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sábado, 21 de enero de 2012

ADIOS A MOIRA

Se acercó a la cama donde yacía el cadáver de Moira. Se había empequeñecido tanto durante la enfermedad, que tenía ahora el tamaño de un niño.
Se inclinó y sin saber por qué, besó su rostro frío y duro como el mármol. Ya no era un ser humano sino un mineral.
Y tampoco estaba ahí para recibir su beso.
Estalló en un llanto agudo que resonó en la casa como un aullido animal. Los que estaban abajo en el salón, se estremecieron y se miraron con espanto. Marcos subió a saltos los peldaños de la escala y la rodeó con sus brazos.
-Vamos abajo, Nelly. Esto te hace mal.
La condujo con firmeza hasta el salón.
Nadie sabía que su llanto no era de dolor sino de una infinita soledad y un vacío. Ahora que se había ido su enemiga ¿qué haría ella sin la implacable persecución de su odio?
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Había muerto al fin.
Pero aún no estaba segura, a pesar de encontrarse al borde de la tumba abierta.
Llovía piadosamente sobre los rostros de los que no lloraban. Así nadie sabría que aquellas gotas no eran lágrimas. Ni nadie distinguiría entre aquellos que lamentaban su muerte y los que se encontraban allí por compromiso. O por darle valor a aquella socorrida frase: "Hoy por ti y mañana por mí", que les aseguraba no estar humillantemente solos el día que les tocara a ellos ser bajados a la fosa.
Marcos consideró poco decoroso abrir su paraguas en presencia de la muerte de su madre. Lentamente los hombros de su traje se iban oscureciendo y empapándose bajo la lluvia.
Pero eran lágrimas las que corrían por sus mejillas y su rostro delgado estaba crispado y enrojecido por el dolor.
Nelly no lo miraba pero sentía en su hombro los movimientos convulsivos de todo su cuerpo.
Miró hacia el costado opuesto de la fosa y vio a Claudia. Llevaba un coqueto sombrerito, insólitamente a la moda para un acontecimiento de esa índole. Al resguardo de su paraguas, sus ojos azules estaban fijos en Marcos y de vez en cuando lograban soltar una lágrima, por si acaso él llegara a mirarla.
Pero no la miraba. Estaba sumergido en el dolor por la muerte de su madre como en un agua turbia que lo cubría por completo. Sin embargo, al otro día, seguramente iría a buscar consuelo entre sus brazos.
Ella había sido su primera mujer.
Cuando él llevó a Nelly a conocer a su futura suegra, Moira había colocado ostensiblemente sobre la chimenea el retrato de Claudia.
-Es ella la que debiera estar aquí. ¡No tú, pajarito enclenque!-parecían decir sus ojos mientras la recorrían de pies a cabeza con desdén.
Marcos se molestó y en un gesto rápido, volvió la fotografía contra la muralla.
Pero Nelly había alcanzado a verla y captado también la sonrisa de la madre, que al notar su desazón se dio por satisfecha con el golpe asestado.
Ese fue el principio de la pugna silenciosa.
Siempre en las conversaciones de Moira salía a relucir el nombre de Claudia.
-¡Tan hermosa, tan capaz! Yo no sé cómo Marcos...
Se interrumpía como turbada, mirando a Nelly. Aparentando estar sorprendida de su propia torpeza. Luego sonreía como disculpándose por haber dejado escapar ese comentario sin intención. Pero Nelly sabía que era premeditado. Que no la aceptaba y que para Moira, ella era un pobre sustituto de la que seguía siendo la verdadera y única mujer de su hijo. 
Con el tiempo, pareció que el lento trabajo de socavamiento había obtenido resultados.
Nelly empezó a notar que Marcos se distanciaba de ella y por oportunos comentarios de su suegra, soltados al azar, como sin darse cuenta, comprendió que estaba viéndose de nuevo con Claudia.
Cuando visitaba a Moira, cumpliendo los sagrados ritos impuestos por Marcos, había rosas recién enviadas desde la florería. O un cigarrillo manchado de carmín, a medio fumar en un cenicero, parecía atestiguar que su dueña acababa de irse.
El retrato seguía sobre la chimenea, irradiando la fría hermosura de un trozo de hielo que encerrara una llama. Fuego y hielo, eso era ella.  Nelly notaba como Marcos, al entrar, dirigía la mirada hacia la fotografía y ya no la volvía contra la pared, como el día en que la llevó a ella para presentarla a su madre.
Ahora Moira estaba muerta.
Dos hombres bajaron lentamente el ataúd al fondo de la fosa. Marcos exhaló un gemido y pareció tambalearse. Nelly quiso coger su brazo, pero él se desasió con brusquedad y le lanzó una mirada de odio.
Quería estar solo en su dolor. Al menos no con ella, a quién parecía acusar por no haber amado a su madre lo suficiente.
Nelly se preguntó cómo podría haberla amado. Y deseó que aquel último beso que depositara en su mejilla petrificada, hubiera sido como el beso de Judas con el que la entregara a los guardianes del Infierno.
¡Pero qué sola y qué vacía se quedaba sin su odio!
Había habido fuerza y vida en esa lucha soterrada que habían mantenido las dos en secreto, a espaldas del mundo.
Había triunfado Moira. Y ahora descansaba en paz tras haber cumplido su objetivo.
Mientras, Nelly se quedaba inerte y sola. Enfrentada al desamor de Marcos y a la amarga certeza de que la mujer rubia y elegante que lo miraba a través de la fosa, sería la elegida para consolarlo en su dolor.
Era Moira quién lo había dispuesto.

1 comentario:

  1. Huyyyyyy, he estado a punto de no leer este cuento, porque encontrarme ya en la primera línea un cadáver me ha hecho pensar que la historia iba a ser trágica. Pero son manías mías...
    ¡Cuánto odio puede expresarse sin entrar en una disputa abierta!
    Y ahí queda la pregunta: ¿hay que aceptar a cualquiera solamente porque se empareja con un familiar nuestro?
    José

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