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domingo, 31 de julio de 2016

FUERZA MENTAL

Como cada mañana, el despertador cumplió su cometido con despiadada puntualidad y lo arrojó de la cama, de cabeza a la lobreguez del día Lunes.
Jorge se sintió agotado de antemano, al solo pensar en lo que le esperaba. Odiaba su trabajo y por sobre todo, odiaba a la gente con la que le tocaba trabajar.  Empezando por Olguita, la secretaria, que cada mañana lo saludaba con una sonrisa : ¡ buenos días, Don Jorge!  ¿ Como amaneció?
A Jorge, ese saludo se le antojaba pura hipocresía y le daban ganas de contestarle:  ¿ Y a usted, qué le importa?
A continuación, era infaltable el corrillo de los vendedores en torno a la máquina del café. Con risas estridentes y palmoteos, se celebraban unos a otros los éxitos de la semana.  Se demoraban ahí hasta las once, hora en que sus majestades los reyes de la venta consideraban que ya era hora de honrar a algún cliente con su visita.
Pero el ruido continuaba. Las máquinas, los teléfonos, el cotilleo de las secretarias, la voz del jefe, tronando desde su cubículo acristalado... A Jorge le parecía estar metido en un avispero, cuyo zumbido le impedía concentrarse en su trabajo.
Hubo un momento en que dejó su escritorio para ir a la sección Cobranzas y chocó con el auxiliar, que le llevaba al jefe una taza de café. El muchacho trastabilló y  le vació todo el café en los zapatos.
Jorge lanzó un rugido, pero se contuvo a tiempo. Con gusto le habría dado una cachetada.
El auxiliar, muy afligido,corrió a buscar una toalla de papel y se agachó a limpiarle los zapatos, mientras murmuraba:   ¡Perdone, Don Jorge!  Fue toda mi culpa... ¡No lo ví salir de su oficina!
Jorge lo apartó de un empellón y se alejó por el pasillo, rezongando.
En la tarde, el auxiliar entró tímidamente, llevando un paquete:
-Don Jorge, fui a la librería de un amigo y se me ocurrió traerle este libro. ¡ Es muy interesante!
Se notaba que quería hacerse perdonar la torpeza de la mañana. Jorge desenvolvió el libro y vió que el título era:  " El Poder de la Fuerza Mental".
- Mi amigo lo leyó - le aseguró el auxiliar - y me contó unas cosas asombrosas. Parece que si uno se concentra y pone toda la fuerza de su mente en algo, puede lograr cualquier cosa que se proponga...
-¡ Pamplinas!- pensó Jorge, pero le dio las gracias, conmovido a su pesar por el gesto del muchacho.
En el Metro, se fue leyendo el libro y lo absorvió de tal manera que se bajó dos estaciones más allá de la que le correspondía. ¡ Era increíble!  Daba ejemplos de personas que concentrándose, habían logrado que otras se plegaran a sus deseos. O fijando la atención en un solo objetivo, habían visto materializarse sus ambiciones . ¡ Era cosa de Fuerza mental y Concentración!
Con la luz apagada pensó:  Me voy a concentrar en una sola cosa. En hacer desaparecer de la oficina a todos los idiotas que tengo que soportar cada día. ¡ No tener que ver más sus caras ni soportar más sus voces y sus risas  de hienas!  Es lo único que deseo y en eso voy a concentrar mi mente...
Y se durmió con la idea fija de una oficina vacía, como un oasis de paz, para él solo.
Cuando se levantó al otro día, ya no se acordaba. Por eso fue que al bajar del ascensor, lo aturdió el silencio que reinaba en todo el piso.
En la oficina no había nadie.
Se quedó atónito y por unos minutos, no entendió nada. Después se acordó de que se había dormido haciendo fuerza mental para que todos desaparecieran. ¡ Y lo había logrado!
¡ Qué maravilla!  ¡ Qué increíble tranquilidad!  Caminó por el pasillo mirando los escritorios vacíos...La oficina para él solo...¡ No lo podía creer!
Trabajó una hora y despachó todo el trabajo acumulado. Sin interrupciones, se avanzaba muy rápido.  Después, no se le ocurrió qué más hacer.
Se puso a pensar en la increíble proeza de su mente. Haber logrado borrarlos a todos sólo con la fuerza de su voluntad...Ya no vería más a los vendedores y sus caras ladinas, ni al jefe, llamándolo a su oficina con pretextos fútiles...Ni tendría que escuchar nunca más la dulzona cantinela de Olguita, preguntándole cada mañana  ¿como amaneció, Don Jorge?
En la tarde, empezó a sentirse extraño. El silencio lo oprimía. El reloj de la pared desgranaba su mazorca de minutos con un tic tac estridente.  Le pareció, de repente, que escuchaba una voz que le hablaba...Pero, no. Había sido una ilusión. Realmente, en la oficina no había nadie.
¿ Y no habría nadie nunca más?
Se fue a su casa pensativo. Se sentía abrumado por lo que había hecho. A esa personas, en sus casas las echarían de menos...Y él ¿ qué iba a hacer él en el futuro?  Después de todo, sus compañeros de trabajo eran lo único que tenía, en su vida solitaria...
Se durmió apesadumbrado.
Al otro día, al bajar del ascensor, lo aturdieron los ruidos de siempre. Las voces estridentes, las risas, los teléfonos... Desde el pasillo, escuchó el monólogo de Dominguez, el "vendedor estrella", jactándose de sus logros...
¡ Qué alivio!
Olguita, la secretaria, apartó los ojos del teclado y le dijo con sincero pesar:

-¡ Lo echamos de menos, ayer, Don Jorge!  ¿ Por qué no fue al paseo de la oficina?


domingo, 24 de julio de 2016

ROSAS PARA GABRIELA.

Al día siguiente era su cumpleaños . Gabriela pensó que nadie se acordaría de llamarla o de ir a saludarla,  pero esta vez no quería quedarse en su casa para comprobar esa certeza.
Todos los años, en esa fecha, soñaba  que las cosas cambiarían...  Pero siempre se repetía la misma triste rutina de su soledad.
Temprano sonaba el teléfono y era su hermana, que se empecinaba en cantarle la tonada del " feliz cumpleaños", pensando que le daba una alegría...Y después, nada.
El correo electrónico tampoco registraba ningún mensaje. 
Pero ella siempre esperaba que ese año sería distinto...
Su más hermoso sueño era que le llegaba un ramo de rosas.  De una fantasía sin asidero, se había transformado en una idea fija.  Los detalles se presentaban en su mente con absoluta claridad.
Muy temprano, sonaba el timbre de la puerta. Era un mensajero de la florería. Su cara estaba casi oculta por un enorme ramo de rosas envueltas en papel celofán.
-¿ La señorita Gabriela? - preguntaba sonriendo. Y le ponía en los brazos el ramo.
Pero ¿ quién le enviaba las flores?
¿ Un antiguo novio que la recordaba de pronto?  ¿ Un admirador secreto que ansiaba demostrarle su amor?
No importaba quién. El sueño de Gabriela no necesitaba de detalles precisos para llenarla de ilusión.
Y se  pasaba el día de su cumpleaños esperando un llamado, un correo y unas rosas que no llegaban jamás. 
Pero esa vez no se quedaría ahí para comprobar lo inútil de sus esperanzas.
Se levantó temprano con la idea de huir.  Sobre la mesa dejó su celular y el computador lo metió en el fondo del closet, como un niño a quién se castiga por malo, encerrándolo en la oscuridad.
Luego, salió de su casa sin rumbo fijo.
Era Sábado y a esa hora , las calles se veían muy poco transitadas.
Pasó la mañana en un parque y almorzó cualquier cosa en un restaurant de barrio.
Luego volvió a deambular por las calles hasta que empezó a atardecer.
Se sentía amargamente satisfecha por haber huido de su departamento. Era como jugarle una broma pesada a la vida. Esta vez no le permitiría que se ensañara confirmándole su soledad, más dolorosa aún en ese día.
Recordó otras veces en que, después de un día vacío, había sonado el teléfono, sorpresivamente. Era alguna amiga que había recordado la fecha a última hora, por pura casualidad, y se apresuraba a llamarla para testimoniarle su afecto.
-¡ Te estuve llamando desde temprano!- le decía- Parece que dejaste el celular desconectado.
Y Gabriela aceptaba el embuste y se reía , fingiéndose satisfecha:
-Es que andaba por ahí celebrando...Unos amigos se empeñaron en invitarme a almorzar...
Siguió vagando, sumida en su tristeza y cuando caían las primeras sombras de la noche, se encontró parada junto al río.
    Se creyó sola, pero luego divisó a una mujer sentada en un banco. Parecía absorta escuchando el rumor del agua.
Gabriela se sentó a su lado sin hablar y la mujer no se molestó en mirarla.
Al fin, Gabriela le preguntó:
-¿ Qué hace aquí, tan tarde ?   No pensó que lo  mismo podría preguntarle la otra.
La mujer se volvió hacia ella y le contestó:
-Me fui de mi casa porque no quería estar sola el día de mi cumpleaños.
Era una coincidencia muy rara, pero Gabriela no se sintió sorprendida. Ni tampoco le pareció extraño que la mujer se pareciera tanto a ella, como su propia imagen en un espejo empañado...
La otra  continuó hablando, con los ojos fijos en el fluir del agua.
- Vine hasta el río, porque quiero irme con él. Quiero que me lleve hasta el mar, como a esos maderos que pasan flotando. Más rato voy a bajar hasta la orilla y voy a terminar con mi soledad de una vez por todas. ¿ Vienes?
Se tomaron de la mano y buscaron una pendiente que las acercara hasta el río. Al principio el agua les lamía los tobillos, pero de pronto, la fuerza de una ola las arrebató y las sumergió en un remolino frío.
 Gabriela se encontró sola.
No vio a la mujer por ninguna parte, pero le pareció divisar a un hombre que gritaba y corría a lo largo de la orilla.
Por un instante, ella también gritó y quiso retroceder, pero una ola turbia la arrastró con fuerza al medio de la corriente.
Ese hombre fue el único testigo que la policía encontró.  El les aseguró que Gabriela estaba sola. Que la había visto sentada en un banco y luego bajar y sumergirse en el río.
El había gritado y luego se metió en el agua, tratando de alcanzarla. Pero las olas la envolvieron en un vórtice feroz y ya no volvió a salir a flote.
 Días después, su hermana fue al departamento, buscando alguna nota que explicara la conducta de Gabriela.

Al llegar, vio en el suelo, frente a la puerta, un ramo de rosas marchitas que se deshojaban sobre el felpudo.


domingo, 17 de julio de 2016

UN HILO DE HUMO.

Sonó el timbre de la puerta y Javier se dirigió a abrir. En el umbral vio a un individuo gordo vestido de riguroso luto.
- Vengo de "Pompas Fúnebres El Alma en Pena"   Nos llamaron para realizar el sepelio de Don Javier Arrosmendi.
-¡ Pero si todavía no estoy muerto!- gritó Javier, consternado.
  -Es lo que dicen todos- respondió el gordo, en un tono respetuoso, pero más bien sarcástico.
Javier se miró de soslayo en el espejo del vestíbulo y no se encontró.  Sencillamente no estaba ahí.  En su lugar vio un delgado hilo de humo que oscilaba en la penumbra.
   -¡ Es mi alma!- exclamó- ¡ Entonces, es verdad que estoy muerto!
Viéndose sin argumentos, dejó entrar al gordo, que esperaba impaciente. Tras de él entraron dos hombre cargando un ataúd.
Rápidamente pusieron en él lo que quedaba de Javier y lo llevaron hasta el carro fúnebre.
-Mi sentido pésame - murmuró el gordo, apretando el sombrero de copa contra su pecho y salió sin mirar atrás.
Eso fue todo.
Ya libre de los pesares de este mundo y sintiéndose extraordinariamente liviano, Javier decidió ir a casa de su novia Laurita.  Sentía curiosidad por ver cuanto lo lloraba .
Al llegar a su casa, consideró innecesario tocar el timbre y se deslizó por el ojo de la cerradura.
En el salón estaba ella, vestida de negro,  mirando los árboles a través de la ventana. De vez en cuando, un suspiro henchía ese pecho que había sido la inspiración erótica de Javier durante sus noches de insomnio.
De pronto, sonó el timbre y la mucama hizo entrar al salón a un hombre joven, de aspecto elegante. Javier vio que era  nada menos que al Cachalote Fernández, su rival más odiado.
Este se acercó a Laurita y tomó sus manos con devoción.
-Vengo a darte el pésame por Javier. No sabes cuanto lo lamento. Sé que lo querías mucho.
-Sí, es cierto- respondió Laurita y Javier se preparaba a emocionarse, cuando ella agregó dubitativa   - En realidad, lo quería más bien porque él me quería a mi. Creo que soy como la luna, que no tiene luz propia y solo puede reflejar el resplandor del sol. Así soy yo...No puedo amar si no me aman. 
-¡ Ay! Laurita...-exclamó el Cachalote Fernández, cayendo de rodillas- ¿ Y podrías reflejar la luz de mi amor?  Tú sabes que te he querido con locura y que solo por respeto al buenazo de Javier no me atrevía a confesártelo.
Laurita se puso pálida y su cara se pareció realmente a  luna. Pero poco a poco se fue iluminando... ¡ Ya tenía otro sol que le prestara sus rayos!
Javier se retiró colérico. ¡ Qué poco le había durado el duelo por su muerte!  Ya se encargaría él de venir a penarle por las noches...
-¡Bueno, así son las mujeres!  -pensó después , más resignado -En cambio los amigos, esos sí que son fieles...
Y decidió ir al bar donde cada tarde se reunía con sus compinches más cercanos.
Ahí estaba los cuatro, felices jugando poker , cada uno frente a su respectivo vaso de cerveza.
-¡ Ya, pues, Pepe!  ¡ Te toca!
-¡ No lo pienses tanto, animal!
- Es que quiero pedir cartas....
-Yo sí que tengo un buen juego. ¡Los voy a hacer papilla!
Javier se quedó anonadado, mirándolos. Ya nadie se acordaba de él.
Se acercó el mozo, con un trapo sucio de secar , enrollado en el brazo.
-¡ Chiss!  ¡ Yo creí que siquiera guardarían un minuto de silencio por su amigo que murió ayer...
-Si, pues..Justamente eso fue ayer. Ahora es otro día y la vida hay que seguir viviéndola.
De repente, el mozo vio un hilo de humo que flotaba sobre la mesa.
-¿ Quién estuvo fumando aquí?  ¡ Saben que está prohibido!
Se sacó el trapo del brazo y empezó a dar golpes en el aire tratando de dispersar la leve humareda.
Javier escapó de ahí lo más rápido que pudo.
 Durante un rato lo dominó el susto.  Después la desolación de comprender que ya no era nada para nadie.
Al rato, se fue serenando y sintió que el viento lo arrastraba livianamente sobre la ciudad. Un hilo de humo que flotaba sin dirección alguna.
-¿ A donde voy ? - se preguntó confundido-  ¿Y qué hago ahora con mi vida....quiero decir, con mi muerte? 

Decidió dirigirse al cementerio. Ahí no faltaría un compañero de destino que lo orientara.  ¡Que le explicara como diablos se las arreglan los muertos para vivir!


domingo, 10 de julio de 2016

HISTORIA DE UN ANILLO. ( O UN ANILLO CON HISTORIA )

Lucía tenía quince años cuando vio el anillo por primera vez.
Estaba expuesto dentro de un cofrecito, en la vitrina de un pequeño bazar.  Era de plata y tenía una piedra blanca que destellaba con helado fulgor, como si fuera un pedazo de la luna.
Lucía pasaba todos los días por frente al bazar y se detenía a mirar el anillo. Adentro, acodada en el mesón, había una señora de cara muy amable, que le sonreía como invitándola a entrar.
Pero Lucía no tenía dinero y la consumía el deseo de poder comprarlo. ¿ Cuánto costaría?   ¡Seguro que una fortuna!  Era tan hermoso...
Una tarde no lo vio en la vitrina. Le latió fuerte el corazón ante la idea de que lo hubieran vendido. ¡Pero no!  Allí estaba el cofrecito, sobre el mostrador. Seguro la dueña lo había sacado para mostrárselo a algún cliente.
Lucía entró al bazar y no vio a nadie. El anillo , en su lecho de terciopelo azul, pareció destellar como invitándola a probárselo.
Rápidamente lo sacó y se lo puso en el dedo.  Sintió que se apretaba de pronto, como si le hubieran brotado garfios de metal que se incrustaran en su carne.
Trató de quitárselo, pero fue inútil. Entonces pensó en huir, antes de que entrara la dueña. Pero, ella apareció desde la trastienda y al ver a Lucía con el anillo puesto, exclamó furiosa:
-¡ Ladrona!  ¿ Te lo querías llevar?
-No, señora. ¡ Perdone!  ¡Es que no puedo sacármelo!
-Y no podrás nunca, mientras vivas...
La cara de la mujer se había transformado. Ya no era amable. Al contrario, sus razgos se contraían en una mueca llena de crueldad.
-Pero, ¿ por qué ? ¿ Qué quiere  usted decir...?
-Quiero decir que está embrujado. Es el anillo de la Soledad. Quién lo lleve no podrá amar ni ser amado nunca. ¡ Ese será tu castigo, por ladrona!
Lucía trató una vez más de sacarse el anillo y al no conseguirlo, escapó llorando del bazar, seguida por la risa de la mujer que sin lugar a dudas era una bruja.
Y así vivió muchos años sola, llevando en el pecho un corazón tan frío como la piedra del anillo que brillaba en su dedo y que parecía  aferrase a su carne con garfios indestructibles.
Sus padres murieron y se quedó viviendo en la casa desierta, sin visitar a nadie y sin que nadie se interesara en ir a verla. 
Su corazón vacío latía regularmente, como el engranaje de un reloj , marcando sus horas inútiles.    Tic tac tic tac  ¡ Buenos días, tristeza!   Tic tac  tic tac ¡ Buenas noches, soledad!
 Su pelo se volvió gris y su cuerpo que había sido esbelto, se encorvó hacia la tierra como buscando el descanso para tanto pesar. Su mano se había arrugado y cubierto de manchas. Pero el anillo seguía brillando en su dedo, siempre hermoso y  lleno de malignidad.
Alguien empezó a visitarla regularmente, haciéndole mil demostraciones de cariño.
Era Rosalba, su sobrina.  Le llevaba flores que cortaba en el campo y pasaba sus horas junto a ella, sin aburrirse jamás.
Lucía no creía en su cariño porque sabía con certeza que la maldición del anillo la había condenado a no ser querida por nadie. Ella tampoco sentía nada por  Rosalba. Solo una irónica curiosidad por desentrañar el motivo de sus visitas.
Siendo ella tan pobre ¿ qué podía codiciar la niña entre sus escasas pertenencias?
¡ El anillo, por supuesto!
A menudo la veía seguir los movimientos de su mano mientras servía el té. Y la piedra parecía brillar más que nunca, como queriendo acrecentar su deseo de poseerlo.
-Tía ¿ me dejas probarme tu anillo?
-Imposible, Rosalba. Está tan apretado que no me lo puedo quitar.
La sobrina la miraba con odio disimulado. 
¡ Vieja egoísta!  ¡ Vieja mezquina!   Debería regalármelo.  A mi, que soy joven me luciría mucho más...¿ Para qué lo quiere ella ?  ¡ Cómo si pudieras llevártelo al otro mundo!
Pero seguía sonriéndole con fingida ternura, mientras el deseo de poseer el anillo le envenenaba el corazón.
En el invierno, Lucía enfermó de pulmonía y decayó rápidamente.
Rosalba no se despegaba de su lado, llevándole bebidas calientes y secando el sudor de su cara marchita.
Al fin, murió.
Antes de que llegara alguien , Rosalba le sacó el anillo . ¡ Con qué facilidad resbaló, después de haber pasado una vida aferrado a esa mano con garfios de acero!
-¡ Nunca lo tuvo apretado, la muy mentirosa!- exclamó con rencor.
Lo deslizó en su dedo y se asombró de lo bien que le calzaba. Sintió que se ceñía a su piel,  como pidiéndole que no se lo quitara jamás.
El ansia de su pecho se calmó. Haber logrado su deseo era lo único que le importaba.

-¡ Por fin lo tengo! - exclamó jubilosa - ¡ Ahora sí que podré ser feliz! 


domingo, 3 de julio de 2016

UNA HORA DECISIVA.

Era noche de Viernes y Pablo había decidido salir a divertirse. Llamaría a Diego y a Roberto y les diría que se juntaran en el bar de la esquina. De ahí se irían de copas a otros lugares...La cosa era sacarle el jugo a la noche y pasarla bien.
Pensó que Silvia lo estaría esperando y por un instante sonrió con ternura al imaginar su cara. Pero no, era Viernes y esa noche la quería para él, para beber y olvidar todos los malos ratos de la semana.
Se sentó en un sillón y miró la hora.  Todavía era demasiado temprano. El minutero del reloj de pared avanzaba lento hacia las doce... Cerró los ojos un instante y sin saber como se quedó dormido.
Al abrir los ojos, vio una figura menuda semejante a un duende, que atravesaba sigilosamente la habitación y se dirigía hacia la puerta.
Pablo saltó del sillón y lo cogió de un brazo.
- ¡Ey!  ¡ Un momento, amiguito ! ¿ A donde crees que vas?
El raro personaje, que no se sabía si era un viejo o un niño, lo miró indeciso. Iba envuelto en un abrigo gris que casi le llegaba a los talones y un sombrero de ala ancha le ocultaba la cara.
Pablo lo sujetó firmemente  y le preguntó:
-¿ Quién eres tú?  ¿ Qué hacías en mi casa?
-Nada. No hacía nada. Estaba preso en el reloj , pero ahora estoy libre. Soy la hora que acaba de pasar, así es que mi trabajo terminó. ¡ Chao!
-¿ Cómo? ¿ Quieres decir que eres una parte del tiempo ?
-Sí, yo soy las doce, pero ahora sonó la campanada de la una, así es que me voy.
-  ¡ No! ¡Ni loco dejaría que te fueras ! Tú eres una hora de mi vida y para colmo la perdí durmiendo. ¡ Me la tienes que devolver!
-¡ No puedo!  ¡Ya no existo para tí !  Ahora soy dueño de mí mismo, así es que suéltame de una vez....
-No, me niego. Por tu culpa soy sesenta minutos más viejo, sin haber vivido en realidad ni un segundo ni acumulado la más mínima experiencia.  ¡ Me los devuelves o no te suelto más!
El duende  trató de zafarse de las manos de Pablo, pero él lo sujetaba con rudeza.
Bajó el ala del sombrero apareció una cara burlona y al mismo tiempo afligida. 
-¡ Está bien!  Pero sólo son sesenta minutos...¿ En qué los quieres ocupar ?
  -¿ Puedo pedir lo que quiera?
-Sí, estamos fuera del tiempo, no lo olvides.
-Entonces, llévame al pasado. ¡ Quiero estar con mis padres otra vez!
Al instante, todo desapareció como borrado por un pincel de niebla.  Se encontró en un atardecer de verano y lo recibió el estruendo del mar.
Hundió los pies en la arena y caminó hacia la orilla donde estaban sentados sus padres, contemplando las olas. Al verlo llegar, lo saludaron con una sonrisa y su mamá le hizo un hueco en la manta, para que se sentara a su lado.
Ninguno de los dos le dirigió la palabra y Pablo tampoco dijo nada. Comprendió que ese encuentro se efectuaba en una dimensión desconocida, situada entre el sueño y la realidad.
El sol cubría el mar con una pátina de oro y lentamente se fue hundiendo en el horizonte, hasta desaparecer.
Pablo sintió un tirón en la manga  y se encontró de nuevo junto al duende, en el living de su casa.
-Todavía te quedan treinta minutos- le advirtió este- ¿ En qué los quieres ocupar?
-¡ Llévame al Futuro!
-¡ Cuidado!  Estás corriendo un riesgo....Puede que no te guste lo que veas.
-No importa- insistió Pablo con terquedad.
Al momento desapareció su entorno y se encontró en el parque, en un día de Otoño.
A lo lejos vio a un anciano sentado solo en un banco. Se veía triste, mientras fijaba la vista en los árboles desnudos.
Pablo se sentó a su lado y con sorpresa, se reconoció a sí mismo en él. Vio su propio rostro surcado de arrugas y su pelo encanecido.
-¿ Por qué estás solo aquí? - le preguntó- ¿ No tienes quién te acompañe?
El viejo lo miró confiado, como si se conocieran de toda la vida.
- No, no tengo a nadie. Pero yo tuve la culpa ¿ sabes?  Por egoísmo me fui quedando solo.  Tenía una novia que me quería y a la que yo amaba también...Pero quería disfrutar la vida sin compromisos, no atarme a ningún afecto...Y ya ves...¡ Ahora es demasiado tarde!
Se levantó del banco y se alejó despacio, encorvado por la vejez y por las penas.
Pablo cerró los ojos y no quiso ver más.
El duende, a su lado, se mostraba listo para partir.
-Ya tuviste tu hora extra. ¡ Ahora no te debo nada y me voy!
Y de un salto, atravesó la puerta y desapareció.
Pablo ni lo miró, sobrecogido por la imagen desoladora que había contemplado.
Se sentó en el sillón, ya sin ganas de llamar a sus amigos para salir a divertirse.
Mejor me acuesto temprano, pensó.  Y mañana, apenas abra el comercio,  iré a la joyería a comprar un anillo...Silvia me ha esperado demasiado tiempo. ¡ Creo que ya es hora de que siente cabeza!