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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



martes, 31 de enero de 2012

FRAGMENTOS DE UN AMOR

Lidia se sorprendió mucho cuando su madre la llamó para avisarle que tenía una carta para ella.
-Es del extrajero-le dijo-De Canadá.
Una sombra helada pasó por el rostro de Lidia y se alegró de que su madre no pudiera verla.
-¡Mañana iré a buscarla! -respondió con fingida alegría- ¡Alguna antigua amiga que se acordó de mi!
Pero sabía que la carta era de Sergio. Cinco años habían pasado, pero supo inmediatamente que era suya.
Al día siguiente, pasó parte de la tarde en la casa paterna y salió de allí con la carta sin abrir en el bolsillo.
Tomó el sendero bordeado de pinos que llevaba hasta la playa. Se sentó en una roca y contempló el mar bajo sus pies. El sol arrancaba destellos dorados a las olas y algas color marrón flotaban a la deriva en el agua verde, yendo a posarse aveces sobre la arena.
No se decidía a abrir la carta. Tenía miedo de leerla. El pasado yacía enterrado bajo los escombros de aquellos años y sabía que no podría revivirlo sin sufrir.
Había amado a Sergio y sin embargo, nada de aquel amor había quedado en sus recuerdos. Sólo el dolor de su separación de Julio y la angustia y la humillación que había padecido.
Se había comportado como una insensata y su error había sido castigado con creces.
Sergio, a último momento le había vuelto la espalda.
Recordó la noche en que Julio volvió tarde a la casa y a sus preguntas angustiadas, respondió que había estado con él y que Sergio le había informado que partía al extranjero.
En su voz había un acento de amargo triunfo y ella notó cómo espiaba el efecto que sus palabras producirían en ella.
Logró mantener el rostro sereno mientras sentía que toda la sangre se agolpaba en su corazón. Flaquearon sus piernas y se apoyó contra la pared, desfallecida.
De todas formas,aquella partida no cambiaba las cosas.Su matrimonio estaba acabado y pocos meses después se separaron.
Lidia no guardó ningún recuerdo dulce de aquella corta aventura. Sólo las mentiras y los ocultamientos, el horror de sus discusiones con Julio, las noches sin dormir y luego, la partida de Sergio como el final de una pesadilla.
Y ahora, esta carta.
La desdobló con lentitud y empezó a leerla.
"Querida Lidia:
¡Cuánto te sorprenderá saber de mí!
Ha pasado el tiempo y tú pensarás que mi vida ha tomado aquí un rumbo definitivo. Pero no ha sido así.
Venirme fué una equivocación. Apartarme de tí fué el mayor error que he cometido. Creí que al hacerlo, salvaba tu matrimonio y mi amistad con Julio, que me era tan preciada.
Pero nada de eso pasó.
He sabido que te separaste de él al poco tiempo de mi partida y en cuanto a aquella amistad de los dos, era imposible reconstruirla. ¡Qué necio fuí al creer que él podría perdonarme!
Aquí he sido desgraciado. He sufrido muchas decepciones y me abruma la nostalgia de Chile, pero sé que la principal fuente de mi desgracia ha sido aquello, Lidia. El abandono que hice de todo sin mirar atrás.
Creía que actuaba con nobleza, pero era mi egoismo el que me aconcejaba distanciarme. Busqué la paz de mi espíritu sin pensar en el dolor tuyo ni en el conflicto atroz en el que te dejaba sumida al partir.
Ahora vuelvo, Lidia.
He dirigido esta carta a casa de tu madre porque no sé donde vives. Espero que llegue a tus manos.
No sé qué ha sido de tu vida. Mi intuición me asegura que no has vuelto a casarte. Incluso he soñado contigo varias veces en estos últimos días y pienso que esos sueños han sido una manera de comunicarnos en la distancia. Algo me dice que aún piensas en mí y que no has superado lo ocurrido así como yo tampoco he podido hacerlo.
Espérame,Lidia y dime que aún no es tarde para volver."
Estrujó la carta y la destruyó en diminutos fragmentos.
Si de algo estaba segura era de que ya no amaba a Sergio.
¡Era tan joven cuando se conocieron! Un matrimonio decepcionante la había empujado a sus brazos. Pero de eso hacían ya cinco largos años. Ahora era una mujer,amargada y dura talvez, pero dueña de sus impulsos y de sus sentimientos.
Sintió que dolorosos latidos sacudían su corazón y la idea de volver a verlo se le hizo insoportable.
Fué soltando de a poco los pedacitos de la carta. Giraron en el viento durante unos instantes y luego se disiparon sobre el fragor del mar.

MALI

Emilio había llegado a estudiar a Santiago y fué acogido con afecto en la casa de sus padrinos. Su tío Federico era primo de su madre y siempre había matenido con ella una relación cercana. Ahora estaba casado con una hermosa mujer y tenían una sola hija, Magdalena,a quién todos llamaban Mali.
Emilio se acomodó rápidamente en el dormitorio de alojados. Sacó de su maleta sus libros favoritos y los distribuyó en la repisa. Luego de ordenar su ropa en el closet, se asomó a la ventana que daba sobre el jardín.
Vio a una linda joven cruzar el cesped cargando una bolsa de compras y adivinó que era Mali.
Sabía que ella le llevaba sólo un año de diferencia, sin embargo, en lugar de la niña frágil que había imaginado, creyó ver a una mujer ya formada.
Pero cuando ella levantó el rostro hacia su ventana y lo saludó con un gesto, vio su rostro todavía infantil, su nariz cubierta de pecas, y se sintió menos intimidado por ella.
Con el transcurso del tiempo, se fue enamorando sin notarlo. Lo que creyó simpatía y cariño de primos se fué trasformando en una desesperada ansiedad de estar a su lado.
Mali lo trataba con juguetona ironía y aveces con crueldad. Se mofaba de él como de un chiquillo mucho menor y era evidente que notaba las emociones que su presencia le despertaba.
El sufría por su comportamiento y un día en que ella extremó sus burlas, exclamó:
-¡Por favor,Mali! ¡No me trates como un niño! Háblame como es debido. No como una cosa sino como a una persona.
Ella se rió con una pequeña risa cruel. Le cogió un mechón de pelo de la frente y se lo tiró con fuerza.
-¡Eres un tonto! Pero no te preocupes, Dios parece amar más a los tontos y a los locos.¡Quizás los hombres normales son demasiado perversos para que los pueda amar!
Por un segundo, su boca se contrajo en un rictus amargo, pero luego volvió a reir y salió,cerrando la puerta a sus espaldas.
Otro día entró a su dormitorio, cuando él estaba leyendo.
-¿Qué lees? A ver...-Le arrancó el libro de las manos con brusco ademán.
-¡Ah! "El guardián en el centeno". Estupendo libro para ti, puesto que trata de un adolescente desorientado.
Emilio replicó con rabia:
-¡Y para ti también! ¿Acaso no tienes sólo un año más que yo?
-¡Ah! Pero las mujeres maduramos primero.
Con gesto petulante, se acercó al espejo que había sobre la cómoda. Alisó la blusa sobre su pecho y se miró de perfil con gesto complacido.
Una gran confusión de emociones agitaba a Emilio.
Hasta ese instante, su amor por Mali había sido como una dorada neblina de adoración romántica. Se los imaginaba siempre caminando tomados de la mano por un prado interminable, hacia una vaga felicidad, nunca concretada.
Pero esa noche, al evocar el gesto de Mali frente al espejo, sintió que una llamarada brotaba de todo su ser. El deseo de estrecharla en sus brazos se volvió insoportable. Fué como si hubiera pasado súbitamente de un cielo luminoso a un tenebroso infierno.
Sus tíos habían notado el enamoramiento de Emilio y lo comentaron una noche en su dormitorio.
-¡Es bien fácil darse cuenta!-exclamó Federico-Pero Mali es todavía muy niña para interesarse en esos juegos.
Su mujer lo miró sorprendida de su ingenuidad, pero prefirió callar antes de inquietarlo. De todos modos, era evidente que Mali tomaba a su primo como un chiquillo algo ridículo en sus manifestaciones de amor.
Todos los Jueves en la tarde, iba a la casa Rubén, un hombre de unos cuarenta años, amigo de Federico.Sacaban un tablero de ajedrez y se enfrascaban en interminables partidas.
Mali se sentaba detrás de su padre, como atenta al movimiento de sus piezas, pero Emilio observó sin querer, que sus ojos se fijaban en las manos de Rubén y en las hermosas facciones del hombre, distrído en el juego.
Empezó a notar la ansiedad de Mali las tardes de los Jueves, antes de que sonara el timbre y el rubor y la alegría mal disimuladas con que corría a abrir la puerta.
Rubén la trataba como a una niña y al saludarla le revolvía la espesa mata de cabellos dorados que brotaba de su frente.
-¿Cómo estás,niña?-le preguntaba mientras le entregaba su sombrero y los guantes forrados de piel con que se protegía en esos fríos días de Julio.
Ella los depositaba con aire reverente sobre la mesa del vestíbulo y luego iba a ocupar su lugar, al lado de su padre.
Emilio tomó la costumbre de sentarse en un sillón que quedaba en penumbra. Desde allí vigilaba la cara de su prima, sus ojos fijos en el rostro de Rubén y en sus cabellos que empezaban a encanecer en las sienes.
Los celos y el dolor lo traspasaban, pero al menos le quedaba el alivio de notar que él apenas la miraba. ¡Pero si podría ser su padre! ¿Cómo la iba a tomar en serio?
Una tarde observó desde su rincón un extraño gesto de Mali.
La vió ir al vestíbulo y deslizar algo en uno de los guantes de Rubén. Luego volvió a sentarse en su lugar de costumbre.
Emilio se demoró un raro y luego salió en silencio por la puerta del comedor. Se dirigió sigilosamente hacia el vestíbulo alfombrado y tomó el guante de Rubén que Mali acababa de dejar sobre la mesa. En su interior notó un papel doblado.
Rápidamente lo sacó y lo puso bajo la luz de la lámpara.
En él estaba escrito, con infantil caligrafía:
-Mañana, en el lugar de siempre, mi amor.Tu Mali.

LA HISTORIA DE RAQUELITA

Dicen que el sufrimiento puede volver mala a la gente.
Pero no a toda.
Que existen aquellos que, por el contrario, se hacen más sensibles al dolor ajeno. Que si ven sufrir a alguien, perciben en ello el reflejo de sus propios dolores y se esfuerzan por prestar consuelo.
De todo hay en la Viña del Señor, como dice el refrán. Pero no creo que halla nada que pueda explicar el caso de Raquelita.
¡Era una niña tan hermosa! Rubia y alta, tenía el porte de una reina. Cuando los Domingos paseaba por la plaza del pueblo, a la salida de misa, las amigas que la acompañaban parecían meras damas de honor en torno a una soberana.
Enmudecían los hombres a su paso y un vientecillo de anhelo y de ensoñación erótica parecía estremecerlos. Luego se quedaban silenciosos, como aturdidos por aquella imagen arrebatadora, por aquella representación cabal de La Belleza en toda su perfección divina, que pasaba junto a ellos, inalcansable.
Raquelita tenía una nana que la había criado. Vieja campesina, conocedora de hierbas misteriosas. Algunas curaban males y otras los provocaban.
Toda su sabiduría de "meica" se la traspasó a la niña.
Ambas gozaban probando sus efectos. Había una yerba que mezclada con las hojas de té, provocaba verdaderos maremotos intestinales en quienes la ingerían.
Raquelita invitaba a sus amigas a una inocente merienda y al otro día, las pobres incautas casi se iban por las cañerías del sanitario. Quedaban deshidratadas y laxas como si las hubieran estrujado con un rodillo.
Esa noche, la vieja y su niña se desternillaban de risa en la cocina sin que la madre de Raquelita sospechara por qué. Ni se preocupara mucho tampoco, inmersa en sus propias diversiones.
Existía otra yerba secreta que mataba de a poco, sin dejar huella.
El día antes de su boda,la nana se la regaló en una bolsita de terciopelo,atada con una cinta azul.
-Por si acaso,niña, la llegara a necesitar.Total, una nunca sabe....
Raquel se casó con un hombre joven y apuesto, dueño de vastas tierras y de cientos de cabezas de ganado.
El día de su boda, el pueblo entero se agolpó en la Iglesia. Y los que no cupieron, esperaron en la plaza, para ver la salida de la novia.
Salió del brazo del marido, rubia y marfileña, aureolada de azahares.Todos lanzaron un ¡Ah! de asombro y recogimiento. No habría sido mucho más grande la conmoción si hubieran visto salir a Nuestra Señora, llevando en sus brazos al Niño...
Pero ningun niño, por cierto, llegó a alegrar el hogar de Raquelita.
Su marido, a los pocos meses, empezó a pasar las noches con los amigos, jugando a las cartas y emborrachándose hasta el amanecer.
Nadie se explicaba cómo podía abandonar así a su bella esposa ni tampoco por qué había cambiado su modo de ser de hombre serio y trabajador a disipado y embrutecido.
Cuchicheaban las viejas, murmuraban los hombres, pero todo parecía destinado a quedar oculto entre las paredes del dormitorio nupcial.
Raquelita continuó yendo a misa todos los Domingo, sola y majestuosa, vestida de oscuro y con el cabello rubio cubierto por una mantilla de encajes.
El cura la invitó al confesionario, por si había alguna inquietud en su corazón que quisiera desahogar. Pero ella sonrió con dulzura y negó con la cabeza.
-Otro día,Padre. Ahora voy apurada.
Su marido montaba a caballo y salía a recorrer sus tierras, cuando estaba sobrio. Su rostro enrojecido, sus facciones embotadas habían dejado sólo en el recuerdo la apostura que luciera en su juventud.
Un día se empecinó en montar ebrio, aunque el capatáz trató de disuadirlo. Y así fué como el caballo, espoleado con crueldad, arrojó a su jinete contra una cerca.
Quedó inconsciente y los peones lo llevaron en una camilla improvisada hasta la casa patronal.
Raquelita lo miró llegar serena, sin hacer un gesto. Luego dió órdenes de que le prepararan la cama y mandó llamar al único médico del pueblo.
A todo ésto, Armando, que así se llamaba el herido, había recuperado la conciencia y sólo se quejaba, rabioso, de dolores musculares.
El médico ordenó reposo por una semana.
Raquelita no se despegaba de su lado, arreglándole los almohadones y sirviéndole las comidas.
Sobre todo, se preocupaba ella misma de prepararle un té de hierbas recomendado por su nana. Infalibles según parecía, para curar todos los males.
Sin embargo, con el paso de los días, el enfermo parecía empeorar.Cuando se desesperaba al notar que no recuperaba sus fuerzas, llegaba Raquelita , solícita, con un té recién preparado y le decía:
-Esto te curará, Armando. Es cosa de paciencia....
El médico no se explicaba el paulatino decaimiento del enfermo.Tan fuerte que había sido, tan vital, y ahora se veía consumido, como si un mal interno lo estuviera minando. El anciano doctor lo atribuía a una conmoción de sus víceras, por efecto de la caída y se atrevió a insinuar un traslado al Hospital de la ciudad cercana.
Pero Raquelita movió la cabeza con escepticismo. Los remedios naturales eran los mejores...
Y se esforzaba por deslizar entre sus labios resecos, una cucharadita de aquel té milagroso.
-Es cosa de paciencia-le repetía.
Se lo repitió hasta dos días antes del funeral.
Al volver del cementerio, sacó del fondo de un cajón de la cómoda la bolsita de terciopelo.Sonrió satisfecha al ver que aún quedaba la mitad de la hierba.
La amarró firmemente con la cinta azul y volvió a esconderla entre sus ropas.
-Total,una nunca sabe.

martes, 24 de enero de 2012

EL MANIQUI.

En la mitad de Enero declinó el calor y vinieron días más suaves. Una fresca brisa soplaba por las tardes, meciendo el follaje esplendoroso de los árboles.
Una mañana amaneció nublado y al atardecer el cielo se cubrió sorpresivamente de nubarrones como grandes flores de color púrpura.
Poco rato después, llovía.
Mariela se asomó al balcón y vió a los transeuntes caminar apresurados en busca de refugio.No se veían paraguas, porque esa lluvia inesperada los había sorprendido a todos.
Ella abrió el suyo con placer,rojo como una amapola, y salió a dar un paseo por las calles mojadas.
Parado frente a una vidriera vió a un joven rubio cuyo pelo, oscurecido por el agua, se pegaba en largos mechones sobre su frente.Llevaba un traje color pizarra y una corbata marrón que a esas alturas, parecía un guiñapo empapado colgando sobre su camisa.
El no reparaba en la lluvia que ya formaba una poza alrededor de sus zapatos.Permanecía inmóvil con la vista fija en la vitrina de la tienda.Su concentración era desesperada, como si lo que hubiera ahí dentro fuera la razón de su vida y quizás también la de su muerte.
Intrigada,Mariela siguió la dirección de sus ojos.Se trataba de una tienda de alta costura y,trás el cristal, en medio de un decorado de cortinajes, había un solo maniquí. Era una hermosa mujer de pelo oscuro, vestida con un traje de fiesta color rubí. En su rostro habían dibujado unos labios rojos que se abrían en una dulce sonrisa y sus ojos de cristal, sombreados por largas pestañas, parecían devolver la mirada del hombre.
Mariela se acercó más a él y vió que por sus mejillas rodaban lágrimas que se mezclaban con la lluvia.
Miraba al maniquí con desolada tristeza y a ratos, sus manos empuñadas se tendían hacia el vidrio,como en un gesto de súplica.
Mariela le tocó suavemente el brazo y le dijo:
-Se está mojando mucho. ¿No quiere refugiarse bajo mi paraguas?
El la miró un momento, como ausente, pero apartó la vista en seguida para volver a fijarla en el hermoso maniquí.
-¡No puedo irme!- respondió sin mirar a Mariela-¡No puedo dejarla sola! Yo sé que ella me ve.
Mariela pensó que era un loco, pero su cara tan hermosa y tan triste la mantenía subyugada.
-¿Está enamorado de ella?-le preguntó,cayendo a medias en su juego de locura.
-¡Es mi esposa!- gimió él-¡Es Flavia!
-Vino a trabajar hace un mes en esta tienda-continuó con voz ronca-La contrataron para que modelara los vestidos frente a las clientas adineradas.Al principio todo iba bién.Varias veces al día se cambiaba de traje y desfilaba por el salón, con aquella gracia y aquella elegancia que la hacían incomparable. Le pagaban bién y el dueño estaba encantado con ella.
-Eso me decía-continuó-Volvía cansada pero contenta. ¡Flavia, mi hermosa amada! Pero, un día no volvió....
Al anochecer fuí a buscarla y se burlaron de mí. Me dijeron que no la conocían, que nunca había trabajado en esa tienda. ¡Me hicieron salir con el guardia!
Pero al mirar la vitrina, la ví.Estaba ahí, inmóvil entre cortinajes de plata, modelando un vestido azul.
¡La habían trasformado en una muñeca de yeso!
Golpeé el vidrio,llamándola desesperado. Sus ojos se fijaban en mí, como pidiéndome ayuda.
¡Ella me veía y me escuchaba, pero no podía moverse!
Me echaron por la fuerza,llamándome loco,desquiciado y no sé cuántas cosas más.
Desde entonces,vengo todos los días a verla. Cada semana lleva un vestido distinto. Ayer estaba vestida de verde. Parecía una ninfa del bosque ataviada con musgo. Hoy va de rojo, como el color de sus labios. Ella me sonríe, usted lo nota ¿verdad? Trata de alentarme, para que no sufra tanto...
Continuó en su incansable delirio:
-¡No sé qué hicieron con ella! No sé qué hechizo emplearon para transformarla en una muñeca. ¡Pero a mí no me engañan! Apenas me ven llegar, sale el guardia y se para en la puerta a vigilarme. Ahora no ha venido, a causa de la lluvia y me han dejado que la mire en paz.
-¡Flavia!-suspiró. Pareció que el corazón se le escapaba en ese suspiro y apoyó su mano sobre el vidrio como si quisiera tocarla.
Mariela habría jurado que los ojos de cristal se clavaban en él, llenos de lágrimas.
¡Pero no! ¡Era una ilusión! ¿Estaba cayendo ella también en la loca fantasía?
Con una mirada de compasión se alejó del jóven, que ni siquiera notó que ella se marchaba.
Desde lejos lo miró,aún inmóvil frente a la vitrina. Mientras, de a poco iba dejando de llover y y en el cielo despejado aparecían las primeras estrellas.

AQUELLOS DIAS.

Yo era la menor de tres hermanas y cuando a ellas ya las invitaban a fiestas y los mellizos Lazo, que eran unos rubios pirotécnicos, las pasaban a buscar para pasear en bicicleta, a mí me dejaban en la casa en calidad de material desechable.
Me quedaba jugando con las muñecas o construyéndole casitas a las hadas, una entretención solitaria de lo más inutil, porque por mucho que las adornaba con flores y hojas de helecho, nadie llegó nunca a vivir al condominio.
En fín, que era chica,pero como ya tenía once años, en mí se estaba operando la misteriosa metamorfosis de la pubertad, y aunque todavía no dejaba a las muñecas, me ponía triste cuando me daban por invisible a la hora de las invitaciones.
Pero cuando cumplí los trece, de golpe me puse interesante.
Mi mamá había renunciado por fin a hacerme chapes y cuando me solté el pelo, liso y oscuro a los lados de la cara, me convertí subitamente en Nefertiti.
Seguía siendo flaca y plana desde el cuello hasta las rodillas. Sus huesos eran lo único que me sobresalía con audacia. Pero algo surgió en mí desde las recónditas profundidades,una fuerza magnética que parecía atraer a los chiquillos como polillas hacia una ampolleta.
Fué entonces cuando conocí a Milton, mi primer amor y mi primer desengaño.
Al menos me enseñó a bailar y al final lográbamos bailar "los lentos" sin intercambiar más de cuatro pisotones por vez.
Vivíamos frente a la Plaza Brasil, a dos cuadras de un colegio de varones.
Al medio día, una muchedumbre de imberbes desfilaba bajo el balcón de nuestro departamento, rumbo al paradero de la locomoción.
Entre ellos iba Alfredo, un rubio esbelto y frío como un carámbano. Ninguna pasión había logrado derretirlo aún.
Medía un metro ochenta y su cerebro tenía una densidad probable de medio centímetro cúbico. Pero,a esa edad me importaban poco los atributos intelectuales y lo único que ansiaba era lanzarme en piquero a sus ojos azules como el mar y desnucarme si era preciso, para morir ahí.
De Milton había recibido mi primer beso, experiencia que me pareció viscosa y decepcionante.
Alfredo, contradiciendo su aspecto de carámbano, me tomó con vehemencia en sus brazos y nuestro beso fué un apasionado entrechocar de dientes.
En lo romántico,otra decepción, y en lo práctico, la advertencia de que necesitaba visitar al ortodoncista.
En mi horizonte sentimental se perfiló Patricio. Era un tipo alto que caminaba encorvado como jirafa con tortícolis. Había dado un súbito estirón después de una gripe, y aún le incomodaba la desmesura de su talla.
Había sido mi silencioso y meláncolico admirador durante mis devaneos con Alfredo, pero un día se cansó de ser un actor de reparto y apareció en la plaza cogido de la mano con una niña bajita y más bien redonda, semejante a una albóndiga. Por lo insípida,una albóndiga de carne vegetal.
Mi amor propio sufrió un fuerte golpe y fué tal el despecho que ahí mismo solté el llanto.
Se lo contaron a Patricio y él, que seguramente en esos días estaba pasando en Literatura la Novela Romántica, exclamó:
-Pero,¿cómo? ¡Si yo aún la amo...!
Seguro que no era cierto, pero desde entonces lo fué, porque a esa edad es más fácil creerse enamorado que curarse una espinilla.
Resumiendo, la albóndiga se fué rodando y me ví de nuevo dueña del amor de Patricio. A los pocos días estaba al borde del asesinato. Lo que prueba que el despecho es un pérfido concejero.
Entonces conocí a Isamu.
Bailamos toda una noche mejilla a mejilla y al despedirnos, nos miramos a los ojos. Pero los suyos eran orientalmente inexpresivos. No ví en ellos nada, excepto algunos síntomas de conjuntivitis.
Seguimos saliendo.El me llevaba a pasear en motoneta y aún creo vernos a los dos, atravezando la ciudad como bólidos, yo abrazada a su cintura y el viento zumbando en nuestros oídos.
Romántico. Lástima que él continuó envuelto en su enigmático silencio nipón y no hubo modo de conseguir que me dijera, al menos, que yo le gustaba.
Y como a esa edad me sentía muy necesitada de estímulos para mi amor propio, resolví enamorarme de un amigo de mis hermanas, que en una fiesta me había lanzado un par de miradas incandescentes.
Se llamaba Isidro y poseía una increíble fealdad de globo desinflado. Pero era mayor de veinte y siempre llevaba debajo del brazo un libro de Jean Paul Sartre.
La primera vez que lo ví, estaba apoyado indolentemente contra la pared y sostenía entre los dientes una pipa apagada.
Cuando me invitó a bailar, lo hizo con los ojos pegados al techo, como si ahí estuviera escrita la respuesta a la eterna incógnita del Destino del Hombre.
En general, lucía una expresión de hastío de la vida, la cual él consideraba coherente con su aspecto de intelectual.
Estuve enamorada de él durante un año y medio. Luego me convencí de que era un inutil cachivache trasnochado, que no hacía nada en todo el día, porque el resultado de su Prueba de Admisión a la Universidad no le habría dado ni para especializarse como kinesiologo de pulgas, si es que esa profesión hubiera llegado a existir.
Por mi parte, terminé el colegio, me puse más sensata y los devaneos de los quince años quedaron atrás.
Pero éstas fueron algunas de mis aventuras románticas, de las cuales ahora me río, pero que en esa época, más de una vez me hicieron llorar.

LLUVIAS DEL SUR

El primer semestre del año, Rafael debió ir a hacer un reemplazo a una Universidad del Sur. El profesor a quien sustituiría había pedido esos meses para recorrer algunas Universidades extranjeras dando charlas sobre la obra de Miguel de Cervantes. Por supuesto, su petición fué bien acogida, pues llevaría el nombre de la Universidad chilena a varios paises de América Latina.
A Rafael le dieron dos habitaciones dentro del campus y se acomodó en ellas con agrado.
Al día siguiente de llegar,conoció a Cecilia.
Ella era secretaria docente y fué la encargada de interiorizarlo en el programa del semestre y en otros detalles de orden práctico.
Rafael notó que la había impresionado, pero estaba acostumbrado a causar cierto revuelo entre las jóvenes.Al principio compartió con ella largas caminatas por la ciudad y charlas en la cafetería.La descubrió inteligente y cálida. Incluso notó en ella la suficiente frialdad de mente para mantener contenido aquel amor que sin querer él le había inspirado.
Pero,con el paso de los meses, su atracción por ella aumentó y empezó a sentir el deseo urgente de estar con ella a solas.
No podía llevarla a su habitación del campus y Cecilia compartía un pequeño departamento con una amiga. Pero,al fín la amiga partió a pasar unos días con su familia y Rafael pudo lograr la intimidad que necesitaba.
Fué para él una conmoción descubrir su belleza y su temperamento.Lo emocionaron las sutiles formas que ella tenía de expresarle su amor sin comprometerlo ni tratar de exigir una definición de sus sentimientos.
Fueron tardes maravillosas en la penumbra del cuarto, abrazados en la estrecha cama de Cecilia, escuchando caer la lluvia incesante que reverdecía el paisaje.
Llovía casi a diario, pero cuando el clima lo permitía, daban largos paseos por los espesos bosques que rodeaban la ciudad. Sus pies se hundían en un lecho de agujas de pino y se sumían en un silencio deleitoso para escuchar el canto de los pájaros.
Se acercaba la fecha de la partida de Rafael y ambos lo sentían de diferente manera.
Ella transparentaba una sutil melancolía que trataba de disimular con jovialidad. El se arrepentía de haberse dejado llevar a esa relación tan comprometida y veía su partida como un final conveniente. Sería la liberación de esa fascinación que casi lo había encadenado, privándolo de su preciada libertad.
Cecilia no decía nada, pero él adivinaba que conservaba la esperanza de que continuaran juntos. Disimulaba su ansiedad con un trato alegre y tierno, lo que facilitaba a Rafael no pronunciar ninguna frase definitiva.
Y así se separaron, como si fueran a volver a encontrarse,como si el adios fuera sólo un ¡hasta pronto!. Pero,el sabía que no volvería a verla. Que estaba enamorado, pero no lo suficiente para cambiar sus planes de soltería ni renunciar al proyecto de hacer un Master y progresar en su carrera.
Pasaron los meses y sorpresivamente,recibió una carta de Cecilia.
Le contaba que viajaría a Santiago y le preguntaba si quería verla. Le decía que necesitaba una definición de sus sentimientos. Cuando se habían despedido, él le había asegurado que deseaba que volvieran a encontrarse. No le había prometido nada, era cierto. No lo acusaba ni quería presionarlo, pero sentía que había quedado tanto por decir entre ellos. Ella lo amaba y necesitaba que él se definiera, porque de eso dependía que ella tomara una desición sobre su vida.
No le contestó.
Se sintió un cobarde, pero prefirió no volver a verla.Temió quizás caer de nuevo en el hechizo de su belleza. En esos días no quería compromisos que que le impidieran desarrollar los planes que se había trazado.
Pero se arrepintió al cabo de un tiempo. La nostalgia de su pasión y de su ternura empezó acosarlo. Pensó que talvez había perdido la posibilidad de un gran amor que no volvería a repetirse.
Llamó a la Universidad del Sur donde ella trabajaba, pero le contestaron que ya no estaba allí, que ahora trabajaba en Santiago, pero no supieron decirle dónde.
Comprendió con pesar que la había perdido definitivamente.
Meses después se encontró en un café con Mario, un antiguo compañero de Universidad.
-¡Qué alegría me da verte,Rafael! ¡Justo apareces cuando quiero contarle a todo el mundo que me caso!
-¡Vaya! ¿Y tanto te alegras de perder tu libertad!
-¡Es que tú no la conoces! ¡Aún no me convenzo de haber podido conquistar a un ángel!
-¿No estarás exagerando un poco?
-¡Ya verás que no! Está por llegar. ¡Justo la estoy esperando para que vayamos juntos a firmar la escritura de nuestra futura casa!
Su mirada ansiosa no se apartaba de la puerta del local. De pronto, su rostro se iluminó. Se levantó de un salto y exclamó:
-¡Ahí viene!
Rafael se volvió hacia la entrada.
Dirigiéndose hacia ellos por entre las mesas,sonriente y dulce, vió venir a Cecilia.

sábado, 21 de enero de 2012

ADIOS A MOIRA

Se acercó a la cama donde yacía el cadáver de Moira. Se había empequeñecido tanto durante la enfermedad, que tenía ahora el tamaño de un niño.
Se inclinó y sin saber por qué, besó su rostro frío y duro como el mármol. Ya no era un ser humano sino un mineral.
Y tampoco estaba ahí para recibir su beso.
Estalló en un llanto agudo que resonó en la casa como un aullido animal. Los que estaban abajo en el salón, se estremecieron y se miraron con espanto. Marcos subió a saltos los peldaños de la escala y la rodeó con sus brazos.
-Vamos abajo, Nelly. Esto te hace mal.
La condujo con firmeza hasta el salón.
Nadie sabía que su llanto no era de dolor sino de una infinita soledad y un vacío. Ahora que se había ido su enemiga ¿qué haría ella sin la implacable persecución de su odio?
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Había muerto al fin.
Pero aún no estaba segura, a pesar de encontrarse al borde de la tumba abierta.
Llovía piadosamente sobre los rostros de los que no lloraban. Así nadie sabría que aquellas gotas no eran lágrimas. Ni nadie distinguiría entre aquellos que lamentaban su muerte y los que se encontraban allí por compromiso. O por darle valor a aquella socorrida frase: "Hoy por ti y mañana por mí", que les aseguraba no estar humillantemente solos el día que les tocara a ellos ser bajados a la fosa.
Marcos consideró poco decoroso abrir su paraguas en presencia de la muerte de su madre. Lentamente los hombros de su traje se iban oscureciendo y empapándose bajo la lluvia.
Pero eran lágrimas las que corrían por sus mejillas y su rostro delgado estaba crispado y enrojecido por el dolor.
Nelly no lo miraba pero sentía en su hombro los movimientos convulsivos de todo su cuerpo.
Miró hacia el costado opuesto de la fosa y vio a Claudia. Llevaba un coqueto sombrerito, insólitamente a la moda para un acontecimiento de esa índole. Al resguardo de su paraguas, sus ojos azules estaban fijos en Marcos y de vez en cuando lograban soltar una lágrima, por si acaso él llegara a mirarla.
Pero no la miraba. Estaba sumergido en el dolor por la muerte de su madre como en un agua turbia que lo cubría por completo. Sin embargo, al otro día, seguramente iría a buscar consuelo entre sus brazos.
Ella había sido su primera mujer.
Cuando él llevó a Nelly a conocer a su futura suegra, Moira había colocado ostensiblemente sobre la chimenea el retrato de Claudia.
-Es ella la que debiera estar aquí. ¡No tú, pajarito enclenque!-parecían decir sus ojos mientras la recorrían de pies a cabeza con desdén.
Marcos se molestó y en un gesto rápido, volvió la fotografía contra la muralla.
Pero Nelly había alcanzado a verla y captado también la sonrisa de la madre, que al notar su desazón se dio por satisfecha con el golpe asestado.
Ese fue el principio de la pugna silenciosa.
Siempre en las conversaciones de Moira salía a relucir el nombre de Claudia.
-¡Tan hermosa, tan capaz! Yo no sé cómo Marcos...
Se interrumpía como turbada, mirando a Nelly. Aparentando estar sorprendida de su propia torpeza. Luego sonreía como disculpándose por haber dejado escapar ese comentario sin intención. Pero Nelly sabía que era premeditado. Que no la aceptaba y que para Moira, ella era un pobre sustituto de la que seguía siendo la verdadera y única mujer de su hijo. 
Con el tiempo, pareció que el lento trabajo de socavamiento había obtenido resultados.
Nelly empezó a notar que Marcos se distanciaba de ella y por oportunos comentarios de su suegra, soltados al azar, como sin darse cuenta, comprendió que estaba viéndose de nuevo con Claudia.
Cuando visitaba a Moira, cumpliendo los sagrados ritos impuestos por Marcos, había rosas recién enviadas desde la florería. O un cigarrillo manchado de carmín, a medio fumar en un cenicero, parecía atestiguar que su dueña acababa de irse.
El retrato seguía sobre la chimenea, irradiando la fría hermosura de un trozo de hielo que encerrara una llama. Fuego y hielo, eso era ella.  Nelly notaba como Marcos, al entrar, dirigía la mirada hacia la fotografía y ya no la volvía contra la pared, como el día en que la llevó a ella para presentarla a su madre.
Ahora Moira estaba muerta.
Dos hombres bajaron lentamente el ataúd al fondo de la fosa. Marcos exhaló un gemido y pareció tambalearse. Nelly quiso coger su brazo, pero él se desasió con brusquedad y le lanzó una mirada de odio.
Quería estar solo en su dolor. Al menos no con ella, a quién parecía acusar por no haber amado a su madre lo suficiente.
Nelly se preguntó cómo podría haberla amado. Y deseó que aquel último beso que depositara en su mejilla petrificada, hubiera sido como el beso de Judas con el que la entregara a los guardianes del Infierno.
¡Pero qué sola y qué vacía se quedaba sin su odio!
Había habido fuerza y vida en esa lucha soterrada que habían mantenido las dos en secreto, a espaldas del mundo.
Había triunfado Moira. Y ahora descansaba en paz tras haber cumplido su objetivo.
Mientras, Nelly se quedaba inerte y sola. Enfrentada al desamor de Marcos y a la amarga certeza de que la mujer rubia y elegante que lo miraba a través de la fosa, sería la elegida para consolarlo en su dolor.
Era Moira quién lo había dispuesto.

miércoles, 18 de enero de 2012

LA CARTA SIN ENVIAR.

En una vieja caja de madera,donde guardaba recuerdos del colegio,encontré sorpresivamente,una carta sin enviar.
Se la había escrito a Gustavo,un amigo a quién no volví a ver más ni sabría adónde poder encontrar ahora.
La carta estaba fechada hacía más de treinta y cinco años.¿Cómo fué que quedó traspapelada entre las páginas de un cuaderno?
Volví a leerla.Estaba escrita por una niña y era al muchacho de entonces a quién debía ser enviada y no al señor formal y talvez malhumorado en que se habría convertido ahora y a quién no sería capáz de reconocer en la calle..
Además,en el sobre había pegada una estampilla tasada en Escudos.¡Su valor actual era nulo!
Sólo podría echarla en un buzón de aquella época,para que viajara al Pasado quizás por qué conducto establecido entre la Realidad y el Sueño.
Pero ¿dónde encontrar un buzón así?
Recordaba los que existían en algunas esquinas,hacía mucho tiempo.Eran redondos y a la distancia parecían unos hombrecitos gordos vestidos de rojo y tocados con un sombrero chino.
Con los años fueron reemplazados por otros más modernos y más pequeños.(¡Quizás la gente escribía menos cartas!) Consistían en una especie de caja cuadrada sostenida por un soporte de hierro.Como un ave zancuda dormida sobre una pata.
Ahora ya no hay buzones,excepto al interior del Correo.
Las cartas que se envían son acuerdos comerciales o copias de documentos.
Y la gente,cuando quiere contarse cosas,lo hace por correo electrónico.Es imposible detener el Progreso. ¡Nadie querría! Excepto los nostálgicos....
Salí a caminar con la carta en la mano.
Era un atardecer dorado y transparente,pero de a poco una leve bruma empezó a envolver el paisaje.
Se fué haciendo cada vez más densa y perdida en ella,me encontré de pronto en un barrio desconocido.
Me envolvía una atmósfera que me recordaba a los sueños.
A lo lejos,divisé en una esquina la silueta inconfundible de un buzón.¡No podía creerlo!
Corrí en dirección a él y para mi sorpresa,se volvió hacia mí y me sonrió expectante:
-¡Veo que me traes una carta! Hacía tiempo que nadie venía a entregarme una.Ponla aquí-dijo y abrió su boca como si esperara degustar un caramelo.
Se la tragó y luego suspiró satisfecho,acariciando su panza roja.-¡Al menos ya no está vacía!
-Pero ¿estás seguro de que podrás enviarla?
-Pués,claro-afirmó,ligeramente ofendido-Si este barrio en que estamos ahora es justo la zona en que la que empieza el Pasado.
Miré a mi alrededor y noté las casas de fachadas antiguas,los faroles de hierro y en el pavimento,los rieles de un olvidado tranvía.
-¿Y si no encuentran al destinatario?-pregunté dudosa.
-No te preocupes.Mañana pasará el cartero a recogerla y como es una sola,se la recomendaré con especial cuidado.
-¿Y crees que reciba respuesta?
-Si tú lo recuerdas, estoy seguro de que él también te recordará.
Lo rodeé con mis brazos y estampé un beso en su mejilla de hierro.No se ruborizó porque no podía ponerse más rojo de lo que ya era,pero miró para otro lado,disimulando su incomodidad.
Me volví por donde había venido y pronto noté que la bruma se levantaba sobre los techos y el atardecer volvía a ser claro y transparente,como correspondía al mes de Enero.
Pasaron las semanas y olvidé el episodio.Cada vez estaba más segura de que todo había sido un sueño y por más que rebusqué entre los papeles de la caja,aquella carta no enviada jamás apareció.
Un mes después recibí un llamado telefónico inesperado.
En mi oído resonó una voz desconocida que pronunció mi nombre con tono interrogante:
-Nora ¿eres tú realmente?
Y agregó:
-Soy Gustavo ¿Te acuerdas de mí? Fuimos compañeros en el Liceo de Buin.
-¡Gustavo! ¡Claro que me acuerdo!-respondí emocionada-¿Y cómo obtuviste mi número?
-Por tu hermana,a quién encontré casualmente el otro día ¡Hacía tanto tiempo que quería saber de tí!
Quedamos de juntarnos en una esquina de Providencia,para ir a tomar un café.
Creimos,ingenuamente,que seríamos capaces de reconocernos.Pero,esperé mucho rato frente a un puesto de diarios antes de darme cuenta de que ese señor bajito,un poco calvo,que sacó del bolsillo unos lentes para leer mejor las noticias vespertinas,era Gustavo.
El tampoco me reconoció.
Turbado,dijo para disculparse:
-¡Es que esperaba a una chiquilla de trenzas!.
Ambos nos reímos de nosotros mismos,porque ninguno de los dos quería hacerle sentir al otro el traicionero cambio que había obrado sobre cada uno el trascurso de la vida..
No le hablé de la carta ni de aquella aventura soñada en la cual se la había enviado a través del tiempo,pero siempre me quedó la impresión de que no podía ser sólo una coincidencia lo que nos reunió esa tarde,después de tantos años..

martes, 17 de enero de 2012

VISITAS DE MEDIANOCHE

Hacía días que no lograba escribir.Ideas vagas llegaban a mi mente,pero se disolvían como jirones de niebla en el sol.
Una noche en que estaba sentada frente a mi computador,buscando alguna inspiración en la borra del café,escuché unos suaves golpecitos en la puerta.Antes que me levantara a atender,ésta se abrió y entró una niña llevando bajo el brazo un oso de felpa que se veía bastante ajado y sucio.
-¡Hola!-me saludó con soltura y se acomodó en el sillón,dejando columpiar sus piececitos.-Veo que estás con sequía literaria.
La miré con asombro.
-¿Y cómo sabes tú?
-Bueno,por lo que a mi respecta,estoy de vacaciones y por eso no te he dictado ningún cuento donde aparezcan niños.
-¡Cómo que no me has dictado!-le pregunté incrédula y más bien molesta.
-¡Claro! ¿Es que creías que eras tú la que los escribía? Yo te dicté "Anita y el conejo","La casita de Chocolate","El rosal de Carmina" "Un día de nieve" y tantos más...
-Bueno,pero no han sido los únicos que he escrito ¿no?
-Claro,pero las otras personas que te ayudan también están de vacacione.Eso sí, me dijeron que pasarán por aquí esta noche,a darte una mano,si es posible.
No terminaba de decir ésto,cuando la puerta se abrió de nuevo y entró un anciano.
Tendría ochenta años o más y caminaba lento,encorvado bajo el peso de un enorme baúl.
-¡Buenas noches! Soy Carlos.Vine a verte porque supe que estás afligida por la falta de inspiración.
-¡No me digas que tú también me haces la tarea!-exclamé con impertinencia.
-No toda-suspiró-Pero soy el que te ha dictado todos los cuentos en los cuales aparece algun anciano triste como yo,solo y sin cariño,tal como me vés. ¿Te acuerdas de "Hojas secas", de "El árbol de Navidad",de "Corazón remendado",por ejemplo? Son vivencias mías que te he traspasado.¿Cómo si no,podrías haberlas escrito?
-¿Y qué llevas en ese baúl?
-Mis recuerdos tristes y mis experiencias amargas.¡Por eso es que pesa tanto!.
Mientras el anciano hablaba,una leve figura,casi transparente,atravezó la puerta sin necesidad de abrirla.
Era una mujer pálida,vestida con un traje gris.A ratos,su figura parecía disolverse en la penumbra del cuarto.
-Buenas noches-saludó con dulzura y se acomodó también en el sofá,sosteniendo sobre sus
rodillas una maleta.
-Pasé a verte antes de partir-me dijo-Lamento haberte dejado sin inspiración estos días,pero estaba preparando mi viaje.
-¿Y quién eres tú?
-¡Cómo! ¿No lo sabes? Yo soy la que te dicta los cuentos que hablan de La Muerte o de personas que creen estar vivas y andan vagando por ahí sin aceptar la realidad de su desceso.
-Y ahora ¿a dónde vas?
-Bueno,cuando uno está muerto puede ir a cualquier parte.Así es que voy a la playa,a reunirme con mis padres que están de vacaciones.Ellos murieron hace mucho tiempo,por supuesto,pero todos los veranos nos juntamos a la orilla del mar,como cuando yo era niña.
-¿Y qué llevas en esa maleta?
-Nada material,como comprenderás.Sólo los deseos que no alcancé a realizar cuando estaba en este mundo.
-¿Y para qué los llevas si no podrás realizarlos?
-Porque son los lazos que me unen a las personas que quise y a los lugares en que viví.Si los soltara,me disolvería en la niebla y dejaría de existir por completo.
-¡Pero si ya no existes!
-¡Claro que existo! ¿Acaso no me vés?
Los miré a los trés acomodados en el sofá.
La niña me sonreía,apretando al osito entre sus brazos.El anciano había dejado el baúl a sus pies y libre de su peso,respiraba aliviado.El espectro del traje gris mantenía la maleta sobre sus rodillas y se notaba reacio a soltarla aunque fuera por unos minutos.
-¿Quieren decir ustedes,entonces-les pregunté afligida-que me he estado engañando a mí misma y que nada he escrito por mis propios medios?
-¡Oh,no! ¡No te aflijas! Todos los cuentos de mujeres tristes,amargadas y sin ilusiones,esos son originales tuyos,no te los vamos a disputar.
-Pero de poco me ha servido su autoría en estos días,porque de todas formas no he tenido inspiración.
-¿Y por qué no haces como nosotros y te vás de vacaciones?
-¿Y a dónde podría ir? ¿Y con quién?
Se quedaron callados los tres y me miraron con tristeza.
-Bueno, ¡ese problema tuyo no lo podemos resolver!.

REMORDIMIENTOS

Me fuí a estudiar a Valparaíso,porque mi puntaje en la Prueba de admisión me permitió inscribirme en una Universidad del Puerto.
La tía Flora,que vivía en una casa grande me recibió sin problemas.Apenas me conocía,porque yo era hija de una prima suya,pero le hacía falta el dinero de mi pensión y creo que también necesitaba compañía.
La casa era antigua y parecía colgar en la ladera de un cerro,sobre el mar.Junto a la tía,vivía una mujer anciana que le ayudaba en las labores domésticas y que había sido amiga de su madre.
La tía Flora era una mujer triste.Tenía ,seguramente,alrededor de cincuenta años,pero aún conservaba unos razgos muy hermosos.
Había en el salón una fotografía suya que confirmaba la belleza que había poseído en su primera juventud.Aparecía al lado de su hermana mayor,Estela,que había muerto a los veinte años.Me contó que la fotografía había sido tomada pocos meses antes de que ella muriera.
Al recorrer la casa,me llamó la atención una habitación vacía que sin embargo era aseada y cuidada cada día,como si esperara la llegada de alguien.Le pregunté a la tía Flora y me dijo que era el dormitorio de su hermana.Que lo había dejado tal como quedó,después de su muerte,hacía ya más de treinta años.
Su voz se quebró y volvió la cara para que no viera sus lágrimas.
Me impresionó ese extraño culto fúnebre y también me extrañó mucho la soledad en que ella vivía.Habiendo sido tan linda,no le habrían faltado pretendientes.Aún ahora,llamaba la atención a donde iba.
Una noche en que ambas leíamos junto a la estufa,la ví levantar los ojos y clavarlos con extraña fijeza en el retrato de su hermana,como si la interrogara.
-Tía Flora-le dije-Creo que nunca has podido conformarte con su pérdida.
Entonces me contó una historia llena de pesar y de remordimientos.
"Cuando ella murió,le pedí a mi madre que dejáramos su pieza intacta.Estaba segura de que Estela no sabía aún que había muerto.Todo el tiempo me parecía verla sentada junto a la ventana.
Si deshacíamos su dormitorio,ella no sabría a donde ir,se sentiría desorientada,sin comprender por qué lo habían cambiado todo sin avisarle.
-Sé que de a poco se irá yendo,mamá-le dije-Sé que un día entenderá que ya no es de este mundo y atravesará por fín ese umbral de niebla trás el cual hay otros que le hacen gestos llamándola.
Mientras,hay que dejarlo todo igual.Y así se hizo.
Sobre su velador,el libro marcado en la última página que ella leyó y la cajita de plata donde guardaba el anillo que Alberto le regaló antes de partir.
¡Esperó tanto las cartas que él había prometido escribirle!.
Al principio iba ella al Correo una vez por semana y volvía feliz,a encerrarse en su pieza con un sobre entre sus manos.
-¡Nos casaremos apenas vuelva!-exclamaba.
Pero se enfermó.Un lento cáncer empezó a carcomer sus huesos y en unos meses ya no pudo levantarse.Entonces me pidió a mí,a su hermanita querida,porque eso era yo para ella,que fuera al Correo a retirar las cartas.
Pero yo empecé a esconderlas y a entrar a su pieza con las manos vacías.
Lo hacía por celos,porque yo también me había enamorado de Alberto.
Cuando lo conocimos, Estela tenía diecinueve años y yo sólo catorce.¿Cómo no iba a fijarse en ella,siendo mayor que yo y tan bonita?
Me devoraba el despecho.Me acostaba llorando de rabia cada vez que venía a verla.
Un día lo esperé a la salida del Hospital,donde hacía su práctica de médico.
Se sorprendió al verme y creyó que le llevaba un recado de Estela.
Me arrojé en sus brazos y le dije que lo quería.
Me tomó de las muñecas y me apartó de él,riendo.
-¡Niñita tonta!-me dijo-Lo tuyo es un capricho.Tienes celos de tu hermana y eso lo confundes con amor.¡Te falta vivir mucho todavía antes de llegar a saber lo que es estar enamorado!
Se notaba enojado,pero prefirió reirse.Y fué su risa, más que su rechazo,la que se clavó en mi corazón como una daga.
Nunca le dijo nada a Estela y tiempo después,partió a prefeccionarse a Inglaterra.
Y así fué como ,aprovechándome de la enfermedad de ella,empecé a robarme sus cartas.
En el secreto de mi dormitorio,las leía imaginando que eran para mí.
Llegué a juntar un fajo que até con una cinta rosada.
Ella no quiso que Alberto supiera de su enfermedad y ante lo que creyó el cese de su correspondencia, se encerró en un silencio orgulloso.¡Murió pensando que él la había olvidado!
Y él,dolido por su falta de noticias,dejó de escribir y prolongó su estadía en Londres.Tiempo después supimos que se había casado allá.
Después de rogarle a mi madre que dejara intacta la pieza de Estela,puse el fajo de cartas robadas sobre el velador.
Pensé que ella vendría a leerlas.Supuse que era esa la inquietud que la retenía ,la ansiedad por esas cartas que había esperado inutilmente.
Talvez cuando las hubiera leído,se romperían los lazos que la amarraban aquí y que la hacían vagar tristemente en ese mundo espectral.
Y quizás tuve razón,porque al cabo de un tiempo dejé de ver su figura sentada a los piés de la cama o apoyada en la ventana,contemplando el mar.
Pero no sé si me ha perdonado.Y es esa la incertidumbre que atormenta mi vida.
¡No poder saber nunca si ella me perdonó!"

sábado, 14 de enero de 2012

EL SECRETO DE LETIZIA.

Aunque fue mi esposa durante casi cuatro años, creo que nunca llegué a conocerla del todo.
Siempre hubo en ella algo enigmático para mí. Tenía una sonrisa extraña. Indecifrable. Creo que si los gatos pudieran sonreír, lo harían como Letizia.
Hablo como si no la hubiera amado, pero es el rencor el que dicta mis palabras. Porque la amé locamente, pero mi amor pareció estrellarse siempre contra esa especie de muro que ella misma alzaba a su alrededor.
Lorenzo fue el primero que la conoció y cuando la trajo al grupo, ya estaba enamorado.
Vuelvo a verlo riéndose, con su cara pecosa y su pelo rojo cayéndole sobre la frente.
Fue ese día en que la trajo al café por primera vez y ella se colgaba de su brazo, callada, con esa sonrisa extraña, entre dulce e irónica, llena de una especie de sarcasmo, como si se burlara de todos.
Yo también caí bajo su hechizo, pero supe disimularlo bien y siempre mi amistad por Lorenzo fue para mí más valiosa que la atracción que sentía por ella.
Era evidente que se querían, pero ¡todo duró tan poco!
Él murió en un absurdo accidente de motocicleta y ella pareció derrumbarse.
Todos fuimos al funeral y la vimos abrazarse al ataúd llorando enloquecida. La sacaron casi inconsciente de la iglesia.
Después del entierro Letizia desapareció. Ni Alicia, su mejor amiga, sabía donde estaba. Estuvo fuera de Santiago creo que siete u ocho meses. Su familia guardó un silencio pétreo. Creo que alguien dijo que andaba viajando. Por el extranjero, creo.
Cuando volvió, estaba muy cambiada. Físicamente más madura, más hermosa aún si se quiere. Pero algo había en sus ojos. Una sombra y un rechazo que mantenía alejados a quienes quisieron acercarse.
Yo me dí cuenta que seguía sintiendo por ella esa facinación que me despertó al conocerla y en secreto, no perdía la esperanza de llegar a conquistarla.
Enamorado como nunca, empecé a frecuentarla. No me hacía la ilusión de que hubiera olvidado a Lorenzo, pero al menos confiaba en que su dolor se hubiera calmado en parte.
Le pedí varias veces matrimonio y siempre me dijo que no. Pero insistí con paciencia,  rodeándola de atenciones y de ternura y creo que al final logré que me quisiera un poco.
Al principio, yo tenía ilusiones. ¡Estaba tan ciego!
Me daba cuenta de que mi amor parecía chocar contra una pared de hielo, pero creía que con el tiempo esa pared caería en pedazos y ella me permitiría llegar hasta su corazón.
Todas las tardes salía.
Cuando volvía del trabajo, nunca la encontraba en la casa.
-Salí a caminar –decía -A tomar aire.
Y no le sacaba otra respuesta. No era que dudara de su fidelidad, pero esa reserva, ese distanciamiento me hacían daño.
Para afianzar nuestro matrimonio, le pedí que tuviéramos  un hijo.
Se puso pálida como una muerta y me dijo que no, que no quería hijos.
Comprendí que no había olvidado a Lorenzo ni un solo momento de nuestra vida juntos.
Ese fue el día exacto en que empezó el derrumbe de nuestro matrimonio. Al poco tiempo nos separamos.
¡Ojalá hubiera podido sacarla de mi vida!
Pero bastó que alguien me contara que estaba trabajando en una Empresa cercana, para que empezara a ir a espiarla.  
La veía salir sola y tomar siempre el mismo bus.
Un día subí yo también, confundido entre la gente. Quería saber a donde iba y con quién vivía.
No eran celos, era más bien frustración. Su enigma, su misterio no descifrado me enloquecían.
La seguí hasta una casa en un barrio periférico.
Sacó una llave, pero antes  de que la pusiera en la cerradura, se abrió la puerta y salió una mujer de delantal blanco precedida de un niño que corrió a abrazarse a su cintura. Tendría cinco años lo más.
-¡Mamita! ¡Llegaste!-gritó.
Letizia apretó contra su cuerpo la tierna cabeza cubierta de rizos rojos y la carita pecosa se hundió en los pliegues de su vestido.
-¡Lorencito, mi amor!-exclamó ella y abrazados entraron en la casa.

viernes, 13 de enero de 2012

EL RUSO.

En el taller literario había conocido a un ruso.
Llegó casi al final del año y como ayudante del profesor, me tocó llamarlo a su casa para darle la bienvenida y dictarle las tareas del trimestre.
Cuando lo llamé, aún no lo ubicaba visualmente, pero en la clase siguiente me fijé en él con especial atención. Era chatito y redondo como el tapón de una botella de vodka y usaba bigote espeso y camisa roja, tal vez en un nostálgico homenaje a Stalin.
Su nombre, Alexei, era de lo más dostoievskiano, pero el resto, chileno total, asimilado a la incultura nacional y con cierta repugnancia innata por la buena literatura. Eso, por supuesto, influiría nefastamente en la calidad de sus escritos. (¡Ojalá más personas entendieran que los que no leen no pueden escribir!. . . )
En la clase siguiente, después de nuestra conversación telefónica, me llevé un humillante desengaño al ver que el ruso no me prestaba la menor atención. No era que me hubiera hecho alguna ilusión romántica con él, pero al menos esperaba que se mostrara sensible a mis encantos. A los pocos que me iban quedando, para ser sincera.
Aclaremos algo.
A estas alturas de mi zarandeada vida sentimental, ya estoy harta de romances decadentes. Es bien poco glamoroso tratar de cicatrizar las heridas de amor con crema anti-arrugas. . . .
Pero, con la aparición del Viagra, que para varios fue como encontrarse El Santo Grial, se produjo una especie de "Revolución de la Dentadura Postiza. " Una larga fila de viejitos portando en su bolsillo la píldora azul se lanzó a los campos de batalla dispuestos a ganar lides que ya , a esas alturas, habían pasado a ser heroicas leyendas perdidas en las nubosidades de su memoria.
Así es que es bien difícil hallar una amistad platónica.
Hasta los más seniles, esos a los que les crujen las rodillas a cada paso y que prefieren permanecer de pié porque después no pueden pararse, hasta esos, digo, ya no se conforman con una amistad de café y discusiones de alto vuelo.
Que era lo que yo quería tener con el ruso.
Sobre todo cuando se avecinaba otro Verano solitario y caluroso en un Santiago vacío. Me asustaba el final del Taller, los días ociosos sin tener con quién conversar y las pocas ganas de escribir, sin el acicate de las tareas del profesor.
Pero una tarde, sorpresivamente, me llamó Alexei y anunció visita para el día siguiente. Sólo que en la mañana, porque en la tarde tenía que trabajar. (Era corrector de pruebas en una imprenta).
Me entusiasmé mucho, a pesar del incómodo horario de la visita, porque a esas alturas, ya la soledad me abrumaba.
Cuando era más joven, mi propia compañía me bastaba. Pero ahora, mi constante presencia había ido perdiendo brillo para mí. Ya no me caía tan bien como antes.
La elegante melancolía de la juventud, esa que se lleva como una estrella azul tatuada en la frente y que nos hace sentir que pertenecemos a una elite de corazones taciturnos, había dado paso, por obra de la experiencia, a una auténtica tristeza sin esperanzas.
La estrella azul se había trasformado en un agujero negro que se tragó  todos mis sueños.
Ya no caminaba con la frente alta, orgullosa de estar triste, sino inclinada, cargando en la espalda un saco de ropavejero. En él llevaba los trajes que había usado a lo largo de mi vida: el rosado de los veinte años, el gris de los cuarenta,  y el negro de luto riguroso, cuando terminaron por morirse las últimas ilusiones.
Disculpen este paréntesis melancólico y volvamos a la visita del ruso.
Llegó atrasado tres cuartos de hora.
Preocupada, lo había salido a encontrar y lo vi venir lentamente por la vereda, arrastrando los pies, como si quisiera demorarse a propósito.
¿Era una táctica de galán maduro o le molestaba la gota?
Más tarde, cuando bajé a despedirlo, me dijo que yo le gustaba y trató de darme un beso en el ascensor.
Lo esquivé con una risita, pero me invadió la decepción y la rabia al comprobar lo natural que le resulta ahora los hombres hacerse los tenorios sin pasar por las delicadas etapas de la conquista.
Ante mi rechazo, hizo un mohín de disgusto y pensé que ya no volvería a verlo.
Me había contado que era viudo y que vivía solo en un departamento, acompañado de un gato llamado Fiodor. Yo había deseado que me invitara, para conocer al gato e interiorizarme un poco más sobre su vida. Pero, después del intento en el ascensor comprendí que no sería conveniente que fuera y sobre todo, me quedó claro que nunca me invitaría.
Pasadas tres semanas, me llamó como si hubiéramos conversado la tarde anterior. Me contó, entusiasmado, que estaba leyendo "Poesía y Prosa" de Soublette. Olvidó que tres semanas atrás me había contado lo mismo. Yo, en ese intervalo, había leído los dos tomos de "Los hermanos Karamasov".
Se portó insinuante y me habló con una melodiosa voz de balalaika.
Había estado muy ocupado-dijo-pero se había acordado mucho de mí.
Quedó de llamar la semana siguiente, para que saliéramos a tomar un café.
Pasó todo Enero y empezó Febrero. ¡Claro! Era bien difícil que empezara Junio. . .
Lo que quiero decir es que nunca me llamó y acumulé tal cantidad de amor propio herido y de rabia que para lo único que quería que llamara era para hacerle un desaire.
Y mi telepatía maligna, mis ondas cerebrales dirigidas como rayos laser directo a su débil mentecita soviética, tuvieron su efecto.
¡Llamó!
-¡Aló! ¿Betty?
-¿Quién habla? (Tono seco, hastiada ya de contestar llamados de hombres. . . )
-Alexei Ilich.
-Perdón ¿Cómo dice?
Repitió su nombre ya un poco amoscado.
-Está equivocado. No conozco a nadie que se llame así.
-¿No habla Betty?
-Sí, ella habla. Pero no conozco a nadie con ese nombre.
Y corté.
(Háganlo cuando estén picadas. Les aseguro que duele. )
A todo eso, ya había pasado el Verano y Santiago empezaba a poblarse de nuevo. Nora , mi amiga, ya había vuelto.
Salimos a tomar un helado y nos reímos del ruso hasta que nos dolió la mandíbula.