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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



martes, 29 de enero de 2013

SUEÑOS REALIZADOS.

Me habían hablado sobre una "Tienda de sueños", en una callecita de un barrio periférico.
Pero lo tomé como lo que tenía que ser: como una broma o una superchería para hacer caer a algún ingenuo.
Porque, aunque ustedes no lo crean, todavía los hay en este mundo cínico, que hace ya tanto tiempo que perdió la inocencia.
Pero, una tarde ociosa, navegando por Internet, caí en un sitio que despertó mi curiosidad. La dirección era " www sueños realizados. cl"
Por supuesto, imaginé una propaganda turística o un juego de azar, algo ilegal, que prometería hacer ganar dinero a todos, sin excepción.
Entré al sitio y vi que los detalles que daban eran muy pocos. Solo la ubicación de una oficina en un edificio céntrico,con el agregado de una única frase: Satisfacción garantizada.
Por supuesto, quedé intrigado y decidí ir.
Me abrió la puerta una mujer muy hermosa, de mediana edad, que luego se apresuró a situarse detrás de su escritorio.
-¡Perdone! -se disculpó con tono contrariado- En estos momentos estoy sin secretaria.
Vi que tenía ante ella un fajo de papeles, que evidentemente había estado revisando. Parecían curriculums de postulantes a algún cargo.
-¿Trajo el suyo?- me preguntó, algo impaciente.
-¿Qué tenía que traer? No entiendo...
-¡Su sueño, por supuesto! ¿No viene acaso para que le realicemos un sueño?
-La verdad, no pensé... No sabía de qué se trataba y vine por curiosidad.
-¡Mal hecho, pues! No debió dudar de lo que le ofrecíamos en la Red. "Sueños realizados". Y debió venir preparado, trayendo el suyo.
-En realidad, no tengo ninguno- respondí con tristeza, porque sentía que hacía tiempo que me había convertido en un escéptico, carente de ilusiones.
-Quizás sea mejor- murmuró la señora, en forma enigmática-Pero, ya que está aquí ¿no le interesaría el puesto de secretario? Mire, tengo todo este fajo de peticiones que ordenar.
-Bueno, si usted me explica...
Contenta de haber solucionado su problema, me acercó una silla y me explicó el negocio.
Aunque, en realidad, de negocio parecía no tener nada, porque allí la palabra dinero no se mencionaba.
-¿Y cómo financian ustedes, entonces, la realización de estos sueños?
-¡Ah! Es que tenemos una gran auspiciadora. La más poderosa del mundo.
Sin explicar su misteriosa afirmación, continuó diciendo:
 -Además, aveces podemos combinar sueños y así abaratamos los costos. Por ejemplo, vea, aquí hay uno que sueña con ser capitán de un barco y acá, otro, cuya mayor ambición es hacer un viaje por mar hacia tierras lejanas. Fundimos los dos sueños en uno ¿comprende? y estos dos se van juntos a realizar su ilusión.
Me entregó el legajo de papeles y me pidió que los clasificara, buscando algunas conexiones.
Me llamó la atención que la mayoría de los sueños fueran tan materialistas.
La mayoría eran sobre dinero o poder.
Grandes fortunas, viajes de placer, influencias...No faltaba el que soñaba con ser rey. Otro, más ambicioso, quería ser emperador del mundo.
Había algunos que pedían noches eróticas con hermosas mujeres.
Pero, en general, eran cosas materiales o goces efímeros.
El corazón parecía hallarse en subasta y el alma, haberse convertido en un artículo de lujo.
Todas las peticiones traían algunos datos personales, como edad, dirección, número de teléfono... Y lo más importante, una fotografía tamaño carnet.
De más está decir que los sueños allí expuestos, se correspondían fielmente con las caras astutas y sensuales de quienes postulaban a concretarlos.
Pero, había una excepción.
Cuando ya terminaba de revisar el fajo de peticiones, me encontré con una carita pálida y seria, llena de candor.
La dueña, después de entregar sus datos personales, (Ernestina, diecisiete años) , confesaba el máximo sueño de su vida:
"Encontrar el Amor"
Leer ésto me conmovió.
Sentí un ¡crac! dentro del pecho. Era mi coraza de cinismo que acababa de resquebrajarse.
Un aire fresco y puro, como venido desde colinas  distantes, entró a bocanadas en mi corazón.
Ernestina, dulce y linda Ernestina...
Todas las mañanas, al llegar, abría el archivador y sacaba la hoja donde estaba pegada su fotografía.
Y, por supuesto, la dueña se dio cuenta.
Se inclinó por sobre mi hombro  y me dijo:
-¡Veo que te interesa mucho esa chica!  ¡Cuidado!  No olvides que estás aquí como secretario y no para intervenir en la realización de los sueños de la gente.
-¿Y por qué no podría? Por el momento nadie ha presentado una petición compatible....
Me miró un rato en silencio y los razgos de su cara se endurecieron.
-Veo que llegó el momento de explicarte como funciona ésto. Para que lo sepas, nuestra única auspiciadora es La Muerte. Ella paga nuestros sueldos y nos brinda los medios para realizar los sueños de las personas. Pero, el costo que pagan es muy alto. Será el último sueño que realicen, porque después de lograrlo, morirán.
-¿Y qué gana La Muerte con ésto?
-Bueno, ella tiene sus cuotas que cumplir ¿no crees? Y ahora, con la cantidad de años que vive la gente, aveces le cuesta llenar los cupos que le asignan. Por otra parte, a ella le gustan los que mueren prematuramente. Con ellos, su tarea se vuelve más emocionante... Y como son los jóvenes los que más sueñan, con nuestra colaboración, ella  hace aquí una buena cosecha... Además, no se puede negar que un muerto joven es muy hermoso. Y más, si lleva pintada en la cara la satisfacción de haber cumplido un sueño. ¿No te parece?
Me imaginé a la dulce Ernestina, yerta dentro de un ataúd, y me estremecí de espanto.
La mujer se quedó callada y vi esbozarse en sus labios una sonrisa maligna.
¡No cabía duda de que su trabajo le reportaba una íntima satisfacción!
No le respondí ni tampoco evidencié estar impresionado.
Seguí con mi trabajo y aparté ostensiblemente a un lado la petición de Ernestina, como si ya no me interesara.
Pero, esa tarde, al cerrar, me las arreglé para sacarla del archivador y metérmela en un bolsillo.
Salí sin despedirme y con el propósito de no volver más.
Afortunadamente, tenía el número telefónico de Ernestina.
La llamé y le dije que la Empresa "Sueños Realizados" me encargaba avisarle que se había dado curso a su petición. Que esa misma tarde, a las seis, alguien que deseaba conquistar su corazón, la esperaría en el café de la esquina de su casa.
Que la Empresa daba con eso por concluido su trabajo y que lo demás dependía de ella.
Compré un ramo de rosas y la esperé con el corazón alborotado.
Llegó en punto a la hora.
Su carita resplandecía de tal modo, que las rosas que le llevaba soltaron algunos pétalos, pálidas de humillación.
Pero, ella las apretó contra su pecho y me preguntó:
-¿Eres tú a quién enviaron?
Asentí en silencio, con la dulce incertidumbre del amor aleteando en mi pecho.
Ella me miró un instante, como evaluándome y luego, clavando sus ojos en los míos, dijo:
-¡Sí!
Y eso fue suficiente para los dos.

UN VERANO EN HUALLILEMU.

¡Qué felices habíamos sido Nancy y yo, aquel verano en Huallilemu!
Sentí que entre los dos había nacido un sentimiento real y duradero, que sin duda iría más allá de un amor de vacaciones.
Y así fue.
Nos seguimos viendo en Santiago durante todo el año y en nuestros momentos de ternura y pasión, recordábamos con nostalgia los días pasados en aquella cabaña rodeada de pinos.
Prometimos que volveríamos allí el verano siguiente y yo, confiado y feliz, me apresuré a reservar la misma cabaña, con varios meses de anticipación.
Mis compañeros de oficina, que estaban al tanto de mi romance, me hacían bromas pesadas y algo escabrosas, pero, en el fondo no me molestaban.
Más bien me sentía orgulloso y envanecido por tener el amor de una mujer tan especial como Nancy.
Solo que en los últimos meses del año, empecé a notarla distante.
O peor aún, fastidiada sin motivo. Se impacientaba por cualquier nimiedad y mis caricias ya no encontraban su apasionada respuesta de antes.
Al contrario, parecía que un muro de hielo se iba alzando entre los dos.
El final de todo fue cuando me dijo que no iría conmigo a la cabaña. Que en Enero partía a Can Cun con una amigas.
No le dije nada a nadie y al llegar la fecha, me fui solo a Huallilemu.
Todos pensaban que iba con ella.
No sé qué pretendía hacer allí, aparte de salvaguardar mi orgullo.
La soledad me abrumaba. Daba largas caminatas hasta el mar o me sentaba a leer bajo los pinos.
Pero, apenas conseguía pasar un par de páginas.
Todo me recordaba a Nancy con una fuerza que la volvía casi corpórea.
Creía verla en todas partes y escuchaba nítidamente su voz, que me llamaba desde lejos.
En las noches, el lejano ruido del mar, chocando embravecido contra las rocas, acompañaba las horas interminables de mi insomnio.
Un día noté que a la cabaña vecina había llegado una pareja joven.
No parecían llevarse muy bien, a juzgar por los continuos gritos y discusiones que escuchaba sin querer desde mi dormitorio.
Más de una vez lo vi salir a él, dando un portazo, mientras ella, que se llamaba Isabel, se quedaba llorando en el umbral, como una niñita contrariada y rabiosa.
Una tarde, él partió con una maleta y quedó claro que la había abandonado.
¿Qué haría ella? ¿Se iría también?
Empecé a espiarla, preocupado de verla tan sola y una tarde en que la divisé caminando cabizbaja entre los pinos, me atreví a hablarle.
Vi que estaba llorando y la llamé con suavidad:
-¡Isabel!
Se sobresaltó pero luego pareció reconocerme.
-¿Ya sabes como me llamo?
-Perdona, no pude evitar escuchar tu nombre, cuando tu novio lo decía a gritos...
-¡No me hables de ese...( se contuvo para no pronunciar una injuria)... de ese hombre!
Y se calló, avergonzada.
-¿No sería mejor que te fueras, también?- aventuré-Te hace mal quedarte aquí sola, recordando. Conozco muy de cerca esa triste experiencia...
Estalló en nuevos sollozos y se arrojó sobre mi pecho.
Después de un segundo de sorpresa, la rodeé con mis brazos, sin otra intención que la de reconfortarla.
Lloró largo rato, mientras yo, entre incómodo y contento, respiraba el perfume de su pelo, que se obstinaba en metérseme por la nariz.
De repente, levantó hacia mí su rostro pálido y decidido.
-¡Si él no vuelve, me mataré!
-¿Estás loca, Isabel?  ¿Y cómo piensas hacerlo, si puede saberse?- le dije, imprimiendo a propósito un tono de burla y de incredulidad a mi voz.
-Me tiraré al mar desde el peñón más alto- aseguró con amargura- Todas las tardes voy allá y cada vez estoy más segura de que será ahí donde buscaré la muerte.
"Mucha novelita romántica" pensé con escepticismo.
-Pero, Isabel, no hablarás en serio...
-¡Muy en serio!- me aseguró-Mi vida sin él no tiene objeto. Y si vuelve, entonces le contarán que morí por su culpa.Y lo lamentará.
No pude hacerla entrar en razón y me empezó a dar miedo de que realmente pensara hacer lo que decía.
Empecé a vigilarla, ofreciéndome a acompañarla cuando la veía salir.  Para distraerla, le hablaba de mi sufrimiento por Nancy, el cual parecía irse batiendo en retirada.
Trataba de convencerla de que el tiempo es el mejor aliado del olvido.
Procuraba andar siempre cerca de ella, por si se le ocurría llevar a cabo su idea loca.
Pero, aveces se me escapaba en un descuido.
Despavorido, corría hacia la playa y la veía inmóvil, en lo alto del promontorio, contemplando las olas.
Al rato, bajaba de ahí y retornaba a su cabaña, con un aire taciturno y desesperado que me llenaba de inquietud.
Una mañana, desperté tarde, por haberme quedado hasta la madrugada escribiendo un cuento en el computador.
Agucé el oído en dirección a la cabaña vecina y me respondió un silencio total.
Apenas vestido, salí hacia allá y golpeé su puerta.
Comprobé que estaba abierta y, alarmado, grité hacia adentro:
-¡Isabel!
Pero nadie respondió.
Entré y lo primero que vi fue un papel manuscrito, sujeto bajo un cenicero.
Estaba dirigido a mí  y decía:
"Adiós, Leonardo. Gracias por tratar de ayudarme, pero fue inútil. Sólo me queda terminar con mi dolor, de la única forma que sé. No lo lamentes. Allá estaré mejor. "
Como un loco, corrí hacia el promontorio.
¡Quizás aún tendría tiempo de salvarla!
Pero, la playa estaba desierta y a mis gritos solo respondió el fragor del mar, azotándose contra las rocas.
¿Cómo no le creí que lo haría? ¿Por qué no fui capaz de detenerla?
Me recriminaba furioso y desesperado, mientras me encaminaba hacia la Administración de las cabañas.
Entré sin aliento y el encargado me miró estupefacto. Seguramente, mi cara era el vivo reflejo de la tragedia en que me veía inmerso.
-¡Leonardo! ¿Qué le pasa?
-¡Don Julio, por Dios!  Ha pasado algo espantoso. Isabel, la niña rubia de la cabaña treinta y cinco....¡Se ha arrojado al mar!!
-Pero ¡cómo!... Si hace dos horas vino a entregarme la llave y se fue con su maleta...La vi haciendo auto stop en la carretera. Casi de inmediato le paró un convertible de esos que ni le cuento...Lo último que escuché fue su risa coqueta, mientras se subía, arrimándose al conductor. ¡Estas niñas de ahora son muy audaces!  ¿No cree?

domingo, 27 de enero de 2013

LA TIENDA DE LOS SUEÑOS.

Clara se había quedado estudiando hasta tarde en la casa de una compañera de Universidad.

Ya anochecía cuando se dirigió al paradero de buses.

Tal vez porque iba distraída pensando en la prueba del día siguiente, se equivocó al doblar en una esquina y de repente se encontró perdida.

No recordaba haber pasado antes por esa callecita, pero al divisar a lo lejos una vidriera iluminada, se dirigió hacia allá para que la orientaran.

Le llamó la atención ver, entre dos casas oscuras, una puerta verde en cuyo dintel había un curioso letrero:

"Se vende sueños"

-¡Debe ser una broma!- se rió, extrañada.

Pero, empujada por la curiosidad y sin pensarlo dos veces, tocó el timbre.

Un largo repiqueteo se fue perdiendo hacia adentro, como si recorriera el pasillo de una enorme casa.

Al rato, escuchó acercarse unos pasos cansinos y en la puerta apareció un viejito de pelo blanco.

-¿Viene a comprar?- le preguntó sin preámbulos.

-¡Por supuesto!- respondió Clara en tono algo desafiante, como diciendo: a mí no me vienen con bromas- Vengo a comprar un sueño.

El viejo miró rápidamente a ambos lados de la calle y luego la hizo pasar con sigilo.

Clara pensó:

¿Será ilegal vender sueños? No creo que sea un delito penado por la Ley...

Se encontró en una habitación muy grande, con paredes revestidas de anaqueles pintados de blanco. En ellos, había frascos de todos los colores imaginables, ordenados en filas.

-¿Qué clase de sueño quieres?

-Uno que sea feliz- pidió Clara.

-¡Ah, no! ¡Eso no te lo puedo garantizar! Te pregunto si lo quieres corto o largo, porque el precio depende de la duración.

Clara llevaba en su carterita unos pocos billetes y los puso sobre el mostrador.

-¡EL que se pueda comprar con ésto!

El viejo tomó el dinero, devolviéndole una monedas.

-¿Acaso no tienes que tomar el autobus?- le preguntó con reproche.

En seguida, bajó del anaquel un pequeño frasco de color ámbar.

-Cuando llegues a tu casa, impregna tu pañuelo con el contenido del frasco y aspira su perfume.

Clara cumplió las instrucciones, aunque un poco reticente.

Pero, luego se tranquilizó a sí misma pensando que seguramente todo era una superchería del viejo. Que aspiraría un poco de perfume y eso sería todo.

Pero, se equivocaba.

Tendida en su cama, puso el pañuelo sobre su nariz.

Al instante, le llegó un perfume silvestre muy intenso y se encontró en medio de un prado de flores amarillas. Sobre ellas, volaban cientos de mariposas, ebrias del aire de la Primavera.

Escuchó a lo lejos un ruido seco y rítmico, como el de un hacha cortando y se dirigió hacia allá.

Vio a un leñador derribando un árbol, en el lindero del bosque.

El sudor oscurecía sus cabellos rubios y rodaba en gruesas gotas por su cara.

Al verla, detuvo su trabajo y la miró en silencio.

-¿Por qué cortas ese árbol?-le preguntó Clara.

-Son órdenes de mi patrón. Este es el último que me falta, de los que me asignaron.

Mañana vendrá un camión a recogerlos, para llevarlos al aserradero.

-¿Y qué harán con ellos?

-Muchas cosas, niña. La cama en que duermes, la mesa en que comes... Incluso las páginas del libro que lees.

-Pero, ¡ es triste destruir algo tan hermoso! ¿Por qué no elegiste un oficio menos cruel?

-¿Y qué preferirías tú que fuera?

-Preferiría que fueras pescador.

-Pero, ¡igual necesitaría madera para fabricar mi barca!- objetó él, con una sonrisa triste.

Y en ese mismo instante, el sueño de Clara terminó.

Se encontró tendida en su cama y notó que todo el perfume de su pañuelo se había evaporado.

-¡ Entonces es verdad que se puede comprar sueños!- se dijo asombrada y contenta- ¡Llevaré más plata la próxima vez y compraré un sueño más largo!

Así lo hizo. Y sin perderse, en esa ocasión, porque había tomado nota con cuidado del nombre de la callecita.

El viejo le abrió la puerta con más confianza y comentó, burlón:

-¡Veo que después de todo, tuviste un sueño feliz!

-No, no fue feliz-respondió Clara- Fue más bien triste. Pero aveces la tristeza le hace mejor al alma que la felicidad.

Y ante la mirada interrogante del viejo, añadió:

-Porque la felicidad es efímera y se va sin dejar rastros. En cambio la tristeza toca su flauta encantada en el corazón y su eco persiste durante mucho tiempo.

Puso el dinero en el mesón y esta vez el anciano bajó del anaquel una botellita de color esmeralda.

-Ahora, el sueño durará más tiempo- le aseguró.

Llegando a su casa, Clara se tendió en su cama y vació el perfume sobre su pañuelo.

Esta vez, un fuerte aroma de sal y de yodo la transportó a orillas del mar.

Se encontró sentada en la arena, escuchando el grito de las gaviotas,mientras el agua, con juguetones zarpazos de espuma, trataba de alcanzar sus pies desnudos.

De pronto vio que, sorteando las olas, se acercaba una barca.

En ella venía el muchacho rubio a quién había conocido en el sueño anterior.

Remaba con fuerza, dirigiéndo la nave hacia ella. La traía cargada de peces, cuyas escamas plateadas resplandecían al sol.

-Ahora soy un pescador ¿lo ves? Hice lo que tú querías.

Y de un salto bajó de la barca, dejándola encallada en la arena.

-Pero, esos peces eran dichosos en el mar y ahora yacen muertos. ¿Qué harás con ellos?

-Llevarlos al mercado y alimentar con su carne a mucha gente. Niños hambrientos tendrán hoy una sopa deliciosa que devolverá el color a sus mejillas pálidas.

-Pero, preferiría que no hubieras matado a esos peces. ¡Eran tan felices nadando en el mar! ¿No podrías elegir otro oficio?

-¿Y qué tendría que hacer yo,para agradarte, entonces?

En la cara del joven había un gesto de enojo y de tristeza.

Arrepentida, Clara iba a responderle, cuando, abruptamente, el sueño terminó.

Varios días pasó ensimismada en su recuerdo.

Una y otra vez aparecía frente a ella el rostro agradable del joven pescador. Veía sus mejillas tostadas por el sol y su cabello rubio arrebatado por el viento.

Lamentaba haberlo hecho enojar con sus críticas y ansiaba volver a encontrarlo para decirle cuánto le gustaba en realidad, independiente del oficio que hubiera elegido.

Fue a la tienda, con la esperanza de comprar un sueño en el que apareciera de nuevo el joven. Si todo lo que pasaba allí era mágico ¿por qué no podría volver a soñar con él?

Tocó el timbre largo rato, pero la puerta permaneció cerrada.

Pasaron dos días en que la ansiedad de su corazón no le daba tregua.

Al anochecer del tercer día, fue de nuevo a la tienda.

Caían las sombras, pero aún los faroles de la calle estaba apagados.

En la penumbra, distinguió a otra persona que llamaba a la puerta. Era un muchacho, que permanecía allí tocando el timbre, una y otra vez, inútilmente.

Se acercó a él en la oscuridad y le dijo:

-He venido hace dos días y tampoco me han abierto.

-¿Venías a comprar un sueño?

-¿Y qué otra cosa, si no? Pero, uno muy especial, porque necesito volver a soñar con alguien...

-¡Yo también!- exclamó él- He soñado con ella dos veces y no la puedo olvidar.

En ese instante, se encendieron los faroles de la calle y la luz cayó de lleno sobre ambos.

Entonces se reconocieron.

-¡Eres tú? No es posible...

Por fin, se abrió la puerta de la tienda.

-¿Vienen a comprar otro sueño?- les preguntó el viejo, impaciente.

-¡No! Muchas gracias- le respondieron al unísono- ¡Ya no necesitamos soñar!

miércoles, 23 de enero de 2013

LA HISTORIA DE RUBEN.

Para José, de España.

A Rubén no le gustaban los sucesos extraordinarios y se aferraba a su rutina como a una tabla salvadora en un mar embravecido.

Cualquier cosa nueva que irrumpiera en su vida, trastornaba su equilibrio interior, sumiéndolo en una confusión casi angustiosa.

Su vida era sencilla y uniforme.

Parecía dibujada en la página cuadriculada de un cuaderno de matemáticas. Como esos dibujos que hacen los niños siguiendo los cuadritos y que dan por resultado casas cuadradas, árboles cuadrados y hombres que tienen poco de humanos y mucho de robots.

El tic tac del reloj era para él tan vital como el latido de su corazón.

Marchaban ambos al mismo ritmo y cada minuto era sagrado para mantener la rutina sin alteraciones.

El despertador sonaba a las siete en punto. Tomaba el desayuno a las siete treinta y salía del departamento a las siete cuarenta y cinco. Eso le garantizaba, aún con los atrasos y las aglomeraciones del Metro, estar en su escritorio del Banco, cuando aún faltaban diez minutos para que dieran las nueve.

Cada día era igual al anterior y era esa uniformidad la que le brindaba su equilibrio espiritual y le permitía mantener a raya a la angustia.

Vivía solo y había empequeñecido su vida a propósito.

Su lema era: "Entre menos tengas, menos perderás. Entre menos ames, menos sufrirás. "

Estaba solo desde hacía tanto tiempo, que ya no contaba los años de su soledad.

Su primera pérdida la había sufrido de niño.

Un día, al volver de la escuela, buscó a su madre por toda la casa, inútilmente.

El confiado grito de "¡Mamá, llegué!" se congeló en sus labios cuando, en un impulso inconsciente, abrió la puerta del closet y lo vio casi vacío.

Solo colgaban allí dos trajes de su padre y en un rincón, un paraguas negro encogía sus alas de murciélago.

Todos los vestidos de su mamá habían desaparecido.

Días después, su padre hizo su maleta y le dijo:

-Voy a buscar a tu madre.

No volvió a verlo más.

Alcanzó a estar solo una semana en la casa vacía, antes de que su tía Amanda lo llevara a vivir con ella.

Cuando murió y volvió a quedarse solo, organizó la precariedad de su vida como una forma de salvaguardar su corazón.

Pero, una mañana, al salir del edificio, la protectora rutina pareció estallar en pedazos.

Una joven, que corría llorando, cargada con una maleta, chocó de lleno con él y se aferró a su cuerpo con una fuerza inusitada.

Rubén trató de safarse, pero ella hundió la cabeza en su pecho y dijo, entre gemidos:

-¡Tenía que salir de ahí !

Y no pudo sacarle otra palabra.

La gente empezaba a mirarlos y Rubén, que siempre había querido pasar desapercibido, se sentía incómodo y avergonzado.

¿Qué pensarían de él? ¿Que la estaba maltratando?

Optó por cogerla de un brazo y llevarla a su departamento.

Ella dejó su maleta en el suelo y se derrumbó en un sillón.

Rubén vio que ya no podría deshacerse de ella y optó por decirle de mala gana:

-Puedes quedarte aquí hasta que yo vuelva. En el refrigerador hay leche y manzanas, por si tienes hambre.

Pensó tranquilizado: Aquí no hay nada que robar.

Partió desalado a tomar el Metro y por primera vez, llegó atrasado al trabajo.

Pasó el día conmocionado, cometiendo errores y desatendiendo a su jefe. Su único deseo era que, al volver por la tarde, ella se hubiera ido.

Pero, estaba ahí.

Había limpiado el departamento y puesto la mesa para la cena. Relucían como nunca los cubiertos y los vasos...

Se había peinado y refrescado la cara.

Vio que era linda. Y tan joven, que aún conservaba sobre su nariz las doradas pecas de la infancia.

-¿Cómo te llamas?

-Rosalba- respondió en un susurro. De apellidos, nada.

En la noche le cedió la cama y él se arropó en el sofá con una manta.

Apenas durmió. Trastornado, con la vida hecha pedazos. Pero con una sensación desconocida de dulzura y expectativa, llenándole el corazón.

Al día siguiente, salió en puntillas, mientras ella dormía y le dejó algo de dinero sobre la mesa de la cocina.

En la tarde, ella había preparado un guiso cuyo olor delicioso llegaba hasta el pasillo del departamento. La boleta de la compra y el dinero sobrante, estaban sobre su velador.

Varias noches mantuvo Rubén la rutina de ovillarse en el sillón, encogiendo sus largas piernas, mientras Rosalba ocupaba la cama.

Hasta que una noche despertó de golpe cuando ella encendió la luz del velador.

La vio erguirse y llamarlo en silencio, con un gesto de sus brazos.

Durmió con la cabeza sobre su pecho, sintiendo que una ola tibia que parecía venir desde el pasado, lo envolvía con su manto bienhechor.

En las mañanas, empezó a llegar al trabajo justo al filo de la hora, corriendo, pero no angustiado.

Sus compañeros se asombraban de verlo trasgredir su sagrada rutina. Y hubieran pensado que estaba enfermo si no hubieran visto el resplandor de sus ojos y la vaga sonrisa que parecía trasformar los razgos de su cara.

Rubén siempre había depositado su sueldo en el Banco, dejando en la casa lo indispensable para el gasto de la semana. Guardaba ese escaso dinero en una caja de bombones que había pertenecido a la tía Amanda, y que ocultaba en un cajón de la cómoda, entre sus camisas.

Al principio, aprovechaba el momento en que Rosalba estaba en el baño, para sacar de allí unos pocos billetes y dejárselos sobre la mesa.

Pero, ese fin de mes trajo todo su sueldo a la casa.

Delante de ella, lo guardó en la caja de bombones y le dijo:

-De aquí puedes ir sacando lo que necesitemos para los gastos del mes.

Y agregó, ruborizándose:

-Y puedes comprarte algo lindo para ti, si quieres.

Ella sonrió, sin responder.

Esa tarde, al regresar, Rubén apuraba el paso, ansioso por verla.

Le sorprendió hallar el departamento a oscuras y lo recorrió, buscándola inútilmente.

El jubiloso grito de ¡Ya llegué, Rosalba! se congeló en sus labios cuando, en un impulso inconsciente, tal vez dictado por el recuerdo, abrió la puerta del closet y lo vio semi vacío.

Solo colgaban allí sus dos trajes y su abrigo. En un extremo de la barra, un paraguas negro pugnaba por extender sus alas de murciélago.

Todos los vestidos de Rosalba habían desaparecido.

Y de la cómoda, la caja de bombones de la tía Amanda, también.

BETTY SE VA DE VACACIONES.

Querida Nora:

No creas que te escribo de puro aburrida, aunque algo hay de eso. Entre amigas, se debe ser franca. Si no ¿para qué serviría la amistad?

Tal como te conté la última vez que nos vimos, me vine a instalar dos semanas a una cabaña de Huallilemu.

Aquí es todo muy lindo, pero muy solitario.

Inmensos prados, bosques de pinos y a lo lejos, muy lejos, el rumor del mar.

Traje tres libros y apenas he empezado uno.

Me levanto temprano y doy solitarios paseos sin encontrar un alma compasiva que quiera entablar una conversasión conmigo.

Todos los ocupantes de las cabañas vecinas, se levantan tarde.

No sé qué harán durante la noche que los deja tan agotados, como para dormir hasta el medio día.

Sí, ya sé.

Pero, mejor no me pongo a imaginarlo. A un corazón solitario no le hace bien visualizar la explicación para tanto cansancio...

Esta mañana, cuando hacía mi habitual caminata, divisé en lontananza una figura más bien contundente, que se aproximaba hacia mí.

¡Oh, patética ilusión! Creí ver a otro náufrago flotando en el vasto mar de mi soledad.

Desde más cerca, observé que era un gordito con bermudas y , disimuladamente,ordené mi pelo que, con la humedad salobre, se me engrifa como grito de protesta estudiantil.

Pero, él, después de un escueto buenos días, dobló por el sendero que conduce al gimnasio.

Comprendí su urgencia, dada la abundancia de kilos superfluos que se bamboleaban bajo su polera. Pero, de todos modos, me sentí decepcionada.

Ya me aprestaba a soltar ingeniosos comentarios sobre las inclemencias del clima, sobre lo lejos que queda el mar y otras naderías.

Pero, no me dio la oportunidad de lucir mi sentido del humor, a estas alturas, ya un poco alicaído...

Ahora, voy a ir a la Administración del "Centro Vacacional", que así llaman a esta colonia penitenciaria, a averiguar el programa de actividades de la semana.

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Querida Nora, dejé mi relato hace tres días.

Una bruma espesa se cierne sobre los pinos.

El parte metereológico habla de "vaguada costera", pero cualquiera que sea el nombre del fenómeno atmosférico, ha estado nublado durante toda la semana.

Ayer hubo una batalla campal entre el sol y las nubes.

Hoy se firmó el armisticio. Ganaron las nubes y el sol se batió en retirada, pálido de humillación.

Yo también estoy pálida, impedida de obtener el bronceado sexy que esperaba lucir de vuelta a la capital.

Pero, ya no me importa.

Mi vida cambió desde ayer, cuando decidí a ir a la sesión de "Baile entretenido".

Figuraba en el programa, pero de todas formas, al atardecer llamaron por los altavoces y una música invitadora se coló hasta mi cabaña, haciendo que mis pies se movieran solos.

Aunque hacía frío, me puse mi mejor vestido veraniego, mis sandalias con ocho centímetros de terraplén y me lancé a la vida, como quién dice...

Al primero que vi, al entrar al salón, fue al gordito atlético.

Ahora lucía así, después de varias sesiones en el gimnasio. O quizás fueron mis ojos generosos los que, hartos de tanta soledad, era capaces de adornar con toda clase de atributos eróticos al más desangelado de los tipos.

Había mucha gente, la mayoría en pareja, pero entre los "sobrantes en el baile de la Vida" estábamos el gordito, un flaco con lentes que hacía pensar en un Clark Kent con anorexia y yo.

En el escenario, había varios monitores batiendo palmas e incentivando a la gente. Pero, no necesitaron esforzarse mucho.

Rápidamente, se llenó la pista y moviéndose al ritmo de un merengue, el flaco vino hacia mí y me sacó a bailar.

Por supuesto, acepté. Pero, no sé por qué mis ojos buscaron al gordito y él, desde el borde de la pista, me echó una mirada desdeñosa.

Una mirada fría y turbia como "vaguada costera", que no supe decifrar.

Moví las caderas como no lo había hecho en años.

El flaco improvisaba unos pasos audaces que lo lanzaban al otro extremo de la pista y se notaba a las claras que había visto más de una vez "Fiebre de Sábado por la noche".

Sólo que era viernes y él no se parecía en nada a John Travolta.

Paró la música y me fui a sentar para recuperar el aliento.

Hasta allá llegó el gordito, deslizándose con la liviandad de un mamut en patines.

-¡Hola!- dijo- Me llamo Aldo.

Y se quedó mirándome con unos ojos dulces de largas pestañas desordenadas como las varillas de un paraguas roto.

Tomó mi mano y nos lanzamos a la pista, sin decir nada más.

Al rato, me acordé de informarle:

-Me llamo Betty.

Y seguimos bailando como si el mundo se fuera a acabar, aunque la profecía Maya había quedado en ridículo hacía ya bastante tiempo.

Al borde de la pista estaba Clark Kent, sin pareja, mirándonos en forma reconcentrada.

Pensé que tal vez estaría planeando meterse en alguna cabina telefónica y salir convertido en Superman. Me prometí mentalmente que, aunque lograra su propósito, no le haría caso. A estas alturas, mi corazón ya no está para veleidades.

Así fue como todo cambió.

Y si la pérfida "vaguada costera" se había propuesto hacer fracasar mis vacaciones, le aviso que no lo va a lograr.

¡Y puede llover también, si quiere!

Me da lo mismo. Porque mañana, Aldo y yo iremos al puerto de San Antonio a andar en bote.

Y pasado mañana, a hacer turismo en Isla Negra...

Así que, hasta aquí llega mi carta, querida Nora. Porque no creo que, en el resto de mis vacaciones, tenga ya mucho tiempo para escribirte.

Mejor, te sigo contando al regreso.

Un beso de Betty y ¡hasta más ver!

domingo, 20 de enero de 2013

AVENTURAS DE SARITA.

Me llamo Sara, pero no me gusta mi nombre. Así es que, por favor, díganme Sarita.

¡Qué bueno es hallar gente con la cual ser bien franca y poder contarle las cosas sin tener que andar haciéndose la mosquita muerta!

Para empezar, no voy a pecar de falsa modestia sin necesidad. Así que les voy a confesar que soy bastante bonita.

Cuando estaba chica y mi mamá me llevaba en el coche, las mujeres se paraban para admirarme y hacerme arrumacos.

-¡Qué niñita tan linda!- decían.

Ahora, son los hombres los que se paran a mirarme y las cosas que me dice, es mejor que no las repita.

Cuando salí del Liceo no quise estudiar y entré a trabajar en una peluquería. Quería ganar plata para comprarme cosas y ser independiente.

Mi mamá ganaba poco como telefonista y de mi papá, no sabíamos hacía tiempo.

De más está decir que tenía muchos admiradores. El fin de semana, el teléfono no paraba de sonar y todas las noches tenía invitaciones a bailar. Nunca volvía a la casa antes del alba.

Mi mamá me armaba tremendos escándalos por lo mismo, y cada uno era peor que el otro.¡No comprendía que una chica tiene que disfrutar de su juventud!

Todo de mí le molestaba. Que me pintara, que fumara, que trasnochara... La situación se volvió insoportable.

Un día, aprovechando que me acababan de pagar en la peluquería, hice mi maleta y me fui sin despedirme.

Tenía tanta rabia que tomé un bus a la primera ciudad que se me ocurrió.

Llevaba bastante plata, porque aparte del sueldo, había sacado mis ahorros. No puedo negar que viviendo con mi mamá no tenía gastos. Y si ella no me pedía ¿para qué le iba a dar?

Me bajé en el paradero de buses y me puse a andar con la maleta, buscando un hotel.

No tenía idea de lo que iba a hacer, pero todavía me duraba la rabia y pensé que a medida que las cosas se fueran presentando, ya vería...

Creo que me perdí en los suburbios. No dí con ningún hotel y empezó a caer la noche.

Vi luces en una casa grande y toqué el timbre, para pedir que me orientaran.

¡Y ahí fue cuando empezó mi aventura!

Abrió la puerta una señora que, a todas luces, había estado llorando, porque tenía los ojos rojos e hinchados. Al verme, dio un grito:

-¡María! Mi hijita ¡Viniste!

Me quedé muda y ella se lanzó a mi cuello,sollozando con hipos y mojándome con sus lágrimas.

En seguida, me tomó de la mano y me llevó a un salón donde había varias personas sentadas. Todas de luto y con cara de funeral. Porque de eso, precisamente, se trataba la cosa.

¡Había aterrizado en un velorio!

La señora me presentó a todos y les dijo:

-María vino. Cuando le escribí avisándole, no creí que vendría.

Y rompió a llorar de nuevo.

Se paró una niña rubia y me abrazó:

-Siempre quise conocerte, María. El ni siquiera nos mostró una foto tuya. ¡Tanto que le rogamos que te trajera y nunca quiso...!

Yo no entendía nada, pero estaba tan cansada que me arrojé literalmente en un sillón. De inmediato, me trajeron café, agua y hasta un vasito de licor que me devolvió un poco el ánimo.

Decidí quedarme callada, hasta que las cosas se fueran aclarando por sí solas.

La señora se sentó a mi lado y me tomó las dos manos:

-Quiero repetirte, mi hijita, lo que te decía en mi carta. Nosotros no te culpamos. Felipe siempre fue depresivo. Varias veces había intentado poner fin a su vida y temíamos que un día lograra su propósito. Tú fuiste un paréntesis de felicidad en su vida, pero comprendemos que no hayas podido continuar a su lado...

Se me iba aclarando la película y me sentía más cómoda.

Cuando me preguntaban cosas que no entendía, aparentaba estar ahogada por los sollozos. Al final, se cansaron de hacerme preguntas y me llevaron a un dormitorio.

-Descansa, María-me dijo la señora-Aquí tienes un sedante, para que puedas dormir.

Lo escupí apenas se fue y me metí entre las sábanas. Lo que menos que quería era dormir.

Al contrario, necesitaba meditar sobre la nueva situación y ver hasta donde podía sacarle partido.

Al otro día, la niña rubia me llevó el desayuno en una bandeja y me preguntó:

-¿Trajiste vestido negro?

Negué con la cabeza y me prestó uno suyo, fino como nunca había visto. Me quedaba como hecho a la medida.

En la Iglesia había mucha gente y sobre el ataúd estaba el retrato de Felipe. Rubio y tan buenmozo que mejor ni les cuento...

¡Qué lástima!- pensé- ¡Qué desperdicio! Si lo hubiera conocido vivo, fijo que lo conquistaba.

Pero, tal como marchaban las cosas, era hasta mejor. Todos creían que yo había sido su novia y él no estaba ahí para desmentirlo.

Pasé toda la misa con la cara tapada con el pañuelo. Me restregué tanto los ojos que conseguí tenerlos hinchados y rojos como si hubiera pasado la noche en vela.

Pensé que sería conveniente agregar algo más de dramatismo, fingiendo un desmayo.

¡Vieran la que se armó! Hasta llegó el cura a rociarme la cara con agua bendita.

Más tarde, en la casa, me pidieron que me quedara cuanto quisiera y por supuesto, acepté.

Sobre todo, porque días después y por medio de un test que compré en la farmacia,comprobé con genuina sorpresa que estoy encinta.

De quién, no estoy muy segura. De todos modos, eso no viene al caso.

¡Ya me imagino la emoción de la mamá de Felipe, cuando le cuente que va a ser abuela!

¡Y la niña rubia! Cuando sepa que va a ser tía...

Nunca pensé que de repente y sin proponérmelo, me iba a ver en situación de alegrarle la vida a tanta gente.

Empezando por la mía, naturalmente.

¡No hay como ir aprovechando las ocasiones, a medida que se presentan !

VISITAS EN EL HOSPITAL.

Llevaba semanas en el hospital,sin saber lo que tenía.

No era que me doliera algo, solamente me sentía muy decaído y sin ánimo, y las caras inexpresivas de los médicos no me daban muchas esperanzas.

Al principio, los compañeros de oficina iban a visitarme los Sábados.

Llegaban siempre de dos en dos, me imagino que para soportar mejor el tedio de tener que ir a verme.

Incluso, Arraño me llevó una revista de puzzles para que me distrajera. Pero, parece que al darse cuenta de que lo mío iba para largo, fueron dejando de ir y al final, me quedé solo.

Echaba de menos a mi mamá, pero hacía un año que no sabía de ella.

Me había ido de su casa, en busca de independencia, porque me cargaba que me controlara tanto.

Fue después de una discusión y aunque vi un par de lágrimas resbalar por sus mejillas, no me dejé conmover ni transé en mis ansias de libertad.

Me fui dando un portazo y sin dejarle mi nueva dirección.

Por orgullo, no le pedí a la enfermera que se comunicara con ella. Preferí seguir solo, en esos días interminables...

Me asaltó el temor de que me quedaba poca vida, cuando empezó a ir a verme gente desconocida y fuera de las horas de visita.

Para colmo, parece que el único que las veía era yo, porque las enfermeras pasaban de largo sin notar su presencia.

La primera que apareció fue una señora gordita vestida de gris. Llevaba uno de esos sombreros con velo que se usaban por los años cuarenta.

Llegó un poco sofocada y se dejó caer en una silla con alivio.

-¡Ay!- suspiró- Perdone que haya sentado sin consultarle, pero estoy agotada. Los que dijeron : "Descansa en paz, la pobre", no sabían de lo que hablaban, porque ahora camino más que nunca.

La miré aturdido, dudando de estar despierto. Pero llegó la enfermera a darme un calmante e ignoró por completo a la gordita, que se abanicaba con el pañuelo.

Se me pusieron los pelos de punta y una corriente glacial me atravesó todo el cuerpo.

No cabía duda de que yo era el único que la veía. ¿Sería la Muerte que venía a buscarme?

-Mire-me dijo ella con voz maternal, como si quisiera disipar mis aterradoras sospechas- No puedo quedarme mucho rato porque tengo otras visitas que hacer. ¡Sólo pasé a traerle ésto!

Y me alargó un librito de tapas grises.

-Este es el "Manual de convivencia para el Más Allá"- me explicó- y yo soy la encargada de repartirlo. La gente llega al Otro Mundo sin preparación ninguna y se empecinan en creer que siguen vivos. Alborotan con sus quejas, siendo que lo más que queremos es paz.

Echó una mirada de soslayo al informe médico que colgaba a los pies de mi cama y agregó:

- Es mejor que vaya memorizando las reglas de convivencia que vienen en el Manual. Algo me dice que pronto lo tendremos con nosotros.

No supe si se alejó por el pasillo o se desvaneció en el aire, porque un segundo después ya no estaba.

Sin saber que hacer con el Manual, lo metí debajo de la almohada y me sumí en las más tristes reflexiones.

Supongo que al final me dormí, agobiado por la pesadumbre.

Al despertar, lo busqué bajo la almohada y no lo hallé por ninguna parte. Con inmenso alivio, pensé que había soñado.

Pero poco me duró la tranquilidad.

Dos días después, recibí otra visita fuera de horario.

Esta vez era un hombre alto, con terno y corbata.Tan flaco, que los huesos de los pómulos pugnaba por atravesar su piel. Sus ojos hundidos parecían dos pozos de agua oscura en un desierto de arena amarillenta.

Al notar que lo miraba despavorido, me sonrió con tristeza:

-No se asuste, amigo. Vine a acompañarlo un ratito no más, para que no se le haga tan larga la tarde...

Miró a través de la ventana y se quedó absorto, viendo caer la lluvia.

-Allá también llueve-dijo, de repente- No es tan distinto de acá... Y hay más gente con quién conversar. Como el tiempo no pasa...

Me miró con melancolía y sin hacer caso de mi silencio, agregó:

-Aquí todos andan apurados, siempre corriendo detrás de una oportunidad. Nadie tiene un momento para sentarse a conversar. Yo mismo, me morí solo en una pieza de pensión. Me encontraron a los dos días y únicamente porque la dueña llegó a cobrarme. De amistad o de cariño, no sabía hacía tiempo...

Me miró un instante, como esperando respuesta y al verme empecinado en mi silencio, fingió no notar mi descortesía.

-Me gusta venir de vez en cuando al hospital. Siempre hay alguien que está haciendo la maleta, por así decirlo. Y me da gusto pensar que en poco tiempo más, lo voy a estar recibiendo allá, en el paradero de buses, para darle la bienvenida.

Me dio un golpecito afectuoso en la mano.

La retiré espantado y le contesté con rabia:

-¡Es que yo no tengo ganas de irme todavía!

-No se preocupe, amigo. De a poco las irá teniendo. La Muerte no anda a tirones con la gente. Viene suavecito, cuando uno ya está cansado de tanto dolor y tanta lucha. ¿Y sabe una cosa? Siempre tiene la cara de la mamá de uno. Dan ganas de irse con ella... Es tan sabia, que toma el rostro de la madre de cada persona. Por eso resulta tan dulce seguirla. ¿Cómo no va a querer uno irse a dormir en el regazo de su mamá?

Empezaba a anochecer y se encendieron las luces de la sala.

Me distraje un segundo y cuando me volví a mirarlo, el visitante ya se había ido.

Pasaron varios días en que no apareció nadie y empecé a sentirme más tranquilo.

Hasta que una tarde, desperté de un corto sueño, con la sensación de que había alguien a mi lado.

Abrí los ojos y vi a mi mamá, sentada en una silla junto a mi cama.

-¿Llegó mi hora ya?- pregunté aterrado- ¿Eres la Muerte que ha venido a buscarme?

-¡Mi hijito! ¿Qué dice? ¿Se volvió loco?

-¡No me lleves todavía, por favor!- exclamé llorando-¡Quiero ver a mi mamá primero!

-Pero, si estoy aquí. ¿Que no me está viendo, acaso?

Caía sobre la almohada, anonadado y poco a poco, fui comprendiendo que en realidad era ella y no la Muerte que venía a llevarme.

-¿Cómo supiste que estaba aquí?- le pregunté sorprendido.

-Siempre he sabido donde estabas. ¿Crees que habría podido dormir tranquila sin conocer tu paradero? Te dejé solo porque tú así lo querías...Pero en realidad,siempre estuve a tu lado con el pensamiento.

-¿Y ahora?

-Ahora los médicos te dieron el alta y vine a llevarte a la casa, para cuidarte hasta que te recuperes.

jueves, 17 de enero de 2013

LA GRIETA EN EL ESPEJO.

Una mañana, Mariela descubrió que en el espejo de su dormitorio había una grieta.
El azogue se había desprendido cerca  del borde y una larga fisura permitía mirar hacia el otro lado.
Se asomó con curiosidad, entrecerrando los ojos para ver mejor y distinguió un bosque azul, envuelto en niebla.
Mejor dicho, creyó verlo, porque la fisura era muy  angosta y la niebla muy densa.  
Tuvo que bajar corriendo a tomar desayuno, porque estaba atrasada para el colegio.
Sus papás ya se habían ido a trabajar y la nana estaba lavando las tazas en el lavaplatos.
Sobre el hule de la mesa de la cocina, se enfriaba su café con leche. Las tostadas, como siempre quemadas y con poca mantequilla... Así es que no tocó el desayuno y se despidió con un ¡Chao! que se perdió en el aire. La nana ni la miró y le contestó con un gruñido.
En la tarde, entró a su dormitorio ilusionada por su descubrimiento.
Le pareció que esta vez se podía ver mejor el bosque al otro lado del espejo.
Había una atmósfera diáfana y notó que había nevado. Un alto pino estaba cubierto de nieve y una luz azul lo envolvía, dándole un aspecto mágico. Se le ocurrió un gigante majestuoso, envuelto en una capa de armiño.
-¡Qué precioso lugar!- pensó Mariela- ¡Qué ganas de estar ahí!  Odio el calor y en ese bosque se nota que hace un frío delicioso.
Esa noche se quedó desvelada y al abrir los ojos en la oscuridad, notó que por la grieta del espejo se filtraba una luz tenue. Un soplo frío le llegó a la cara y creyó escuchar el crujido de la nieve al desprenderse de las ramas del pino.
Se le hizo obsesivo el deseo de entrar allí.
Pero ¿ cómo?
¡La fisura era tan angosta!
Necesitaba adelgazar mucho para lograr pasar a través de ella.
No era problema, porque casi nunca tenía hambre. Además, nadie se daría cuenta de que no comía.
En las mañanas, sus padres salían apurados y ya se habían ido cuando Mariela bajaba a tomar desayuno.
En la noche, su mamá llegaba tan cansada que se acostaba a ver televisión y la nana le llevaba la cena en una bandeja.
Su papá siempre volvía tarde.
-¡Ya comí con los socios!- avisaba, y se ponía a fumar en el salón, escuchando música.
Así es que era bien fácil no comer sin que nadie se fijara.
"¡Pronto estaré tan delgada que podré entrar sin dificultad por la grieta y quedarme en el bosque todo el tiempo que quiera!"
Un Sábado, su  mamá se quedó mirándola, preocupada:
-¿Qué le pasa a usted, Marielita, que la veo tan flaca?  ¿Es que no se alimenta bien?
-¡Sí, mamá!  ¡Claro que como!  Seguro que con este calor, de tanto sudar estoy adelgazando...
-¡Tonterías, mi hijita! Yo también sudo y no he logrado bajar ni un cuarto de kilo! ¡La voy a estar vigilando!  ¿Me oyó?
Ese fin de semana, Mariela se comió todo lo que le pusieron por delante, haciendo grandes aspavientos, para que su mamá se quedara tranquila.
-¡Ay! ¡Qué rico está ésto!- decía, masticando con ansias.
Después, iba al baño y lo vomitaba todo.
Se sentía liviana y etérea.
Sonreía a solas pensando en el bosque secreto y en que pronto estaría en él, jugando con la nieve, internándose entre los pinos y quizás no volviendo más a su casa...¡Total! Nadie la echaría de menos.
Pero, su madre no se dejó engañar tan fácilmente y pidió hora para una consulta médica.
Después de que el doctor la examinó, la pesó y la midió por todos lados, le dijo que esperara afuera y se quedó a solas con su mamá.
Mariela pegó la oreja a la puerta y escuchó al médico pronunciar la palabra anorexia.
Sabía lo que era eso y se rió en silencio.
Conocía casos de niñas que habían querido adelgazar para verse más lindas...¡Bien tontas! Porque al final, algunas habían muerto.
Lo que Mariela quería sencillamente era poder pasar por la grieta del espejo. Y por supuesto que a nadie se lo iba a decir. Era su secreto más preciado.
Su mamá salió preocupada de la consulta y casi llorando le hizo prometer que se iba a comer todo.
Mariela se lo prometió. No tenía problemas en comer. Siempre le quedaba el recurso de vomitarlo después.
Y adelgazó tanto, que una noche sintió que había llegado el momento de cumplir su propósito.
Tendida en la penumbra de su pieza, vio la luz azul del bosque filtrándose hasta su cama. Y escuchó una voz muy dulce que la llamaba.
Corrió a asomarse al espejo y vio a una mujer inmóvil parada bajo el pino.
Había dejado de nevar y una claridad espectral envolvía el paisaje. Mariela no supo si era el crepúsculo o el amanecer, porque en ese bosque no existía el tiempo.
La mujer le tendió la mano. Mariela la sintió muy fría, pero se aferró a ella y saltó al otro lado.
El bosque azul la envolvió como un manto y un frío delicioso la hizo tiritar.
Había empezado a nevar otra vez y sintió como los copos caían sobre su cara, refrescando sus labios con caricias heladas.
Miró hacia atrás un momento y vio su dormitorio iluminado apenas por la lámpara del velador.
En su cama estaba ella, sin color y con los ojos cerrados. ¡Tan delgada que su cuerpo apenas abultaba bajo la sábana!
Se rió dichosa mientras se internaba en el bosque.
-¡Qué flaca estoy!- pensó- ¡Con razón logré pasar por la grieta del espejo!