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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



miércoles, 31 de octubre de 2012

NORA RESPONDE A BETTY.

Querida Betty, no sabes cuánto lamento haberte fallado en tus momentos de aflicción. Pero no fue por falta de cariño sino por un problema de fuerza mayor. Mejor dicho, de fuerza de Amor.
Tal como lo oyes.
Yo, Nora la sensata, la fría y calculadora, había perdido de golpe todos los tornillos que me mantenían sujeto el cerebro al corazón, en un armazón más o menos estable.
Ahora que ya te has recuperado de tu desengaño, puedo contarte mis aventuras, sin temor a pecar de desatinada e intempestiva.
Como sabes, hace un tiempo se informó a la opinión pública de que El Limbo había sido clausurado.
Pero, la verdad es que sigue existiendo en él una puertecita lateral por la cual entran los enamorados.
 Y ahí se quedan, flotando en ese mundo de sueño-pesadilla, nebuloso e incierto, donde hay quienes no recuerdan ni como se llaman.
Bueno, en ese Limbo estaba yo, enamorada como una estúpida. Triste y feliz, confundida y lúcida. A ratos suspendida en el aire por dos alas magníficas y al minuto siguiente, arrastrándome por el barro de la incertidumbre y la depresión.
¿Te suena conocido ese estado de ánimo?
No sé si te conté que entré a estudiar Inglés a un Instituto vespertino.
Lo más probable es que no lo use nunca fuera de Chile, pero me hace falta, más no sea que para darme el gusto de leer a algún escritor británico en su idioma original.
Seguí el mal concejo de Josefina, de no estudiar de antemano y llegar al examen de admisión con el inglés que traía del colegio.
¡Craso error! Porque mis conocimientos sólo necesitaban un sacudón previo para despertarse. Entré a la sala con ellos durmiendo el sueño de la marmota y quedé en el nivel más bajo. Open de Window, shut de door, así de elemental.
Cuando llegué a clases el primer día, iba saliendo del aula el curso de nivel superior.
Me topé a boca de jarro con un hombrecito feo que cautivó mi atención.
Bajo, con un bigote algo deshilachado y unos ojos miopes tras los gruesos cristales de unos lentes sin armazón.
Te lo describo de inmediato y sin adornos, para que no creas que me prendé de su físico.
Pero, lo malo de enamorarse de alguien feo es que no puedes desilusionarte después, cuando lo miras con más atención....
Quedó establecido de antemano que no te enamoraste de su cara sino de su corazón, y eso vuelve más lento y más profundo el proceso del desengaño.
 ¡Pero llega igual, no te entusiasmes!
Bueno, hablamos unas palabras y supe que él estaba justo en el nivel inmediatamente superior, donde debería haber quedado yo. Pero, era tarde.
Me explicó algunas cosas del programa y luego, para mi desilusión, se fue sin prometedoras vacilaciones.
Supe que solo podría volver a encontrarlo a la clase siguiente, si llegaba temprano para verlo salir.
Ese día amanecí resfriada y sospeché que con fiebre.
Mi cabeza parecía llena de estopa húmeda y mi nariz goteaba como llave a la que le hace falta un cambio de arandela. ¡Pero fui igual!
Ahí estaba él, sin haber crecido ni un centímetro desde la semana anterior y con su mismo bigotito desmelenado. Pero a mí me pareció igualmente arrebatador.
Lástima que, al verme entrar no acusó ninguna reacción y pareció que no se acordaba de que habíamos conversado.
¡Y yo, que había salido de la cama a rastras y con el termómetro todavía colgándome de la boca!
Ojalá que su indiferencia me hubiera servido para enrielarme, pero no. Igual sentí que me hallaba irremediablemente prendada de él, quizás por qué misterioso traspié de mi sentido estético.
Creo que era una reacción natural  ante el humillante recuerdo de mi romance con José Julio.
Tú te acuerdas de que era apuesto como un príncipe nórdico (y frío también, como un carámbano de aquellas regiones).
Mientras estuvimos juntos, me sentí fea y poco atrayente. Me preguntaba cada día, frente al espejo, cómo un tipo tan regio podía haberse fijado en mí.
Resultó un innecesario castigo para mi ego.
Me lo pasé sufriendo y celándolo, como una pantera. Fui injusta con él, pobre incauto, que pese a su pinta arrebatadora me era fiel. No tanto por amor, sino por su temperamento hipocalórico.
Como te digo, creo que fue una sobre reacción a aquel romance fallido, la que me llevó a fijarme en Pedro Pablo, que así se llama el objeto de mi pasión.   
Mejor pondré aquí que "se llamaba".
Es más práctico pasarlo directamente al obituario.
Ceremonia fúnebre no le haré. Unas cuantas paletadas de tierra y que se pudra. ¡Hay que ser drástica en este asunto del Olvido!
Por eso mismo, Betty, es que no quiero entrar en más detalles.
Sólo puedo decirte que después de mi romance con el despampanante José Julio, estar con Pedro Pablo fue como manejar un Lada después de haber probado un Mercedes.
Me sentía más cómoda, tal vez, más relajada, pero en ambos casos me pasó lo mismo: me quedé sin combustible.
La pana del tonto, que le dicen.
Sólo que aquí no se trataba de bencina, sino de la sangre de mi propio corazón.
Se quedó seco y creo que lo venderé por charqui.
En fin, ¡allá penas, Betty! Y eso va para las dos.
Juntémonos a tomar un café y demos vuelta la página de estos folletines baratos que no ameritan ni siquiera un epílogo.
Tu amiga que no destiñe. Nora.

lunes, 29 de octubre de 2012

LA REALIDAD DE UN SUEÑO.


Roberto tenía un sueño recurrente que lo llenaba de inquietud y de nostalgia.
Soñaba que estaba acodado en la  borda de un barco muy grande, tal vez un trasatlántico.
Junto a él había otros pasajeros, que se agolpaban allí, haciendo señas de adiós a los que quedaban en el muelle.
Una luz pálida, no sabía él si de un amanecer o de un crepúsculo, envolvía la escena volviéndola irreal. Esto hacía que en medio del sueño, Roberto supiera que soñaba.
Al cabo de un rato, la gente se retiraba a sus camarotes. El muelle se quedaba vacío, pero Roberto veía, inmóvil allí, a una joven que lo miraba intensamente.
El barco se iba alejando mar adentro y la franja de tierra se desdibujaba en la bruma.
Pero, la joven seguía parada en el muelle. Cuando ya era casi imposible distinguir sus contornos, la veía quitarse un pañuelo azul que llevaba en el cuello. Lo agitaba hacia él, en una señal que no era de adiós, sentía Roberto, sino al contrario, un gesto de reconocimiento y esperanza.
 No habría sido inquietante haberlo soñado una vez, pero el sueño se repetía nítido y exacto y los rasgos de la joven misteriosa terminaron por grabarse en su memoria.
Estaba seguro de que nunca la había visto, que solo era fruto de su imaginación. Pero ¿por qué?  ¿Por qué la veía una y otra vez, como si fuera una premonición de algo que nunca llegaba a concretarse?
También eran improbables las circunstancias de ese encuentro.
La agitada vida laboral de Roberto solo contemplaba  los rápidos viajes en avión y los estresantes trámites en los aeropuertos.
Nunca había hecho un viaje en barco y estaba seguro de que tampoco lo haría.
Pero, pensaba constantemente en la joven que lo miraba desde el muelle.
No había en su cara tristeza ni desasosiego. Al contrario, irradiaba una serenidad luminosa que hacía que el gesto final de agitar su pañuelo no constituyera una señal de despedida sino el preludio de un encuentro.
Sus facciones terminaron por volverse tan familiares que estaba seguro de que si la encontraba un día en medio de la multitud, la reconocería de inmediato.
Inconscientemente, la buscaba sin hallarla. ¿Qué significaría todo esto?
La nostalgia por sus ojos profundos se iba intensificando.
Sentía que junto a ella encontraría la paz que su vida azarosa anhelaba.
Un día, al volver del aeropuerto, tuvo un accidente grave.
En medio de la niebla del anochecer, por esquivar a un animal que se cruzó en la autopista, perdió el control de su auto y se estrelló contra la barrera de contención.
Perdió el conocimiento.
No supo del tiempo que estuvo preso entre los fierros ni del que llevaba en aquella habitación de hospital.
No tenía dolores porque su cuerpo estaba protegido de ellos por fuertes calmantes.
Se notaba vendado y al tratar de moverse, sus reflejos no le obedecían.
Una masa de algodón húmedo parecía envolver su cerebro y a ratos, perdía la conciencia.
Sabía que estaba grave.
Tuvo la certeza de ello una mañana en que vio a varios médicos conferenciando con aire preocupado en una esquina de su pieza.
Dos enfermeras se afanaban junto a su cama, acomodando los tubos que lo conectaban a unas máquinas cuya función desconocía.
De pronto, se abrió la puerta con suavidad y vio entrar a la joven de su sueño.
Nadie más que Roberto pareció notar su presencia.
Se acercó a él con su rostro dulcificado por una sonrisa y sin decir nada, le oprimió la mano.
Roberto sentía que se moría y le dijo:
-¡Lamento haberte conocido demasiado tarde!
-Te equivocas-le respondió la joven- Esto no termina. Es sólo el comienzo y por eso he venido a buscarte.
Roberto sintió que su cuerpo maltrecho se alivianaba.
Vio a las enfermeras retirar los tubos y dejarlo libre para que se levantara.
Los médicos se volvieron hacia él con rostros inexpresivos, pero no trataron de detenerlo.
Entonces vio de nuevo el muelle, en la pálida luz del crepúsculo.
 Ahora estaba vacío.
Junto a Roberto, acodada en la borda del barco, estaba la joven del pañuelo azul.
Se lo quitó del cuello y Roberto notó que la tela crecía y se extendía hasta convertirse en un manto.
Con gesto amoroso, la joven lo envolvió en él y una paz desconocida inundó su espíritu.
La costa se fue alejando hasta perderse en la distancia, mientras la proa del barco iba abriendo un surco en la inmensidad del mar.

AVENTURAS DE BETTY.

Querida Nora:
Te mandé innumerables correos y no me contestaste.
Te llamé por teléfono y me respondió un tipo desconocido.
-Nora no está. Anda en la filmación de "The Walking Dead".
-¿¿Cómo?? ¿Y qué hace ahí?- pregunté, estupefacta.
-¡Hace de zombie, por supuesto!
Y lanzando una risa burlona, me cortó.
Entonces comprendí que te habían robado el celular.
Al menos el ladrón está al tanto de las seriales de actualidad. Entre robo y robo las verá, digo yo...
Así es que no tuve más remedio que mandarte esta carta con estampilla. ¡Lo que ahora falta es que te hayas cambiado de casa!
Estas cartas antiguas me provocan nostalgia. Me recuerdan mi juventud (¡ay!) cuando me escribía con un checo que vivía en Praga.
Dejó de escribirme porque le di a entender que me había enamorado.
Sí, en mi época adolescente yo creía que es posible enamorarse de una fotografía. ¡Y se veía tan guapo! Musculoso, de pelo negro y con unos lentes a lo Clark Kent...
Mejor no me acuerdo, ahora que ando tan sensible.
Pero, no era eso lo que quería contarte.
Hace un mes, quería decirte: Nora ¡Me caso!
Sí, eso te quería decir.
Que Bernardo, por fin, me pidió matrimonio.
Me llamó por teléfono y me dijo:
-Betty, tenemos que hablar.
Pensé, inmediatamente: ¡Hasta aquí llegamos! Se acabó el romance.
Porque siempre en las teleseries, cuando alguien dice: " Tenemos que hablar", se avecina una escena cruel y determinante.
Pero, no. Al terminar la comida, sacó una cajita de su bolsillo y exclamó:
-Betty, me salió el divorcio. ¡Soy libre! ¿Te quieres casar conmigo?
Y me puso en el dedo un anillo precioso.
Lloré emocionada y él, pobre ángel, también soltó una lágrima que le cayó en los restos del bavarois.
Se lo siguió comiendo igual y yo pensé, tontamente, que en las novelas a veces ponen:"  Se tragó las lágrimas". Claro que se refieren a otra cosa.
En fin, Nora, fueron meses de amor delirante.
Yo flotaba por encima de la capa de smog y creía escuchar el coro de los ángeles.
Empezamos a buscar departamento. Él lo quería bien amplio, con dormitorio de alojados, para cuando nos visitaran sus hijos.
Hablaba mucho de ellos, de lo simpáticos que eran, de cómo me iban a gustar.
-Y ellos se enamorarán de ti, igual que yo- me decía mirándome a los ojos y bañándome en torrentes de amor.
Sí, era eso lo que quería decirte:
-Nora, ¡me caso!
Pero, con el paso del tiempo y la prolongación de tu silencio enigmático, se fue modificando el tenor de mis confidencias.
El iba mucho a ver a sus hijos.
A medida que se acercaba la fecha de nuestra boda, iba cada vez más seguido.
Al principio, hablaba sólo de ellos. Matías  y Dieguito, así se llaman.
Que los había llevado todo el día a Fantasilandia.  Que habían ido a pasar el weekend en la playa...
Después empezó a nombrarla también a ella. A Mónica, su ex.
Parece que ella tomó la costumbre de acompañarlos en los paseos, no sé...
Y yo lo notaba pensativo y nervioso. Atragantado con algo, como si tuviera un cartílago de pollo atravesado en la garganta.
Hasta que un día me llamó y me dijo:
-Betty, tenemos que hablar.
Y ahí sí que supe que era el preludio de la escena fatal.
Me meró a los ojos , me estrujó las manos y exclamó, desesperado:
-¡No puedo ocultártelo por más tiempo! Me he reconciliado con Mónica.
No me sorprendí tanto, porque lo presentía. ¿Te das cuenta de lo bueno que es ver teleseries? La Vida las imita tan bien...
Me saqué el anillo y se lo eché en el vaso de gin tonic. Después, salí sin pronunciar palabra.
Dicen que el silencio es elocuente. El crimen también lo es, pero en esa ocasión me abstuve.
Sí, al principio quería decirte: Me caso, Nora.
Y ahora te digo que no me caso. Eso es todo.
Pero el intervalo que hubo entre las dos frases, te lo perdiste por no contestar mis correos.
¡Y yo, que te necesitaba tanto!
Destrozada, pero juntando los pedazos, se despide con cariño
Betty.

miércoles, 24 de octubre de 2012

CELEBRANDO HALLOWEEN.

Era la noche de Halloween.
Hacía horas que estaba frente al computador, luchando con una tarea de Estadística, que podría ayudarme a subir la nota en ese ramo.
Oía pasar a los grupos de disfrazados, riendo y tocando cornetas, rumbo a alguna fiesta y las carreras de los últimos chiquillos, que iban de puerta en puerta exigiendo dulces o amenazando travesuras.
Pensé que habría ruido durante mucho rato y que me vendría bien armarme de paciencia.
Apagué la luz del escritorio y me quedé sentada en la bienhechora oscuridad, pensando en conseguirme la tarea con algún mateo, en lugar de fundirme las neuronas. Sabía que había gente incluso, que compraba las tareas hechas a algún estudiante de cursos superiores.
Sentí que me relajaba y suspiré con alivio.
De pronto vi una pequeña brasa roja arder en la sombra que rodeaba el sillón y un hilo de humo empezó a subir hacia el techo, manoteando en las tinieblas.
-¿Quién está ahí?-grité alarmada y encendí la lámpara de sobremesa.
Vi a un hombre enmascarado, que fumaba negligentemente, recostado en el respaldo.
Llevaba un traje gris y una corbata.
 Será un disfraz de empleado público, pensé por un segundo. Porque no cabía duda, a juzgar por la máscara, que era un tipo que andaba celebrando la Noche de Halloween.
-Y usted ¿cómo entró?- pregunté, severa.
-Perdona- respondió el enfiestado- Andaba por aquí, merodeando sin aviesa intención y vi encendida esta luz. Quise tomar un respiro, para fumarme un cigarrillo.
-Pero, eso no explica que haya entrado sin abrir la puerta.
-Es que soy un fantasma. No sé si eso te simplifica las cosas.
La verdad es que no me asusté. Me creo inmune a zombies y a vampiros. Los únicos que en realidad me dan miedo son los vivos.
-¡Ah! ¿Y qué te trae por estos barrios?
-Mira, la noche de Halloween tenemos "chipe libre" para pasarnos a este mundo. Total, nos confundimos con los disfrazados y nadie nos detecta.
-Para serte franco- continuó con soltura- la mitad de los muertos vivientes que ves por ahí, lo son de verdad. ¿O acaso crees que no tenemos derecho a asistir a nuestra propia fiesta?
-Tienes razón. Y, si no es indiscreción ¿cómo te llamas?
-Cuando morí, me llamaba Juan Carlos y tenía veintiocho años. Bueno, sigo teniendo los mismos, porque es obvio que para mí se acabaron los "Happy birthday" con velitas. Las últimas velas que tuve fueron las de mi sepelio....-suspiró con melancolía.
-Y ahora ¿dónde vives?
-En el Otro mundo, por supuesto. ¿Donde más iba a vivir? Y te diré que hacen bien ustedes en llamarlo así, porque es casi el mismo mundo de acá. Como si fuera su reflejo en un espejo quebrado.
Se levantó del sillón y cortésmente me pidió permiso para apagar la colilla en un cenicero.
A continuación me dijo:
-Quiero ir a bailar a la fiesta que hay en la discoteca de la esquina. ¿Te gustaría acompañarme?
-¡Pero no tengo disfraz!
-No te preocupes-repuso él -Échate harina en la cara, píntate un chorreo de sangre en la comisura de la boca y quedarás incorporada al mundo de los vampiros.
Me arreglé rápido y partimos rumbo a la discoteca.
Por supuesto, pasamos totalmente desapercibidos en medio de esa masa de zombies y de esqueletos que brincaban y se contorsionaban al compás de la música.
El fantasma me tomó en sus brazos y dimos vueltas por la pista.
Era tan liviano para bailar que parecía que no tenía cuerpo.
O sea, pensé que en realidad no tenía y me puse algo nerviosa, pero luego me entregué al placer del baile sin cuestionarme demasiado.
El era alto y delgado, (poco le quedaría de carne sobre los huesos, a esas alturas)  y formábamos una pareja espectacular.
En el baño me encontré con Paula, que andaba de Morticia Adams y que me comentó, envidiosa:
-¡Qué regio el tipo con el que viniste! ¡Francamente estupendo! ¡Como de otro mundo! ¿De dónde lo sacaste?
Sonreí misteriosa y no le respondí.
-¡Egoísta!- exclamó, picada- ¡Ay!  ¡Ni que te lo fuera a levantar!
La noche corrió, burbujeante y embriagadora como un río de champaña que se va por el desagüe.
Empezó a amanecer.
Dejando de bailar, él me tomó del codo con su mano enguantada y me condujo hacia la puerta.
-Ya es hora de que nos vayamos.
-¿Por qué tan pronto?
-Mira, no quiero abusar del permiso. Si no, el año que viene, me dejan sin salida.
Acepté resignada y nos fuimos caminando despacio. La cruda luz del alba hacía añicos el cristal de aquella noche mágica.
Nos detuvimos frente a la puerta de mi casa.
-Antes de irte-le pedí- ¿Te quitarías la máscara para que pueda conocerte?
Vaciló un instante y luego se la sacó con un gesto de disgusto, arrojándola en la vereda.
Sobre el cuello de su camisa no había nada.
Mejor dicho, había aire, la luz sucia del amanecer, el farol encendido de la avenida, en el cual se apoyaba....
Aparte de eso, nada.
Me abatió una tristeza muy grande y tendí mis brazos hacia él, con impotencia.
El recogió la máscara y volvió a ponérsela.
Inmediatamente, recuperó su identidad.
Por un segundo, pasó por mi mente la reflexión de cuántos otros en este mundo, sólo parecen reales porque llevan una máscara sobre su vacío existencial.
Lo vi alejarse tranquilo, sin preocupaciones ni dudas.
 En la esquina, se detuvo un momento para encender un cigarrillo.
¡Total, a esas alturas, la propaganda antitabaco lo tenía sin cuidado!

ANGELES EN HALLOWEEN.

Luciana pensó con alivio que, afortunadamente, en su cuadra sólo vivían jubilados y personas de mediana edad. Así no tendría que soportar los timbrazos de los chiquillos impertinentes que exigían dulces, so pena de ensuciar la puerta con excremento de gato o alguna barbaridad peor.
¡Por supuesto que en su casa no tenía caramelos!
¡Esas porquerías sólo sirven para producir caries o quebrar alguna muela!
Y no iba a comprar exprofeso. ¡No faltaba más!
Puso el tazón de sopa en una bandeja y sintonizó en la televisión el canal de cine clásico. ¡A ver si ponían una de Clark Gable, que tanto le gustaba!
No, no ponían una de Clark Gable.
Pero en la pantalla apareció la cara llorosa de una mujer que apretaba una carta contra su pecho, mientras a lo lejos se oía el tronar de los cañones de guerra. ¡Prometía ser buena!
Luego de tomar el caldo, Luciana apartó la bandeja, se envolvió las piernas con un chal, porque todavía las noches eran frías y se acomodó, satisfecha.
Al rato, sonó el timbre.
Sobresaltada, decidió atender. ¡Quizás era la vecina, con sus sabrosos líos conyugales...!
Entre fastidiada y curiosa, abrió la puerta unos centímetros.
Al principio, no vio a nadie. Pero luego bajó los ojos y comprobó que en el umbral había una niña.
Era pequeña y rubia. Vestía de blanco y en sus manos sostenía un canastito.
Lo levantó hacia Luciana y pronunció con voz firme, casi amenazante:
-¡Dulce o travesura!
Ella quedó pasmada ante su osadía.
La observó durante unos segundos y comprobó que llevaba unas alas de cartón sujetas en la espalda.
¡Un ángel!  Menos mal, porque había sabido que ahora, los disfraces favoritos eran de vampiros o muertos vivientes, a pesar de que los diarios hacían llamados a santificar esa fiesta pagana.
¡Santificar! ¡Patrañas! Lo que debían hacer era prohibirla. Poner carabineros de punto en las esquinas para que llevaran presos a esos mocosos sinvergüenzas que molestaban a la gente decente. ¿Qué saca una con pagar impuestos, digo yo, si no protegen sus derechos ciudadanos?
Miró de nuevo a la niña y la inocente carita iluminada por unos grandes ojos azules terminó por ablandarle el corazón.
Retiró la cadena y abrió la puerta.
La niña entró con paso decidido y se trepó al sofá, ovillándose como un gatito.
Luciana vio que llevaba los pies desnudos.
-¿Pero cómo te viniste así?
-¡Es que los ángeles no usan zapatos!- Sonrió y dos hoyuelos deliciosos aparecieron en sus mejillas rosadas.
 -No tengo dulces- le informó Luciana, arrepentida de su mala disposición- ¿Tomarías un poco de leche?
Sí- respondió la niñita y se acomodó mejor frente a la pantalla.
Luciana trajo leche para las dos y se quedaron en silencio, viendo la película.
Una rara emoción, como una ola tibia subió hasta la garganta de la mujer.
¡Una criatura como esa había soñado tener alguna vez, para acunarla entre sus brazos! Pero la Vida se la había negado...
Como adivinando su enternecimiento, la niña trepó sobre sus rodillas y le rodeó el cuello con sus bracitos desnudos.
De pronto, las alas de cartón se desprendieron y la espalda del vestido se rasgó.
Dos horribles alas de murciélago se desplegaron en el aire, con un chasquido membranoso.
Horrorizada, Luciana vio que el rostro de la niña se había oscurecido y transformado en una especie de trompa, arrugada y bestial, que buscaba su cuello para clavarle los dientes.
Trató inútilmente de desasirse de las garras que la atenazaban y de evitar el contacto del hocico monstruoso.
Su propio grito la despertó.
Tardó más de un minuto en recuperar la conciencia.
Se encontró sentada frente al televisor encendido. En su lucha, el tazón de sopa se había estrellado contra el suelo, quebrándose.
Siguió temblando durante largo rato.
Cuando logró serenarse, vio que la película de guerra había terminado y que una pareja se besaba apasionadamente sobre la palabra "Fin".
Luciana suspiró temblorosa aún, pero ya recuperada del horror de su pesadilla.
Para terminar de disipar su angustia, en la pantalla anunciaron que la película de trasnoche estaba protagonizada por el inolvidable Clark Gable.