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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



martes, 30 de diciembre de 2014

PRESAGIO DE FIN DE AÑO.

Se acercaba el fin del año y la melancolía se apoderaba del ánimo de Jorge.
Siempre se proponía no hacer balances ni tampoco promesas.
La vida sigue igual- se decía- es sólo una fecha en el calendario.
Pero, de todas formas le daba miedo la llegada de la Nochevieja. Sabía que estaría solo y que no tendría a nadie a quién abrazar.
Una tarde, salió a caminar sin rumbo. Atardecía y a través de una bruma rosada le llegó la música de un organillo. Vio que en un sitio eriazo se había instalado una feria.
Casi oculta entre los puestos vio una carpa listada que ostentaba un cartel. " Madame Zulma. Mentalista".
Jorge, burlándose de sí mismo, se asomó al interior.
Vio a una mujer gorda, de mediana edad, tocada por un turbante del que escapaban mechones de pelo gris.
-¡Adelante!  ¡Adelante, caballero!- gritó esperanzada.
Jorge, de una mirada, abarcó el fracaso y la miseria de la mujer. Y ya fuera por lástima o por matar el tiempo, traspasó el umbral.
Se sentó frente a la mentalista y ella retiró un paño negro que cubría una bola de cristal.
Contrastando con la pobreza del lugar, la bola se veía impresionante. Bajo su superficie parecía fluir un gas luminoso  que irradiaba hacia el exterior una aura azulada.
-Usted querrá saber lo que le depara el próximo año...¿ verdad?-le preguntó con voz meliflua.
Jorge asintió por educación, porque todavía no se explicaba qué lo había motivado a entrar ahí.
La mujer apoyó las palmas de las manos en la superficie de vidrio y empezó a decir con voz gutural:
-¡Veo! ¡ Veo!
Pero, de pronto la bola se volvió opaca. El gas luminoso que momentos antes parecía fluir en su interior dio paso a una oscuridad sin reflejos.
Incrédula, la adivina palpaba la superficie, inútilmente. No se producía ningún cambio.
Se volvió hacia Jorge y lo miró con aprensión.
 -¿Qué pasa?- preguntó él, fastidiado.
-Señor, lo siento. Creo que no podré ver su futuro.
-¿Por qué?
-Porque usted no tiene futuro....Creo que la bola de cristal le avisa que no verá el próximo año.
-¡Tonterías!- exclamó Jorge, encolerizado y salió de la carpa, olvidando pagar.
Mientras se alejaba, iba asegurándose a sí mismo que eran puras patrañas. Pero, un escalofrío persistente le erizaba la piel y una vocecita insidiosa le preguntaba:
-¿Y si fuera verdad?
 Esa noche soñó que recibía carta de su hijo y que el cartero al entregársela, le advertía:
-¡Ábrala en seguida, antes de que sea tarde!
Cuando despertó, pensó que era otra premonición....Y si iba a morir pronto, debía arreglar sus asuntos cuanto antes. Aquel enojo con su hijo duraba ya demasiado tiempo.
Marcó su número de teléfono, en Buenos Aires y esperó asustado, pensando que cortaría al escuchar su voz.
Pero el hijo lo saludó con cariño, como si nada hubiera pasado y le prometió que pronto viajaría a verlo.
Se vistió y fue al Supermercado a comprar una botella de vino.
Apretando el paquete con nerviosismo, tocó el timbre en la casa de su hermano. Todavía resonaban en sus oídos las palabras duras que habían intercambiado, hacía ya más de un año.
Al abrirse la puerta, vio unos brazos extendidos y escuchó una voz jubilosa que decía:
-¡Qué sorpresa tan buena!   Ha llegado mi hermano perdido...
Esa noche, durmió tranquilo, pero al amanecer, en el duerme vela de las primeras horas del día, surgió en su mente la cara de Margarita.
¡Ah!  Margarita....La novia que lo había dejado para casarse con Joaquín, su mejor amigo.
Se había quedado solo mucho tiempo, masticando su rencor y a pesar de que lo buscaron para darle explicaciones, se negó a volver a verlos.
 El odio que sentía hacia ambos lo mantenía de pie, como un armazón de hierro. Le impedía caer, pero le taladraba los huesos.
Y ahora...
Habían pasado más de veinte años. Sabía donde vivían y quiso ir allá a decirles que ya no les guardaba rencor.
Le abrió Margarita, vestida de luto. Al verlo, un sollozo la sacudió y él la sostuvo con su brazo. No hizo falta que le dijera que Joaquín había muerto...
Lo hizo pasar al jardín envuelto en la palidez del crepúsculo. Se sentaron bajo un toldo y conversaron hasta que anocheció.
Al despedirlo en la puerta, ella le dijo, dulcemente, que podía volver para que se saludaran por Año Nuevo....
Jorge estaba tan feliz que de puro gusto se acordó de Madame Zulma, la mentalista. ¡Gracias a ella su vida había cambiado!  Y pensar que él se había ido sin pagarle...
Corrió hasta la feria y de lejos la vio en la puerta de la carpa. Ella también lo vio y se precipitó a su encuentro:
-¡No sabe qué alivio siento de que haya vuelto!  Le debo una explicación....Resulta que a la bola de cristal se le habían acabado las pilas, por eso se apagó...
Jorge se echó a reír:
-¡No se preocupe! Y tome este dinero...Se lo debo. ¡Con su presagio de muerte usted me devolvió  la vida!

domingo, 28 de diciembre de 2014

AÑO NUEVO EN EL METRO.

Nora no tenía ningún plan para pasar la noche de Año Nuevo.
No la habían invitado a ninguna fiesta y se sentía humillada. Sabía que no tener invitación para esa fecha era muy mal visto. Un fracaso social que arrancaría comentarios hirientes.
-¡La pobre Nora!  ¡Pasó la noche de Año nuevo sola!  ¿Supiste?
-¡Ay!  ¡No me digas!  ¡Qué espanto!  Y yo, que todavía no termino de sacarme del pelo el confeti del cotillón...
Así es que no se lo dijo a nadie y decidió esperar el Año Nuevo en un vagón del Metro.
Si se encontraba con alguien, fingiría que se dirigía a una fiesta espléndida. Para hacerlo creíble, se maquilló con esmero y se puso su mejor vestido.
Supo que el servicio de trenes funcionaría hasta las dos de la madrugada, así es que tendría tiempo para atravesar la ciudad de punta a cabo, ida y vuelta...
Viajaba poca gente en el vagón. La mayoría se veía cargada de paquetes y con rostros ansiosos por llegar pronto a su destino.
Poco a poco se fueron bajando todos en las distintas estaciones y al final sólo quedaron Nora y un viejecito, en quién no se había fijado en un comienzo.
Notó que llevaba una enorme maleta que ocupaba la mitad del asiento. A su lado, él se veía flaco y extenuado y con una cara tan triste que daba pena de ver.
Nora se preguntó qué haría para bajarse con ese pesado equipaje.
Decidió ofrecerle ayuda y se cambió al asiento que estaba vacío frente a él. Pensó que algo malo le había pasado, que lo habían echado de su casa y que eso explicaba la voluminosa valija.
-Lo noto afligido- le dijo, para empezar la conversación.
-¡Cómo no estarlo!-exclamó el viejo- Quise hacerlo lo mejor posible, llegué con tantas ilusiones y me voy derrotado...No pude luchar contra el egoísmo y el desamor de la gente.
-¿Qué quiere decir?  ¿Quién es usted?
-Creí que lo habrías adivinado.
Nora se sintió confundida, pero su turbación se transformó en sobresalto cuando el viejecito añadió, en un suspiro:
-Creí que ya habías comprendido que soy el Año que se va...
Ella observó entonces sus ropas ajadas, su cara llena de profundas arrugas, que más parecían de amargura que de vejez.
Ignorando su mirada compasiva, el viejo siguió quejándose:
-Llegué liviano y alegre y me voy triste y cargado con los errores de los hombres. Los mismos que al verme llegar habían dicho:  ¡Feliz Año! y se habían prometido unos a otros paz y amor, después los vi provocar guerras y sembrar la ruina y la desolación en el mundo. Nadie cumplió las promesas que hizo esa noche. Las olvidó al otro día, cuando en su cerebro no se disipaban todavía los vapores del champán...
En ese momento, el tren se detuvo en la última estación del recorrido y el viejo se bajó, arrastrando apenas su pesada maleta. Iba tan encorvado y cabizbajo que a Nora se le empañaron los ojos de lágrimas.
Quiso decirle algo, prestarle ayuda, pero él se perdió en la sombra, sin mirar atrás.
Pensativa, Nora se cambió de andén, para tomar el tren en el sentido contrario.
En ese instante, las campanas de muchas iglesias empezaron a repicar al unísono.
¡Eran las doce!
Se subió a un vagón totalmente vacío, sin notar que junto a ella se había subido un niño.
Iba solo, pero sonreía confiado. Parecía creer que toda la gente es buena y que solo felicidad podía esperarlo al final del trayecto.
Nora adivinó que era el Nuevo Año que llegaba.
Y al recordar al anciano derrotado y triste que se había bajado hacía un rato, se le apretó el corazón.


martes, 23 de diciembre de 2014

CUENTO DE NAVIDAD.

Hacía varios años que Santa Klauss había jubilado.
No tuvo más remedio que hacerlo, cuando los niños dejaron de escribirle.  Quizás alguno habría intentado todavía mandarle un correo electrónico, pero la escasa pensión que recibía Santa klauss no le permitía pagar un acceso a Internet.
Además, lo suyo siempre había sido las cartas manuscritas. Con esas letras infantiles, torcidas y llenas de faltas de ortografía, pero rebosantes de ilusión y de fe.
¿Cuando habían dejado de creer en él? 
Esperó mucho tiempo en la soledad de su cabaña. El cartero, que antes le traía sacos llenos de correspondencia, ahora pasaba de largo frente a su puerta con aire compungido.
Santa Klauss fue cayendo en una profunda melancolía. Al final, decidió soltar a sus renos en el campo nevado mientras él viajaba a la ciudad en busca de un empleo.
¡La ociosidad le hacía mucho mal!
Llegó justo en el mes de Diciembre y lo primero que se le ocurrió fue ir a ofrecerse en un Mall para desempeñar el papel de Santa Klauss. ¿Quién mejor que él podría parecer auténtico?
Pero había una larga fila de candidatos al puesto. Altos, bajos, gordos y flacos, todos poniendo su mejor cara navideña, con la esperanza de ser contratados.
A Santa Klauss lo dejaron fuera. Encontraron que su traje rojo estaba demasiado gastado y que su barba blanca no se veía natural....
Abatido, regresó a su casa al anochecer y se puso a calentar su sopa.
En ese momento, alguien golpeó.
-Toc, toc,toc- sonó la puerta, porque en los cuentos, todas las puertas suenan así.
En el umbral estaba un enano, de aquellos que vivían con él en el Polo Norte. Respiraba agitado y su cara mostraba una gran turbación.
-¿Qué te pasó, Cataplum?- preguntó Santa Klauss-¿Incendiaste mi cabaña con las brasa de tu pipa?
-¡No, Santa!  ¡Eso no sería nada!  ¡Te ha llegado una carta!
-¿ Una carta?  ¡ No puede ser! ¿Alguien se acuerda de mí todavía?
La abrió emocionado. Era de una niñita llamada Paulina. En ella, con letra muy pulcra le decía:
"Querido Santa  Klauss, en la escuela se ríen de mi porque digo que tú existes. Pero no me importa. Sé que es cierto y me gustaría que esta Navidad me trajeras una muñeca. Tengo siete años y me porto muy bien."
-¿Qué voy a hacer?- gimió Santa Klauss consternado- No puedo decirle que jubilé y que ya no reparto juguetes. Es evidente que no la puedo defraudar...
Así es que fue al Mall a comprar una muñeca.
Entonces se alegró de que no lo hubiera contratado para el puesto... Había varios hombres vestidos con trajes rojos, parados en las puertas de los locales.  Pero nadie les hacía mucho caso. Los niños pasaban corriendo por delante de ellos, sin mirarlos. A lo sumo, alguno más insolente, les daba un tirón a la barba y escapaba corriendo.
Ahora, los juguetes se compraban en las multitiendas y ya nadie creía en Santa Klauss...
Llegó la noche del veinticuatro. Las calles rebosaban de gente cargadas de paquetes y se respiraba un aire de alegría y buena voluntad que ojalá hubiera podido durar más allá de esa noche.
Llevando la muñeca bajo el brazo, Santa Klauss tomó el Metro. Nadie se fijó en él. ¡Había tantos que llevaban el mismo disfraz!
La dirección en el sobre indicaba un barrio modesto. Casas bajas, todas pareadas y por supuesto, sin chimeneas.
-Y ahora ¿ por donde voy a entrar?
Pero al apoyarse en la puerta, fatigado, notó que estaba entreabierta.
Sobre la mesa del comedor había una lámpara encendida y junto a ella, un vaso de leche y unas galletas como señal inequívoca de que alguien lo estaba esperando.
Santa Klauss se acordó que hacía muchas horas que no probaba bocado...
En el dormitorio había una niñita durmiendo plácidamente. Le dejó la muñeca sobre la almohada y salió despacito.
De las galletas sólo quedaron unas migas.
En la calle se cruzó con un grupo de muchachos.
-¡Feliz Navidad, abuelo!- le gritó el más atrevido.
Y Santa Klauss que no se había sentido tan feliz en mucho tiempo, les respondió alborozado:
                               ¡¡Feliz Navidad a todos!!!    Jo Jo Jo

domingo, 21 de diciembre de 2014

BLANCA NAVIDAD.

Laurita se acostó pensando en una Navidad con nieve, como la de otros países. ¿ Por qué en Chile haría tanto calor?
A través de la ventana veía brillar las estrellas en un cielo diáfano y ni un soplo de brisa movía las copas de los árboles.
Sin embargo, a media noche despertó tiritando y no supo si era el frío el que la había despertado o unos golpecitos que alguien daba en la ventana.
Se levantó envuelta en una frazada y vio a un hombre de nieve que tocaba el cristal.
-¿ Qué haces aquí? - le preguntó asombrada- ¿ No temes derretirte?
-¡No con este frío!- exclamó él, riendo.
La niña miró hacia afuera. Un vasto campo nevado rodeaba la casa.
-¿Y donde está la calle?
-Lo ignoro- le contestó el hombre de nieve- Este es un sueño que estás teniendo tú y eres la única que puede explicar las cosas que pasen en él.
Al ver que se callaba, confundida, le propuso:
-  Mientras dure tu sueño ¿ lo quieres disfrutar?
-¡ Si ! Pero tendré mucho frío-objetó Laurita- Este es mi camisón de verano...
El hombre desenrolló de su cuello una larga chalina roja y la envolvió en ella.
-¡Ahora, vamos!
Laurita saltó a través del alféizar y se encontró caminando por la vastedad del campo. A lo lejos se veía un bosque de pinos. Eran muy altos y majestuosos y estaban cubiertos de nieve. Parecían reyes envueltos en sus capas de armiño. 
El hombre de nieve se quitó su raído sombrero y se presentó con una reverencia:
-Me llamo Oskar ¿y tú?
-Yo soy Laura, pero podrías decirme Laurita, si no te molesta  En mi casa me dicen Laura sólo cuando me he portado mal... Pero ahora me gustaría saber a donde iremos.
-No sé, este sueño es tuyo. Eres tú quien debe decidir a donde quieres ir.
-Me gustaría ir a ver a Santa Klauss.
-Pero ¿ tú crees en él?
-Bueno...ya tengo diez años-suspiró Laurita- Trato de no creer, porque en el colegio se ríen de mí...Pero, en el fondo de mi corazón, todavía creo.
-¡Entonces, vamos!
Atravesaron el bosque y se encontraron frente a una cabaña iluminada. La puerta estaba abierta y entraron sin golpear.
Junto a una chimenea estaba Santa Klauss, en bata y zapatillas, tomando un té con limón.
-Estoy agripado- anunció sin preámbulos. Y para confirmarlo, lanzó una sucesión de estornudos.
Laurita se acercó a abrazarlo.
-¡Santa Klauss !  ¡Por favor, perdóname por haber tratado de no creer en tí!
-No te preocupes, preciosa. Muchos niños ya no creen....De todas formas, algún día iba a tener que jubilar...
Esto último lo dijo suspirando.
De pronto, todo los contornos de la habitación empezaron a borrarse y Laurita miró asustada a Oskar.
-Es tu sueño que se está terminando- le dijo él, con naturalidad- Pronto despertarás o entrarás a un sueño distinto. ¡ Es preciso que vuelvas a tu cama!
Laurita se colgó de su cuello y volaron sobre el campo nevado, que poco a poco empezaba a convertirse en una mancha gris...
La niña entró por la ventana y rápidamente se metió en su cama. Oskar dio un golpecito en el vidrio a modo de despedida y desapareció.
A la mañana siguiente, la despertó el sol que entraba a raudales en su habitación.
Arrojó lejos las sábanas y corrió a ver los regalos que le habían dejado bajo el árbol.
De su sueño no recordaba nada y lo cierto es que nunca lo volvió a recordar.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

CONVERSANDO BAJO EL ARBOL.

Betty dejó su taza de café a un lado y le preguntó a Nora:
- Si volvieras a ser chica ¿ qué le pedirías a Santa Klauss?
Nora se quedó pensativa y con un dejo de melancolía, respondió:
-Le pediría ser feliz...
-¿ Y qué es para ti la Felicidad? 
-No lo sé, Betty...Creo que después de todo sigue siendo un enigma.
-Yo pienso que es como una puerta cerrada cuya llave se perdió hace mucho tiempo. Los hombres se pasan la vida buscándola, con los ojos clavados en el suelo. Quizás si miraran las estrellas...
-A veces pienso que sencillamente la Felicidad no existe. O que como sacar agua de una fuente con la mano y que se te escurra entre los dedos sin haber alcanzado a beberla, dejándote siempre con sed.
Las dos se quedaron en silencio, perdidas en sus pensamientos.
-Creo que esta noche me la voy a pasar en vela, tratando de definir la Felicidad - dijo Nora, con una sonrisa melancólica.
-Bueno, pero no te olvides de que mañana quedaste de ir a ayudarme a armar el árbol de Navidad.
Al día siguiente, Betty, mientras sujetaba una estrella dorada en la punta del pino, miró a Nora con picardía:
-Y bueno ¿ resolviste tu enigma?
-Sí. Creo que la Felicidad es la Tristeza vestida de gala, como Cenicienta la noche del baile.
-¿Por qué dices eso?
-¡Porque se parecen tanto las dos!  Se llora de pena, pero también de alegría. Y una puede sentirse feliz aunque en el fondo esté triste. Tal vez la Felicidad sea saber sobrellevar las penas con elegancia. Un modo aristocrático de vivir...
-¡Tonterías!- exclamó Betty- Estás tratando de hermanar la noche con el día. La Tristeza es baja y oscura, como un charco de barro en el que se ahoga una estrella. En cambio la Felicidad, es alta y dorada, como un pájaro que vuela bajo el sol.
Se quedaron sentadas a oscuras, con las luces del arbolito parpadeando sobre sus caras.
-¿Te acuerdas qué felices éramos de niñas, cuando creíamos en Santa Klauss?
-Sí, es cierto. Pero Santa Klauss jubiló hace muchos años...Ahora las multitiendas son las dueñas de la Navidad.
-¡No! Las dueñas de la Navidad somos todavía nosotras.  Depende cómo la vivamos. Si damos mucho amor en esta fecha y alegría a los que estén tristes, siempre seguirá perteneciéndonos. ¡Y por añadidura, descubriremos lo que es la Felicidad!


domingo, 14 de diciembre de 2014

LEYENDA DE LOS PECES DE COLOR.

(Tarea de taller)

Una mañana de principios del mundo, cuando todo era nuevo y resplandeciente, apareció la lluvia y danzó largo rato sobre los prados.
Al fin, se detuvo cansada y esperó algún aplauso, pero nadie parecía haber apreciado su danza.
Molesta, le pidió al sol que le ayudara a elaborar un digno final para su actuación, de manera que nunca pasara desapercibida.
Y entonces se creó el arco iris.
Sobre el arco iris apareció una diosa que bajó despacio a la tierra, pisando uno por uno los peldaños de oro que le tendía el sol.
Junto a un lago, vio una garza muy blanca y le preguntó:
-¿Sabes cuantos colores tiene el arco iris?
Pero la garza estaba tan orgullosa de su plumaje que creía que el único color que existía era el blanco, así es que se echó a volar sin responderle.
Siguió su camino y al borde de un trigal vio a un tordo cuyo plumaje negro brillaba como el azabache.
-¿Sabes cuantos colores tiene el arco iris?- le preguntó la diosa.
El tordo, envanecido del negro de sus alas, echó a volar sin responderle.
La diosa se encontró entonces en medio de un jardín recién florecido y le preguntó:
-¿ Sabes cuantos colores tiene el arco iris?
-No lo sé- dijo el jardín, con petulancia- Yo sólo conozco los de mis flores y sé que no existen más colores que esos en el mundo.
Siguió su camino  y llegó a la orilla de un charco de agua estancada. Era oscuro y no había signos de vida en él.
Pero cuando el charco escuchó la pregunta de la diosa, pareció resplandecer de júbilo y humildemente respondió:
-¡Claro que lo sé!  Los he visto copiarse en mí esta mañana, después que cesó la lluvia. Lo colores del arco iris son siete:  rojo, naranja, amarillo, verde, índigo, azul y púrpura.
-¡Cuánto sabes, amiguito!- sonrió la diosa- En premio, te daré un regalo.
Se inclinó y hundió su mano en el agua oscura. Instantáneamente, se volvió transparente y en ella aparecieron nadando cientos de pececitos de todos los colores del arco iris.
Y desde entonces existen los peces de color.


miércoles, 10 de diciembre de 2014

CARTAS.

(Surrealismo.  Tarea de Taller)

Me ha escrito un amigo que vive a orillas del mar.
Acerqué su carta a mi oído y escuché el ruido de las olas al chocar contra los arrecifes.
Al irme a acostar, la guardé bajo la almohada y toda la noche soñé que era una gaviota.
¡También me llegó carta de mi amigo el ornitólogo!
La puse junto a mi oído, esperando escuchar el canto de los pájaros, pero me dio un feroz picotazo en la oreja.
Después salió volando por la ventana y no ha regresado, por más que le puse miguitas de pan en el alféizar.
Le pediré al cartero que la próxima vez me la traiga enjaulada.
 Si me escribe mi amigo el domador de leones, no sé qué podría pasar...Es preferible que me llame por teléfono.


domingo, 7 de diciembre de 2014

DESENGAÑO.

Josefina esperó en vano frente al Liceo que Diego pasara a buscarla. Le había prometido que  pasaría a la salida de clases.
Trató de distinguirlo por entre el tumulto de niñas que se llamaban a gritos para ir juntas a la heladería.
La vereda se fue vaciando y al final, Josefina quedó sola.  Había pasado media hora. ¡El ya no vendría!
Con los ojos empañados por el llanto, se dirigió lentamente a su casa. Pero ¿ acaso le sorprendía que la hubiera dejado plantada? En realidad, hacía tiempo que venía notado que Diego ya no era el mismo.
Abrió la puerta y la recibió la refrescante soledad de la casa vacía.  ¡No había nadie!  ¡Qué alivio! Podría llorar a gritos, si quisiera...Pero no quería llorar.
Se tendió en su cama y maquinalmente tomó un libro de su velador. Era una novela de lectura obligatoria y habría control a la mañana siguiente. No llevaba leída ni la mitad y ahora se obstinó en concentrarse para adelantar algo. Pero las letras se diluían frente a sus ojos.
En ese momento, oyó abrirse la puerta de calle. Era su padre.
-¡Hola!- gritó desde el vestíbulo, pero Josefina no contestó.
No tenía ganas de hablar con él.  Su relación se había ido enfriando con el paso de los años.
¡Recordaba cuanto lo había amado cuando era una niñita!  Atesoraba cada gesto de ternura que venía de él. Pero, pronto esos gestos se habían ido espaciando. No entendía por qué y terminó por creer que algo en ella motivaba su distanciamiento. Algún defecto debía tener para que él ya no la quisiera...¡ Es mi culpa!- se decía. Y creció con la idea de que no merecía ser amada, que algo en ella alejaba el amor.
Escuchó a su padre entrar a la cocina y abrir el refrigerador. Seguramente para sacar una cerveza.
Luego lo escuchó hablar por teléfono. Su voz se había vuelto íntima y cálida y a Josefina no le cupo duda de que hablaba con una mujer.
 -Sí, mi amor- decía- Sí, te lo prometo. No paso de esta noche sin decírselo a ella...¡Ya tomé una decisión!  No quiero vivir sin ti.
Fue un llamado corto y definitivo.
En su cama, Josefina estaba inmóvil, sobrecogida por el horror de su descubrimiento.
Le zumbaban los oídos y sentía que la violencia de los latidos de su corazón la sacudía entera.
Escuchó los pasos que se aproximaban y rápidamente se puso los audífonos y fingió que escuchaba música. El pasó frente a su pieza y al verla ahí, se detuvo de golpe y enrojeció violentamente.
-¡Creí que no había nadie!
-¡No te sentí entrar!
Josefina hizo un esfuerzo para sonreír, pero le pareció que los labios se le torcían en una mueca.
Un rato después, su papá la llamó desde el pasillo.
-¡Josefina!  Tu mamá avisó que llegaría tarde. ¡Tengo hambre!  ¿Vamos a la pizzería?
Se echó agua fría en la cara arrebolada y se alisó el cabello. Pensó hacer acopio de todas sus fuerzas para seguir fingiendo que no había oído nada.   
  Mientras estaba sentada frente a él, en la pizzería, Josefina pensaba:
La peor mentira del amor es creerlo duradero.En realidad, es igual a esos productos del supermercado que traen fecha de vencimiento. ¡Ojalá uno pudiera amar a sabiendas de que sólo será por un tiempo! Así se ahorraría el desengaño inevitable...Pero, no. ¡No se podría amar sin tener la ilusión de que será " Para siempre" !
 Sonreía automáticamente mientras sentía un extraño vacío en el pecho, ahí donde antes había estado su corazón.
A través de la mesa, su papá la miraba complacido:
-¡ Josefina, qué gusto me da verte tan bien!