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jueves, 27 de diciembre de 2012

OTRA VERSION DEL CUENTO DE CAPERUCITA.

Caperucita tenía trece años y a esa edad, la mayoría de las chicas ya está enamorada.
Generalmente, enamorada del Amor, encarnado en la figura de algún tipo que por supuesto, no merece que malgasten en él tan delicado sentimiento.
Como ella no conocía a muchos jóvenes, se había enamorado del cazador que vivía en el  lindero del bosque.
Cada vez que su mamá la mandaba a visitar a la abuela, Caperucita aprovechaba de pasar cerca de la casa de su amado. 
Al cazador le divertía ser objeto del amor de la niña y se le ocurrió que ella estaría muy dispuesta a servir de señuelo para cazar al esquivo lobo que asolaba la comarca desde hacía tiempo.
Los pastores se quejaban de la pérdida de sus ovejas y el cazador veía que estaba en peligro su buena fama e incluso su empleo de guardabosques.
Así es que le propuso a Caperucita que se adentrara en la espesura y atrajera al lobo con su presencia. Cuando la bestia la atacara, intervendría el cazador y la salvaría heroicamente, ganándose la admiración de todos y de paso, eliminando a la bestia dañina.
Como la niña lo amaba, estuvo de acuerdo en desempeñar ese papel,  sin pensar en que ponía en peligro su vida.
Se internó en el bosque, cantando mientras recogía flores, con aparente descuido, mientras se acercaba cada vez más a la madriguera del lobo.
De pronto, el animal apareció silenciosamente a su lado y se ofreció a ayudarle a cortar flores para su abuelita.
-¡Pero, lobo! -protestó la niña- ¿Que no era que tú ibas a tratar de comerme?
-No, Caperucita, eso era antes- respondió el lobo con gentileza- Ahora he tomado en cuenta las advertencias sobre el colesterol alto y la hipertensión. He elegido una vida saludable y me he vuelto vegetariano.
-¿Vegetariano dices?
-¡Oh, sí! Y me siento mucho mejor. A propósito ¿no tendrás por casualidad alguna manzana en tu canastito?
Caperucita se despidió decepcionada y fue a contarle al cazador el fracaso de su misión.
Este se sintió muy defraudado.
¿Qué hacer, entonces, para recuperar su prestigio entre la gente del pueblo, que ya empezaba a mirarlo con cierto desdén?
¡Necesitaba protagonizar alguna hazaña que lo convirtiera en un héroe!
Se le ocurrió una nueva idea en la cual la imprudente Caperucita lo podría ayudar.
-Tú eres la niña más linda del pueblo- le dijo para halagarla- Todos te quieren y no soportarían perderte. Si tú estuvieras en peligro y yo te salvara, me haría digno de aplausos y hasta es posible que el Alcalde me otorgara una medalla al valor. De paso, aseguraría mi empleo, que temo me quiten si no hago algún mérito pronto.
-¿Y qué podría hacer yo?-preguntó Caperucita, dispuesta una vez más a arriesgar su vida con tal de ayudar a su amado.
-Ya sé-respondió el cazador- Fingiremos que te estás ahogando en el río. Tú te metes al agua y pides auxilio a gritos. Bien fuerte, para que te oigan desde el pueblo. Yo me lanzo sin vacilar a rescatarte y quedo como un héroe.
-Bueno- dijo Caperucita, algo asustada- Pero, tienes que apurarte en sacarme, porque yo no sé nadar.
-Por supuesto! No temas...No perderé ni un segundo.
 Se pusieron de acuerdo en encontrarse esa tarde en la ribera del río, en la parte más cercana al puente que conducía al pueblo. Era imprescindible que hubiera espectadores del salvamento.
Cuando Caperucita divisara al cazador, esperaría su señal y se lanzaría al agua.
Mientras llegaba la hora de la cita, el hombre se dirigió a almorzar a su cabaña.
Devoró con apetito una pierna de jabalí, regándola con abundantes vasos de vino.
Satisfecho su apetito, se dirigió hacia el río a paso lento. En la orilla, ya se encontraba Caperucita, esperándolo con ansiedad.
El le hizo un gesto disimulado, por si alguien los estuviera mirando, y Caperucita, luego de colgar su capa roja en un arbusto, se adentró valientemente en el río.
Al principio, el agua le llegaba sólo a las rodillas, pero de pronto, las olas la arrastraron hacia el centro de la corriente y aterrada, se puso a gritar.
El cazador se lanzó al agua, pero la pesada comida y el vino, le volvían las piernas de plomo. Intentó nadar, pero se fue al fondo, mientras fuertes calambres le retorcían las víceras.
Temió ahogarse y retrocedió hasta la orilla.
Desde ahí vio como las aguas embravecidas arrastraban a la niña. Dos veces divisó su cabecita rubia emerger entre los remolinos de espuma y luego la perdió de vista, mientras el río la arrastraba inexorablemente hacia el mar.
Más tarde, sus padres, desolados, encontraron la capa roja sujeta en el matorral. Como fue lo único que hallaron de ella, supusieron que se la había comido el lobo.
Se organizaron batidas entre los hombres del pueblo, para darle caza.
 Y por supuesto, el cazador demostró ser el más valeroso de todos y no descansó hasta que logró darle muerte.

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