Como
cada mañana, el despertador cumplió su cometido con despiadada puntualidad y lo
arrojó de la cama, de cabeza a la lobreguez del día Lunes.
Jorge
se sintió agotado de antemano, al solo pensar en lo que le esperaba. Odiaba su
trabajo y por sobre todo, odiaba a la gente con la que le tocaba trabajar. Empezando por Olguita, la secretaria, que
cada mañana lo saludaba con una sonrisa : ¡ buenos días, Don Jorge! ¿ Como amaneció?
A
Jorge, ese saludo se le antojaba pura hipocresía y le daban ganas de
contestarle: ¿ Y a usted, qué le
importa?
A
continuación, era infaltable el corrillo de los vendedores en torno a la
máquina del café. Con risas estridentes y palmoteos, se celebraban unos a otros
los éxitos de la semana. Se demoraban
ahí hasta las once, hora en que sus majestades los reyes de la venta
consideraban que ya era hora de honrar a algún cliente con su visita.
Pero
el ruido continuaba. Las máquinas, los teléfonos, el cotilleo de las
secretarias, la voz del jefe, tronando desde su cubículo acristalado... A Jorge
le parecía estar metido en un avispero, cuyo zumbido le impedía concentrarse en
su trabajo.
Hubo
un momento en que dejó su escritorio para ir a la sección Cobranzas y chocó con
el auxiliar, que le llevaba al jefe una taza de café. El muchacho trastabilló
y le vació todo el café en los zapatos.
Jorge
lanzó un rugido, pero se contuvo a tiempo. Con gusto le habría dado una
cachetada.
El
auxiliar, muy afligido,corrió a buscar una toalla de papel y se agachó a
limpiarle los zapatos, mientras murmuraba:
¡Perdone, Don Jorge! Fue toda mi
culpa... ¡No lo ví salir de su oficina!
Jorge
lo apartó de un empellón y se alejó por el pasillo, rezongando.
En la
tarde, el auxiliar entró tímidamente, llevando un paquete:
-Don
Jorge, fui a la librería de un amigo y se me ocurrió traerle este libro. ¡ Es
muy interesante!
Se
notaba que quería hacerse perdonar la torpeza de la mañana. Jorge desenvolvió
el libro y vió que el título era: "
El Poder de la Fuerza Mental".
- Mi
amigo lo leyó - le aseguró el auxiliar - y me contó unas cosas asombrosas.
Parece que si uno se concentra y pone toda la fuerza de su mente en algo, puede
lograr cualquier cosa que se proponga...
-¡
Pamplinas!- pensó Jorge, pero le dio las gracias, conmovido a su pesar por el
gesto del muchacho.
En el
Metro, se fue leyendo el libro y lo absorvió de tal manera que se bajó dos
estaciones más allá de la que le correspondía. ¡ Era increíble! Daba ejemplos de personas que concentrándose,
habían logrado que otras se plegaran a sus deseos. O fijando la atención en un
solo objetivo, habían visto materializarse sus ambiciones . ¡ Era cosa de
Fuerza mental y Concentración!
Con
la luz apagada pensó: Me voy a
concentrar en una sola cosa. En hacer desaparecer de la oficina a todos los
idiotas que tengo que soportar cada día. ¡ No tener que ver más sus caras ni
soportar más sus voces y sus risas de
hienas! Es lo único que deseo y en eso
voy a concentrar mi mente...
Y se
durmió con la idea fija de una oficina vacía, como un oasis de paz, para él
solo.
Cuando
se levantó al otro día, ya no se acordaba. Por eso fue que al bajar del
ascensor, lo aturdió el silencio que reinaba en todo el piso.
En la
oficina no había nadie.
Se
quedó atónito y por unos minutos, no entendió nada. Después se acordó de que se
había dormido haciendo fuerza mental para que todos desaparecieran. ¡ Y lo
había logrado!
¡ Qué
maravilla! ¡ Qué increíble
tranquilidad! Caminó por el pasillo
mirando los escritorios vacíos...La oficina para él solo...¡ No lo podía creer!
Trabajó
una hora y despachó todo el trabajo acumulado. Sin interrupciones, se avanzaba
muy rápido. Después, no se le ocurrió
qué más hacer.
Se
puso a pensar en la increíble proeza de su mente. Haber logrado borrarlos a
todos sólo con la fuerza de su voluntad...Ya no vería más a los vendedores y
sus caras ladinas, ni al jefe, llamándolo a su oficina con pretextos
fútiles...Ni tendría que escuchar nunca más la dulzona cantinela de Olguita,
preguntándole cada mañana ¿como
amaneció, Don Jorge?
En la
tarde, empezó a sentirse extraño. El silencio lo oprimía. El reloj de la pared
desgranaba su mazorca de minutos con un tic tac estridente. Le pareció, de repente, que escuchaba una voz
que le hablaba...Pero, no. Había sido una ilusión. Realmente, en la oficina no
había nadie.
¿ Y
no habría nadie nunca más?
Se
fue a su casa pensativo. Se sentía abrumado por lo que había hecho. A esa
personas, en sus casas las echarían de menos...Y él ¿ qué iba a hacer él en el
futuro? Después de todo, sus compañeros
de trabajo eran lo único que tenía, en su vida solitaria...
Se
durmió apesadumbrado.
Al
otro día, al bajar del ascensor, lo aturdieron los ruidos de siempre. Las voces
estridentes, las risas, los teléfonos... Desde el pasillo, escuchó el monólogo
de Dominguez, el "vendedor estrella", jactándose de sus logros...
¡ Qué
alivio!
Olguita,
la secretaria, apartó los ojos del teclado y le dijo con sincero pesar:
-¡ Lo
echamos de menos, ayer, Don Jorge! ¿ Por
qué no fue al paseo de la oficina?