llegué a la reja. Para entrar, tendría que haber llevado uniforme y estar matriculada. ¡No debo olvidar que soy lo que llaman "un personaje de ficción" !  Pero ¡como quisiera darme a conocer a él!  Mostrarme ante sus ojos como un ser de carne y huesos...
Estoy empezando a enamorarme. Lo cual no es raro, puesto que él me ha concebido como su alma gemela.
A los dos nos gusta la música, las tardes de Otoño y ver pasar los trenes que van hacia el Sur. Tal vez porque allá llueve mucho y la lluvia siempre ha sido inspiración de los poetas.
Hoy, me salí del cuaderno una vez más y lo esperé en la esquina.
¡Me reconoció enseguida! Se quedó inmóvil, mirándome extasiado, como quién mira el final de una película romántica, de esas de los años cincuenta, que terminaban con un beso y la palabra FIN.
Lo saludé con una sonrisa silenciosa y esperé que hablara, puesto que no sabía el terreno que estaba pisando.
-¿Eres de este barrio?- me preguntó.
-¡Claro! ¿Acaso no me habías visto antes?
- La verdad es que te he visto en mis sueños. Incluso te he dibujado. Pero, no estoy seguro de que seas real.
En ese momento, debí haberle confesado todo, pero no pude.
¿Cómo renunciar a sentirme viva? ¿Cómo admitir ante él y ante mí misma que nací del trazo de un lápiz y que una simple goma de borrar podría acabar con mi existencia?
Así es que lo miré como si pensara que la suya era una broma y lo invité a caminar por el parque.
Nos tomamos de la mano y bajo un árbol sin hojas, lo besé.
Sí, fui yo la que junté mis labios con los suyos y así pude saber por fin lo que es un beso de amor.
¡Hay tantas cosas que quisiera probar!
Todo me dice que mi existencia será breve. No soy un personaje de novela clásica, que puede trascender en el tiempo y volverse inmortal. Soy tan solo la invención de un joven romántico y sé que duraré lo que dure su ilusión. ¡Que espero sea mucho tiempo!
Nos despedimos cuando se encendieron las luces.
El se quedó fumando bajo un farol y yo partí apresurada, a ocupar mi lugar en el cuaderno.
¿Qué habría pasado si, al conocerme  esta noche, hubiera querido escribir y se hubiera encontrado con mi página en blanco?
Al poco rato llegó y, efectivamente, abrió su diario y escribió solo dos frases:
"Ella existe. No es fruto de mi imaginación."
Y sin embargo lo soy.
Hablé con Holden y me dijo que estoy en un callejón sin salida. Que he sido demasiado audáz al querer salir al mundo y vivir como los humanos.
El jamás se apartaría de su libro, me aseguró.
-No podría.- me dijo-  Soy el guardián  en el centeno y de mí depende la seguridad de los niños que juegan ahí.
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Han pasado muchos días.
Ignacio ya no abre el cuaderno para mirar mi retrato. ¿Qué le habrá sucedido?
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Hoy me escapé apenas salió y lo seguí hasta el Liceo.
En la esquina se encontró con una niña morena y se fueron juntos, conversando.
El la miraba a ella como antes me había mirado a mí. Con los mismos ojos que le ví esa tarde en el parque, después que nos besamos.
¡Pensar que yo era su mujer ideal y ahora me ha cambiado por otra, totalmente opuesta a mí!
Soy rubia y pálida. Ella es morena y su cara es sonrosada como una fruta.
En la tarde, apenas llegó, abrió el cuaderno. Me miró largamente, como con nostalgia. ¡Ya me ha condenado a no ser más que un recuerdo!
En una página en blanco, la ha dibujado a ella.
A sus pies escribió:
"Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas..."
Otro poema de Neruda.
Es como si hubiera escrito mi epitafio.
Ya no existo para él.
 Es preciso que desaparezca, porque mi vida ya no tiene objeto.
Sé que soy apenas unos trazos de lápiz sobre un papel y que si me mojara, me borraría.
Por eso he elegido para irme, este día en que está lloviendo.
Quiero desaparecer en la lluvia. Diluirme en ella, casi sin notarlo.
Será un final adecuado para una chica romántica a quién le gustan los versos. Porque la lluvia siempre ha sido inspiración de los poetas.

LA VERDADERA HISTORIA DE CENICIENTA.

Mientras sus dos hermanastras asistían a la Universadad, hay que reconocer que con escaso éxito, Cenicienta debía quedarse en la casa, ayudándole a su madrastra.
Así, las tres mujeres se ahorraban el sueldo de la sirvienta, dinero que gastaban generosamente en cremas de belleza y cosméticos de alto valor.
Mientras, Cenicienta se hacía máscaras con rebanadas de pepino y otras verduras que sobraban en la cocina y estaba cada día más linda, sin gastar un centavo.
Sus parientes, en cambio, no lograban torcer la mala intención de la Naturaleza, que había decidido perjudicarlas desde la cuna.
Eso hacía que envidiaran a Cenicienta y le encargaran los trabajos más pesados.
Pero, lo que a la joven le dolía más era no poder estudiar una profesión que le permitiera desarrollar su intelecto y valerse por sí misma en la vida.
Corrió una noticia por todo el reino: Habría un fastuoso baile en el que el príncipe elegiría   novia  entre las jóvenes asistentes.
Las hermanastras de Cenicienta se apresuraron a ir al más elegante de los Malls que proliferaban en la ciudad. Allí eligieron fabulosos vestidos, zapatos y joyas, confiadas en hacer subir a superficie sus encantos sepultados bajo gruesas capas de irremisible fealdad.
Cenicienta pelaba papas en silencio, como si se hubiera resignado a no asistir al baile.
Pero, nada más lejos de eso.
Apenas las vio partir en una limousina arrendada, corrió a la casa de su vecina, una encantadora ancianita que siempre le sonreía con cariño.
-Vecina, necesito su ayuda- dijo Cenicienta, sin ambages- No estoy dispuesta a dejarme humillar más. Soy la más bonita del reino y puedo fácilmente conquistar al príncipe. Esto se lo digo sin falsa modestia, porque con usted no voy a gastarme en hipocresías.
-Tienes razón, Cenicienta. Eres la más bella. Yo te ayudaré a mostrarte ante el príncipe en todo tu esplendor. Acompáñame a mi dormitorio.
De debajo de su cama sacó una vieja maleta de cartón. Por las rasgaduras de la tapa y los insterticios de las bisagras, brotaba un resplandor azul.
La abrió y sacó un maravilloso vestido de gala, de seda azul con encajes plateados. Lo complementaban unos zapatitos de cristal que herían la vista con sus destellos.
Cenicienta quedó atónita y no atinó a moverse siquiera. Pero la anciana la hizo despojarse rápidamente de su vestido viejo y le deslizó por la cabeza el vestido de fiesta, que parecía hecho para ella. Los zapatos también le calzaban a la perfección.
Se miró al espejo y vio toda su belleza manifestarse y resplandecer como un nimbo de oro en torno a su figura.
Su vecina había sido peluquera en su juventud y le hizo un moño alto, el cual decoró con camelias blancas que sacó de su jardín.
Por supuesto que la orquesta enmudeció y el baile se paralizó cuando Cenicienta hizo su entrada en el salón.
El guapo príncipe corrió a su encuentro y tomándola entre sus brazos la sacó a bailar.
Bailaron y conversaron.
Pronto, Cenicienta comprobó que él no tenía mucho tema de conversación. Solo hablaba de partidos de water polo y de cacerías de elefantes en las llanuras de Africa.
En vano, ella quiso introducir algunos de los apasionantes temas que había descubierto en la biblioteca de su difunto padre.
-Hace tiempo que no leo libros- dijo el príncipe- Me aburren. Prefiero las comunicaciones audio visuales. ¡También soy fanático de faceboock y de twiter!  Creo que en Internet está todo lo que necesito para cultivarme.
Cenicienta se sintió bastante decepcionada.
Pero, él no lo notó y creyendo que la había impresionado con su elocuencia, la apretó contra su pecho y acercó su boca a la de ella, con un propósito más que evidente.
Una vaharada de olor a ajo casi la hizo perder el sentido.
¡EL príncipe, para colmo, tenía un aliento fétido!
Rápidamente, se soltó de su abrazo de hierro, y con el pretexto de ir al baño, abandonó el salón.
Vio una escalinata que conducía al jardín y se lanzó por ella a la carrera. Se le rompió un taco del zapato de cristal y lo abandonó en los peldaños, sin darse tiempo a recogerlo.
No paró de correr hasta que encontró un taxi.
Cuando las tres decepcionadas mujeres regresaron a la casa, Cenicienta ya dormía. Y por supuesto, ni por casualidad soñaba con el príncipe...
Corrió otra noticia.
El príncipe se había enamorado de una misteriosa joven que había asistido al baile, dejando uno de sus zapatos en la escalinata del palacio.
Era tan pequeño que solo podría calzarle a un pié tan delicado como el de la hermosa desconocida. Así es que la buscarían por toda la ciudad, hasta encontrarla.
Cenicienta molió con el martillo el zapato de cristal que le quedaba y enterró los restos en el jardín. Al principio, un leve resplandor flotó aún unas horas sobre la tierra y después se apagó.
Cuando llegaron los lacayos de palacio a hacer la prueba, se forró el pié con cinco pares de medias y así, se hizo evidente que el zapatito de cristal no le cabía.
Cansado de buscar en vano a su amada, el príncipe decidió casarse de todas formas y para ello eligió a la mayor de las dos hermanastras.
La madrastra estaba tan feliz que se le ablandó el corazón y le dio permiso a Cenicienta para que entrara a estudiar a una Universidad vespertina.
Eso le permitió a la joven obtener un título profesional y luego descollar en la carrera que había elegido.
Casarse con un príncipe no estaba entre sus ambiciones. Al menos, no  por el momento...