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domingo, 20 de enero de 2013

VISITAS EN EL HOSPITAL.

Llevaba semanas en el hospital,sin saber lo que tenía.

No era que me doliera algo, solamente me sentía muy decaído y sin ánimo, y las caras inexpresivas de los médicos no me daban muchas esperanzas.

Al principio, los compañeros de oficina iban a visitarme los Sábados.

Llegaban siempre de dos en dos, me imagino que para soportar mejor el tedio de tener que ir a verme.

Incluso, Arraño me llevó una revista de puzzles para que me distrajera. Pero, parece que al darse cuenta de que lo mío iba para largo, fueron dejando de ir y al final, me quedé solo.

Echaba de menos a mi mamá, pero hacía un año que no sabía de ella.

Me había ido de su casa, en busca de independencia, porque me cargaba que me controlara tanto.

Fue después de una discusión y aunque vi un par de lágrimas resbalar por sus mejillas, no me dejé conmover ni transé en mis ansias de libertad.

Me fui dando un portazo y sin dejarle mi nueva dirección.

Por orgullo, no le pedí a la enfermera que se comunicara con ella. Preferí seguir solo, en esos días interminables...

Me asaltó el temor de que me quedaba poca vida, cuando empezó a ir a verme gente desconocida y fuera de las horas de visita.

Para colmo, parece que el único que las veía era yo, porque las enfermeras pasaban de largo sin notar su presencia.

La primera que apareció fue una señora gordita vestida de gris. Llevaba uno de esos sombreros con velo que se usaban por los años cuarenta.

Llegó un poco sofocada y se dejó caer en una silla con alivio.

-¡Ay!- suspiró- Perdone que haya sentado sin consultarle, pero estoy agotada. Los que dijeron : "Descansa en paz, la pobre", no sabían de lo que hablaban, porque ahora camino más que nunca.

La miré aturdido, dudando de estar despierto. Pero llegó la enfermera a darme un calmante e ignoró por completo a la gordita, que se abanicaba con el pañuelo.

Se me pusieron los pelos de punta y una corriente glacial me atravesó todo el cuerpo.

No cabía duda de que yo era el único que la veía. ¿Sería la Muerte que venía a buscarme?

-Mire-me dijo ella con voz maternal, como si quisiera disipar mis aterradoras sospechas- No puedo quedarme mucho rato porque tengo otras visitas que hacer. ¡Sólo pasé a traerle ésto!

Y me alargó un librito de tapas grises.

-Este es el "Manual de convivencia para el Más Allá"- me explicó- y yo soy la encargada de repartirlo. La gente llega al Otro Mundo sin preparación ninguna y se empecinan en creer que siguen vivos. Alborotan con sus quejas, siendo que lo más que queremos es paz.

Echó una mirada de soslayo al informe médico que colgaba a los pies de mi cama y agregó:

- Es mejor que vaya memorizando las reglas de convivencia que vienen en el Manual. Algo me dice que pronto lo tendremos con nosotros.

No supe si se alejó por el pasillo o se desvaneció en el aire, porque un segundo después ya no estaba.

Sin saber que hacer con el Manual, lo metí debajo de la almohada y me sumí en las más tristes reflexiones.

Supongo que al final me dormí, agobiado por la pesadumbre.

Al despertar, lo busqué bajo la almohada y no lo hallé por ninguna parte. Con inmenso alivio, pensé que había soñado.

Pero poco me duró la tranquilidad.

Dos días después, recibí otra visita fuera de horario.

Esta vez era un hombre alto, con terno y corbata.Tan flaco, que los huesos de los pómulos pugnaba por atravesar su piel. Sus ojos hundidos parecían dos pozos de agua oscura en un desierto de arena amarillenta.

Al notar que lo miraba despavorido, me sonrió con tristeza:

-No se asuste, amigo. Vine a acompañarlo un ratito no más, para que no se le haga tan larga la tarde...

Miró a través de la ventana y se quedó absorto, viendo caer la lluvia.

-Allá también llueve-dijo, de repente- No es tan distinto de acá... Y hay más gente con quién conversar. Como el tiempo no pasa...

Me miró con melancolía y sin hacer caso de mi silencio, agregó:

-Aquí todos andan apurados, siempre corriendo detrás de una oportunidad. Nadie tiene un momento para sentarse a conversar. Yo mismo, me morí solo en una pieza de pensión. Me encontraron a los dos días y únicamente porque la dueña llegó a cobrarme. De amistad o de cariño, no sabía hacía tiempo...

Me miró un instante, como esperando respuesta y al verme empecinado en mi silencio, fingió no notar mi descortesía.

-Me gusta venir de vez en cuando al hospital. Siempre hay alguien que está haciendo la maleta, por así decirlo. Y me da gusto pensar que en poco tiempo más, lo voy a estar recibiendo allá, en el paradero de buses, para darle la bienvenida.

Me dio un golpecito afectuoso en la mano.

La retiré espantado y le contesté con rabia:

-¡Es que yo no tengo ganas de irme todavía!

-No se preocupe, amigo. De a poco las irá teniendo. La Muerte no anda a tirones con la gente. Viene suavecito, cuando uno ya está cansado de tanto dolor y tanta lucha. ¿Y sabe una cosa? Siempre tiene la cara de la mamá de uno. Dan ganas de irse con ella... Es tan sabia, que toma el rostro de la madre de cada persona. Por eso resulta tan dulce seguirla. ¿Cómo no va a querer uno irse a dormir en el regazo de su mamá?

Empezaba a anochecer y se encendieron las luces de la sala.

Me distraje un segundo y cuando me volví a mirarlo, el visitante ya se había ido.

Pasaron varios días en que no apareció nadie y empecé a sentirme más tranquilo.

Hasta que una tarde, desperté de un corto sueño, con la sensación de que había alguien a mi lado.

Abrí los ojos y vi a mi mamá, sentada en una silla junto a mi cama.

-¿Llegó mi hora ya?- pregunté aterrado- ¿Eres la Muerte que ha venido a buscarme?

-¡Mi hijito! ¿Qué dice? ¿Se volvió loco?

-¡No me lleves todavía, por favor!- exclamé llorando-¡Quiero ver a mi mamá primero!

-Pero, si estoy aquí. ¿Que no me está viendo, acaso?

Caía sobre la almohada, anonadado y poco a poco, fui comprendiendo que en realidad era ella y no la Muerte que venía a llevarme.

-¿Cómo supiste que estaba aquí?- le pregunté sorprendido.

-Siempre he sabido donde estabas. ¿Crees que habría podido dormir tranquila sin conocer tu paradero? Te dejé solo porque tú así lo querías...Pero en realidad,siempre estuve a tu lado con el pensamiento.

-¿Y ahora?

-Ahora los médicos te dieron el alta y vine a llevarte a la casa, para cuidarte hasta que te recuperes.

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