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domingo, 28 de mayo de 2017

CONOCIENDO A BONNARD.

Había empezado la primavera y el aire llegaba tibio y cargado de olor a flores.
Julieta escapaba todas las tardes del estrecho departamento y llevaba al su hijito al parque cercano.
   Se respiraba una grata frescura bajo los árboles y el niño se reía y agitaba los bracitos cuando lo sentaba en  el césped con sus juguetes.
Pronto notó la presencia de una joven rubia en un banco cercano. La había visto varias veces,  hojeando algún libro. Notó que siempre eran libros de pintura y eso le dio tema para meterle conversación.
Ella le dijo que se llamaba Paula y que trabajaba en una librería, cercana al Museo de Bellas Artes.
Se iba al parque en su colación y llevaba algún libro de los que vendían en la tienda.
Se acostumbraron a conversar todas las tardes y si Paula faltaba, Julieta la echaba de menos y se volvía a su casa más temprano de lo habitual.
Eso la ponía triste porque en el departamento no tenía nadie con quién hablar. Favio estaba llegando cada vez más tarde y la esperaban varias horas de soledad.
Afortunadamente, tenía el libro de Bonnard que él le había regalado. Era un pintor impresionista poco conocido y a ella le extrañaba que no fuera famoso, si pintaba tan bien. En sus telas estaba toda la luz y el color que caracterizaba a los impresionistas.
Repasaba las reproduciones de los cuadros hasta  en sus más mínimos detalles...Mientras las manecillas del reloj avanzaban sin piedad y la cena se recalentaba en el horno, inútilmente.
Cuando Favio llegaba, venía distraído y cansado y no le ponía atención. Por eso nunca tuvo la oportunidad de contarle de su amistad con la joven de la librería.
Una semana, ella faltó varios días al parque. Julieta la esperaba en vano, pero no se atrevió a ir a la tienda a preguntar si todavía trabajaba ahí.
La tarde que apareció, venía pálida y desanimada.
- Paula ¿ qué tienes?  ¿ Estuviste enferma?
Al principio, se notó que no quería hablar, pero después le confesó que estaba deprimida, que tenía un problema.
-Estoy enamorada, Julieta. Y él es casado.
-¿ El te mintió y te dijo que era libre?
-No, si yo sabía...Lo que pasa es que al principio lo tomé como algo pasajero. ¡ Nunca creí que me iba a enamorar así!  Y ahora, aunque quisiera no podría dejarlo...
-Y él ¿ que te dice?
-Que lo espere un poco, que se va a separar. Que le cuesta mucho porque tienen un niño muy pequeño...
-Y ¿ donde lo conociste?

-Fue en la librería. Un día llegó pidiendo un libro para regalarle a su mujer. Me habló de un pintor poco conocido, pero que ella admira mucho.... No sé tú lo ubicas. Se llama Bonnard.    


domingo, 21 de mayo de 2017

EL SEGURO DE VIDA.

-Tenga resignación, señora Rosita. Piense que las cosas siempre pasan por algo.
Esa fue la frase que hizo que Manuel levantara la mirada del diario que iba leyendo.
La que acababa de pronunciarla era una mujer de pelo gris, que iba a su lado, colgada de la barra del Metro. Y la destinataria de tan filosófica reflexión era una viejita diminuta, vestida de negro. Llevaba los ojos enrojecidos, Manuel no supo en ese momento si de pena o de  catarro y apretaba un paquete contra su pecho.
- "Las cosas siempre pasan por algo"- sonrió Manuel con sorna. ¡ El eterno consuelo de los simples!  Y tan falso.... ¡Es obvio que todo es obra de la casualidad !  Es puro azar si eres tú el que va pasando debajo de una cornisa, cuando se desprende y te hace tortilla el cráneo...¿ O estaba programado de antemano porque " las cosas pasan por algo" ?  A mí nadie me va a convencer de que existe el Destino...
Distraído, abandonó la lectura y se puso a mirar a las dos mujeres.
Al rato, la canosa se bajó y quedó sola la viejecita, sorbiéndose los mocos y aguantando apenas las ganas de llorar.
Manuel se compadeció de ella y le ofreció llevarle el paquete. Estaba claro que nadie le iba a ofrecer asiento...
Ella sonrió agradecida y se lo pasó. En el intercambio, se corrió el papel del envoltorio y Manuel, sobresaltado, descubrió que se trataba de una ánfora de cenizas.
Contenía lo poco que había quedado de un tal Emeterio Pantoja.
En la Estación Central, la viejita hizo amago de bajarse y le pidió el paquete. Manuel, conmovido se bajó con ella. No era su paradero, pero decidió acompañarla. Algo había en la señora que le recordaba a su mamá.
Se internaron en una calle humilde y llegaron a una casa color moho, apretada entre un almacén y un taller mecánico.   Ella lo invitó a pasar y Manuel no pudo zafarse ya de la extraña situación en la que se había metido.
Se sentaron en un salón penumbroso, lleno de retratos en sepia y pañitos tejidos a crochet.
Ella le contó llorando que se había quedado sola en el mundo. Que no habían tenido hijos. Que Emeterio había trabajado siempre en Ferrocarriles  y que habían vivido de su sueldo...
-Y ahora, no sé qué voy a hacer- suspiró con incertidumbre.
Manuel imaginó de inmediato lo que le esperaba. Una pensión mísera que no le alcanzaría ni para cubrir sus necesidades más básicas.
Se le ocurrió una idea y sin dudar un segundo, decidió ponerla en práctica.
- Su marido tiene que haber tenido un Seguro de Vida -le insinuó- Todos los empleados de Ferrocarriles lo tienen- mintió descaradamente-  Es una práctica de la Empresa.
La viejita lo miró dudosa y le dijo que no sabía, que Emeterio nunca se lo había comentado...
-¡No perdemos nada con averiguarlo!- exclamó Manuel, con sonrisa optimista- Tengo contactos que pueden informarme.  Y si hay un seguro que le corresponde, yo mismo se lo voy a tramitar...
Y mientras hablaba, sus planes de viajar a Europa con un grupo de amigos,solteros acomodados  como él, empezaron a diluirse en su mente. Volaron y se perdieron en la lejanía, mientras creía ver la cara de su mamá que le sonreía aprobándolo, desde el cielo.
No le costó nada rellenar unos formularios y adjuntar unos documentos, a los que unos timbres borrosos daban credibilidad. Eran necesarios para disipar cualquier duda que pudiera surgirle a la viejita.  Lo último fue retirar una suma bastante  respetable, de su cuenta de ahorro para vacaciones.
 Ella recibió el dinero entre emocionada y estupefacta. Ni siquiera miró los papeles falsificados que pretendían dar verosimilitud al Seguro de Vida de Emeterio.
Lo  miró radiante, con los ojos anegados en lágrimas.
-¡ Pensar, señor, que si no me hubiera encontrado con usted, ese día, en el Metro nunca habría tenido ni idea de que me correspondía esta plata!
Y Manuel le respondió sin darse cuenta de lo que decía:
-¡ No ve, señora Rosita !  " Las cosas siempre pasan por algo".

  

domingo, 14 de mayo de 2017

UNA HORA DE MÁS.

Tomás estaba hojeando el diario y vio una noticia corta en un costado de la página.  Advertía a los lectores que el Sábado siguiente  empezaría a regir el horario de Invierno. ¡ Habría que atrasar los relojes en una hora!
Tomás se quedó pensativo. Lo primero fue alegrarse porque esa noche dormiría una hora más. Pero después empezó a ver la cosa bajo una nueva dimensión.
-¡ Después de todo, ésto es fantástico!- exclamó- A las doce serán de nuevo las once. ¡ Es como si el tiempo caminara para atrás y nos regalara sesenta minutos de tiempo extra! 
Esa hora tiene forzosamente que ser especial...¡ Mágica !...¡ La oportunidad de hacer algo nuevo e insospechado!  ¡ Y al ser mágica, todo lo que uno haga le saldrá bien!
Siguió reflexionando y llegó a la conclusión de que esa hora debía aprovecharla para hacer una cosa que siempre había deseado, pero que le había faltado el valor para concretarla.
¡ Confesarle su amor a Laurita!
Era cierto que ella nunca lo había mirado dos veces .Sus ojos negros resbalaban sobre él como si fuera un accidente topográfico sin importancia.  Era evidente que su corazón estaba puesto en otro. En el pesado de Mauricio, ese petulante que no se molestaba en acusar recibo de sus miradas de amor. Mientras Tomás de derretía inútilmente por ella...
Pero, las cosas podían cambiar.
¡ Tenía que aprovechar la magia de esa hora extra ! No habría otra oportunidad igual hasta dentro de un año, cuando volvieran a cambiar el horario...
Esa noche de Sábado se puso una camisa nueva y se afeitó con esmero.  A las doce en punto,  atrasó su reloj en una hora. ¡ Eran las once otra vez y seguro que Laurita estaría levantada!
Se aprestaba a tocar el timbre de su casa, lleno de emoción y ensayando una sonrisa conquistadora, cuando se abrió la puerta y salió ella como una exhalación.
Tropezó con Tomás y lo miró con cara de fastidio.
-¡ Déjame pasar, que estoy apurada!
-¡ Laurita!  Venía a hablar contigo...
-Lo siento, Tomás,  no puedo detenerme. ¡ Necesito aprovechar esta hora especial!
-¿Qué dices?   Justo yo venía...
-  Tomás ¿ no te has dado cuenta que estamos en una hora mágica?  Eran las doce y ahora son las once de nuevo...  Tengo sesenta minutos para hacer algo que siempre deseé hacer y no me había atrevido hasta hora! Decirle a Mauricio que lo amo...¡ Acabo de llamarlo y me espera en el café!



domingo, 7 de mayo de 2017

EL AMOR DE PABLO.

Pablo iba todas las tardes al cementerio y se sentaba por más de una hora al borde de la tumba de Sofía.
Quienes lo miraba desde lejos, lo veía gesticular y sonreír a ratos, como si conversara con ella y movían la cabeza, compasivos, pensando que había perdido la razón.
Sofía había sido su mujer por más de quince años. En el pueblo los veían pasar felices, siempre tomados de la mano y no faltaban los envidiosos que se resentían de su amor, como si se tratara de una ofensa. Se les hacía poco el que les había tocado a ellos y lo notaban desteñido, porque es cierto que siempre el jardín ajeno parece tener las más lindas flores...
Ni falsos rumores ni comentarios aviesos pudieron separarlos.
Solo La Muerte, que entró un día a su casa y se sentó a los pies de su cama. No tenía apuro. Esperaba pacientemente a que llegara el momento de segar con su guadaña.
Sofía empezó a adelgazar y un agudo dolor en el costado que llegaba de pronto,  la hacía palidecer.   Sus piernas se doblaban y gemía sin voz, escondida tras la puerta del dormitorio.  No quería que Pablo se preocupara.
Cuando al fin visitó a un médico, éste movió la cabeza apesadumbrado :
-¿ Por qué no vino antes? - le reprochó.
Y eso fue todo.
Una noche, la Muerte que estaba como siempre vigilante junto a la cama, alargó su mano descarnada y tomó la de Sofía. Ella se incorporó en silencio y la siguió dócilmente.
Desde entonces, Pablo iba todas las tardes al cementerio. Se sentaba al borde de su tumba y le hablaba durante horas.
Nadie sabía si ella le respondía, pero parecía que sí, porque salía de ahí más sereno y con una luz de consuelo en el fondo de los ojos. 
Hasta que poco a poco dejó de ir.
Primero faltó un día, después dos, después una semana entera.
  Con el tiempo, solo iba una vez al mes a dejar unas flores sobre la tumba. No se quedaba más que un instante, siempre callado, como si el torrente de palabras de amor que lo ahogaba al principio, se hubiera secado dentro de su corazón.  
En el pueblo se alegraron de verlo curado de aquella obsesión.  El sol sigue saliendo y la vida continúa, dijeron los que se las daban de filósofos. Los que habían envidiado aquella pasión , sonrieron escépticos...No podía durar eternamente, comentaron. Y se sintieron más conformes con el amor descolorido que les había tocado a ellos. Se les había hecho tan odioso tener que comparar...
Pero Sofía lo echaba de menos.  Los días se le hacían eternos y aunque por las noches escuchaba conversar a los otros muertos, ella guardaba silencio. Había una sola voz en el mundo que hubiera querido escuchar, y esa parecía haber enmudecido para ella.
La soledad crecía sobre su pecho como una hiedra oscura cuyas ramas se entrelazaban oprimiendo su corazón.
¿ Por qué no viene?  ¿ Está enfermo?  ¿ Algo malo le pasó y no quiere decírmelo?
Al menos, sabía que no había muerto, porque lo habría visto llegar ...
Pero la atormentaba su ausencia y una noche no pudo más y salió a buscarlo.
Se sentía liviana y le parecía que el viento de la noche la llevaba en sus brazos sin que tuviera que caminar. Así fue como se vio sin darse cuenta frente a la casa donde había vivido con su amado durante tantos años.
Había una ventana iluminada. Era la del comedor. Sentado a la mesa vio a Pablo y frente a él,  mirándolo con ternura, creyó verse a si misma.
 ¡ No puede ser!- exclamó- ¿ Entonces no es verdad que he muerto?
Pero no era ella, sino otra, tan parecida que creyó estarse mirando en un espejo empañado.
Pablo había encontrado un nuevo amor, pero había elegido a alguien semejante a su mujer, al extremo de que podrían haberlas tomado por hermanas.
Sofía, permaneció inmóvil tras los vidrios de la ventana. Ya no sentía dolor. Veía  a Pablo de nuevo feliz  y   comprendía que en cierta forma, él la seguía amando.
Su desasosiego dio paso a una  agridulce melancolía y se alejó de allí, esta vez para siempre.
Aceptó sin amargura que los muertos no tiene cabida en el mundo de los vivos. Y que a ella solo le quedaba el recuerdo de aquel amor, como una canción de cuna para arrullar su sueño bajo la tierra.