Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 29 de abril de 2013

OVNIS.

"Las Palmas" era un pueblecito nortino, famoso por los avistamientos de ovnis.
Por lo menos, eso se decía, tal vez con la intención de atraer turistas.
Pero, contaban los viejos que allá por los años cincuenta, habían empezado a verse muchas luces extrañas cruzando el cielo. Los fantasiosos sostenían que los extraterrestres nos estaban vigilando, cómo a los hermanos tontos de la galaxia, para que no nos embarcáramos en otra guerra mundial.
El más fanático del tema era Francisco, un cincuentón algo chiflado, dueño de la ferretería del pueblo.
En realidad, tenía harto tiempo para leer ciencia-ficción y fantasear, acodado detrás del mostrador, a dónde llegaban pocos clientes.
Y los valientes que se atrevían a entrar, salían con la cabeza llena de ovnis y de abducciones. Mareados y sin saber si tomar el tema en serio o pensar, sencillamente, que Francisco estaba desvariando.
Detrás de las últimas casas del pueblo, había un prado donde pastaban algunos burros.
En medio de ese prado había una piedra extraña, alta y lisa, como una lápida. En ella se leían unos signos desconocidos, que nadie podía descifrar.
Francisco decía que los estaba estudiando y que de seguro era un mensaje que nos habían dejado seres de otro planeta.
En las noches, era frecuente verlo tendido en la hierba, al pié de la roca, esperando avistar alguna nave espacial.
Y aseguraba que más de alguna vez las había visto. Luces de mil colores rotando a gran velocidad, y que se perdían tras los cerros, como si anduvieran patrullando.
Nos tenía aburridos con el tema.
Pero, la más hastiada debe haber sido Gloria, su hermosa mujer. Porque un día, al rayar el alba, varios la vieron cargada con una maleta, camino de la Estación.
Ese día, Francisco recorrió el pueblo gimiéndose y arrancándose los pocos cabellos que le quedaban. A todo el que quería oírlo, le decía que a su mujer la había abducido un ovni.
En realidad, el rumor malicioso que corría era que Gloria se había ido detrás de un ingeniero hidráulico, que había llegado a la zona a planificar una represa.
Pero, todos fingíamos creerle, porque en el fondo lo estimábamos y sentíamos lástima por su ridícula situación.
Francisco se dio a la bebida, porque la ausencia de Gloria era demasiado insoportable para él.
Ya ni abría la ferretería.
Se pasaba el día en el bar y en la noche, se iba a tender al prado, junto a la piedra, con los ojos fijos en el cielo estrellado.
Seguramente se preguntaba en cuál de esas distantes luces estaba ella. Y no perdía la esperanza de que los extraterrestres se la devolvieran, compadecidos de su dolor.
Una de esas noches en que yacía borracho en el prado, el pueblo se conmocionó al ver aparecer a Gloria.
Venía por la calle principal, cargada con su maleta y con un aire triste y humillado.
Todos adivinamos que su aventura romántica había llegado a su fin.
La señorita Rosario salió corriendo de la panadería y la tomó de un brazo.
-¡Gloria!  ¡Qué bueno que volviste!
Ella la miraba como sin verla y parecía desorientada y absorta en su drama interior.
Seguramente se debatía en la indecisión sobre qué le diría a Francisco. Qué explicación satisfactoria podía darle para lograr que él la recibiera en la casa.
La señorita Rosario la hizo entrar a la panadería y le sirvió un café.
Le cerró la puerta en las narices a los intrusos, y lo que hablaron las dos, nadie pudo saberlo.
Al rato largo, vimos salir a Gloria con su maleta y dirigirse a su casa, que se veía oscura y desierta.
Sorprendidos, la vimos salir, casi de inmediato, en bata y zapatillas de levantar.
Vestida así, se encaminó hacia el prado, donde le habían dicho que estaría Francisco.
Alguien del pueblo, que la siguió de lejos, contó después lo que había visto.
Francisco yacía en el pasto, durmiendo, embotado por el alcohol.
Gloria se arrodilló a su lado y lo sacudió dulcemente.
-¡Francisco!  ¡Francisco!  ¡"Ellos" me dejaron volver!
El hombre despertó, atónito y vio a su lado a Gloria, vestida tal como él suponía que estaba aquella mañana en que al salir a la puerta de la casa, a recoger el diario, la había abducido un ovni.
Volvieron al pueblo abrazados, llorando.
A la mañana siguiente, a primera hora, Francisco abrió la ferretería.
Y en el bar ya no lo vimos más.

ES TAN CORTO EL AMOR....

Me fue mal en la Prueba de Admisión a la Universidad, así es que preferí buscar trabajo, mientras me preparaba para hacer otro intento al año siguiente.
Llegué a una gran Distribuidora de productos varios y el ambiente me pareció agradable.
En el escritorio contiguo al mío se sentaba un tipo flaco que no hablaba mucho. Se llamaba Germán.
Apenas llegaba en la mañana, se sumergía, literalmente, en un mar de papeles y no salía a respirar hasta pasado el medio día.
Me cayó simpático, pero él no parecía estar dispuesto a entablar ni siquiera una relación de camaradería. Pensé que el exceso de trabajo era solo un pretexto para aislarse de la gente.
Así es que desistí de caerle bien y me hice amigo de Pablo y de Julio, unos vendedores de la Sección Abarrotes.
Almorzábamos juntos y casi siempre, el tema obligado de conversación era Chabela, la rubiecita de Cobranzas.
Todos andaban locos por ella, pero la verdad es que no miraba a nadie.
Su actitud era dulce y gentil, pero si alguien se propasaba con algún piropo insinuante, una mirada glacial lo dejaba congelado en su escritorio. Hasta ahí, no más, llegaba su dulzura.
Bueno ¡Es que era imposible, también, que alguien como ella no tuviera novio!
Meses después se corrió un rumor bastante extraño:
¡Chabela se casaba con Germán, el trabajólico que se sentaba a mi lado!
Pero ¿cómo? ¡Si ni siquiera los habíamos visto juntos!
¿Y qué había descubierto ella en ese flacuchento sin gracia, que no abría la boca ni para bostezar?
Nadie se explicaba la cosa y no faltaron las malas lenguas que afirmaron que ella se casaba por despecho. Que el verdadero amor de su vida era otro, un hombre casado que le había hecho mil promesas, pero que a la hora de las decisiones, como era de esperar, había dado un paso atrás...
¡Es tan corto el amor y es tan largo el olvido!-exclamó algún gracioso, recordando a Neruda.
La envidia los corroía a todos, incluso a mí. Pero, al menos yo me mantenía al margen de los comentarios insidiosos.
El discreto romance y las insinuaciones malévolas continuaron hasta fin de año.
 En Diciembre nos llegó el parte de matrimonio y por supuesto, asistimos todos.
Ella lucía preciosa con su corona de azahares y él se veía casi buenmozo, en su traje oscuro.
 Su cara brillaba como un aviso con luces de neón que proclamaba su dicha.
Cesaron los comentarios y volvió la monotonía. El calor del Verano empezó a hacernos sudar bajo la luz eléctrica.
 Muchos salieron de vacaciones. Otros, como yo, nos quedamos entrampados en el ambiente viscoso de la oficina, como moscas pegadas en una tela de araña.
Pero la rutinaria calma no duró mucho tiempo.
Porque Germán empezó a llegar al trabajo con otro aspecto.
 Y a más de alguien se le ocurrió comentar, con un tonito de regocijo, que la luna de miel debía estar llegando a su fin.
¡Es tan corto el amor y es tan largo el olvido!- repitió el gracioso de turno.
Y Germán, con unos ojos de perro sin amo, se veía cada día más silencioso y cabizbajo.
¡Hasta que un día estalló la bomba!
Chabela lo había abandonado.
Se supo que su antiguo amor había reaparecido, ya divorciado, y ella había volado a sus brazos, como polilla loca de ansiedad por quemarse en la llama de una vela.
¿Cómo se supo? ¿Quién trajo la  noticia?
Una, que se decía amiga de ella, nos proporcionó los detalles:
El seductor era un tipo de plata, buenmozo y de bigote negro. Lo apodaban Omar Shariff.
Con esos datos, nadie quiso apostar un peso por el pobre flacuchento...
Faltó al trabajo tres días. Presentó licencia "por gripe".
Y luego volvió, más pálido aún, a bucear entre sus papeles.
 Como en un fondo marino donde ya no había ningún tesoro sumergido que rastrear....

viernes, 26 de abril de 2013

VIAJE EN TREN.

Estaba feliz porque habían repuesto el servicio de trenes hacia el Sur.
Había estado suspendido casi un año, por un déficit en el presupuesto de Ferrocarriles.
Así es que, más que todo por darme el gusto de volver a viajar en tren, inventé ir a Marchihue, a ver a unos tíos viejos. Los únicos que me quedaban vivos.
Iba medio adormilado por el dulce trac trac de las ruedas, que tantos recuerdos me traía, cuando sentí que aminorábamos la marcha y entrabamos en una estación.
Detenido en la línea contigua, vi un tren que viajaba en sentido contrario.
Distraído, empecé a mirar a los pasajeros y de pronto descubrí a mis hermanas que, tras el vidrio de una ventanilla, me hacían señas.
Se reían y sacudían los brazos, llamándome.
No escuchaba sus voces, pero por el movimiento de sus labios, me di cuenta de que insistían en que me bajara y subiera al tren en que viajaban ellas.
Con sorpresa, ví que eran chicas de nuevo. Ocho y diez años, la mayor, y que ambas llevaban puestos los sombreritos de paja que usaban en la playa.
¡Ven! ¡Ven!- modulaban sus labios- ¡Apúrate, que el tren ya se va!
Abandonando mi valija, en dos saltos llegué al andén y subí al vagón donde se encontraban ellas.
Prorrumpieron en gritos de júbilo y Mirta, la menor, me mostró con orgullo la palita y el balde de latón que llevaba para jugar en la arena.
Me senté a su lado y entonces miré mis pies desnudos calzados con zapatillas.
¡Yo también era niño otra vez!
Viajamos largo rato por campos verdes, jugando a las mismas cosas que jugábamos de chicos.
¡Quién ve primero una vaquita negra!
¡Quién ve primero un caballo blanco!
¿Quién se atreve a tocar la alarma y hacer parar el tren?
¡Nadie!  Porque capaz que nos lleven presos...
Y así seguimos mucho tiempo, viendo pasar ríos, potreros y casas entre los cerros.
El aire empezó a cambiar y a volverse más fresco y con un olor salobre. ¡Nos acercábamos al mar!
Paró el tren en la estación de "Cartagena" y nos bajamos corriendo con nuestros baldes de hojalata y nuestras palas, soñando ya con los castillos de arena que íbamos a edificar.
A lo lejos, en la playa, bajo un quitasol de colores, estaban nuestros padres.
Mamá, joven y linda, protegiéndose el pelo con una pañoleta. Papá, con su gorro de marino y la eterna pipa apagada entre sus dientes.
Nos lanzamos a chapotear en el agua, que llegaba mansa a la arena, después que las olas explotaban con su fragor resplandeciente.
El mar arrastraba algas de color rojizo, que nosotros recogíamos y volvíamos a lanzar lejos, para que las olas nos las trajeran otra vez.
El sol, como un globo de fuego, empezó a hundirse en el horizonte.
Nuestros padres nos miraban sonriendo y nosotros jugábamos, como si nuestra única obligación en la vida fuera jugar y ser felices...
Me despertó un brusco choque entre dos vagones. El tren iba entrando a la estación de Marchihue.
¿Por qué había tenido ese sueño que me llevó hacia el pasado?
Quizás por un motivo muy fútil.
Porque esa mañana había leído en el diario que se acercaba la fecha del cambio de hora.
Teníamos que atrasar los relojes. A las doce, serían de nuevo las once. Y yo había pensado en ese momento, que el pasado se podía vivir otra vez.

VOLVER ATRAS.

Avisaron en los diarios y en la televisión que esa noche, a las doce, había que cambiar la hora. Correspondía hacer retroceder los minuteros y quedar en las once, otra vez.
Pero, llegado el momento, Jaime dijo que no. Que se negaba rotundamente a hacerlo.
Ya había vivido esa hora, entre las once y las doce, y se negaba a volver a vivirla.
La había pasado solo, suspirando por su amor perdido y no era cosa de repetir esos minutos, solo porque otros lo habían decidido por él.
Pero, cuando faltaba solo un segundo para que las manecillas del reloj coincidieran en las doce, entró sorpresivamente a la habitación, un señor flaco, vestido de gris y portando una maleta.
-Y usted ¿quién es?-le preguntó Jaime, sorprendido.
-Soy El Tiempo y vengo a entregarte la hora extra que te han asignado. ¡Vamos!  Retrocede ya el reloj, que no puedo quedarme aquí, esperando a que te decidas.
Y abrió su maleta, dispuesto a entregarle los sesenta minutos que le correspondían.
-¡No! ¡Me niego a hacerlo!  ¡No quiero vivir otra vez lo mismo!
-¿Y quién te dice que tiene que ser así?  Al contrario, se te da la oportunidad de volver a vivir la misma hora, de distinta manera.
-¿Y qué podría hacer?
-¿No estuviste acaso llorando por tu amor perdido?
-Sí, pero...
-Quizás no has hecho lo suficiente por recuperar ese amor. ¿No fuiste tú quien engañó y traicionó, para correr detrás de una pasión efímera?
-Lo reconozco, pero ¿qué me aconseja que haga?
-Que pongas los minuteros de tu reloj otra vez en las once y vayas a buscarla a ella.
Al ver que la mirada de Jaime se dirigía hacia el teléfono, lo paró en seco.
-¡No! ¡Por teléfono no!  ¡Ni menos por Internet!  Se trata de que la mires a los ojos y le digas lo que sientes. ¿Tan difícil te resulta pedirle perdón?
Jaime le obedeció al Tiempo, porque dicen que es muy sabio y todo lo aclara. Y afirman que es muy piadoso y todo lo cura...
Retrocedió las manecillas de su reloj y se encaminó a la casa de su amada.
Se veía oscura y, aunque golpeó repetidas veces, nadie acudió a abrir.
-¡No está!- suspiró desconsolado.
Ya se alejaba, cuando se cruzó con una pareja que caminaba del brazo, conversando a media voz.
Al pasar junto a él, ni lo miraron.
Era ella, que llegaba acompañada de su nuevo amor.
-Es temprano en el tiempo, pero muy tarde en mi vida- pensó Jaime con tristeza.
Cabizbajo, desanduvo el camino.
El campanario de una iglesia lejana dio las doce.
 Y la hora regalada llegó a su fin.

martes, 23 de abril de 2013

DIA MUNDIAL DEL LIBRO.

He notado que las únicas personas que le temen a la soledad son las que no tienen el hábito de la lectura.
Cada libro que leemos es como una semilla que plantamos en nuestro espíritu.
De ella nacen selvas, mares, ciudades.... Mundos siempre cambiantes por los cuales transitar.
Y senderos que nos llevan al encuentro de personas cuyos rostros vamos creando nosotros mismos.
¿ Ya te enteraste de que " siempre el libro es mejor que la película" ?
Entonces, apaga ese televisor que te cautiva y te aliena y abre un libro que te acompaña como un amigo y te invita a ponerle alas a tu imaginación.

lunes, 22 de abril de 2013

DIA MUNDIAL D E LA TIERRA (2).

EL  AGUA.

Agua maravillosa, luz que canta.
Sorbo del cielo, diáfana criatura.
Voz que en susurro llama desde el bosque.
Pájaro de cristal en la espesura.
Con pie leve camina por la hierba,
juega en la vegetal red de los tallos.
Si transida de anhelo yo la bebo,
un secreto de Dios canta en mis labios.
Cuando tengan mis ojos noche larga
y repose mi frente en tierra oscura,
llegará hasta mi boca, dulcemente,
un hilo de agua cantando por la hondura.

D I A MUNDIAL DE LA TIERRA. (1)

HISTORIA DE LA SEMILLA.

La Madre Tierra mece en sus brazos
a la semilla que está dormida.
Su sueño arrulla la voz del agua,
que en lo profundo gesta la Vida.
Duerme la niña, mientras inunda
todo su ser, algo misterioso.
Es como un río que por sus venas
fluye con lento dolor gozoso.
De pronto, suaves dedos de luz
tocan la puerta en su alcoba umbría.
Es un rayo de sol que le trae
el recado de oro del día.
Se pone entonces un traje verde
de fresca seda recién tejida
y sube a danzar sobre la pradera
liviana danza al viento aprendida.
De la mañana, la rosa azul
sobre la tierra está florecida.
...............................................
Y  esta es la historia de la semilla
que de la tierra nace a la Vida.

viernes, 19 de abril de 2013

AMOR TARDIO.

El aviso que contesté decía: "Se arrienda pieza con baño exclusivo a universitario o persona que trabaje afuera".
Era un edificio antiguo, pero bien mantenido, a dos cuadras del Metro.
La dueña se llamaba Amalia. Era una mujer viuda, de agradable aspecto. Sus hijos "de la noche a la mañana, habían abandonado el nido". Así dijo ella, un poco cursi, la pobre.
Pero le caí en gracia y cuando supo mi apellido, se le iluminó la cara.
-¡De San Fernando, mi tierra!- exclamó nostálgica.
Me arrendó la pieza sin vacilaciones. Creo que lo que más le gustó de mí fue que saliera temprano y volviera tarde.
A veces, al regresar, la veía en el comedor y me llamaba para ofrecerme té. Le pesaba la soledad y sus inquilinos éramos, en realidad, su única familia.
Le conté que soy separada, sin hijos, pero evité entrar en detalles. De todas formas, ya pasaron varios años y la herida se cerró.
(Le dieron cinco puntos de sutura a mi corazón, para frenar la hemorragia. Quedó una cicatriz, que a veces me arde, todavía...Pero, nadie puede verla y llevo una máscara sonriente, tan adherida a la piel que ya ni yo misma sé lo que hay debajo.)
Una tarde, la dueña me avisó que llegaba otro pensionista. Un joven que venía de provincia, a estudiar a la Universidad.
Días después, me lo topé en la cocina. Yo iba en bata, a prepararme una taza de té y pudorosa, me cerré el escote sobre el pecho. Pero, él no pareció interesado.
Tendría apenas veinte años y con aire displicente, pelaba una naranja, acodado sobre el mesón.
 Me presenté sonriendo: Laura. Y él respondió: Adrián, mientras chupaba un gajo.
Me pareció buenmozo y su juventud me conmovió extrañamente. Había algo de candor en su frente y los suaves rizos de su nuca, invitaban a una caricia.
Amalia le tomó cariño. Seguramente veía en él a sus hijos ausentes.
Y yo...¡Ay! ¡Quisiera poder decir que también despertaba en mí sentimientos maternales.
Pero sabía que la turbación que me provocaba su presencia era de índole bien distinta.
Un día lo vi leyendo "El guardián en el centeno" de Salinger. Entusiasmada, le comenté algunos detalles y me apresuré a ofrecerle "Nueve cuentos".
Vi que me miraba con otros ojos. "¡Después de todo, no es tan vieja!"!habrá pensado, seguramente.
En la soledad de mi dormitorio, borré de mi cara, con cierta dificultad, la eterna sonrisa que me hace ver más joven y que esconde mi amargura.
El espejo, automáticamente me recordó mis cuarenta y ocho años.
Pero, volviendo a sonreír, levanté la barbilla y adopté ese aire optimista que todos me conocen. El tiempo retrocedió por arte de magia.
(¡No debo dejar que el espejo traidor me tome desprevenida!)
(Es como un charco de agua oscura, en el que se ahogó mi juventud, sin dar un grito...)
La llegada de Adrián había traído un elemento nuevo a mi vida.
 Me sentía inquieta, espiaba sus entradas y salidas. El ruido de sus pasos en el pasillo alteraba los latidos de mi corazón.
 ¡A nadie le habría confesado aquel delicioso secreto que me avergonzaba y me hacía estremecer!
Una tarde quedó de pasar a mi pieza a recoger el libro de cuentos.
Compré flores y dejé a la vista, como casualmente, una caja de bombones...
Lo esperé hasta pasadas las diez. Luego entendí que ya no vendría.
Sentí un odio mortal hacia mí misma.
Me paré frente al espejo y me arranqué a tirones el collar que me había puesto. Las cuentas rodaron por los rincones.
-¡Vieja! ¡Vieja!- le grité a mi imagen y terminé llorando sobre la cama.
Al final, me quedé dormida sin desvestirme y recién pasada la una, escuché sus pasos en el vestíbulo.
Le dije a Amalia que me iba a vivir con mi hermana y a fin de mes, dejé la pensión.
Es la primera vez que hablo de esto. Y no lo volveré a hacer nunca más, se los aseguro.

RECUERDAME OLVIDAR.

Descubrió que lo peor es la esperanza, porque cuando se pierde, se queda  una como desnuda, abandonada en un páramo.
Durante meses esperó que Mario volviera.
Se había ido con una sola maleta.  Su abrigo y una chaqueta raída que despreció, quedaron en un rincón del closet.
Ella sacó el abrigo y lo colgó en el perchero de la entrada.
Así, cuando se levantaba a preparar el desayuno- un único tazón de café que tomaba parada frente a la ventana-podía fantasear con la idea de que él aún vivía ahí.
Estaba en el cuarto de baño y no tardaría en salir, fragante a colonia de afeitar...Se pondría el abrigo y se marcharía apurado, después de robarle algunos sorbos de su tazón de café.
El chasquido de un beso flotaría en el aire...
En las tardes, creía escuchar sus pasos en la escalera.
Vendría cansado y mientras se duchaba, Olivia prepararía un trago que se tomarían juntos.
Llegaba la noche y desvelada en su cama, aún creía escuchar el rumor de sus pasos que se acercaban a la puerta. El ruido de la llave en la cerradura.... ¡Era tan viva la ilusión que aveces lanzaba un grito!
Llegó al Primavera y al salir del trabajo, viendo tantos pájaros y tantas flores, se preguntaba con amargura:
¿Cómo es que vino la Primavera?  ¿Para qué vino, si yo estoy seca por dentro, como un árbol quemado?
No estaba preparada para su abandono.
Aunque muchas señales casi imperceptibles le habían advertido que él se estaba distanciando.
Una pared helada empezó a erguirse entre ambos.
Una sombra empezó a crecer, a expandirse como un agua negra en la que terminarían por ahogarse los dos.
Tal vez, Mario prefirió irse, antes de que eso pasara.
Y Olivia no hizo ningún gesto para retenerlo.
Un ancho hueco de ausencia se abrió a donde había estado su cuerpo.
Ella se sentó al borde de ese lago sombrío y fue arrojando en él las horas, como pequeños guijarros  que se hundían sin dejar huellas.
Pero, detrás del Amor, siempre camina el Olvido.
Al principio, lo sigue a la distancia. Husmeando sus huellas como un perro fiel.
A medida que el Amor hace más cansino su andar, fatigado de la inútil persistencia de su entrega, el Olvido va acortando la distancia.
Y al final, se encuentran.
¡Qué descanso para el corazón!
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 Tiempo después, Olivia se cruzó con Mario en el andén del Metro.
Notó que él palidecía, que se aprestaba a hablarle. Pero, luego se dio cuenta de que ella no iba sola.
Retrocedió  y se saludaron con un gesto evasivo.
El acompañante de Olivia la miró con curiosidad:
-¿Quién era?  ¡Pareció impresionado al verte!
- ¡Te equivocas!  Es sólo un antiguo conocido. Alguien a quién ya olvidé.