Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 31 de marzo de 2011

JULIO COMIENZA EN MARZO.

Fue una tarde de Marzo cuando vi a Julio esperándome a la salida del trabajo. Mi sorpresa rayó en la incredulidad. Luego, un ramalazo de dolor y de odio me sacudió con violencia. Ese odio y ese dolor acumulados durante los últimos diez años.
-Nora, necesito hablar contigo. ¿Podríamos ir a un café?
¿Fue un relámpago de esperanza el que cruzó por mi corazón?
Si fue eso, lo rechacé con rabia.
-Nora, necesito que me ayudes. Creo que Nelly me engaña.
Lancé una carcajada amarga.
-Y ¿cómo te atreves a decirme eso a mí? ¿No fuiste tú el que me engañó primero con ella?¿El que me abandonó por ella cuando más te quería?
-Nora, lo sé. Fui culpable. Pero si entonces me hubieras perdonado. . . Tú fuiste la que terminó por echarme en sus brazos.
-Mentira, estabas loco por ella. Nunca olvidaré mis noches de insomnio en el departamento vacío, con la loca esperanza de que volverías. . .
Nora, por favor. No caigamos en lo mismo. Todo eso ya pasó. Y ahora eres tú la única en quién confío para que me ayude.
Me calmé un poco y decidí escucharlo.
-Hace unas tres semanas que Nelly está cambiada. Anda preocupada y distraída. Recibe llamados que contesta en su pieza o con monosílabos. Hace días la seguí y la vi juntarse con un hombre en el café de la esquina. Hablaron largo. Ella lo miraba con amor y hubo un instante en que le tomó la mano a través de la mesa. Era de noche y yo estaba afuera, oculto entre las sombras.
Dos veces la he seguido y los he visto en el mismo café.
-¿Y qué quieres que yo haga?
-Quiero que la próxima vez seas tú quien la siga. Que entres al café y te sientes cerca. Ella no te reconocería. Quiero que trates de oír todo lo que hablan.
-¿Cómo te atreves a pedirme algo así?
La rabia y el dolor me ahogaban. Pero me calmé porque vi que por fin llegaba el momento de mi revancha.
¡Claro que ella no me reconocería! Hacía diez años me dejó convertida en un guiñapo y ahora yo era una mujer de éxito. Elegante, vestida a la moda y decían que buenamoza. El odio y el amor propio herido me habían sostenido de pié como un armazón de hierro. Me habían mantenido erguida, lista para el desquite y éste por fin llegaba.
Accedí a la petición de Julio.
Esa tarde entré al café cuando ya habían llegado. Me senté en la mesa contigua. Les daba la espalda, pero escuchaba todo lo que decían.
-Nelly, hermanita linda-decía él-Por fin te tengo buenas noticias. Un antiguo compañero de Universidad ha confiado en mí y me ha dado trabajo. De nochero en su Fábrica, pero sé que si le respondo bien podré ir ascendiendo.
-Carlos ¡qué alegría! ¡por fin podré hablarle a Julio de ti!  ¿Cómo decirle que tenía un hermano en la cárcel? Pero ahora todo va a cambiar y podrás ir a nuestra casa a vernos.
-¿Cómo va tu relación con Julio?
-Bien, bien. ¡Me quiere tanto y yo a él! Sé que nuestro comienzo no fue bueno. Tú me culpaste por destruir su matrimonio. Pero a ella nunca la quiso de veras. Por eso fue que nos enamoramos tanto. . . Pero, basta, hablemos de ti. Toma, le pedí a Julio plata, le dije que es para una amiga. Quiero que te compres ropa, que te vayas a una pensión decente. Que vuelvas a ser el mismo C arlos de antes.
-Hermanita linda, si la mamá desde el cielo nos viera ¡Cómo se alegraría al ver lo buena que has sido conmigo!
No escuché más. Tomé un taxi y me dirigí a la oficina de Julio.
Me recibió pálido y expectante.
-Tenías razón-le dije-Y es más grave de lo que tú creías. La plata que te pidió se la dió a él para que compre los pasajes. Se van a Iquique juntos la próxima semana. Piensa abandonarte sin una palabra.
Julio se echó sobre el escritorio y vi como sus hombros se sacudían. Me acordé de mis noches de llanto desesperado cuando él me dejó.
-Julio-le dije-No permitas que te humille así. Déjala tú primero. Ve  ahora mismo a hacer tus maletas y ándate. No le des tiempo a inventar quizás qué mentira para retenerte.
-Pero, no tengo a donde ir. . . .
Sí tienes, Julio. A mi casa. Tengo una pieza vacía en la que puedes acomodarte mientras buscas algo.
-Pero, Nora. ¡Si tú jamás me has perdonado!
-Es cierto, pero ahora quizás ha llegado el momento de que empiece a perdonarte. . . . .

miércoles, 30 de marzo de 2011

DESEO DE CUMPLEAÑOS.

Que los días en que no cumplas años cumplas sueños.
Que ningún placer de la Vida te parezca pequeño
aunque sólo sea un vaso de agua fresca en el calor.
Que ninguna pena te parezca tan grande
que no encuentres consuelo en el amor.
Que cada día, al despertar, sientas que la Vida es hermosa.
El contraste entre espinas y pétalos
hace más bella a la rosa.
Penas y alegrías forman el entramado
de un valioso tapiz.
Que sueñes mucho y te arrepientas poco.
Lo que quedó tras de ti lo borraron tus pasos.
Que al gozo y al dolor abras por igual los brazos.
Y que pienses a menudo: Soy feliz.

lunes, 28 de marzo de 2011

LUZ DE VELA.

En El Día Mundial de la Tierra se me ocurrió apagar todas las luces de la casa por una  hora, y encender sobre mi escritorio una vela.
¡No recordaba como es su suave resplandor, su frágil materia derritiéndose lentamente!
No es lo mismo hacer esto durante el pánico de un apagón. Aquí se trata de prescindir de las ampolletas y volver a la antigua magia del fulgor de una vela.
Su luz arroja sombras movedizas contra la pared, cómo se agitara su cabellera de llama.
¿Es que tiembla y se desespera porque siente que se va consumiendo?
No. Yo creo que es feliz de acabar su vida así, en un derroche de fuego y de suave calor.
Recordará talvez como hace muchos años, niños friolentos acercaban sus manitos a su llama, tratando de entibiárselas.

O quizás pensará en algún joven poeta muy pobre, como en los cuentos de Wilde, que escribió sus mejores líneas envuelto en su tenue fulgor.
¡Ah, si uno pudiera morir así también, consumiéndose suavemente para dar en el último instante una llamarada intensa, como una estrella que se apaga!

jueves, 24 de marzo de 2011

SOLEDAD.

A principios de año, eché de menos a Silvia en el taller de Psicología.  
La llamé a su casa y me dijo que estaba enferma. Que tenía un cáncer inoperable y que había renunciado a la quimioterapia. Me pidió que le avisara a la profesora.
Sin embargo, dijo que iría a la clase siguiente, si se sentía bien.
Cuando llegó, noté de inmediato que había adelgazado y que se le había afilado la nariz. Pero simulé que la veía igual que siempre.
Después me di cuenta de que todas en el curso sabían de su enfermedad.
La misma Silvia se había encargado de llamarlas para contarles.
Me pareció tan extraña esa voluntaria exhibición de su sufrimiento. ¿Qué buscaba ella?
¿No había comprendido aún que la compasión no es sinónimo de afecto?
Ella no imaginó que en adelante, todas se sentirían incómodas en su presencia. Absurdamente culpables de estar sanas, de tener una vida por delante, mientras ella sentía que una puerta se cerraba a sus espaldas y otra más lo hacía frente a ella, dejándola en una especie de sala de espera gris, a donde nadie podía entrar a acompañarla.
Otra cosa que no anticipó fue la más cruel. La involuntaria mirada inquisitiva con que, día tras día, todas buscarían morbosamente, en sus facciones y en su cuerpo, los paulatinos estragos de la enfermedad.
¡Ah! Si se hubiera callado. Si hubiera elegido hacer en silencio su caminata hacia la penumbra.
¡Cuánto más delicada, cuánto más generosa habría sido en la heroica dignidad de su secreto!
Siguió yendo a clases, aunque a veces despertaba débil y cansada, como si mientras dormía hubiera arrastrado una carreta llena de piedras. .
No quería estar sola en su casa, pero en el Taller lo estaba también. .
Rostros amables, sonrisas alentadoras. . . . ¡Pero, cómo se callaban de repente al verla entrar en la sala!
¡Qué extraño fue para ella notar que la rehuían! Qué simulaban no ver como los delicados huesos de su cara iban emergiendo bajo su piel,  cómo sus ojos parecían ir creciendo, mientras se empequeñecía su rostro que alguna vez había sido hermoso.
Tras los gestos de afecto,  ella notaba un rechazo encubierto que jamás esperó.
Esa mañana en que, a una por una, las fuiste llamando para contarles que te morías. ¡Ay, Silvia! ¿Por qué lo hiciste?
Creíste que su afecto te sostendría y te daría valor. Pensaste que su compasión te envolvería como un manto tibio que te abrigaría del frío que se te iba metiendo en los huesos.
No habías aprendido aún que la gente rehuye el sufrimiento. Que prefiere acercarse a los que son sanos y felices, para mirarse en ellos como en un espejo.
Ahora intuías que uno se muere muy solo. Más solo de lo que nunca llegó a estar mientras vivía.

PREGUNTAS.

Voy dulcemente triste.
Mudamente.
Como un vidrio el silencio
se triza en mi garganta.
Te he perdido, Señor.
Mis brazos se quedan inertes
en el vacío ilimitado de lo Tuyo.
Camino
y hay un péndulo de sombra
para el ritmo de mis pasos.
¿A dónde voy, Señor?
Hacia el abismo blanco
de eso que llaman Nada.
¿Y después, Señor?
¿Y después?

viernes, 18 de marzo de 2011

GOLPECITOS EN LA MESA.

Las semanas las amarraba imaginariamente en paquetitos y las apilaba una sobre otra. La mayoría, atadas con cintas grises, porque no había pasado nada. Si en alguna semana me llamaba alguien por teléfono, abriendo una brecha en mi soledad, le ponía una cinta verde. Y esa semana en que el Miércoles me llamó el que tanto había querido, la amarré con una cinta rosada. Roja no, porque fué un llamado casual. Se acordó de mí o encontró mi número en una agenda vieja y era evidente que no volvería a llamar.
Y así pasaba el tiempo, amarrando los días en paquetitos. Sentada en la orilla de la Vida, como al borde de un muelle, viendo pasar los barcos a lo lejos, mirando el agua por si llegaba alguna botella con mensaje. Quizás en otro muelle, alguien miraba el agua, como yo. Pero no podía saberlo.
Por eso no dije que no, cuando me llegó la más extraña de las ofertas.
En la casa vecina vivía una mujer  misteriosa, Usaba un turbante y se envolvía en vestidos largos como túnicas orientales. En su puerta había una plaquita discreta pero que encendía la imaginación. "Madame Sofía. Ayuda espiritual". Al atardecer llegaban grupitos de gente. Todos furtivos, medio tapada la cara con un sombrero o una bufanda.
Y fué ella, la del turbante oriental la que me tocó la puerta una mañana. Parece que había estado observándome y yo le inspiraba confianza. Quería pedirme algo muy confidencial. Ofrecerme un trabajo fácil y bién pagado.
Me quedé estupefacta cuando después de muchas explicaciones vagas y reticentes, entendí de qué se trataba.
Ella hacía sesiones espiritistas y necesitaba una asesora. Era bién fácil la cosa-dijo. Hacer unos pocos ruidos, tirar algún cordelito estratégico, ayudarle, en fín, a darle mayor realce a sus poderes mediunímicos. Así dijo ella, pero entendí que se trataba de un fraude y que yo le ayudaría a montarlo, prometiendo, eso sí, absoluta confidencialidad.
Acepté, no por la paga, porque vivía bién con mi pensión de profesora jubilada, sino porque aquella inaudita propuesta venía a sacarme de mi soledad y de las interminables semanas amarradas con cinta gris.
Antes de la sesión ella me mostró la pieza donde me escondería. Una cortina me separaría de los asistentes y de acuerdo a la pregunta del caso, respondería con golpecitos en el borde de una mesa. Había unos cordelitos delgados que yo debía tirar cada cierto tiempo, para que se moviera algún cuadro o un candelabro. Como estaría en penumbra-dijo ella-los cordelitos no se distinguirían.
-Responda con un golpe para "Sí" y dos para "No". Ud. sola se dará cuenta cuales son las respuestas convenientes.
Por un pliegue de la cortina me asomé y ví a los participantes de esa tarde. Dos viejitas meláncolicas que buscaban comunicarse con sus hijos muertos y un viudo que necesitaba hacer contacto con su esposa recién fallecida.
La cosa se desarrolló de maravilla. Golpecitos, tirón de cordeles, todo salió a pedir de boca. Mejor dicho, a pedir de medium. Yo hacía moverse un cuadro y todos daban un salto. Boté al suelo el candelabro y todos dieron un grito. Al final, las viejitas se fueron emocionadas y el viudo más calmado, después de escuchar el solitario golpecito que le avisaba que Edelmira se hallaba ahí.
Recibí elogios de la medium y me fuí feliz. Mi vida ahora tenía emoción. Se había abierto una puerta en mi pared gris y por ella había entrado gente a hacerme compañía. Y yo contribuiría a darles la certeza de un más allá beatífico, donde los esperaban sus amados muertos. Les daría esperanza y consuelo, a cambio de lo que ellos sin saber me entregaban.
Todos los Miércoles iba el viudo y yo lo miraba desde detrás de la cortina. Cuando me tocaba dar el golpecito, señal de la presencia de Edelmira, él se emocionaba y soltaba un torrente de palabras de amor:
-Edelmira, te echo tanto de menos. Sin tí la vida no vale nada. Tú lo eras todo para mí.
Y así, como un mes entero.
No sé si me gustaba el viudo o si me conmovía su fidelidad, pero cada vez estaba más pendiente de él y rogaba que llegara luego el Miércoles, para volver a verlo.
Hasta que todo cambió.
Apareció como siempre, serio y callado, pero cuando se manifestó el presunto espíritu de Edelmira, él le dijo:
-Tú sabes que a nadie podré amar nunca como a tí te he amado, pero quiero que sepas que he conocido a alguien. ¿Apruebas que la siga viendo?
Casí me ahogué y me bajó una furia ciega. No sé si por celos o por lealtad con la finada, dí dos golpes que significaban "No".
El viudo quedó petrificado.
-Edelmira-rogaba-Estoy tan solo. Díme que me dás tu aprobación.
y yo, dale con los dos golpes tan fuertes que a todos dejaban aterrados.
Después la medium me preguntó por qué me empecinaba en contrariar al viudo y le respondí que así lográbamos que siguiera viniendo. Ella me alabó mi perspicacia y mi sentido comercial, pero yo ardía por dentro de dolor y de rabia ante la infidelidad y la deslealtad del viudo. ¡Ni dos meses había durado aquel amor eterno!Lo veía como una ofensa personal.
Durante tres semanas me obstiné en destrozarle las ilusiones. Pero empecé a dormir mal y cada día me acosaban más los remordimientos. El siguió viniendo pero se fué poniendo mustio y hasta parecía que se iba achicando de tan encogido que andaba.
Una tarde no pude más.
Después de haberlo atormentado con mis  negativas, lo miré por detrás de la cortina y lo ví tan triste, tan desesperado que pudo más la parte buena que todavía me queda en el corazón. Que es bién chica, lo reconozco.
Cuando terminó la sesión, salí corriendo trás de él y lo ví caminando lento hacia el paradero de micros. Lo llamé y se volvió sorprendido, porque jamás me había visto. Pero se detuvo a escucharme y ahí le solté toda la superchería, con lujo de detalles. Le dije que rehiciera su vida, que Edelmira estaría contenta. Que no era posible que se quedara solo por culpa de esos trucos de baja clase. Me abrumó la vergüenza cuando le confesé que era yo la que daba los golpes. . .
Primero se puso pálido y después rojo. Lo ví con ganas de pegarme y me alejé rápido. Felizmente estaba oscuro y además, él se quedó paralizado.
Me imaginé el escándalo que le armaría a la medium y al otro día. apenas amaneció tomé un bus y me fuí al sur, a la casa de una prima.
Cuando volví, al cabo de un més, en la casa del lado había desaparecido la plaquita. La reemplazaba un aviso que decía: "Se arrienda".

CUATRO ESTACIONES.

OTOÑO.

El Otoño juega a encumbrar en el viento volantines amarillos.
Podador con tijeras de escarcha:
¿No ves que también a mi alma la has dejado sin hojas?
El Otoño está triste y llora.
Garúa tenue enjugada
en el pañuelo color violeta del atardecer.

INVIERNO.

El Invierno que suelta al aire mariposas de vidrio,
es un hombre alto con un impermeable de niebla.
Lo vieron pasar los árboles y asustados
en un solo temblor soltaron sus últimas hojas.
Pasó el Invierno taciturno y fue apagando a los pájaros.
A la tarde se le abrió una herida honda
que alguien restañó con un puñado de escarcha.

PRIMAVERA.

La Primavera tiene los ojos verdes como los brotes nuevos.
Su cabello aromado de hierbas se derrama en el aire.
Un cinturón de pájaros va ciñendo su talle.
En el insectario de mi alma
una mariposa nocturna se ha convertido en flor.

VERANO.

Late en el aire un corazón de fuego.
Y la pradera es un océano esmeralda.
Temo que se evaporen las alas de las abejas
o que el peso de sus zapatitos cargados de polen
no las deje volar.
En el trigal el Verano se ríe
con la carcajada roja de las amapolas.

miércoles, 16 de marzo de 2011

MAGIA INVERNAL.

Dedos infantiles están tocando a mis cristales. ¿Se escapó del cielo un ángel-niño sin que Dios lo advirtiera?
Cascabeles de vidrio resuenan tras mi ventana. ¿Llega acaso un trineo para llevarme a la fiesta de las hadas?
No es eso. ¡No!
Es un mágico visitante del Invierno.
Con zapatitos de plata está danzando en el alféizar. Mi corazón rompe sus ligaduras y sale a danzar con él.
¡Es el granizo que llega!

LLUVIA. Poema

Llueve.
El parque tiene húmedo
su delantalito de hierba.
Llueve
Y hay una canción transparente
que sólo pueden escuchar los que sueñan.
Mi alma, al final del camino
ya no sabe soñar.

Llueve.
Hoy los limoneros se han puesto
su boina de vidrio.
¿Habrá algún nido vacío
donde pueda cobijar mi tristeza ?.
Tiene una canción la lluvia
que sólo pueden escuchar los que sueñan.
Y mi vida ¡Hace ya tanto tiempo
que perdió su soñar !
Lluvia:
¿Me enseñarás las notas
de tu canción viajera?
Lluvia que vas vendiendo
por la feria del crepúsculo
tus abalorios de cristal.

viernes, 11 de marzo de 2011

PELIGRO. BANDERA ROJA.

Ya, Betty. ¡Por fin volví!
Y estoy en cama, con 38 grados de fiebre.
Los últimos dos días los pasé tirada al sol, sin acordarme de las advertencias del cáncer a la piel y del envejecimiento prematuro.
Bueno, ese último ya nos pilló desprevenidas y no creo que el sol haya tenido mucho que ver en el atentado terrorista. Además, aquí entre nosotras, no fue tan prematuro que digamos.
Menos mal que volví para darte mis sabios concejos y hacerte entrar en vereda, porque veo que has andado muy suelta de cuerpo, embarcada en coqueteos transcontinentales, y con un ruso nada menos. Niet, niet, amiga mía.
Yo, por allá, también tuve mis tropezones-casi porrazos, pero logré mantenerme firme.
El Hotel era muy agradable. Espacioso, con muchas piezas rodeando un enorme jardín.
Ahí me sentaba en las tardes a leer, antes de ir a la playa a ver la puesta de sol. No me faltaba compañía. Me hice amiga de dos viejitas que no soltaban sus sombrillas y sus tejidos a crochet. Eso sí, me desilusionaron un poco cuando preguntaron  si no  se podría hacer algo para evitar que cantaran los pájaros, porque las despertaban muy temprano.
¿Llegará una a ser tan vieja que le moleste el trino de los pájaros al amanecer? Ojalá, Betty, que nos hayamos muerto antes de que eso nos ocurra.
La sorpresa vino nada menos que el día de San Valentín. Me llamó Bernardo desde Santiago para avisarme que pasaría a verme unos días en su viaje camino a Tongoy.
Elegir precisamente esa fecha para llamar era un presagio de aviesas intenciones.
Tú sabes que nunca le he dado pié para que vea en mí otra cosa que una amiga. Pero Betty, eso ya no es obstáculo. Porque ahora existe la moderna, cómoda y descomprometida institución llamada "Amistad con ventaja".
Bernardo cree que, por obra y gracia de la separación, rejuveneció de golpe veinte años. Ahora es hermano de sus hijos. Y para empezar, se pone su ropa.
Pero, yo no creo en ese tipo de milagros. A nuestra edad, si nos caemos, nos cuesta más pararnos y es bien difícil ponerle muletas al corazón.
Cuando vio que no sería invitado a mi dormitorio, hizo un mal gesto.
-Y ¿A qué vine yo, entonces?-preguntó con el mayor descaro.
-A bañarte y a mirar el mar-le contesté. Y me mantuve firme en mi decisión de no traspasar fronteras ni claudicar principios.
Duró dos días en el hotel y siguió rumbo a lugares más prometedores. Pero no está enojado, no creas. Para él sólo fue un buen intento. Para mí habría sido algo más y ya lo estaría lamentando, aferrada a un teléfono que no iba a sonar. . . .
Y aquí me tienes, Betty, de vuelta por fin.
Apenas se me pase la insolación, nos juntaremos a tomar un café y a comentar nuestros incidentes veraniegos.
¡Y por supuesto iremos a matricularnos al taller!

Quemada y afiebrada, pero sentimentalmente incólume
Nora.

jueves, 10 de marzo de 2011

DE RUSIA SIN AMOR.

Querida Nora:
Aquí sigo yo, languideciendo y entristeciéndome en este Verano interminable, mientras tú en la playa te tuestas como un marsmellow.
Te diré que después de mi breve reencuentro con el pelafustán que ya sabes, me sentí igual que si él hubiera entrado a mi corazón con los zapatos embarrados y me hubiera arruinado el parquet del amor propio.
Pero no me duró mucho la melancolía porque decidí entrar a un taller literario de Verano.
Increíble la cantidad  de solitarios que llegaron con su cuadernito bajo el brazo y sus ilusiones de un Premio Nacional de Literatura, bien disimuladas con la más hipócrita de las modestias.
Quién impartía el curso era un señor muy alto y muy flaco, miembro de la Sociedad de escritores,  aunque no parecía haber escrito nunca nada.
Se pararon algunas señoras y leyeron sus producciones. Había una extranjera que escribía de maravilla, pero pronunciaba tan mal el castellano, que apenas se entendía. Algo de unos caballos salvajes galopando en praderas azules y el resto se perdió entre muchas erres y muchas jotas, dejándome insatisfecha.
Luego, una señora ciega que había llevado la letra de una canción escrita en braille, cantó tan prodigiosamente que quedamos consternados. Yo sentí que el corazón se me convertía en pájaro y salía volando por mi boca. (Volvió a su lugar después de un revoloteo por la sala).
Nos dieron la tarea de escribir sobre un sueño. Algo lindo ¡ojalá!, porque ahora mis sueños se parecen a los cuadros de Picasso en la época de Guernica.
Al otro día sonó el teléfono y una voz grave y melodiosa se identificó como el secretario del Taller, que llamaba para darme la bienvenida.
Grata sorpresa, porque en esta  temporada veraniega, el teléfono suena una vez por semana y es equivocado.
Traté de recordar quién podía ser y se me presentó la imagen de un señor chiquitito, de bigote y sweter rojo. El rápidamente me suministró más datos: Era ruso, era viudo y tenía un gato llamado Ruperto.
No me costó darme cuenta de que me llamaba con intención de coquetear.
Y tú sabes, Nora, que la soledad es muy mala concejera.
Pero dejó de aconsejarme mal apenas lo vimos (la soledad y yo), en la clase siguiente. Era más chico y más bigotudo de lo que recordaba y la verdad es que no me gustó. Además, pensé que el sweter rojo proclamaba sus ideales marxistas.
El también parecía haber perdido sus ímpetus románticos y actuó como si jamás hubiéramos conversado. Eso me humilló, no voy a negarlo, porque ando con el ego algo insubordinado.
Lo raro es que a los pocos días volvió a llamarme con el mismo tono de seductor maduro y me dio a entender que lo tenía fascinado.  ¡Ja! Parece que había visto "Los puentes de Madisson", pero yo pensé que esto no daba ni para  "Los puentes del Mapocho".
Además, me parece que el temperamento de los rusos no es tan voluble. Por el contrario, sus pasiones son persistentes y arrebatadoras. En cambio éste parecía concentrar su vehemencia en su nostalgia por Stalin y reservar sus ternuras para el gato Ruperto.
En resumen, sólo me llamaba cuando estaba aburrido.
Así es que me cansé del jueguito y me retiré del  taller. Pero, por el calor, no por el ruso.
Ahora estoy leyendo a Dostoievski.
Echándote de menos
Betty.  

NOSTALGIA.

Nunca voy a olvidar el vestidito blanco.  
Las tres hermanas hicimos la Primera Comunión con el mismo vestido. Yo era la menor. Entonces mi mamá lo acortó y me lo dejó para que fuera a las fiestas de cumpleaños.
La primera niña que me invitó a su fiesta en cuarto básico fue la Carmencita Pérez. Y ahí te conocí, Vicente, que eras también el menor de los tres hermanos.
Teníamos nueve años y  ¿tú puedes creer que me acuerdo de todo?
Que me miraste, que me elegiste en todos los juegos y que cuando nadie nos miraba, me dijiste al oído que yo con ese vestido blanco parecía una paloma.
Vicente, con tu pelo rubio y tus ojos claros. Fuiste mi primer amor. Ilusión de niñita que todavía fantaseaba con hadas, que soñaba con princesas y que no sabía que existían el engaño y la decepción.
Han pasado los años. Me fui del pueblo. Después tú también lo hiciste y terminamos en Santiago, por esas casualidades, viviendo en el mismo barrio.
Te veo en las mañanas salir en tu auto último modelo. Un señor gordo y calvo, que antes de ir a su trabajo de gerente de Empresa, lleva a su hija menor a la Universidad.
Yo a esa hora siento la necesidad de salir a regar mis rosales. ¿Será para mirarte?
Tú ya no me recuerdas. Ni siquiera sabes quién soy. En cambio en mi corazón todavía vive la niñita de nueve años, a la que le tomaste la mano, jugando a "la pieza oscura".
¡Nunca voy a olvidar aquel vestidito blanco!

lunes, 7 de marzo de 2011

PARTIR. Cuento

Hacía años que quería irse.
No supo cuando empezó a surgir en su mente la reiterada imagen de ella tomando un tren.
Se veía a sí misma con una pequeña maleta, subiendo a un vagón con destino incierto. Sólo sabía que partía lejos, muy lejos de todo.
Otra imagen que la visitaba a menudo, era ella sentada en el borde de una cama. La rodeaba una habitación pequeña, donde apenas cabía también un velador. Ella estaba sentada con las manos juntas sobre el regazo y la rodeaba una maravillosa soledad. Una paz y un silencio que le pertenecían por completo.
Un día le contó a un amigo que ella tenía un plan: Cuando cumpliera cuarenta años se iría y lo dejaría todo.  El le contestó, escéptico y algo despectivo:
-Uno no puede planificar su vida a largo plazo.
Y era verdad. Cuando cumplió los cuarenta años, aún sus hijos la necesitaban. Es cierto que ya estaban en la Universidad y que apenas paraban en la casa, pero era preciso que ella estuviera ahí para atender sus necesidades.
De su esposo nunca pensó que pudiera necesitarla. Sabía que si se fuera, él seguiría con su vida sin mayores trastornos.
Pasaron unos años y su hijo mayor partió a doctorarse en el extranjero. Su  hijo menor se fue  a vivir con unos amigos en otro barrio, feliz de independizarse de la tutela de sus padres-
Ella se quedó sola con un esposo callado e indiferente y la casa se volvió tan grande, tan vacía. Tan opresiva.
Como él llegaba tarde. Ella salía a caminar por distintos barrios, hasta que la sorprendía la noche.
Exploraba pequeñas callecitas de barrios desconocidos. Veía casitas pareadas con jardines anteriores donde crecían rosas. Le gustaban los barrios modestos. Presentía en ellos una vida
más cálida, personas más unidas, talvez por las dificultades económicas que ella desconocía.
Un anochecer le sorprendió ver el auto de su esposo estacionado en una calle cerca de la  casa. Estaba segura que era de él, porque la patente la conocía.
Esperó largo rato en las sombras. Vio abrirse una puerta y una pareja que se besaba largamente en el umbral. Retrocedió rápidamente cuando él se acercó y puso en marcha el motor.
Entonces comprendió que había llegado la hora. Su hora.
Al día siguiente retiró sus ahorros del banco. Escribió una postal a su hijo, a la Universidad extranjera. Una nota al otro, y fue a deslizarla bajo la puerta del departamento que compartía con sus amigos. Ambas decían lo mismo:
Me voy un tiempo de vacaciones, no se preocupen por mí. Me comunicaré más adelante.
A su esposo le dejó un papel sobre la mesa del comedor. En él habían pocas palabras: sólo la dirección de la calle donde vivía la amante.
Hizo una pequeña maleta y tomó un taxi a la estación. Subió al primer tren que partía esa tarde. No se preguntaba nada, no le preocupaba nada.
Una gran serenidad y una total confianza invadían su espíritu.