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domingo, 26 de febrero de 2023

EL POZO.

Dicen que lo bueno de tocar fondo es que ya no puedes hundirte más.  De ahí en adelante, es inevitable que empieces a subir. A menos de que en el fondo haya arena movediza en que te quedas pegado, sin poder soltarte. Así pensaba Juan en los último días de aquel año.

El año en que Paula lo había dejado esperando en la puerta del Registro Civil.

Recordaba con vergüenza y dolor los detalles de ese día. Como todos lo rodeaban consternados y le aconsejaban: ¡ Llámala! ¡ Llámala! Quizás ha tenido un accidente...

Pero era inútil, el celular permanecía apagado.

Empezaron a irse de a poco y al final solo quedaron sus padres. El, furioso contra Paula, insultándola en voz baja. Ella, su madre, aferrada al brazo de Juan, mirándolo con ojos angustiados, por los que cruzaban también relámpagos de odio contra la novia ausente.

Y faltaba lo peor. Un día después supieron que Paula había viajado fuera de Chile, con el mejor amigo de Juan. Había dejado una nota para sus padres en la que decía:  Me voy con Mauricio. En Mendoza nos vamos a casar.

Pero, no se casaron. Volvió sola a los quince días y se supo que había comentado:  Las cosas no resultaron, sencillamente.

Y Juan pensó que sí, que  sencillamente le había destrozado la vida, para correr tras una ilusión que apenas había durado dos semanas.

Todos la culpaban a ella y a él lo compadecían. Y Juan sentía que era peor estar en el lugar del ofendido, porque a Paula la podían criticar, pero a él lo denigraban con su lástima.

Hundido en el fondo de un pozo, veía en lo alto un poco de luz y de vez en cuando una cara amiga que se asomaba para preguntarle:  ¿ Qué tal, compadre? ¿ Como van las cosas por ahí abajo?

Después se cansaron de asomarse y lo dejaron solo. Y quizás fue su ruina social la que conspiró contra él y en la Empresa no le dieron el puesto que le habían prometido. Nombraron a otro, que siempre se mostraba jovial y contento,  claro,  porque a él no lo habían abandonado a última hora ni había pedido licencia por depresión...

A veces, después del trabajo se iba a visitar a sus padres. Pero lo desanimaba la actitud de su madre que siempre se las arreglaba para llevar la conversación al tema de " esa perversa".

  " Si alguna vez volvieras con ella, creo que no podría resistirlo". Y Juan le aseguraba, cansado: " No te preocupes, mamá. Que no voy a volver".

Pero sus pasos lo llevaban a rondar su calle, como si una soga atada a su cuello lo tirara en esa dirección. Se quedaba parado en la vereda, mirando las ventanas iluminadas, parecido a  un buzón fuera de servicio o a un espantapájaros melancólico, inservible en medio de la ciudad.

Un día vio alzarse la cortina del dormitorio de Paula y un rostro pálido clavó en él sus ojos inexpresivos. 

-¡ Tú no puedes perdonarla!- le decía su madre- La que lo hace una vez, lo va a hacer siempre.  ¡ Menos mal que te salvaste a tiempo!

Lo llamaron de otra Empresa en la que había postulado hacía un año. Era un puesto importante, en una ciudad de provincia.   Sintió que la arena movediza empezaba a soltarle los tobillos, que por fin iba dejando atrás el fondo del pozo y ascendiendo hasta la claridad del cielo. 

 Esa tarde fue a la casa de Paula y decidido, tocó el timbre.

Abrió su mamá, asustada , quizás temiendo una escena desagradable. " Ella no está" alcanzó a decir, pero Paula apareció en lo alto de la escalera.

-¡ Juan!- pronunció su nombre en un suspiro profundo que pareció dejarla sin aire. 

-   ¡Paula!- le advirtió su mamá, pero al ver como se miraban, salió en silencio y se fue a regar el jardín. 

Paula empezó a bajar la escala despacio y en el último escalón, Juan la recibió en sus brazos.

Y el resto es algo que no vale la pena contar.




domingo, 19 de febrero de 2023

NOCHE DE SAN VALENTÍN.

Era el anochecer del 14 de Febrero.  El edificio de departamentos lucía silencioso y semi vacío. Los más jóvenes habían salido a festejar y otros se hallaban de vacaciones, fuera de la ciudad. 

Marina bajó al jardín interior y se sentó en un banco.  Le daba un poco de vergüenza que alguien la viera ahí y adivinara que no tenía a nadie con quién celebrar en el Día de los enamorados. 

Ella, en realidad, había terminado por sentirse cómoda en su soledad. Incluso aliviada de no tener que preocuparse de nadie más que de sí misma. Pero, si lo dijera, nadie lo creería y la mirarían con lástima.

Decidió que en cuanto se encendieran las luces del jardín, subiría a su departamento a prepararse una modesta cena. Luego, seguro que en la TV pasarían alguna película romántica. Para aquellos, los solitarios, que aún se atrevían a soñar...

 Era un panorama agradable. Sin embargo, sintió que desde el fondo de su corazón, iba subiendo un agua oscura de melancolía. Como esas vertientes que brotan de lo profundo y terminan por inundarlo todo.

Reconoció que en el último tiempo, a la Vida se le había ocurrido la idea de pasar por su lado, ignorándola.  ¿ En qué momento las oportunidades empezaron a disminuir y empezaron a aumentar las decepciones?

Había oscurecido por completo, y aún el conserje no encendía las luces del jardín interior. Bajo el árbol de morera, en el otro extremo , vio titilar la brasa roja de un cigarrillo.

-¡ Vaya! Hay otra persona solitaria aquí- pensó Marina- ¿ Quién será?

Escuchó la tos prolongada de un hombre.  ¡ Ahí tienes!- exclamó en voz baja-Bronquitis crónica. ¿ No será hora de que dejes de fumar?

De golpe se encendieron las luces y ambos se miraron, sorprendidos.

-¡ Marina!  Eres Marina ¿ no?  ¿ Y qué haces aquí?

-Bueno, yo vivo aquí...

-¡ Yo también!  ¡ Qué coincidencia!  Me cambié hace dos meses.

Ella guardaba silencio, mirándolo intensamente. ¡ Cuantos años habían pasado y cuanto había deseado volver a encontrarlo! 

-Veo que ambos estamos solos esta noche-comentó él con ironía - ¡ Qué tremendo fracaso amoroso estamos hechos, los dos!

Y se rio con esa risa profunda que Marina tanto había amado.

-¡ Pero, no !- exclamó ella, de pronto, acicateada por el orgullo y el recuerdo humillante de su fracasada relación. ¡ Solo estoy haciendo tiempo mientras llegan a buscarme!

Miró su reloj y fingió alarma. 

-¡ Ya son casi las nueve y no he subido a cambiarme!  ¡ Mi novio se va a enojar!

Recogió su libro y sus llaves y se despidió apresuradamente.

-Otro día hablamos.... ¡ Feliz San Valentín! 




domingo, 12 de febrero de 2023

DIA DE LOS ENAMORADOS.

 Florencia tenía quince años y un miedo atroz de que el Dia de los enamorados pasara de largo por su vida, como un día más.

En sus más lindos sueños, Julián le mandaba una tarjeta de San Valentín. Era grande, de terciopelo rojo y al abrirla, sonaba una canción de amor. Otras veces, el mensajero le entregaba un enorme ramo de rosas rojas. Ella lo apretaba contra su pecho, sin importarle las espinas, porque sabía que lo enviaba " él". En todos los sueños, se pasaba por alto la circunstancia de que Julián no la conocía y ni siquiera sabía su nombre...

Ella se sentaba todas las tardes en un banco de la Plaza, para verlo pasar en bicicleta. Fingía leer, pero no lograba pasar la página. El pedaleaba airosamente, sin mirarla y sus rizos rubios escapaba del casco y ondeaban al viento.

Ella se imaginaba que su amado se bajaba de la bicicleta y le preguntaba:

-¿ Qué lees, Florencia?

- Una novela de Jean Austen. " Orgullo y prejuicio" ¿ La has leído?

-No, es cosa de mujeres. Pero el título es  interesante.

-¿ Por qué lo dices?

-Porque el prejuicio es la borra en la taza de café del Amor.

Otras veces, el dialogo imaginario versaba sobre " Sensatez y sentimientos."  ¡ Qué título más contradictorio !- comentaba él.  ¿ Por qué? -preguntaba Florencia. -Porque el Amor es loco y la sensatez es su camisa de fuerza. 

Pero¡ ay!  Esos diálogos intelectuales  eran imposibles, porque Julián siempre pasaba de largo y al parecer los libros no le despertaban el menor interés.

Por esos días, llegó al barrio un gordito jovial y amistoso, llamado Javier.  Florencia notó que siempre se las arreglaba para estar afuera del Supermercado cuando ella salía y se apresuraba a llevarle las bolsas. Ya en la puerta de su casa, echaba mano al bolsillo y le ofrecía un caramelo. ¿ Te sirves?

Florencia trataba de hacerle el quite. ¿ Qué pensaría Julián si la veía conversando con él? 

Pero también se lo encontraba en la biblioteca, siempre entusiasmado leyendo a Salinger.

Se acercaba a ella en silencio y le ofrecía un chocolate o un maní confitado. ¿ Te sirves?  ¡ Con razón es tan gordo!- pensaba Florencia. ¡ Parece un hipopótamo con bermudas!  Y le daba mucha rabia que fuera precisamente él quien le demostrara interés, mientras su amado pedaleaba indiferente, con su nariz al viento. 

Pero, a principios de Febrero, Julián por fin había detenido su bicicleta frente a ella.  Florencia hacía media hora que leía la misma página. En ella, Míster Darcy humillaba una y otra vez a la pobre Elizabeth...

-¡ Hola!  Me llamo Julián- le informó, como si ella no lo supiera- ¿ No sales en bicicleta?

Ella enrojeció aún más, porque no tenía una.  Prefiero leer, dijo con timidez  y  bajó la vista sobre las páginas del libro. Él ni siquiera le preguntó qué leía y quedó claro que para él los libros era objetos raros apenas identificados. Pero su decepción duró poco frente al resplandor de sus ojos castaños, a los que el sol de la tarde arrancaba matices de miel...

Llegó el Dia de los enamorados y Florencia despertó soñando con Julián. La tarde anterior había pasado repetidas veces frente al banco donde ella fingía leer y siempre la saludaba y le sonreía como si quisiera decirle algo. ¿ Sería que por fin había empezado a corresponder a su amor? 

Cerca de las once de la mañana sonó el timbre. Un mensajero le traía un paquete envuelto en celofán.  ¡ Feliz Día de los enamorados!- le dijo, con intención.

Ella corrió a su pieza a abrir el paquete. Era una caja de chocolates en forma de corazón, acompañada de una tarjeta:

" Has conquistado mi corazón. Aquí te lo entrego lleno de amor.  Firmado " J "

    ¡" J " de Julián, naturalmente. Y Florencia la apretó contra su pecho.  ¡ Sus sueños más hermosos se hacían realidad!

Al atardecer se arregló con esmero y partió a la Plaza. Junto con el libro de Jean Austen, llevaba la caja de bombones.  Su corazón latía locamente. Estaba segura de que Julián aparecería de un momento a otro...

De pronto, divisó a lo lejos la figura bamboleante  del gordito majadero. Se aproximaba a la Plaza y se dirigía directo al banco que ella ocupaba.  ¡ Qué pesado ! Y justo aparecerse en el momento más inoportuno... ¿ Qué pensaría Julián si llegaba en ese momento? 

Bajó la vista y se concentró en las páginas de la novela.  Pero una voluminosa figura le obstruía la luz y vio a  Javier parado frente a ella.

-¡ Qué bueno que trajiste los chocolates, Florencia!  Me moría de ganas de probarlos...



domingo, 5 de febrero de 2023

EL PUENTE.

Delia no se explicaba qué la había llevado a bajarse del tren una estación antes de llegar a su destino. ¿ Sería acaso que en el fondo no quería llegar?

Resolvió caminar y se adentró en un pueblo de casas bajas techadas con zinc.  Pensó quedarse hasta el día siguiente y empezó a buscar con la mirada la fachada de algún hotel.  

  Encontró al fin uno, cuando ya anochecía. Tras el mesón, un anciano la recibió con cierta sorpresa. ¡ Eran tan pocos los viajeros que llegaba en esa época del año !

Estaba tan cansada que se echó sobre la cama sin desvestirse.  La despertó el amanecer del otro día, con una luz lechosa que se filtraba por los visillos de la ventana. Se levantó a mirar a través de los cristales. Una densa niebla envolvía los árboles y desde lejos llegaba el ronco grito de la sirena de una fábrica.

Cuando cesó el sonido estridente, le llegó el rumor apagado de agua corriendo y comprendió que el pueblo se alzaba a la orilla de un río.  Se envolvió en su abrigo y salió a la calle.

Dentro del hotel no se veía movimiento. Solo desde la cocina llegaba un ruido de vajilla. Seguramente preparaban el desayuno.

Caminó hasta la orilla del río, que era ancho y tranquilo.  El rumor del agua le pareció una música sedante para sus nervios irritados. Vio un puente que avanzaba hacia el centro del río, perdiéndose en la niebla. 

Se adentró en él y a mitad de camino vio que estaba cortado por una ancha grieta que le impedía el paso. ¿ Que habría más allá?  ¿ Qué pueblo desconocido e inaccesible?

La niebla se adelgazó un poco y entonces divisó a un joven que avanzaba , desde la ribera opuesta. Era delgado y su pelo oscuro se alborotaba con el soplo del viento frío que subía desde el agua.

Llegó hasta el borde de la fisura que partía en dos el puente y desde allí la miró en silencio.

Sorprendida y emocionada, Delia creyó reconocer  a alguien a quién había amado hacía más de veinte años. Pero, no podía ser él.

-¡ Buenos días !- la saludó el muchacho, agitando la mano.

-¡ Buenos días!- balbuceó Delia- Perdona mi sorpresa, pero te pareces tanto a alguien que conocí hace mucho tiempo...

-¿ Algún enamorado?- preguntó él, buscando tal vez halagarla.

-Sí. Era un pintor y se llamaba René.

-Es curioso. Yo me llamo René y soy pintor. ¿ Nos hemos conocido en alguna parte?

Delia enmudeció y miró el puente roto y el agua gris que se deslizaba abajo, susurrando entre las peñas.  Comprendió de pronto que frente a ella estaba el Pasado, separado del Presente por una grieta infranqueable. Y que el muchacho de ojos oscuros que la contemplaba desde el otro lado era el mismo que había amado en su juventud.

-Es solo una coincidencia- murmuró- ¿ Como podríamos conocernos si te llevo tantos años?

-Pero  ¡esto es algo increíble!- exclamó el muchacho- Porque usted se parece a una niña a quién conocí en una fiesta... ¡ Me enamoré como un tonto!

-Y ¿ has seguido viéndola?

- Ya no, porque está casada. Nos queríamos mucho y creí que nuestro amor perduraría. Pero, ya ve...¡ Se casó con otro!

-¿ Y has sabido qué fue de ella, después?

-Supe que ha sido muy desgraciada.

Delia sintió que un nudo de llanto se apretaba en su garganta. Cuando pudo volver a hablar, se despidió de él, brevemente.

 - Me voy, René.  Debo tomar un tren para volver a mi casa.

Empezó a desandar el camino que había recorrido y notó que él ya la había olvidado por completo. Había desplegado un caballete junto a la baranda del puente y con anchas pinceladas azules rerpoducía en el lienzo el manso fluir del río.

Despertó de pronto y se halló tendida en la cama del hotel. Desde el comedor le llegaba el ruido estridente de una campanilla,  anunciando el desayuno.