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viernes, 27 de mayo de 2011

CORAZON AGRIPADO.

Querida Nora:
No me sirvió de nada vacunarme. Igual estoy en cama con gripe. Este es "el virus que no era".Tú me entiendes."Otro".
En fin, que estoy tomando limonada caliente con aspirina, caldito de pollo que me prepara la santa de la Eduvigis y confiando en eliminar la gripe a fuerza de transpirar.
Aunque me duele la cabeza, quiero contarte los últimos avatares de mi agitada vida sentimental.
Bueno, no tan agitada como quisiera, pero empeño le hago. No es cosa de echarse a morir.
Fíjate que conocí en el barrio a un masculino de lo más atrayente. Alto, flaco, canitas en la sien y profundas arrugas en la frente como si lo atormentara una secreta  angustia existencial.
Me fascinó, qué quieres que te diga.
Pero cuando me invitó a tomar té le disparé un obús de inmediato:
-No salgo con hombres casados.
Eso, para chequear su estado civil, que hasta el momento se mantenía en la incógnita.
-Soy viudo-dijo melancólicamente y clavó la vista en la punta de sus zapatos como si ahí estuviera escrito el obituario de su difunta esposa.
Ahí renuncié de inmediato a la artillería pesada y acepté la invitación.
Fuimos varias veces a tomar té, café, jugos y todos los líquidos disponibles en el barrio, excepto los alcohólicos, porque siempre nuestras citas eran a temprana hora de la tarde.
A mí, el canoso atormentado por la existencia me gustaba cada día más. Y en las noches, con frecuencia  algún mal pensamiento me hacía sonreír en la oscuridad, antes de quedarme dormida. Eso te lo digo a tí, porque tenemos confianza.
Una tarde en  que estaba en la peluquería de la Hilda, lo ví pasar a través de la vidriera.
-Ahí va el marido de la señora Julieta-Dijo la peinadora mientras me hacía el brushing.
-¿Cual señora Julieta?-pregunté yo, fingiendo indiferencia.
-Esa señora alta, que se pasea por Lyon con un perrito pequinés. Ud. tiene que haberla visto.
Sí. ¡Claro que la había visto! Con el pelo teñido color azabache apretado en un moño, siempre vestida de oscuro...Confieso que muchas veces la había comparado con la bruja de un cuento de niños.
Y resulta que era la esposa de mi viudo...O sea que él y yo habíamos sido todo el tiempo como Hansel y Gretel comiéndonos a escondidas la casita de chocolate de la bruja.
¡Con razón siempre me invitaba a sentarnos en el fondo del salón de té, bién lejos de la entrada! No fuera cosa que nos olfateara el perrito pequinés....
¡Qué cínicos son los hombres! ¿No crees, Nora?
Menos mal que me enfermé y caí en la cama antes de caer en el abismo del desengaño.
Ahora, si lloro, es por el romadizo, estoy segura. Ese traidor no se merece ni una lágrima.
Y cuando me mejore, daré vuelta la página del libro de cuentos. Ya no seré Gretel comiéndome los dulces ajenos. Ahora seré "La reina de las nieves" y le clavaré al seudo viudo una astilla de hielo en el corazón.
Un abrazo en la distancia
Betty.

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