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jueves, 6 de diciembre de 2012

LA NAVIDAD DE JOSEFINA.

Como todos los años, en la Sección Papeles decidieron jugar al "amigo secreto".
Los más modernos dijeron que ahora se podía hacer por internet, pero nadie sabía cómo, así es que volvieron a la vieja práctica de la bolsa con los papelitos doblados.
Josefina se ofreció a ayudar a escribir los nombres y así pudo asegurarse de que le tocara el de Joaquín.
Después de escribirlo, lo hizo una bolita y se lo escondió en la pulsera del reloj. Nadie se dio cuenta.
¡Deseaba tanto regalarle algo a él!
Hacía meses que no se hablaban y su ruptura parecía definitiva. Pero, Josefina no perdía la esperanza de que volvieran.
En vano buscaba sus ojos cuando se cruzaban en el pasillo. El seguía de largo con una sonrisa fría apenas esbozada en sus labios.
Ella quería regalarle algo que lo conmoviera y lo hiciera recordar.
Comprarle, por ejemplo, el DVD de la película que habían visto juntos la tarde en que empezó todo. El adivinaría que el regalo era de ella y comprendería que continuaba queriéndolo.
Estaban pasando la bolsa con los papeles y vio a Joaquín sacar uno, sonriendo y bromeando. Pero la sonrisa se le borró al leer el nombre que le había tocado y una mueca de mal humor apareció en su cara.
Josefina adivinó que, por una coincidencia improbable, había sacado el nombre de ella.
Vio que doblaba el papel y empezaba a mirar a su alrededor, buscando a alguien a quién cambiárselo.
No quiso ver más y se fue a llorar al baño.
Sintió que el corazón se le rompía en pedazos y deseó no seguir viviendo.
Pero, la vida continuó, por supuesto, en esa eterna tarde en que ayudó a decorar el árbol de Navidad de la sección, sin saber lo que hacía.
Se fue caminando despacio, sin ganas de llegar a su departamento, donde no la esperaba nadie.
Había sacado su arbolito de la bodega, pero no tenía ganas de adornarlo. La caja de guirnaldas y globos de colores yacía en un rincón, sin que se animara siquiera a abrirla.   
Y ahora, menos que nunca...
Todas las tardes, cerca de su casa, pasaba por frente a un bazar.
En la vidriera exhibían adornos navideños y en el centro, había un ángel de alas plateadas.
Se parecía al angelito que su mamá sujetaba en la punta del árbol, en lugar de una estrella.
Todas las Navidades de su infancia lo había visto y cuando Josefina creció, su mamá le permitió que fuera ella la que lo sujetara en la rama más alta.
Recordaba con nostalgia esos años en que había sido feliz, con la inocencia de los niños, que no conocen los verdaderos desengaños.
Se quedaba parada frente a la vitrina, contemplando la figura y recordando a sus padres, que se hallaban tan lejos...
Habría podido entrar al bazar a comprarlo, pero no tenía ánimo. Además, sabía que aunque lo hiciera, no podría recobrar la magia de aquel tiempo, porque su corazón había cambiado.
Faltaban pocos días para Navidad. ¡Cómo se arrepentía de haber sacado el nombre de Joaquín como su amigo secreto!  Ahora, se veía obligada a comprarle algo, sabiendo que él había tratado de deshacerse del papel con el nombre de ella.
Al final, le compró un bolígrafo. Deliberadamente impersonal, para que no pudiera adivinar quién se lo regalaba.
La tarde del veintitrés, cuando pasó frente al  bazar, vio que ya no estaba el angelito en la vidriera.
¡Se lo habían llevado!
Con tristeza lamentó no haberlo comprado ella y más que nunca, sintió la soledad y la nostalgia de su infancia.
La vitrina se veía vacía sin el angelito y Josefina pensó que ese mismo vacío reinaba en su corazón.
Y así, llegó la mañana del veinticuatro.
En la sección Papeles y en toda la Distribuidora, reinaba un ambiente de fiesta.
La mayoría fingía que trabajaba, sin hacer nada. Los más fanáticos o los más amargados, seguían pegados a la pantalla del computador, sin querer contagiarse del espíritu navideño.
Pero, al mediodía, trajeron una torta y champaña y el señor Vinagre, que le hacía honor a su apellido, salió de su oficina y se unió al personal con sonrisa condescendiente.
Alguien se ofreció a hacer de "Viejito Pascuero" y empezó a repartir los regalos que estaban debajo del árbol.
Josefina abrió el suyo sin entusiasmo y su asombro fue total al  ver al angelito envuelto en papel de seda.
Escuchó que alguien le decía en voz baja:
-Para que lo pongas en tu árbol de Navidad.
Se volvió sobresaltada y vio a su lado al joven vendedor que había llegado hacía unos meses.
Por primera vez, lo miró con atención y vio una cara simpática y unos ojos brillantes que la miraban, conmovidos.
-¿Cómo adivinaste...?
-Es que en las tardes voy para el mismo barrio que tú y siempre te veía detenerte frente a la vitrina del bazar.
-¿No será que me estabas siguiendo?- preguntó Josefina, entre enojada y complacida- ¿Y por qué?
-¿Que por qué te seguía? ¡Ah! ¿Realmente necesitas preguntarlo? Si es así, el espejo te dará la respuesta.
Josefina vio de reojo como Joaquín desenvolvía su regalo y se quedaba mirando el bolígrafo con rostro inexpresivo.
Le volvió la espalda.
-¿Y cómo conseguiste el papel con mi nombre?- preguntó.
-¡Ah! ¡Lo compré en el mercado negro!- el joven soltó la risa y luego se corrigió- ¡En realidad, me lo cedió un tonto que no supo apreciar la suerte que le había tocado!  

1 comentario:

  1. bello relato estimada Lilian
    en verdad uno debería saber apreciar las pequeñas cosas, los detalles que son significativo para uno...
    todo tiene su tinte mágico en esta navidad!

    te dejo un abrazo cordial!

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