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viernes, 11 de marzo de 2011

PELIGRO. BANDERA ROJA.

Ya, Betty. ¡Por fin volví!
Y estoy en cama, con 38 grados de fiebre.
Los últimos dos días los pasé tirada al sol, sin acordarme de las advertencias del cáncer a la piel y del envejecimiento prematuro.
Bueno, ese último ya nos pilló desprevenidas y no creo que el sol haya tenido mucho que ver en el atentado terrorista. Además, aquí entre nosotras, no fue tan prematuro que digamos.
Menos mal que volví para darte mis sabios concejos y hacerte entrar en vereda, porque veo que has andado muy suelta de cuerpo, embarcada en coqueteos transcontinentales, y con un ruso nada menos. Niet, niet, amiga mía.
Yo, por allá, también tuve mis tropezones-casi porrazos, pero logré mantenerme firme.
El Hotel era muy agradable. Espacioso, con muchas piezas rodeando un enorme jardín.
Ahí me sentaba en las tardes a leer, antes de ir a la playa a ver la puesta de sol. No me faltaba compañía. Me hice amiga de dos viejitas que no soltaban sus sombrillas y sus tejidos a crochet. Eso sí, me desilusionaron un poco cuando preguntaron  si no  se podría hacer algo para evitar que cantaran los pájaros, porque las despertaban muy temprano.
¿Llegará una a ser tan vieja que le moleste el trino de los pájaros al amanecer? Ojalá, Betty, que nos hayamos muerto antes de que eso nos ocurra.
La sorpresa vino nada menos que el día de San Valentín. Me llamó Bernardo desde Santiago para avisarme que pasaría a verme unos días en su viaje camino a Tongoy.
Elegir precisamente esa fecha para llamar era un presagio de aviesas intenciones.
Tú sabes que nunca le he dado pié para que vea en mí otra cosa que una amiga. Pero Betty, eso ya no es obstáculo. Porque ahora existe la moderna, cómoda y descomprometida institución llamada "Amistad con ventaja".
Bernardo cree que, por obra y gracia de la separación, rejuveneció de golpe veinte años. Ahora es hermano de sus hijos. Y para empezar, se pone su ropa.
Pero, yo no creo en ese tipo de milagros. A nuestra edad, si nos caemos, nos cuesta más pararnos y es bien difícil ponerle muletas al corazón.
Cuando vio que no sería invitado a mi dormitorio, hizo un mal gesto.
-Y ¿A qué vine yo, entonces?-preguntó con el mayor descaro.
-A bañarte y a mirar el mar-le contesté. Y me mantuve firme en mi decisión de no traspasar fronteras ni claudicar principios.
Duró dos días en el hotel y siguió rumbo a lugares más prometedores. Pero no está enojado, no creas. Para él sólo fue un buen intento. Para mí habría sido algo más y ya lo estaría lamentando, aferrada a un teléfono que no iba a sonar. . . .
Y aquí me tienes, Betty, de vuelta por fin.
Apenas se me pase la insolación, nos juntaremos a tomar un café y a comentar nuestros incidentes veraniegos.
¡Y por supuesto iremos a matricularnos al taller!

Quemada y afiebrada, pero sentimentalmente incólume
Nora.

1 comentario:

  1. Me gustaron mucho tus cuentos. No cambiaría ni una letra ni una coma. Pero, la correspondencia entre Nora y Betty no supe si interpretarla como una ironía o si representa tu postura. Porque me parecieron un poco retrógrados. Como que no corresponden a la libertad actual de la mujer.

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