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viernes, 6 de mayo de 2011

ALLÁ.

Ella pensaba que la gente se preocupaba tanto por lo que llamaban "el misterio de la Muerte".  
Para ella era muy simple: Vivir es estar Aquí. Morir es estar Allá. Eso era todo.
La verdad es que nada la afligía ni la ilusionaba tampoco. Su alma permanecía aletargada.  Quizás crecer en un Orfanato pudiera hacerle eso a las personas.
Ahora tenía treinta años y en sus noches solitarias a menudo pensaba en ese "Allá" y en dónde estaría la puerta que comunicaba ambos mundos. No es que quisiera morir. Aunque tampoco quería vivir. Sólo le gustaría encontrar la puerta y satisfacer la curiosidad de mirar al otro lado.
Una noche, tendida en su cama en medio de la oscuridad vio brillar algo  en la muralla. Un pequeño círculo de luz refulgía en las tinieblas, en un lugar en que ella sabía que no podía haber nada.
Al fin, se levantó a tientas y se acercó al objeto. Era la manilla de bronce de una puerta. La hizo girar suavemente y el picaporte cedió. Una  fina línea de luz azulada  se filtró por el interticio.  Empujó la puerta y se encontró en una calle.
Escasos faroles rompían con su claridad la oscuridad  de la noche. Vio una ventana iluminada y se acercó a mirar. No había cortinas que entorpecieran la vista y observó claramente a una mujer que cosía junto a una lámpara.
Ella alzó los párpados y al verla, con un gesto la invitó a entrar. Obedeció confiadamente, atraída por la serenidad del rostro de la mujer y por el tibio resplandor que reinaba en el cuarto.
-¿Qué está cosiendo?-le preguntó.
-Es un vestido para mi hija Rosita. Sé que nunca podré entregárselo, pero me hace tan feliz hacer algo para ella e imaginar lo linda que se vería si se lo pusiera.
-¿Y dónde está Rosita?
-Está al otro lado, donde vive la gente. ¡No sabes cuanto sufrí al tener que abandonarla!
"Mi enfermedad fue muy rápida"-continuó-"Y aunque los médicos no me decían nada yo sentía que moría. .
-"¿Qué será de Rosita?-pensé-Tenía apenas seis años. Su padre estaba siempre viajando, ni siquiera estaba conmigo cuando partí. Sólo me quedaba mi hermana Julia.
"¡Júrame que cuidarás de Rosita! -le rogué en mi último gemido. Y ella juró que lo haría.
"Después entró a la pieza una mujer alta y silenciosa. Me tomó de la mano y atravesamos un umbral.
Ahora estoy aquí, no sé desde cuando, porque en este lugar el tiempo no trascurre.
De pronto sonrió turbada. Le avergonzaba talvez haber hablado tanto.
-Perdona, no te he preguntado ni siquiera  tu nombre.
-Mi nombre es  Rosa-contestó ella-Mi mamá me decía Rosita, pero murió cuando yo tenía seis años. Dos días después, mi tía Julia me dijo que me llevaría a un colegio muy lindo, con muchos niños y niñas con quienes podría jugar.
Fuimos los tres en el auto, con mi papá, y ellos prometieron que vendrían a verme cada Sábado. Pero nunca volvieron.
Después entendí que estaba en un orfanato.
Los otros niños tampoco recibían visitas. A veces venían parejas y se llevaban a alguno, pero sólo a los más lindos o a los más chiquititos. Nunca se fijaron en mí.
Se paró frente a la mujer y ambas pensaron al mismo tiempo que era como estar mirándose en un espejo, tan iguales eran sus ojos y el óvalo de sus rostros.
-Mamá-dijo Rosa-Como en este lugar no hay tiempo, tú tienes la misma edad que tenías cuando moriste. Yo también tengo treinta años. Ahora, talvez somos hermanas.
Muchas horas se quedó junto a su madre, que siguió cosiendo serenamente el vestido de niñita, talvez porque no tenía otra cosa en qué ocuparse y porque le hacía feliz hacerlo.
Languideció la llama de la lámpara y el amanecer empezó a clarear tras de la ventana.
Rosa salió de la casa y recorrió la calle hasta encontrar la puerta por la que había llegado.
Entró a su pieza y se acostó de nuevo. Cuando el sol  de la mañana entró a raudales por la ventana  despertó sobresaltada. Miró hacia la muralla y sin asombro vio que la puerta había desaparecido.

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