Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 30 de agosto de 2012

PELIGROSA PRIMAVERA.

El Invierno se ha ido al fin, dejando un déficit de lluvia y un superhabit de lágrimas.
Así piensa Elsa con la frente apoyada en el vidrio de la ventana.
Lágrimas de frustración y hastío, más pesadas y amargas que las que nacen de la tristeza.
Desde su departamento puede ver los árboles envueltos en una delicada túnica verde. Son los miles de brotes, apretados como puñitos de niño, que darán origen a las hojas nuevas. Pero aún flotan en los charcos las hojas secas del Otoño que pasó.
En el jardín del edificio hay rosas, blancas y frías como copos de nieve. ¿Se derretirán al sol o permanecerán enjoyadas por la última garúa?
Elsa deja vagar su mente, pero todas sus ensoñaciones convergen en un sólo punto: La presencia de Arturo en el departamento vecino.
Llegó a principios de Abril. Un hombre alto, de pelo negro con mechones grises.
Reservado y excéntrico tal vez, pero con un aire melancólico y severo, que no admitía familiaridades.
Alguien que lo conocía, le habló a Elsa de su viudez. Mencionó a una esposa muy querida, muerta al parecer en un accidente, no se sabía con certeza.
Elsa es una chica joven envasada en un cuerpo de mediana edad.
 El espejo le devuelve una imagen agradable y como buen amigo que es, se esfuerza en ocultarle las primeros signos de envejecimiento que aparecen en su cara.
Cuando Arturo llegó, la chica joven presa en su corazón empezó a estar atenta al ruido de la cerradura en el departamento vecino.
En las mañanas, si tenía suerte, lo encontraba en el ascensor.
El llevaba un maletín pesado de libros y en la mano, una carpeta con los apuntes de la clase que iba a dictar.
La saludaba con una sonrisa y le hacía algún comentario sobre la lluvia o la niebla de la noche pasada.
Elsa no quería hacerse ilusiones, no quería ponerse en ridículo. Luchaba por no pensar en él, pero sabía que era contraproducente rebelarse contra su naciente emoción.
El Amor es como una ola. Si la desafías y le haces frente, te bota. Pero si te dejas llevar, sales ilesa nadando por debajo de la espuma...
A veces, en las tardes, regresaban a la misma hora.
Se encontraban a la salida del Metro y caminaban juntos hasta el edificio.
Mientras andaban, uno junto al otro, Elsa podía oler su loción de afeitar y la lana húmeda de su abrigo.
Su ropa, su olor, sus movimientos al caminar y que a veces hacían que se rozaran sus cuerpos, le producían un hormigueo en la piel, un delicioso estremecimiento.
Se despedían en la puerta de su departamento y Elsa no se atrevía a invitarlo a entrar.
Cuando un hombre y una mujer de cualquier edad se encuentran solos entre cuatro paredes, puede suceder cualquier cosa.... Ella tenía miedo de que Arturo adivinara sus pensamientos y la viera estremecerse ante el dulce peligro que representaba estar sola con él.
Pero ¿por qué pensar en un "peligro" si era tan sólo "una posibilidad"?
Y así pasaron los meses del Invierno, sin que se cruzaran entre ambos más que unas frases de buenos vecinos.
Breves encuentros en el ascensor, caminatas desde la Estación del Metro, friolentos y apresurados bajo la ligera lluvia del anochecer...
Pero, ahora llega la Primavera. 
El corazón de Elsa arroja lejos la frazada gris que lo envuelve y quiere salir, desnudo y jubiloso, al encuentro de esa "posibilidad" que intuye.
Una tarde se encuentra con Arturo a la entrada del edificio.
El también parece trasformado.
Si durante el Invierno apenas pensó en ella, ahora parece descubrirla.
Le habla en un tono jovial que nunca antes le había escuchado. Mira con atención su rostro arrebolado, la fina blusa que cubre su pecho y que los pesados sweters  le habían ocultado hasta ahora...
La toma del codo y la guía hasta el ascensor.
-¿Te gustaría salir más tarde a tomar un café conmigo?
Elsa hace un gesto afirmativo y sonríe. Un acceso de alegría y de total entrega la sobrecoge, impidiéndole hablar.
Se despiden en la puerta de su departamento y él le dice que pasará a buscarla en una hora.
Elsa, atolondrada se mira al espejo y decide ponerse su blusa nueva.
Pero no atina a nada y nerviosa, da vueltas por su habitación.
Todo lo que soñó y deseó parece volcarse sobre ella como un mar tumultuoso.
-No hay que luchar, hay que dejarse llevar y salir ilesa, nadando bajo la ola...
Pero siente que no lo logrará y que se ahogará irremisiblemente.
Escribe en una hoja de papel: "Estoy muy cansada. Será en otra ocasión."
Y la sujeta en su puerta con una cinta engomada.
Se sienta en la cocina a tomar una taza de té y aún está allí una hora después, cuando los pasos seguros de él resuenan en el pasillo.
Su oído es tan fino que cree percibir cuando él desprende el papel y lo lee.
Los pasos se alejan y se pierden en dirección al ascensor.
"Fue sólo un intento-parecen decir-No volveré a molestarte."
Y Elsa se alegra porque tiene miedo.
 Miedo de la Primavera y del Amor. Y se aferra a su soledad como a una tabla salvadora.

lunes, 27 de agosto de 2012

EL JARDIN SECRETO DE JOSE.

(Dedicado a José Secret Garden, seguidor de este blog)

José quería ser jardinero, el mejor y más diestro de todos, pero aún era sólo el aprendiz de su tío Gerónimo.
Juntos atendían los hermosos jardines de un conjunto habitacional en las afueras del pueblo.
Todas las casas eran blancas con rejas verdes adornadas de rosales trepadores y con amplios jardines, en los cuales había mucho trabajo que hacer.
El tío Gerónimo y José llegaban al alba y se les iba el día regando, desmalezando y sembrando nuevas flores, según la estación.
La casa que ambos preferían era la que estaba al extremo del conjunto. En la verja había un rótulo con su nombre "La Serrana" y su techo rojo y sus paredes blancas llenaban de placer a quienes los miraban. Pero lo más lindo para José era la gruta que había al fondo del jardín.
Bajo el arco de piedra había una imagen de yeso de la Virgen de Lourdes, con su vestido blanco y su cinturón azul.
Sus pequeñas manos estaban juntas en una plegaria y su rostro era tan dulce, que José no se cansaba de contemplarlo .Le parecía que sus labios le sonreían con bondad y que sus ojos le decían cosas que nadie más podía escuchar.
El joven no sabía rezar porque en su casa no se hablaba de religión y había olvidado todas las oraciones que aprendiera en la Escuela Parroquial.
Pero, se arrodillaba frente a la imagen y le hablaba de sus inquietudes. Lo que le preocupaba, lo que le causaba tristeza. Todo se lo contaba a la hermosa Señora.
Incluso, un día que llegó taciturno, se arrodilló frente a ella y le confió:
-" Señora, la más bella de todas, quiero decirte un secreto.
"Estoy enamorado, pero sé que ella es mucho para mí. Es la hija del director de la Escuela. La veo pasar siempre con libros bajo el brazo y yo  apenas sé leer... Tú sabes, Virgencita, que tuve que retirarme de la Escuela para trabajar con mi tío. Ella no me mira, ignora que yo existo. ¿Cómo iba a  mirar a un pobre jardinero?"
Los ojos de la imagen parecían mirarlo compasivos y sus labios se entreabrían como si le respondiera:
-"¡No te aflijas, José! Nada es imposible en los asuntos del Amor. Le contaré a mi Hijo lo que tú me has confiado.
"Se lo diré al oído, porque es tu secreto y no quiero que lo escuche ningún angelito de los que andan revoloteando por ahí. ¡No sabes lo traviesos que son y cómo les gusta burlarse de las cosas de la tierra! Se lo diré todo a mi Hijo Jesús y El verá lo que se puede hacer..."
Esas dulces palabras creía escuchar José de los labios de la imagen y el dolor de su corazón se apaciguaba y se llenaba de esperanzas.
Detrás de la gruta había un pequeño terreno sin cultivar y José decidió, en sus ratos libres y sin decirle a nadie, plantar nardos y azucenas, para ofrecerlos a la Señora.
Será mi jardín secreto, pensó complacido y se puso a preparar la tierra, arrancando las malas hierbas y abonándolo con cuidado.
Las plantas crecieron verdes y lozanas y estaban a punto de florecer, cuando José cayó enfermo.
Lo consumía la fiebre y se desmayó mientras trabajaba, incapaz de soportar el peso de las herramientas.
Asustado, su tío lo llevó a su casa y aconsejó a la madre que llamara al doctor.
El médico pronunció la temible palabra: tifus, pero tranquilizó a la llorosa mujer diciéndole:
-Si se toma estos remedios y guarda el debido reposo, mejorará, pero hay que tener paciencia, porque es una enfermedad larga.
Muchos días ardió de fiebre el pobre cuerpo de José. En su delirio, el joven repetía:
-¡EL jardín! ¡El jardín!
Su madre lo tranquilizaba:
-¡Cálmate, hijito! ¡No debes preocuparte! Gerónimo lo cuidará.
Ella ignoraba que José se refería a su jardín secreto, el que había cultivado sin decirle a nadie, detrás de la gruta de Nuestra Señora.
Cuatro semanas pasaron antes de que pudiera salir. Al fin, pálido y débil, insistió en ir a trabajar con su tío al jardín de "La Serrana".
Al llegar, corrió desesperado en dirección a la gruta. ¡Estaba seguro de que su jardín estaba seco! En un mes, nadie lo había regado...
Pero el horror de lo que vio, le arrancó un grito. La imagen de la Virgen ya no estaba ahí.
-¡No puede ser! ¡Robaron la estatua de la Señora!
Pero una voz dulcísima lo llamó desde detrás de la gruta.
-¡Estoy aquí, José! ¡No te aflijas!
Todos los lirios y las azucenas habían florecido y erguida en medio de ese blanco esplendor, estaba  la Virgen. Sus delicadas manos sostenían una regadera.
-He cuidado tu jardín mientras estabas enfermo-le dijo con sencillez.
Su bello rostro despedía un fulgor de estrellas.
José cayó de rodillas y cerró los ojos, arrobado. Una mano fresca se posó sobre su frente y los últimos vestigios de la fiebre desaparecieron por completo.
 Cuando abrió los ojos, estaba solo.
Bajo el arco de piedra de la gruta, la imagen de yeso sonreía como siempre.

viernes, 24 de agosto de 2012

AVENTURAS DE UN CORAZON.

Un día, no supe en qué momento, mi corazón rompió sus ligaduras y se alejó volando.
Creo que fue de noche, mientras yo dormía.
A veces gimo en sueños, cuando tengo una pesadilla y  estoy segura de que aprovechó ese momento para escapar por entre mis labios.
Desperté sin latidos y con un frío extraño en mi pecho.
-¿Habré muerto?-me pregunté.
Pero sentía mi cuerpo bien vivo y los pensamientos discurrían atolondrados detrás de mi frente.
Me miré al espejo y no me encontré distinta de otros días. Lo único nuevo
era esa rara sensación de tener el pecho vacío, como una jaula de la cual ha escapado un pájaro.
Mi gran preocupación era no saber dónde buscarlo.
Salí a recorrer las calles y se me fue el día en esa búsqueda sin destino.
Me crucé con algunas personas que se veían confundidas y llenas de incertidumbre. Miraban a su alrededor como si les faltara algo y adiviné que les había pasado lo mismo que a mí.
Por supuesto, no iban a confesarlo. ¡Es un desprestigio ir por la vida sin corazón!
De inmediato la tacharían a una de cruel y despiadada. Y sería vano defenderse diciendo que sólo se trata de un percance nocturno que advertimos al despertar.
Sin esperanzas de encontrar a otro que hiciera causa común conmigo, vagué por las calles hasta que cayó la noche.
En una plaza desierta vi a un joven sentado en un banco. Tenía la cabeza entre las manos y hondos suspiros escapaban de su pecho.
Me acerqué a él, adivinando que sufría.
-¿Has perdido algo tú también?-le pregunté, esperanzada de haber hallado a alguien que compartía mi desgracia.
"-Perdí el Amor-me respondió- ¿Qué haré  ahora con mi corazón? Cada uno de sus latidos estaba consagrado a amarla, pero ella me despreció por otro.
"-Pon tu mano sobre mi pecho- le supliqué- y escucharás a mi corazón decirte cuanto te amo.
-"Ella se rió con desprecio y la vi cogerse del brazo de un hombre que llevaba los bolsillos llenos de monedas de oro.
"-¡Ese es el sonido que quiero escuchar!  ¡Esa es la música que mece todos mis sueños!-exclamó. Y  se alejó sin mirarme.
-"Mi corazón se llenó de resentimiento y el Amor huyó lejos de mí."
Así habló el joven, mientras lágrimas amargas resbalaban por su cara.
Pensé que era hermoso y triste y que bien podría yo haberlo amado si tuviera aún mi corazón dentro del pecho.
-Es extraño-le dije. Tú perdiste el Amor y yo perdí mi corazón. ¿Crees que estén juntos en alguna parte?
-Es posible. Tal vez tu corazón huyó de ti porque quería amar y tú se lo impediste.
Bajé la cabeza, avergonzada, al reconocer la verdad de sus palabras.
Nos tomamos de la mano y emprendimos la búsqueda. ¡Al menos ya no estábamos solos!
Al fin encontramos a los fugitivos, conversando animadamente en un recodo del camino.
Mi corazón, arrepentido de haberme abandonado, entró en mi pecho y un suave calor  invadió todo mi cuerpo.
-¿Me dejarás amar?- preguntaron sus latidos.
El Amor, mientras tanto, al ver nuestras manos unidas, adivinó que tendría una nueva oportunidad y regresó con aquel que tanto lo añoraba.
¿Hace falta decir que estamos juntos?
¡Mi corazón y su amor van llenando el mundo!.

martes, 21 de agosto de 2012

NOSTALGIA DEL AMOR

-Dicen que hay dos clases de amor: Aquel que obtuvimos y nos desilusionó y el que se nos escapó y que añoramos toda la vida.
-En otras palabras ¿existe realmente el Amor o es el mero preámbulo de una decepción o de una nostalgia incurable?
Estas reflexiones las hacía Lidia mientras Alicia y ella tomaban café bajo la higuera del jardín.
-A fin de cuentas, yo no he conocido ninguno de los dos amores-observó Alicia con amargura. Siempre alrededor mío hay gente partiendo su pan y a mí no me toca ni siquiera una migaja.
-¿Cómo dices eso? ¿Y Eduardo?
-¡Oh! Eduardo no cuenta.
 -¡Eres cruel!- exclamó Lidia- ¿Acaso no te casaste enamorada?
-Creí que lo estaba y me di cuenta de mi error cuando ya era demasiado tarde.
Lidia se sintió incómoda al escuchar esa inesperada confidencia y una dolorosa punzada de agravio atravesó su corazón.
Le pareció insultante para los sentimientos de Eduardo y para el amor en sordina que ella todavía le profesaba.
Lidia lo había conocido primero y había tenido tiempo de enamorarse de él durante su corta relación.
Eduardo siempre le había hecho sentir que lo de ellos era sólo una "amistad amorosa" que no perduraría, pero Lidia se había empecinado en creer que el amor de él estaba en alguna parte de su interior y que si ella se esforzaba en agradarlo, en ser alegre y despreocupada, ocultando sus angustiados sentimientos, terminaría por hacer que ese amor aflorara a la superficie.
Pero nada de eso había pasado.
Tiempo después Eduardo se fue a hacer un reemplazo a una Universidad de provincia y cuando volvió, no la llamó para avisarle de su regreso.
Lo supo por un amigo de ambos.
Siguió riendo y conversando sin evidenciar su pena, pero sentía que su corazón se  resquebrajaba como una hoja seca que alguien aplasta con el pié.
Fiel a su esperanza, pensó que si lo llamaba, aquellos recuerdos que compartían podrían volver a acercarlos.
Pero él había cambiado su número, como si quisiera soltarse de los lastres del pasado.
Tiempo después se casó con Alicia.
 Se hicieron amigas cuando Alicia fue a pedir un carnet  para retirar libros a la Biblioteca Municipal donde Lidia trabajaba.
Pronto se dio cuenta de que no sabía nada de su antigua relación con Eduardo. Y no le extrañó porque, después de todo-pensó con tristeza- él siempre la había considerado como algo sin importancia.
Escuchar a Alicia decir que no lo quería le dolió en lo más profundo de su ser.
Recordó la frívola descripción del Amor que ella misma había hecho aquella tarde en la casa de su amiga y comprendió que el amor de Eduardo estaba a punto de convertirse en desilusión, mientras el de ella hacía tiempo que no era más que una irremediable nostalgia.

jueves, 16 de agosto de 2012

DIAS DE INVIERNO.

Hacía días que Nora estaba deprimida y Betty, que era un poco egoísta, se abstenía de visitarla.
Pensaba que se le podía contagiar la depresión y no quería perder, por ningún motivo, la frágil alegría de vivir con la que enfrentaba los infortunios.
Pensaba que hay gente que sucumbe a las penas sin un suspiro y otros, como ella, que llevan una especie de chaleco antibalas que les permite aguantar en pie la andanada de proyectiles que les dispara la vida.
Pero, a fin de cuentas, ¿qué le pasaba a Nora?
¿Por qué andaba con la bandera a media asta, como si guardara luto por alguna ilusión difunta?
Quizás solo era culpa del Invierno, con su melancolía gris.
Ni siquiera llovía y el cielo se mantenía oscuro y pesado como un corazón repleto de lágrimas sin derramar.
¡Urgía un desahogo, para tanta tristeza acumulada!
Y lo mismo valía para Nora. ¡Aveces llorar hace tanto bien!
Pero, ni ella misma conocía el motivo de su quebranto. Solo sabía que una mañana, al despertar, sintió que su vida carecía de objeto.
Adivinó que Betty no quería visitarla y más la entristeció la superficialidad de su afecto.
-Sonríe y te llenarás de amigos. Llora y te quedarás sola-pensó con amargura.
 Eran las once de otra mañana gris, cuando sonó el timbre.
Dudó en abrir, pero la campanilla volvió a sonar con insistencia.
Al fin se decidió y entreabrió la puerta unos centímetros. Vio la cara sonriente del cartero.
-¡Señorita Nora, carta certificada! Me tiene que firmar aquí.
Abrió la puerta por completo y el cartero fingió no ver su melena desgreñada y su bata manchada de café.
 Era un sobre manuscrito con una letra que le pareció conocida. Se quedó con él en la mano, sin decidirse a abrirlo.
¡Qué extraño!-pensó-Ya nadie escribe cartas.
El correo electrónico había reemplazado esa costumbre y Nora lo veía como el sepulturero de la emoción.
Recordaba como, en el pasado, un sobre deslizado bajo su puerta hacía latir su corazón con  delicioso suspenso.
Rasgó el sobre y se encontró con una carta que empezaba así:
"Mi querida Nora"
Rápidamente buscó la firma y se encontró con un nombre ya casi desvanecido en el tiempo: Igor.
 ¡Cómo!  ¿Igor?  ¡No era posible!  ¿Se había acordado de ella después de tantos años?
Rápidamente los contó. ¡Quince años, por lo menos!
Volvió al inicio de la carta, pero antes se sentó en el sillón, porque las piernas le flaqueaban.
Igor le decía que había estado en Santiago hacía unas semanas y había buscado su dirección en la guía de teléfonos.No quiso llamarla o temió hacerlo. No sabía. Pero, había preferido escribirle para resucitar el encanto de aquellos años en que habían mantenido correspondencia.
Volvería el mes siguiente y quería saber si Nora aceptaría salir con él a tomar un café.
Los recuerdos la invadieron con su melancólica nostalgia.
Habían sido amigos durante un año y luego él partió al extranjero a hacer un doctorado.
Al despedirse, los sacudió una emoción nunca sentida y Nora tuvo la certidumbre de que el amor los había rozado con sus alas sin llegar a posarse en ninguno de los dos. Tuvo la fuerte convicción de que algo hermoso podría haber nacido en ellos, si Igor no hubiera tenido que partir.
Se escribieron durante un tiempo y luego sus cartas se espaciaron.
Nora no tuvo más noticias de él y por un amigo, supo que Igor se había casado.
Ese fue el fin de aquella amistad romántica.
Al cabo de un tiempo, Nora también se casó. Ahora, estaba de nuevo sola.
Sintió en el corazón un dolor lacerante por la pérdida de su juventud, por todos esos años vacíos en los que dejó de creer en el amor, sólo porque el suyo había sido traicionado.
Una ola de llanto ardiente subió hasta su garganta. Hondos sollozos la sacudieron y dejó que las lágrimas corrieran libremente por su cara.
Largo rato lloró junto a la ventana.
Tras  los cristales, el cielo también pareció buscar alivio para ese peso oscuro que lo abrumaba. Las nubes se desgarraron y una lluvia torrencial cayó sobre la tierra, que durante tantos días había esperado el agua bienhechora.
El aguacero fue corto y el llanto de Nora no duró mucho más.
Insterticios de cielo azul aparecieron entre las nubes y un débil rayo de sol atravesó el vidrio de la ventana.
Nora sonrió con el corazón liviano y tomando su abrigo, salió en busca de Betty.
¡Por supuesto, le perdonaba su momentánea ingratitud!

lunes, 13 de agosto de 2012

COCINANDO CON MONICA.

Mónica siempre se acordaba de lo que le decía su mamá: " A los hombres se los conquista por el estómago".
Su solitario corazón ansiaba encontrar el amor.
Los años pasaban y sus amigas se casaban o encontraban "un compañero", y ella continuaba soltera.
Se proclamaba independiente, "moderna". ¡No quería a su lado un hombre que coartara su libertad de viajar y de hacer lo que le viniera en gana!
Eso le decía a quién quisiera escucharla, pero en su interior sentía el peso abrumador de su independencia y hubiera querido ser menos libre a cambio de sentir unos brazos en torno a su cintura...
En el diario mural de la oficina, apareció un aviso:
Clases de cocina con Carlo, el famosos chef que aparece en la televisión.
Todos los Martes y Jueves, a las diecinueve horas.
Matrícula limitada.
Mónica se entusiasmó de inmediato. Se vio a sí misma sirviéndole exquisitos platos a un hombre que la miraba arrobado. Sus ojos resplandecían de amor y un "suspiro limeño", especialmente delicioso, lo motivaba a sacar de su bolsillo la codiciada sortija de compromiso.
-¡Te amo, Mónica!-le decía-¡Quiero saborear tus guisos hasta que la muerte nos separe!
 Así fue como se matriculó en el curso que Carlo impartía en un lujoso hotel del centro.
Como las clases eran Martes y jueves, los Miércoles y Viernes  Mónica pasaba al supermercado a comprar los ingredientes necesarios y después ensayaba en su casa lo aprendido el día anterior.
Exquisitos aromas se colaban por la puerta de su departamento y llegaban al pasillo, despertando en sus vecinos un apetito voraz.
Progresaba rápidamente y sus guisos, que saboreaba a solas, la hacían sentirse orgullosa de su talento culinario.
Una tarde en que Carlo no hizo la clase por tener que grabar un spot, Mónica se vio libre para asistir a una exposición de pintura.
Era una muestras colectiva de artistas emergentes.
De inmediato se sintió cautivada por un paisaje de Otoño. ¿Cuánto costaría?
Junto a la mesa que exhibía los catálogos, vio a un joven sentado fumando una pipa.
-Perdone, ¿a usted debo preguntarle el precio de las pinturas?
Vio encenderse una chispa de expectativa en los ojos del hombre.
-¿Cual le interesa especialmente?
-La vista del parque en Otoño...
-¡Ah! ¡Esa! -La chispa se apagó y un mohín de desprecio apareció en sus labios.
Mónica adivinó que él formaba parte de los expositores y le preguntó solícita:
-¿Hay también algún cuadro suyo en esta muestra?
-Sí- respondió sin mirarla- Pero, no le interesaría.
Su tono daba a entender que si Mónica era tan vulgar como para interesarse por aquel paisaje, sin duda no estaba preparada para apreciar el verdadero Arte.
Ella se sintió tocada en su amor propio y le rogó que se lo mostrara.
De mala gana, el joven la condujo a un rincón de la sala.
Mientras caminaba tras él, Mónica notó lo raída que estaba su chaqueta de terciopelo y lo gastados que se veían sus zapatos.
-Este es-dijo él, con notorio orgullo, señalando una cabeza de niño recortada sobre un fondo oscuro.
Mónica quedó impresionada. Los ojos del niño la miraban fijamente mientras la boca sensible se curvaba en una sonrisa.
-¡Qué retrato tan hermoso!- exclamó-¡Qué lleno de emoción contenida! ¿Cómo pudo captar esa expresión?
Por supuesto que lo compró, aunque su precio la dejó impactada.
¡Ya ordenaría sus finanzas para afrontar ese gasto imprevisto!
Vale la pena, pensaba ella y no sabía si se refería al cuadro o al pintor, cuyo rostro melancólico la subyugaba.
El joven, que se llamaba Rodrigo, estaba eufórico, pero trataba de disimularlo bajo una máscara de hastío y de indiferencia.
-Estoy acostumbrado a vender mis cuadros- parecía decir, pero todo en él evidenciaba el resentimiento y la pobreza de un artista incomprendido.
Días después se cerró la exposición y Mónica pasó a retirar su pintura.
Inesperadamente, él la recibió sonriendo.
-¡Qué gusto verte!- exclamó.
Y ella se estremeció de gozo al notar que la había tuteado.
Se atrevió entonces a proponerle lo que venía planeando hacía días.
-Rodrigo ¿sería mucho pedirte que me ayudaras a ubicar el cuadro? Tú que entiendes de luces y de sombras, sabrás mejor que yo colgarlo donde destaque. Podrías quedarte a cenar.... Necesito un juez imparcial que opine sobre mis guisos, porque estoy siguiendo un curso de cocina.
El aceptó acompañarla a su departamento y luego de colgar el cuadro cerca de una fuente de luz, se sentaron a la mesa.
Mónica notó que él comía ávidamente, casi sin respirar y comprendió que no sólo era pobre, sino que también estaba hambriento.
Al terminar de comer, el joven la miró avergonzado y ella sintió que una ola de ternura inundaba su corazón.
Después del postre, suspiró satisfecho y con un gesto de supremo bienestar, sacó la pipa y se la puso entre los dientes.
-¿Te molesta que fume?
No, a ella no le molestaba. Y si quería ahogarla con el humo o provocarle asma, tampoco le importaría.
Mirando sus ojos oscuros y su rostro ascético, comprendió que por fin el Amor había llegado a su vida.
Lo invitó a cenar también el Viernes, cuando ella ensayaría otro guiso aprendido en la clase de cocina.
Y así empezó todo.
El iba a comer dos veces por semana y ella notaba con deleite que sus mejillas hundidas empezaban a llenarse y que su ajada chaqueta ya no colgaba de su cuerpo como de una percha de alambre.
Llegaba siempre puntual, haciéndole creer que se sentía ansioso de verla.
Pero, resultaba evidente que era el vacío de su estómago y no el ansia de su corazón, lo que lo empujaba a su lado.
No  le importaba. Era feliz viéndolo devorar los manjares sabrosos que le cocinaba en el calor del horno y en la hoguera de su pasión.
El hablaba de arte en la sobremesa y ella recogía ávidamente sus opiniones y sus gustos, para luego leer al respecto y sorprenderlo la siguiente vez.
Pero a él no le interesaba lo que ella decía. Esperaba que se callara y retomaba su monólogo, en el que hacía pedazos a todos los pintores contemporáneos, con una saña que la dejaba perpleja.
Al verlo partir, se sentía decepcionada. Ansiaba un gesto, una mirada que la hiciera sentir que había empezado a amarla.
Pero él partía apurado, pretextando algún encargo y ella se quedaba lavando los platos, perdida en sus ensueños y pensando que, después de todo, el amor platónico es propio de los espíritus selectos...
Una tarde, al salir del trabajo se encontró con Carol.
No se veían desde los tiempos del Liceo, cuando las había unido una amistad superficial, protectora por parte de la hermosa Carol y teñida de una ligera envidia, por el  lado de Mónica.
-¡Monina!- exclamó ella y se abrazaron.
Así le decía cariñosamente en aquellos años en que era la reina indiscutida de todos los círculos y Mónica, la solitaria niña que siempre "planchaba" en las fiestas...
Estaba más radiante aún y como siempre, iba acompañada de un joven. Lo presentó como un amigo, pero era evidente, por las miradas apasionadas que él le dirigía, que deseaba ser algo más.
Mónica pensó que ahora sí podría deslumbrar a Carol presentándole a Rodrigo. Imaginó su admiración al conocerlo y su envidia tal vez, al comprobar que ninguna de sus opacas conquistas estaba a la altura de ese pintor talentoso.
La invitó a cenar el Viernes.
-¡Yo también quiero presentarte a alguien!- le susurró misteriosa. Y se sintió poseedora por primera vez, de algo que la hacía superior a su amiga.
Cuando Carol llegó, Rodrigo estaba sentado en el sillón, fumando su pipa con aire distraído.
Al verla entrar, se paró de un salto y se quedó mudo contemplándola.
Ella clavó en él sus ojos verdes con chispas doradas y se notó que también estaba sorprendida.
Le tendió la mano con estudiada languidez y la dejó un instante en la suya, como si se entregara.
En el silencio suspensivo que los envolvió a ambos, como separándolos del resto del mundo, Mónica creyó escuchar la pala del sepulturero cavando la tumba de su corazón.
La cena fue sólo la prolongación de aquel suplicio.
Cuando Carol se paró para irse, él lo hizo también y galantemente se ofreció a acompañarla.
Mónica oyó sus risas cómplices mientras esperaban que llegara el ascensor.
Se puso a recoger los platos y de pronto estalló en sollozos.
Se quedó sentada frente a las sobras de su cena y de su vida. Y durante largo rato, sus lágrimas amargas continuaron cayendo sobre los restos del suflé.