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domingo, 28 de julio de 2019

LA RUBIA DE LOS SABADOS.

Sus padres habían muerto. Se fueron casi juntos, como si no pudieran aceptar la vida sin su mutua presencia. Mario lo tomó con naturalidad, porque ya eran ancianos.
No era su muerte la que lo atormentaba, sino otra. Un asesinato que él había cometido y del que nadie había sido testigo.
Trataba de no pensar en eso porque se sentía incapaz de enfrentar su culpa.
Había sido una noche en que manejaba bebido por una calle solitaria.  Ignoró una luz roja y no pudo esquivar a un hombre que cruzaba la esquina. Sus reflejos no le obedecieron y lanzó el auto de lleno contra su cuerpo.
Se bajó a mirar el bulto que yacía junto a la cuneta.  Era un hombre joven. Tenía los ojos abiertos y un débil gemido se escapaba de su pecho.
Los vapores de la borrachera se disiparon de golpe y pensó que era mejor escapar. Una mirada a la calle desierta lo convenció de que nadie había presenciado el atropello.
Un día después, apareció en el periódico una noticia breve. Habían encontrado a un hombre muerto en la calle.Al parecer,  lo habían atropellado sin detenerse a prestarle auxilio. La autopsia revelaba que había agonizado mucho rato antes de morir.
A  Mario le llamó la atención  el nombre de la víctima. Se llamaba Juvencio. ¡ Qué nombre tan raro!  Y tan difícil de olvidar...
Muchas noches, en sueños, volvía a verse en la calle desierta. El herido se arrastraba gimiendo y se aferraba a sus piernas, impidiéndole huir. Se despertaba sudando y prefería levantarse, porque tenía miedo de volver a soñar.
Llevado por la melancolía, empezó a ir los Sábados al cementerio a  visitar a sus padres. Dos tumbas más allá, una mujer rubia llegaba puntualmente a poner flores sobre una lápida.
Mario la escuchaba llorar despacito y hablar con el muerto, en un monólogo triste que más parecía una oración.
No podía evitar mirarla y se quedaba largo rato junto a la tumba de sus padres, consciente en todo momento de la presencia de la mujer.
Empezó a esperar con cierta ansiedad la llegada del Sábado, para volver a verla.
Una tarde, cuando ella se iba, se atrevió a hablarle, por fin. Hilvanó unas frases que le parecieron tontas, pero ella sonrió y aceptó ir a tomar un café en un local cercano.
-¡ Hace mucho frío!- asintió-Un café caliente nos hará bien a los dos.
Cuando la tuvo frente a él, Mario la encontró muy atractiva. Sus ojos eran de un castaño claro, casi de miel  y su pelo rubio invitaba a la caricia.
Al Sábado siguiente, se atrevió a preguntarle a quién visitaba en el cementerio.
-A mi marido- dijo ella- Murió hace dos años- Luego rectificó con un brillo de odio en la mirada- No murió. Lo mataron.
-¡ Como!  ¿ Qué dice?
-¡ Sí! Lo mataron...Alguien lo atropelló y lo dejó desangrarse en la cuneta. Tenía apenas treinta años...¡ Si lo hubieran auxiliado en lugar de escapar, quizás ahora estaría conmigo!
Mario sintió que un frío glacial se apoderaba de su cuerpo. Le zumbaban los oídos y empezó a temblar.
Ella notó su turbación y le pidió disculpas:
-¡ Perdone! ¡ Usted también tiene seres queridos a quienes llorar!
Después que la joven hubo partido en un taxi, Mario se dirigió de vuelta al cementerio.
Buscó la tumba sobre la cual ella había dejado flores. No se sorprendió al ver el nombre que aparecía  en la lápida.

El Sábado siguiente no volvió al cementerio. Ni ese ni ninguno más. 


domingo, 21 de julio de 2019

UN ANGEL EN BICICLETA.

Estaba sentada tras la ventana, mirando caer la tarde, cuando vi pasar ante mí un ángel en bicicleta. Tal como se los digo.
¡ Creí que soñaba!  Pero, como me sentía bien despierta, salí corriendo a comprobar el prodigio. ¡ Y ahí estaba!
Lo divisé doblando la esquina con un aire de felicidad y una pericia ciclística que me dejaron pasmada.
Me precipité por detrás  y alcancé a sujetarlo por el borde del asiento.
Entonces comprobé que era un ángel viejo. Mejor dicho, una viejecita con trazas de ángel.
Llevaba el escaso pelo gris sujeto en un rodete minúsculo que más parecía un mojón de gato. Sus alas no eran esplendorosas como cabría esperar, sino bastante raídas. Constantemente se le iban desprendiendo plumas como si estuviera pelechando.
-¿Eres de verdad un ángel?- le pregunté.
-¡ Claro que sí!  Y hace ya  bastante tiempo...
 -¿ Y qué andas haciendo aquí en la tierra, montada en una bicicleta?
- Me dieron permiso para venir a recorrer mi antiguo barrio. Pero solo por esta tarde...
-¿ Y por qué precisamente ésta y ninguna otra?
-¡ Ah!  Porque esta es una tarde muy especial, en la que pueden pasar algunos prodigios.
-¿ Será por eso que puedo verte?  Porque  me parece que nadie más te ve...
El ángel se bajó de la bicicleta y llevándola cogida del manillar, empezó a caminar a mi lado por la vereda. Noté que mis pies hacían crujir las hojas secas, pero los suyos parecían no tocar el suelo.
-¡ Cuéntame de tí!- le rogué, entusiasmada.
- Bueno- accedió sin dudarlo y soltando la bicicleta, se dejó caer en un banco con un suspiro de satisfacción.
-Cuando me morí- empezó su relato-me encontré en un inmenso vestíbulo, donde muchas personas hacían fila frente a un escritorio.
Se corrió el rumor de que esperábamos turno para entrar al Paraíso. Delante de mí había una niña de unos quince años que se veía tranquila y confiada.
Se volvió hacia mí y me explicó:
-Parece que primero te  preguntan  cual es la cosa más linda que tuviste en la tierra y si te la quieres llevar para allá.  Yo voy a pedir llevarme una tarde en la playa, con mis papás y mis hermanas. Ese recuerdo es lo más lindo que quiero conservar.
-Me quedé pensativa y triste- continuó el ángel- La verdad era que mi vida había sido monótona y solitaria. Filas de días grises, como paquetitos amontonados al interior de una alacena. ¿ Qué podía llevarme al Paraíso que me hiciera feliz? Y entonces se me ocurrió una idea...
-Cuando me llegó mi turno, me encontré con un viejecito de barba blanca sentado frente al escritorio.
-Señor-le dije con humildad, pensando para mis adentros que era el mismísimo San Pedro el que estaba frente a mí- Más que una cosa bonita que recordar, lo que tengo es un deseo :   ¿ Podría aprender a andar en bicicleta?
-Me miró sorprendido y una sonrisa distendió sus labios.
-Fui una niña pobre-le expliqué- Nunca tuve bicicleta ni pude aprender a andar en una...
-¡ Está bien!  Un ángel te enseñará- me respondió y con un suave empujoncito me indicó una puerta llena de luz que se abría frente a mí.
-Resumiendo mi historia, cuando aprendí a pedalear y a mantener el equilibrio, pedí una última cosa: que me dejaran venir a recorrer en bicicleta las calles de mi barrio, como siempre había soñado.
Así termino su relato el ángel,  con una sonrisa que hacía resplandecer las arrugas de su cara   con auténtico júbilo celestial.
Montó en su bicicleta con una agilidad sorprendente para alguien tan viejo y haciendo sonar la campanilla se perdió calle abajo.

Vi  su silueta diluirse entre las sombras del atardecer y corrí a mi casa a escribir su mágica historia, antes de que se me olvidaran los detalles.


domingo, 14 de julio de 2019

LILY BAJO LA LLUVIA.

Marcos había llevado trabajo a su casa y cansado, se adormilaba frente al computador.
Al anochecer, sonó el timbre con un repiqueteo corto. Se sobresaltó, porque llovía a cántaros . ¿ Como alguien se atrevía a salir con esa lluvia?
En el umbral, había una niña de unos doce años, enfundada en un abrigo que a todas luces le quedaba grande.  Sostenía en su mano un paraguas empapado.
-¡ Hola!  Soy Lily- saludó con naturalidad- Vine a hacerte una visita porque sé que te sientes solo.
-¿Y quién te lo dijo?
-¡ Oh!  Gente que te conoce- respondió enigmática y sin esperar que la invitara a pasar, atravesó el umbral y dejó el paraguas chorreante detrás de la puerta.
Se paró en medio de la sala, observándolo todo.
-¡ Hay muchos libros!  ¿ Tienes " Papaíto piernas largas"  ?
-Esa es lectura de niñas- respondió Marcos,  poniéndose serio- Aquí solo hay libros que atañen a mi profesión.
Vio que la niña tenía los zapatos empapados.
-¿ Por qué saliste a caminar con esta lluvia?
- ¡ Qué va!  En en lugar donde vivo, está lloviendo siempre.  Debe ser el país donde se fabrican las lluvias.
Marcos la escuchaba desconcertado. Le parecía estar oyendo un acertijo o una de esas letanías que repiten a coro las niñas cuando juegan.
Se acordó de una que decía algo así como ¿ " Pastora, pastora ¿ qué  buscas, pastora? " y la  repitió en voz alta, sin darse cuenta.
Lily se rió y dijo: -¡ Solo busco mi paraguas!  Es hora de que me vaya.
Y salió sin despedirse, dejando a Marcos sumido en total confusión.
-¿ Habré estado soñando? se preguntó, pero luego vio la marca húmeda que sus zapatitos  habían dejado  junto al sofá. Tras la puerta había una poza dejada por el paraguas.
Ese otoño fue muy lluvioso y Lily volvió a visitarlo cada vez que llovía.
-¿Por qué vienes solamente cuando llueve?- le preguntó .
-No puede ser de otro modo, porque fue en un día de lluvia cuando me fui de este mundo.
-¿ Qué quieres decir?-exclamó Marcos, sobresaltado.
-Resbalé frente a un autobús que no pudo frenar a tiempo... Así llegué al lugar donde ahora vivo.
-¿ Y qué lugar es ese?
-Es un sitio especial, a donde van los que mueren en un día de lluvia.
Marcos se quedó mudo, no queriendo creer lo que Lily le decía .  En medio de su estupor, se le ocurrió una pregunta tonta.
-¿ Por qué llevas un abrigo que te queda grande?
-Mi mamá me lo mandó a hacer así, para que me sirviera cuando creciera...Pero, ya ves que no alcancé a crecer. Ahora ando nadando en él. No sé si es mucho abrigo o poca Lily, pero hay algo que no cuadra en el asunto...
Se rió, ufana de su chiste, pero a Marcos se le encogió el corazón.
Hubo muchos días de lluvia en que la esperó en vano. Siempre dejaba la puerta entreabierta, por si ella quería volver.

Soy amiga de Marcos. El  me  contó esto,  un día en que llovía mucho. Me dijo que no ha vuelto a verla y que a veces piensa que todo lo soñó.  


domingo, 7 de julio de 2019

LOS DEVANEOS DE BETTY.

Estaba en la cocina preparando mi almuerzo cuando entró Betty como una tromba marina y se desplomó sobre una silla. Ahí se quedó, más  inexpresiva y tiesa que una cariátide.
¿ Qué te pasa, Betty?- pregunté, alarmada.
Pero, ella apretaba los labios como si temiera que se le escaparan los dientes.
-¡ Habla, pues, mujer!
-¡ Ay!  Es que si abro la boca, seguro que se me sale un vómito verde como en la película del  exorcista.
Al final, balbuceó lo impronunciable:   Había descubierto que Federico la engañaba.
-Bueno, es  hombre ¿ no?  ¿ Has conocido a uno que no sea un engañador y un falsario?
Eso lo dije yo, con la convicción que me  da muchos años de desilusiones y un magullado corazón.
-¡ Ay! Lily...Es que le tenía una fe tan grande...Poco me faltaba para encenderle palitos de incienso a su fotografía.
Betty se arrojó sobre el lavaplatos y tuvo un ataque de llanto que duró exactamente cinco  minutos. Lo sé porque en ese lapso quedaron cocidas las salchichas de mi almuerzo.
Pasado el acceso, se irguió con arrogancia y me aseguró:
-¡ Esto no va a quedar así!
Su voz vibraba con la oscura fuerza de una venganza inminente.
Se fue como había llegado, estilo terremoto seguido de tsunami. Pero llevaba la cabeza en alto y caminaba decidida, como si la empujara el viento huracanado del desquite.
Sinceramente, no quedé muy preocupada. Betty vivía así, enamorada, desengañada y vuelta a enamorar.  Ella lo llamaba " vivir a concho".  Pero, a veces, en el concho de la botella solo queda la borra...Al menos, era eso lo que pensaba yo.
Pasé dos semanas sin saber de ella. Preferí no llamarla, esperando que el chaparrón amainara solo.
¡ Cual no sería mi sorpresa cuando me llegó una postal de Río!
Traía una escueta frase:  " Pasándolo divino con Carlos. Besos de Betty"
¿ Como que Carlos?  ¿ Que no era Federico el amor de su vida?
A los quince días volvió renovada y con un tostado espectacular.

Ya lo ven...¿ para qué me preocupo?   Tengo una amiga que no madura nunca...y confieso que la envidio un poquito. Esta etiqueta de señora seria que me he colgado, a veces me pesa. ¿ No me estaré perdiendo algo?