Juan
se sentías tan solo en su departamento, que salió a la calle para ver
gente....y se sintió más solo todavía.
¿ Qué
mayor soledad puede haber que la de estar rodeado de desconocidos?
Le
pareció que andar así por las calles, ignorado de todos, era como caminar
envuelto en una niebla algodonosa.
¡
Ojalá me encontrara con alguien conocido!- pensaba- Alguien que quizás también salió a la calle
para escapar de su soledad ...
Pero
una masa anónima lo envolvía. Era como
una boca enorme que lo engullía y se lo tragaba sin masticarlo siquiera.
A lo
lejos vio venir a un vecino del barrio al que apenas conocía.
¡ Por
fin alguien a quién saludar !
Sacó
del bolsillo de su alma su mejor sonrisa, una brillante y nueva, como para día
Domingo y se aprestó a desearle las buenas tardes... Pero el vecino, haciendo
un vago gesto con la mano pasó de largo. ¡ Iba hablando por celular!
Juan
odiaba los celulares, incluso el suyo.
La opinión general era que gracias a ellos la gente estaba conectada
como nunca. Pero Juan sentía que era mentira, que todos estaban cada día más
solos.
¿
Acaso las personas usaban los celulares para concertar un encuentro? No, todo lo contrario. Justamente era para
evitar ese encuentro y solucionar las cosas por teléfono con mayor rapidez...¿
Qué pasaba con el tiempo que cada vez alcanzaba menos?
¡ Cuantas veces una promesa de charla amena que
llenaba de esperanzas su corazón, se había visto interrumpida por la odiosa
musiquita...!
-Perdona,
tengo que atender- decía su interlocutor, y ahí se acababa todo.
El cálido
hilo que los había atado durante un instante, se cortaba con un brusco
tijeretazo.
-Me había olvidado de este asunto urgente...¡
me voy corriendo! ¡ Otro día te llamo!
A
Juan le parecía que los muros de su soledad estaban hechos con innumerables
ladrillos. Y en cada uno de ellos estaba escrito: " Otro día te
llamo".
Masticando
sus tristes reflexiones, como si fueran una goma de mascar amarga, se dirigió
sin pensarlo, al cementerio.
Muchas
veces sus solitarios paseos terminaban ahí.
Caminar
entre gente dormida, que tal vez soñaba, ajena ya a las angustias de la tierra,
siempre lo apaciguaba.
A lo
lejos, entre los cipreses, divisó a alguien. ¡ Qué extraño!- se dijo.
Pero,
su sorpresa se acrecentó al reconocer a su amigo Pedro.
¡ Qué
tiempo hacía que no lo veía! Con súbito
rubor se acordó de su último encuentro. Había sido él, Juan, el que había
pronunciado la odiosa frase : " Otro día te llamo"
Y por
supuesto, ese día nunca llegó.
Pedro
lo reconoció y una melancólica sonrisa, exenta de rencores, iluminó su cara.
-
Amigo ¡ Qué gusto me da verte por acá !
Juan
supuso que era otro ser angustiado como él, que buscaba la serenidad de los
cementerios.
Se
sentó a su lado, sobre la loza de una tumba y conversaron hasta que llegó la
noche.
Ningún
repiqueteo de celular interrumpió su charla ni Pedro se acordó de pronto que
tenía algo urgente que hacer...
-¡
Hacía tanto tiempo que no conversaba así con nadie, sin apuros y sin
interrupciones!- exclamó Juan, reconfortado.
-Eso
es lo bueno que tiene ésto- respondió Pedro con dulzura - El paso del tiempo
aquí ya no importa...
Juan
se paró sobresaltado y al querer tomarlo de un brazo, lo notó incorpóreo.