Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 27 de diciembre de 2015

BREVE RELATO DE AÑO NUEVO.

Como no tenía ninguna invitación para festejar el Año Nuevo, decidí esperar las doce arriba del Metro.  Al menos así no estaría sola...
Me senté al lado de un viejito con cara de amargado, que llevaba una enorme maleta.
-¿ Lo echaron de la casa, abuelo?- le pregunté en son de broma, para entablar conversación.
Me miró irritado.
-¿ Que no te das cuenta de que soy el Año que se va?
-¿ Y por qué lo noto tan triste?
-¿ Te parecen pocos los motivos que tengo para  estarlo ?   Hace doce meses llegué a la Tierra confiado y optimista. Ahora me voy derrotado, cargando todos los errores de los hombres...
No supe que contestarle y el viejito arrastró la maleta por el pasillo y se bajó.
Habíamos llegado a la última estación del recorrido.
Me bajé también, queriendo seguirlo, pero no lo vi por ninguna parte.  Entonces decidí cambiar de andén para tomar el Metro en sentido contrario.
Conmigo subió un niño pequeño que saltaba y reía, loco de entusiasmo.
Adiviné que era el Año Nuevo que llegaba.

Vi tanta esperanza en su carita, tanta ciega confianza en la bondad de los hombres, que sentí ganas de llorar.

domingo, 20 de diciembre de 2015

LUZ DE ESTRELLA.

Cuento de Navidad.

A un costado del firmamento, casi invisible a los ojos humanos, brillaba una estrella.
Era pequeñita y pálida y por más que hacía esfuerzos hasta quedar exhausta, no lograba sacar de sí misma un mayor fulgor.
Al anochecer, cuando se encendían las constelaciones, salía el Padre Dios a pasear por el cielo, acompañado de sus ángeles.
La estrellita lo miraba de lejos y titilaba más que nunca, ansiando que El la mirara también. Pero, las otras estrellas la opacaban con su brillo, y empujándola a un lado, le decían:
-¡ Quítate de aquí, paliducha!  Somos nosotras las encargadas de alumbrar su camino.
Y la estrella se encogía, cabizbaja y derramaba unas lágrimas que atravesando el espacio, caían a la tierra transformadas en luciérnagas.
Pero lo cierto era que el Padre Dios la había visto. Nada escapaba a sus ojos divinos. Y más de un anochecer había sonreído con dulzura al notar los esfuerzos que ella hacía para iluminar sus pasos.
Por eso, un día mandó a sus ángeles que fueran a buscarla.
-¡ Estrellita!  ¡ Ven con nosotras en seguida!  El Señor Dios te llama.
-¿ Para qué será?- susurró la estrella- ¿ Querrá que apague mi pobre luz porque no es digna de brillar en el cielo?
- ¡ Al contrario!  Te llama para encargarte una misión.  Iluminarás esta noche un lugar especial allá en la tierra. Deberás servir de guía y señalarle el camino a los que acudan a ver al Rey.
-¿ Un rey, dices?- y la estrellita tembló, sobrecogida de asombro.
-¡ Sí!  Esta noche nacerá el Rey de Reyes.  Nacerá como un hombre, pero es el Hijo de Dios.
La pobre estrella gimió, soltando el llanto- ¿ Cómo haré yo para refulgir así, si apenas tengo luz?
-No te aflijas. Eso puede arreglarse - dijo uno de los ángeles y voló hasta la despensa donde Dios guardaba la luz del mundo.
Desde ese día prodigioso en que había dicho: ¡ Hágase la luz ! , se reservaban ahí los materiales que le sobraron de la creación.
Volvió con un balde rebosante de resplandor dorado y lo vació sobre la estrella.
Ella quedó empapada de pies a cabeza y  cerró los ojos, enceguecida por su propio fulgor.
Cuando pudo mirarse, se vio tan brillante y tan hermosa que ya no tuvo dudas de que podría cumplir su misión.
Los ángeles le señalaron un pueblo llamado Belén y le dijeron:
- ¡Brilla, estrellita, brilla!   Eso es todo lo que tienes que hacer...
Ella miró hacia abajo y se sintió confundida.  ¿ Donde estaba el palacio del rey?
Solo veía un pobre establo donde mugía una vaca y balaban unos corderos.
Pero vio a unos pastores que venían por el camino y les oyó decir:
-¡ Es allí!  ¡ Allí, donde brilla esa estrella!
Y cargados de humildes regalos, se dirigieron al pesebre.
Por un hueco en el techo, la estrellita atisbó hacia el interior. Ahí, sobre la paja, vió a un recién nacido.  Una mujer muy pobre lo arropaba con un pañal y un cordero acercaba humildemente su vellón, para calentar sus piececitos.
Sobre la frente del niño brillaba una luz que semejaba una corona de oro.
- ¡ Sí!  ¡ Es el Rey!- suspiró la estrellita tranquilizada.
Y resplandeció con tantas ganas que se iluminaron los campos y los gallos empezaron a cantar, creyendo que llegaba el día.


DESEO NAVIDEÑO.

Que en Navidad recibas bendiciones
y el Nuevo Año te traiga muchos dones,
es el deseo de alguien que en ti piensa,
y no pone su nombre porque le da vergüenza.
Prefiere ser llamada " Amiga Fiel"
y te manda un saludo cariñoso.
Que en Navidad disfrutes mucho gozo...
y regalitos de Papá Noel.
Aunque más importante es el cariño
y sentirse de nuevo como un niño,
mirando la estrellita de Belén.
Y escuchar la campana que resuena,
diciendo que esta noche es Nochebuena
y anunciando que ya nació Jesús,
para llenar las almas de alegría

y nuestro hogar de Luz.

domingo, 13 de diciembre de 2015

SE LLAMABA JUVENCIO.

Mario no dormía bien desde hacía dos años...Había causado la muerte de alguien. Mejor dicho, había cometido un asesinato del que nadie había sido testigo.
Nunca había hablado de eso. ¿ Cómo poner en palabras semejante horror?
Fue una noche en que manejaba ebrio por una calle desierta. No respetó la luz roja ni pudo esquivar a un transeúnte que cruzaba la esquina. El volante se le escapó de las manos y lanzó el auto de lleno contra su cuerpo.
El impacto lo sacó de su embotamiento y se bajó a mirar el bulto informe que yacía tirado en un charco. Un terrible estertor se escapaba de su pecho. ¡ Estaba vivo!
En lugar de auxiliarlo, corrió despavorido hacia su auto y escapó. Tuvo tiempo de comprobar que la calle estaba desierta. ¡ Nadie había presenciado el accidente!
Dos días después apareció en el diario una noticia breve. Habían encontrado a un hombre  muerto en la calle. Seguramente atropellado por alguien que escapó. La policía no tenía pistas. El muerto tenía veinticinco años y se llamaba Juvencio...
 Se llamaba Juvencio...¡ Qué extraño nombre!  Como para nunca poder olvidarlo....
En un pueblo vecino hizo desabollar el tapabarro. Nadie le hizo preguntas.
Pero, desde entonces, dormía a saltos.
Muchas noches, se veía de nuevo en esa calle desierta. El herido se arrastraba gimiendo y lo cogía de las piernas, impidiéndole huir.
Despertaba gritando, bañado en un sudor helado y ya no podía volver a conciliar el sueño.
Pero, ahora a su insomnio se agregaba otra inquietud. Mariana.
La había conocido hacía cosa de dos meses y cada vez le gustaba más.
La había invitado al cine, a comer, a  conciertos...Ella siempre se portaba simpática y se notaba que se esmeraba en sostener con él una conversación agradable. Pero, había algo...Una barrera que Mario sentía que no podía atravesar.
Una muralla invisible parecía rodearla. Se le antojaba una de esas antiguas figuras de porcelana protegidas bajo una campana de cristal.
Una tarde, en el café, Mario tomó su mano a través de la mesa. Ella la retiró bruscamente y luego lo miró con una dulce sonrisa, como disculpándose. Pero a Mario se le hizo evidente que ella no soportaba su contacto.
Decepcionado, pensó no invitarla más. Esa noche se desveló como nunca y al día siguiente, a primera hora ya estaba llamándola.
Un día no pudo sofocar más el deseo de abrazarla y la tomó por la cintura. Ella hizo un visible esfuerzo para permanecer inmóvil contra su pecho, pero luego se soltó con suavidad.
-¿ Qué pasa, Mariana?  ¿ Tanto te disgusto?- le reprochó con fastidio.
-Perdóname, Mario. No puedo evitarlo...Tú me gustas mucho. Pero hay alguien a quién amo...y a quién no puedo olvidar.
-¿ Por qué no me dijiste que salías con otro?
-Porque no salgo con nadie...El está muerto.
-¿ Qué dices?
-Que él murió. Hace dos años... En realidad no murió. ¡ Lo mataron!
-No te entiendo, Mariana.  Mientes...
-¡ No!  Es verdad. Alguien lo atropelló y lo dejó desangrándose en la cuneta. Tenía apenas veinticinco años....¡ Si ese miserable se hubiera detenido a auxiliarlo en lugar de escapar, ahora Juvencio estaría vivo...!
Mientras la escuchaba, Mario sentía que un frío glacial se apoderaba de su cuerpo. Le zumbaban los oídos y empezó a temblar ostensiblemente.
Mariana dejó de hablar y lo miró consternada.
-¿ Qué te pasa? ¿ Tanto te impresiona mi historia?
Luego, pareció comprender y una palidez terrosa se extendió por su rostro haciendo que sus ojos oscuros se vieran hundidos dentro de sus órbitas.
El cayó de rodillas y se aferró a sus piernas, llorando.
-¡ Perdóname!  No sabes cómo he sufrido desde entonces... ¡ Perdóname, por Dios!
Ella lo empujó hacia atrás y lo miró con odio.
-¡ Nunca!  Al matarlo a él me mataste a mí también...Destruiste dos vidas. ¡ Tienes que pagar por eso!
Se alejó corriendo, sacudida por los sollozos.
Mirándola alejarse, Mario permaneció de rodillas, sin darse cuenta. Luego volvió en sí y tuvo conciencia de lo ridículo de su postura.
Se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones.
Aunque el odio que había visto en los ojos de Mariana era como un dardo clavado en su corazón, se sentía aliviado.
Una extraña calma, una serenidad que ya no recordaba haber sentido nunca, se fue apoderando de su espíritu. ¡ Por fin se había desahogado!  El peso de su culpa pareció alivianarse.
Con paso tranquilo se dirigió a su casa.
Esa misma noche, llegó la policía a detenerlo y él no hizo ningún intento de resistirse.
Mariana se lo había dicho. Tenía que pagar. 



domingo, 6 de diciembre de 2015

DIALOGO EN EL CAMINO.

El caminante se detuvo, exhalando un suspiro. Su túnica, que antes había sido blanca, ahora estaba cubierta de polvo.
Le dolía más que nunca la herida de su hombro. El roce del madero había desgarrado su piel y su carne, llegando casi hasta el hueso. De eso hacía mucho tiempo, pero la llaga permanecía abierta.
En un recodo del camino, a la sombra de un árbol, vio que descansaba un hombre. Este le habló con cortesía:
-¿ Quieres un sorbo de agua?   Te ves muy fatigado.
El caminante le dio las gracias y se sentó a su lado, mientras bebía con avidez.
-¿ Cómo te llamas?
-Jesús.  ¿ Y tú?
-Mahoma.
-Nos conocemos demasiado bien.
Se miraron en silencio y en los ojos de ambos había tristeza y desesperanza.
- Las cosas no salieron como tú esperabas ¿ verdad, Jesús?
- Es cierto. Han pasado más de dos mil años desde que entregué mi vida para acercar a los hombres a mi Padre...Y tú ves que se alejan cada día más.
Suspiró y luego se volvió hacia Mahoma.
-Pero, tú ¿ por qué ese desaliento?  ¿ No debieras sentirte triunfante?   Predicaste el Islam, llevando el nombre de Alá a todos los confines de la Tierra...Y cada día tienes más adeptos.
-Te equivocas. Muchos de los que invocan el Corán, lo hacen por conveniencia, buscando el poder. Dicen que quieren imponer la Ley de Alá, pero la tergiversan y la convierten en un símbolo de esclavitud y de muerte. El odio es su bandera de lucha.
-Quieres decir que ambos hemos fracasado ¿ verdad?  -  preguntó Jesús- Pero, entonces ¿quién gobierna ahora en el alma de los hombres?
Oyeron a su lado una carcajada burlona que los hizo estremecer.
Sin que lo notaran, un extraño se había acercado a ellos y había estado escuchándolos en silencio.
Tenía un rostro oscuro en el que ardían los ojos, como brasas.  En él había algo más propio de bestia que de humano. Se envolvía en un manto que parecía ocultar una deformidad en su espalda.
- Es fácil adivinar quién gobierna ahora ¿ no creen?
Sus labios descubrieron unos dientes afilados, semejantes a los de un lobo y se curvaron en una sonrisa triunfal.
De pronto, el manto sobre su espalda se desgarró y dos grandes alas negras se desplegaron con un rumor siniestro.
Alzó el vuelo y los pájaros huyeron aterrados.
La sombra de sus inmensas alas fue cubriendo la Tierra y todo quedó en tinieblas.


domingo, 29 de noviembre de 2015

LA BOTICA DE LOS SUEÑOS.

Clara se había aventurado en un barrio desconocido y al doblar una esquina, se dio cuenta de que estaba perdida.
En una callecita corta, entre dos casas sombrías divisó una vidriera iluminada y se dirigió hacia allá para pedir que la orientaran.
Era una pequeña tienda que llevaba el nombre  de Botica y a continuación una frase extraordinaria:   Se vende sueños.
-¡Bah!  Debe ser una broma- se dijo extrañada.
Sin dudarlo entró y se encontró en una habitación muy grande revestida de anaqueles que llegaban hasta el techo. Tras el mostrador había un viejecito que la miró, expectante:
-¿Qué desea, niña?
-¡Vengo a comprar un sueño!- respondió Clara, desafiante.
-¿De qué clase lo quiere?- le preguntó él, sin sorprenderse en lo absoluto.
Clara vio que la cosa iba en serio y aunque le parecía increíble, decidió arriesgarse:
-¡Quiero un sueño feliz!
-¡Ah, no!  Eso no puedo garantizárselo. Le pregunto si lo quiere corto o largo, porque el precio depende de la duración.
Clara llevaba unos pocos billetes y los puso sobre el mostrador.
-Será uno corto, entonces- dijo el anciano y bajó del anaquel un pequeño frasco del color del ámbar.
-Cuando llegue a su casa, impregne su pañuelo en el contenido del frasco y póngalo sobre su cara.
Luego le alargó unas pocas monedas de vuelto.
-Para que tome el Metro- le dijo- La estación está al doblar esa esquina.
En su casa, Clara siguió las instrucciones y aspirando el perfume del pañuelo se quedó instantáneamente dormida.
Se encontró en un prado sembrado de margaritas. Cientos de mariposas volaban a su alrededor, ebrias de gozo en el aire primaveral.  Desde lejos le llegaba un ruido seco y monótono y sin dudarlo se dirigió hacia allá.
Vio a un joven leñador cortando un árbol en el lindero de un bosque.
-¿Por qué cortas ese árbol?-le preguntó Clara.
El  detuvo su trabajo y la miró en silencio. Su rostro era franco y agradable.
-Sigo órdenes.- le respondió con sencillez- Mañana vendrán a recoger los árboles que he cortado para llevarlos al aserradero.
-¿Y qué harán con ellos?
-Muchas cosas, niña. La cama en que duermes, el escritorio en que estudias. Incluso las páginas del libro que lees...
-¡Pero es malo destruir algo tan hermoso!  ¿No pudiste elegir un oficio menos cruel?
En ese mismo instante, el sueño de Clara terminó y se encontró tendida sobre su cama.
Asombrada y contenta se dijo:  La próxima vez llevaré más dinero y compraré un sueño más largo.
Al verla entrar, el anciano la miró burlón.
-Veo que después de todo tuviste un sueño feliz.
-No-dijo Clara- Fue más bien triste, pero esta vez quiero un sueño más largo.
Puso todo su dinero sobre el mostrador y el viejecito bajó del anaquel una botella color esmeralda.
Ya en su habitación, Clara vació el contenido en su pañuelo y esta vez, un fuerte aroma de sal y de yodo la transportó a orillas del mar.
Se encontró sentada en la arena mientras el agua, con juguetones zarpazos trataba de alcanzar sus pies.
Vio que sorteando las olas se aproximaba una barca. En ella venía el mismo joven que conociera en el sueño anterior.
De un salto bajó a la playa, dejando la barca encallada en la arena. Estaba cargada de pescados, cuyas escamas plateadas resplandecían al sol.
-Ahora soy pescador. ¿Lo ves? Cambié de oficio como tú querías.
-Pero esos peces era dichosos nadando en el mar y ahora están muertos. ¿Qué harás con ellos?
-Llevarlos al mercado y alimentar con ellos a mucha gente.
  -Preferiría que no los hubieras matado.  ¿No podrías haber elegido otro oficio?
Vio en el rostro del joven un gesto de enojo y de tristeza.
-¿Qué tendría que hacer para agradarte, entonces?  ¿Es que no puedes aceptar a la gente tal cual es?
Arrepentida, Clara quiso responderle conciliadora, pero abruptamente el sueño terminó.
Durante varios días estuvo pensando en el joven y lamentando haberlo hecho enojar con sus críticas.  Ansiaba poder verlo de nuevo para decirle cuanto le gustaba y que no le importaba el oficio que hubiera elegido sino la honradez de su corazón.
Decidió volver a la Botica con la esperanza de comprar un sueño en el que él apareciera. Si todo lo que le había pasado últimamente era mágico ¿ por qué no podría volverlo ver?
Un anochecer se dirigió a la tienda . La callecita estaba oscura y las luces de la vidriera apagadas.  Frente a la tienda cerrada distinguió la figura de un hombre.
Se acercó a él y para empezar una conversación, le preguntó:
-¿Vienes a comprar un sueño?
- ¿Y qué otra cosa si no?  Quiero ser escritor y busco inspiración para mis cuentos...
-En cambio yo- dijo Clara- necesito soñar para encontrar a alguien.
En ese momento, las luces de la tienda se encendieron y ambos se vieron con nitidez.
Clara reconoció al joven que aparecía en sus sueños.
Lo curioso fue que él también pareció reconocerla. La miró con sorpresa y luego sonrió sin decir nada.
Viendo que no entraban , el anciano salió a la puerta y les preguntó impaciente:
-Bueno ¿van a comprar o no?

Ambos, al mismo tiempo, respondieron que no, que muchas gracias, que otra vez sería...Y sonriéndose uno al otro, se alejaron juntos sin mirar atrás. 


domingo, 22 de noviembre de 2015

TOÑITO EL CHINCOL.

Todas las tardes, Venancio iba al cementerio y se sentaba por más de una hora sobre la tumba de su nieto.
Quienes lo miraban desde lejos, lo veían gesticular y reírse a ratos, como si conversara con el niño. Y movían la cabeza, compadecidos, pensando que estaba loco.
Nunca se supo la causa de muerte de Toñito el chincol.  Así le decían todos, porque era bullicioso y de patitas flacas, como un pájaro nuevo.
Se perdió una tarde por la quebrada y sólo al amanecer del día siguiente lo encontraron tendido entre unas rocas. Sonreía como si al instante de morir, un ángel le hubiera susurrado al oído un secreto maravilloso.
Sólo tenía seis años y lo pusieron en un ataúd blanco que parecía de juguete.
Desde entonces, el abuelo iba todas las tardes al cementerio.
Se quedaba allí horas, mientras el espíritu del niño se impregnaba en su ropa y en sus cabellos, como el olor fresco de la hierba que brotaba entre las tumbas.
Luego, Venancio iba a la casa de la madre del niño, que permanecía en la cocina llorando junto al fogón apagado. Ella lo veía llegar y abría los brazos  para recibir al niño.
Y era cierto que en la habitación parecía soplar  un vientecillo travieso, como si hubiera entrado una bandada de pájaros.
-¡ Me lo trajiste, papá!   ¡ Toñito, mi niño !
Y le volvía al rostro la sonrisa de antes, de cuando lo veía llegar de la escuela, alborotando y brincando como un chincol.
Largo rato flotaba en la cocina la presencia del niño muerto, hasta que se iba adelgazando de a poco, igual que un perfume que se diluye en el aire.
Era lo único que sostenía a la madre, impidiéndole caer en la desesperación.  Al contrario, parecía que le daba felicidad en medio de su pena irremediable.
Pero, una tarde el abuelo vio desde lejos a Toñito, que lo esperaba, sentado sobre su tumba.
-Pero ¡ Toñito!  ¿ Qué haces aquí?  ¿ Cómo fue que volviste?
- Desperté, no más, abuelito. Ya no quiero seguir durmiendo.
- Y yo ¿ qué voy a decirle a tu mamá y a los del pueblo?  Todos creen que estás muerto...
-¡ Algo se nos ocurrirá! - dijo el niño, confiado, y deslizó su mano entre los dedos callosos del abuelo.
Juntos regresaron a través del campo, rasgando con sus piernas lentas la penumbra del  anochecer.
Al abrir la puerta de la cocina, la madre se paró sobresaltada.
-¿ Y quién es este niño que me traes?
- Es Toñito ¿ no lo reconoces?
-¿ Por qué tratas de engañarme?  Toñito murió, lo sé muy bien. No necesito que me traigas un sustituto. Déjame con mi pena, que es de verdad. ¡ No quiero que me alegres con una mentira!
-Pero, mamá ¡ si soy yo!  - dijo el niño, no sabiendo si reír o llorar y trató de abrazarla.
Pero ella retrocedió hasta el fondo de la habitación y se cubrió el rostro con el delantal. 
-¡ Llévatelo, papá!   ¡ Llévatelo!   Nadie podría reemplazar a Toñito....
El viejo y su nieto salieron cabizbajos y no teniendo a donde ir, regresaron al cementerio.
- ¡ Lo siento, mi niño!  Ya ves que no es fácil volver. Los muertos no tienen cabida en el mundo de los vivos.
-¿ Y qué voy a hacer entonces, abuelito?
-- Seguir durmiendo, no más  ¿ Qué otra cosa ?  Los que duermen no sufren. La vigilia es muy dura...
-¡ Pero, no quiero estar solo!- se quejó el niño, soltando el llanto.

-¡No te aflijas, Toñito!  ¡ Yo pronto te vendré a acompañar!