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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 27 de febrero de 2014

UN AMOR IMPOSIBLE.

Mariela pasó mucho tiempo devorada por la nostalgia.
¡No sería tan fácil olvidar un amor como el que había vivido junto a Edmundo!
Hasta su nombre, misterioso y romántico, susurrado en el silencio de su dormitorio, a solas por las noches, parecía el eco profundo de los latidos de su corazón...
El mismo le había suplicado que lo olvidara, pero ¿cómo lograrlo?
Tenía diecisiete años y había sido su primer amor.
Al principio, todo parecía perfecto. El se mostraba apasionado y ansioso. No podía dejar pasar un día sin llamarla, ni dos sin correr a verla, como si le faltara el aire para respirar cuando no estaba a su lado.
¡Todo era tan maravilloso! A Mariela, las novelas de amor que había leído por cientos, ahora le parecían sosas comparadas con la realidad.
Pero, él empezó a cambiar.
Se veía cada vez más distante y silencioso, como si algo lo preocupara. Dejaba pasar varios días sin ir a verla y ni siquiera contestaba sus llamados.
Mariela  empezó a angustiarse.
-¿Qué te pasa?  ¿He hecho algo que te haya molestado?
-No, Mariela. No eres tú, soy yo...
-¡Entonces es que has dejado de quererme!
-No, Mariela. ¡Al contrario!  Nunca me había enamorado así....No creí que existiera una chica como tú en este mundo.
-Y entonces ¿cual es el problema?
-Que precisamente porque te quiero tanto es que tengo que apartarme de ti...
-Pero ¿qué pasa?  ¿Qué tienes?
-No me atrevo a decírtelo. ¡No me vas a creer!  Parece imposible que algo así pase en la época en que vivimos...Pero, tengo que alejarme de ti porque estoy maldito.
-¿Qué dices?- Mariela lo miró incrédula y empezó a reírse, creyendo que se trataba de una broma. Pero Edmundo la miraba con angustia.
-Sobre mi familia pesa una maldición terrible. Todos los hombres la van heredando...Y me doy cuenta de que yo también. En las noches de luna llena siento que una fuerza oscura se apodera de mí. Y lucho desesperadamente... Pero, sé que pronto será en vano...
-¿Qué quieres decir?- exclamó Mariela, aterrada.
-Que soy un hombre lobo ¿comprendes?  Y si no me aparto de ti ahora, terminaré por hacerte daño....
Se tapó la cara con las manos y se alejó de ella, casi corriendo.
 Cuando ya iba en la esquina, le gritó:
-¡No se lo digas a nadie, por favor!  Y olvídame, te lo ruego...
En ese instante, la luna apareció entre las nubes y rodó por el cielo, como una moneda de oro. ¡Perfecta en su circunferencia! Era la luna llena...
Mariela, temblando de pena y de miedo, se fue por las calles llorando, sin mirar a donde iba. A cada instante se volvía aterrada, creyendo sentir en la nuca la respiración caliente de un lobo que seguía sus pasos.
A nadie le contó su experiencia. ¡El le había rogado que no lo delatara!  
Pero, olvidarlo le parecía un esfuerzo demasiado grande para su corazón...
Pasó el tiempo y a menudo se preguntaba qué habría sido de él.  ¿Habría logrado vencer la maldición que lo acechaba?
A veces, en las noches de luna llena creía escuchar el lejano aullido de un lobo.
¡Es Edmundo!- se decía- ¡Es él, que gime de dolor porque aún me ama y no puede acercarse a mí!
Probablemente se trataba de un solitario perro que aullaba presintiendo un temblor... Pero Mariela era demasiado romántica para conformarse con una explicación tan prosaica.
Y su historia de amor imposible le parecía más hermosa y más trágica que todas las novelas que había leído hasta ese momento.
Al año siguiente llegó a su curso una niña nueva que venía de un Liceo de otra comuna.
Se llamaba Georgina y casi de inmediato se hicieron amigas.
Se llevaban muy bien, pero Mariela notaba que nunca tocaban el tema sentimental. Ella no podía ¡claro! traicionar su secreto...Pero ¿y Georgina? A veces la notaba triste, como si viniera saliendo de un desengaño amoroso, pero no le hacía confidencias.
Hasta que decidió  preguntárselo con franqueza.
 Al principio, se notaba que Georgina no quería hablar, pero su necesidad de desahogarse terminó por vencer su resistencia.
-Es un secreto que no me pertenece- empezó, titubeando- Cuando nos separamos, él me rogó que no se lo contara a nadie...
Un timbrazo de alarma resonó en la mente de Mariela y aguzó el oído.
 Georgina, sin notar su inquietud, se explayaba en su fallido romance.
-Al principio, pensé que había dejado de quererme, pero él me aseguró que no. Que estaba enamorado como nunca antes, que jamás creyó que existiera una chica como yo en este mundo...Pero teníamos que separarnos, porque su familia arrastraba una maldición que ya duraba generaciones...
Mientras la escuchaba, Mariela se iba poniendo roja, después pálida y luego roja, otra vez...En la medida que la rabia y la humillación se iban alternando en ella.
Georgina, emocionada por el recuerdo, tenía los ojos empañados de lágrimas.Tal vez por eso no advertía los cambios de color en la cara de Mariela...
-Me dijo que tenía miedo de llegar a hacerme daño. Que en las noches, una fuerza oscura se apoderaba de él y aunque luchaba contra ella, temía llegar a ...
-A convertirse en lobo ¿no es cierto?
  -¿En lobo?...¡No!...¿Y por qué se te ocurrió eso?...¡Tenía miedo de estar transformándose en un vampiro!
¡Ah! ¡Esta vez era un vampiro! pensó Mariela, sarcástica. ¡Qué innovador, el muy....cretino!  Mientras, la ira hervía en su pecho, como lava en un volcán.
-Me pidió que lo olvidara... -continuó Georgina- ¡Pero no puedo! Pienso en él todo el día y en las noches me duermo repitiendo su nombre...
-¡Edmundo!- completó Mariela, sin darse cuenta.
-¿ Cómo sabes?  ¿Acaso lo conoces?
-¡¡No!!  ¡¡Cómo se te ocurre!!...Se me vino a la mente, no más. Debe ser porque estoy leyendo "El Conde de Montecristo" y ahí el héroe se llama Edmundo....¡ Qué coincidencia!  ¿Verdad?


lunes, 24 de febrero de 2014

EL EXTRANJERO.

La primera vez que lo vio fue un atardecer, cuando había salido a caminar solo por el campo.
El sol se perdía tras las colinas tiñendo las nubes de rosado y púrpura. Largo rato permaneció el cielo iluminado con una tonalidad perlescente, mientras las sombras de la noche parecían brotar desde la tierra.
Alberto pensó que era un error decir que "la noche caía" porque la verdad era que se alzaba desde los campos, hasta alcanzar el primer fulgor de las estrellas.
De pronto, en un recodo del camino surgió frente a él la figura de un hombre.
Venía a su encuentro y al tenerlo más cerca, vio que se trataba de un joven, con el rostro enmarcado por un largo cabello oscuro. Alberto notó que lo miraba con fijeza, aún cuando su facciones permanecían inexpresivas.
Por un momento pensó que el extraño iba a dirigirle la palabra, pero se limitó a sonreír levemente y a saludarlo con una inclinación de su cabeza.
Estaba seguro de que nunca antes lo había visto por esos contornos y se le ocurrió, no sabía porqué, que se trataba de un extranjero.
Alberto se encontraba pasando sus vacaciones en un pueblo agreste que se erigía cercano al mar.
Frecuentemente salía a navegar en una pequeña barca que le facilitaban los pescadores. Le gustaba disfrutar de su soledad, acompañando sus reflexiones con el rumor de las olas y el grito de las gaviotas.
Días después de su primer encuentro con el extraño, cuando ya no lo recordaba, vio venir hacia él otro bote. En la proa distinguió su figura inconfundible.
Su pelo oscuro flotaba en la brisa del mar y su rostro pálido permanecía impasible. Pero sus ojos se fijaban en Alberto, con la misma intensidad de la primera vez.
Las dos embarcaciones se cruzaron y Alberto pensó que esta vez el extranjero le hablaría. Sus labios se entreabrieron como para decirle algo, pero el oleaje los separó y arrastró los botes en direcciones opuestas.
 Esta vez sintió que lo invadía una extraña sensación, mezcla de temor y de melancolía. Le pareció que la presencia del hombre constituía una oscura amenaza. Y un presentimiento de futuras desgracias oprimió su corazón.
Trató de tranquilizarse a sí mismo, diciéndose que era solo un turista que viajaba por la región, pero sentía que no era casualidad que se hubieran cruzado dos veces en lugares tan distintos y que ese extranjero, en alguna forma, parecía estar ligado a su vida.
Al cabo de unos días olvidó la ominosa premonición, porque terminaron sus vacaciones y volvió a la capital, para retomar su trabajo.
Supo que tenía que viajar a un país europeo, lo cual era más o menos rutinario en su profesión de periodista.
El avión ya iba a partir, cuando el piloto avisó por los altavoces que esperaban a un pasajero rezagado. Casi de inmediato lo vieron subir, musitando una disculpa.
Alberto, desde su asiento al final del pasillo, lo miró aterrado. Era el mismo joven misterioso con quién se había cruzado dos veces.
Nadie más se fijó en su presencia. El avión aumentó su velocidad y ganó altura, situándose sobre las nubes.
Cayó la noche mientras viajaban. Las luces de la cabina se bajaron al mínimo y muchos pasajeros se acomodaron para dormir.
Alberto permanecía despierto. Una angustia desconocida lo embargaba. Se sentía infinitamente solo en medio de la noche y creía ser el único testigo de una sentencia inexorable de Dios que estaba por cumplirse.
Vio al desconocido levantarse de su asiento. Le pareció que tenía una visión, producto de su agobio. Pero no, estaba seguro de que el aspecto del joven había cambiado. Se veía más alto, casi majestuoso en su traje oscuro y una pálida luz parecía envolverlo como un manto espectral.
Llevaba en su mano una copa dorada. Alberto lo vio hundir sus dedos en ella y sacarlos impregnados de ceniza. Con ese polvo gris fue trazando una cruz en la frente de los pasajeros dormidos.
Al llegar junto a él, lo miró con gesto grave.
-¿Tú no duermes, Alberto?
 Entonces él terminó por entender la terrible verdad que presentía.
Al verlo palidecer, el joven le preguntó:
-Ya sabes quién soy ¿verdad?
Extendió su mano y trazó una cruz de ceniza sobre la frente de Alberto.
-¡ Te lo ruego...!- susurró él, con voz quebrada por un sollozo-  No es justo. ¡Somos tan jóvenes!
-Ni la justicia ni la piedad son atributos de mi oficio- respondió el ángel- Yo sólo cumplo los destinos ya trazados.
Alberto cerró los ojos para no seguir contemplando su rostro implacable.
Segundos después, el avión se precipitó al mar.


martes, 18 de febrero de 2014

ROSAS DE SAN VALENTIN.

El día Lunes, después de San Valentín, vimos llegar a Mónica con un ramo de rosas rojas.
Llenó de agua el florero de su escritorio  y las acomodó en él  con un suspiro de satisfacción.
Todo el tiempo sumida  en un silencio misterioso, mientras, con el rabillo del ojo, espiaba nuestra reacción.
-¡Qué lindas tus rosas!- exclamó Patricia, para darle en el gusto- ¡Se nota que te fue muy bien en San Valentín! 
Ella sonrió ruborizada y no respondió,como si guardara un secreto demasiado precioso para expresarlo en palabras. Pero se notaba que estaba satisfecha de haber logrado impresionarnos.
 Pronto se hizo evidente que habíamos empezado a mirarla con otros ojos.
Llevaba casi un año en la Sección y hasta ese momento, su vida sentimental había sido un misterio.
Aunque pronto habíamos llegado a la conclusión de que no existía ningún misterio...y vida  sentimental, tampoco.
Nunca venía nadie a esperarla a la salida ni la veíamos recibir llamados telefónicos. Inclinada sobre su escritorio, su melenita descolorida le tapaba a medias la cara, siempre absorta en algún documento que analizar.
A la hora de salida, cuando todas se precipitaban al baño, para disfrazar el cansancio con máscara de pestañas y lápiz labial, ella aún se demoraba en su escritorio, con un aire cansino y melancólico, que decía a las claras que nadie la esperaba a la salida.
 De a poco pasó a ser "la pobre Mónica" y algunas chicas, viéndola  fuera de competencia y como quién dice, al margen del amor, empezaron a tomarla por confidente. Sólo para desahogarse, claro, porque si de concejos se trataba ¿cómo iba a poder darlos alguien sin experiencia en el amor, como "la pobre Mónica" ?
Pero, ese Lunes había llegado cambiada. Algo brillaba en su cara, con una luz que le brotaba de adentro.
Me dí cuenta de que, de golpe, había ganado prestigio entre nosotras y se había convertido en el centro de la chismografía matinal.
Nora comentó en el baño, mientras colgábamos nuestros vestidos en un perchero y nos poníamos los guardapolvo:
-Mónica anda radiante. ¡Ni que se hubiera tragada una ampolleta!
Era evidente que su cambio tenía que ver con las rosas. Y las rosas eran testimonio de que un elemento emocionante y misterioso se había introducido en su vida.
Lo primero que hacía al llegar era cambiarles el agua y revisar cada pétalo, con el temor de notarlo mustio.
Todas sonreíamos entre  conmovidas  y burlonas al ver la ternura que le prodigaba a sus flores, como si se tratara del propio galán que se las había regalado. Y la abrumábamos con comentarios subidos de tono que la hacían ruborizar.
Ahora la considerábamos "una de las nuestras" y la incluíamos en todos nuestros cotilleos.
Yo era la mayor del grupo, y por lo tanto, la más escéptica y la más observadora. Por eso fui la única que se molestó en fijarse en Mónica.
Cuando sonaba el teléfono en nuestra sección, la mayoría de las chicas levantaba la cabeza y se quedaba esperando, con rostro expectante, por si el llamado era para ellas.  Y la favorecida era mirada con envidia.
Pero me di cuenta de que esa semana en que había llegado con las rosas, Mónica nunca levantó la cabeza al escuchar la campanilla del teléfono. Resultaba evidente que no esperaba ningún llamado.
 También me pareció que el brillo inusitado de su cara y aquel aire misterioso y emocionado que había mostrado el Lunes, iba de a poco desapareciendo, como si se fuera marchitando al mismo tiempo que las rosas. 
O como si no tuviera ánimo para seguir representando la comedia de la ilusión...
 Inexorablemente, su flores se fueron poniendo mustias y ya el Miércoles se les empezaron a caer los pétalos. Mónica les cambiaba el agua hasta dos veces al día como si de ellas dependiera una esperanza que a todas luces había resultado efímera.
O  no había existido jamás.
Porque yo sospechaba que había sido la misma Mónica quién había comprado las rosas para   inventarse un romance que la realzara a los ojos de sus compañeras y  acabara con ese airecito entre sobreprotector y despectivo con que todas la trataban.
Lo había conseguido.

¡Al menos por una semana había pasado de actriz secundaria a rutilante estrella de su propia película de Amor!


domingo, 16 de febrero de 2014

SOLO UN MANIQUI.

Juan estaba sin trabajo y deambulaba por la ciudad, buscando algo que acortara sus horas.
Un día se paró frente a una tienda, admirando un maniquí vestido con un traje de fiesta. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Una melena rubia enmarcaba su rostro con suaves bucles dorados y sus labios pálidos parecían un capullo de rosa a medio abrir.
Se quedó mirándola embobado y al cabo de un rato, el maniquí se rió con malicia y le preguntó:
-¿Te he impresionado acaso?
Juan se quedó estupefacto y no atinó a decir palabra.
Ella entonces le preguntó:
-¿Como te llamas?
-Juan. ¿Y tú?
-¡Oh! A mí nadie me ha puesto nombre, pero me gustaría llamarme Olivia.
 -¿Y eres feliz en esa vitrina, Olivia?
-No mucho. Es cierto que me cambian a menudo el vestido y que la gente se detiene a admirarme. Pero yo me siento prisionera en una jaula de vidrio. ¡Querría poder salir de aquí y y conocer el mundo!
En ese momento, dos mujeres se acercaron a mirarla y Olivia, rápidamente, volvió a su pose original. Sus ojos de vidrio se fijaron en un punto indefinido y su boca permaneció tan cerrada como le corresponde estar a unos labios pintados sobre una cara de yeso.
Juan volvió al otro día, pensando que había soñado o se había imaginado su conversación con Olivia.
¿Estaría borracho?-se preguntaba. Muy raro sería porque nunca bebo...¿O fue su belleza la que me embriagó?
Se acercó a la vitrina y comprobó que no había nadie mirando.
A Olivia le habían cambiado el traje y ahora tenías puesto uno de lanilla azul, que parecía fundirse con el color de sus ojos. Sobre sus cabellos rubios llevaba una boina que la hacía aún más seductora.
Al ver a Juan, sonrió complacida.
-¿Qué te parece ?  ¿Como me veo?
El temblaba. ¡Después de todo, no había sido una fantasía!  ¡Ella estaba viva!  ¡Era real!
-Olivia- le confesó- he pensado en ti todo el tiempo. Anoche me desvelé y en el poco rato que logré dormir, soñé contigo.
-Yo también ansiaba que volvieras, Juan. Creo que tú puedes rescatarme de esta prisión y llevarme lejos. ¡Iré a donde tú quieras!  ¡El mundo es tan grande!
-Pero ¿ cómo?  ¿Cómo podría sacarte de ahí?
El portero de la tienda ya había notado la presencia de Juan dos días seguidos, parado absorto frente a la vitrina.
Se acercó a él y le preguntó:
-¿Busca trabajo?  Porque el dueño necesita a alguien para el aseo.
¡Parecía un sueño!  Podría estar cerca de Olivia y planificar la forma de sacarla de su encierro...
Llegaba muy temprano todos los días y se ponía a limpiar el polvo de los estantes. Luego se quitaba los zapatos y entraba con cuidado al interior de la vitrina. Agitando el plumero, se acercaba al maniquí y disimuladamente le apretaba la mano con ternura. Ella correspondía a su gesto y le susurraba en voz casi inaudible:
-¡Te quiero, Juan!
-¡Te quiero Olivia !- susurraba él y sentía que el corazón le iba a estallar de gozo.
Pasaba el tiempo y el amor de Juan crecía a la par que su desesperación. ¡Necesitaba estar con Olivia!  Sacarla de ahí y llevarla con él, a su casa...
Una noche, se decidió. Fingió que se iba y luego se escondió en el cuarto de los escobillones.
Se apagaron las luces de la tienda y sólo quedó encendida la de una pequeña oficina, donde el nochero dormitaba frente al televisor.
Juan entró sigilosamente al interior de la vitrina y cogió a Olivia entre sus brazos.
Corriendo atravesó la puerta y salió a la vereda.
Justo en ese momento, doblaba la esquina un policía.
-¡Alto!  ¿Qué hace usted?  ¿A donde va con ese maniquí?
-Oficial ¡no es lo que parece!  Ella es mi novia, Olivia, y se va conmigo por su propia voluntad.
-Así que su novia...¡Qué buen chiste! Me salió un ladrón ingenioso, por lo que veo...
-¡Olivia! ¡Dile, por favor!  ¡Dile que no te estoy robando! Que tú me pediste que te llevara...
Pero ella permanecía muda, con sus ojos opacos carentes de expresión, fijos en un punto lejano.
El policía trató de arrebatársela y se quedó con un brazo en la mano.
-¡Ya pues, hombre!  ¡Entréguelo de una vez!  ¿Que no ve que se está desarmando?
Hizo salir al nochero y le devolvió el maniquí roto. Luego, llamó por  teléfono y al poco rato llegó un carro policial. Se llevaron a Juan esposado, mientras un llanto de humillación le sacudía el cuerpo.
Lo dejaron libre esa misma noche, después de unas horas de incertidumbre, que pasó sentado en un banco, junto a un borracho que roncaba y a una prostituta que sonreía con displicencia.
Se fue directo a la tienda. Aún no amanecía.
Vio que en la vitrina había un nuevo maniquí. Una mujer morena, de labios rojos, envuelta en un abrigo de piel.
Al doblar la esquina, casi chocó con los contenedores de basura. En uno de ellos estaba Olivia.
La habían desnudado y le habían arrancado la peluca de cabellos rubios. Se veía fea y mísera.
Juan se acercó a ella y la contempló con lástima.
¡Tenía razón el policía anoche!  ¡Sólo es un maniquí!  ¿Cómo pude imaginarme que me hablaba?
Se alejó rápidamente, porque en la comisaría le habían prohibido que se acercara a la tienda.
Casi corría, por miedo a que lo detuvieran otra vez.
El ruido de sus pasos le impidió escuchar una voz llorosa que salía del contenedor de basura.
-¡Juan!  ¡No te vayas!  ¡No me dejes aquí!  ¡ Está tan oscuro y tengo tanto frío!


jueves, 13 de febrero de 2014

LA ROSA.

(En el Día de los Enamorados.)
Sin empleo, sin un peso en los bolsillos, sin amigos...¡Claro! Porque cuando uno no tiene dinero con qué  invitar, los amigos desaparecen. Por eso y también porque tu cara de fracasado y deprimido los ahuyenta...¡A nadie le gustan las personas tristes!
Así pensaba Julio, haciendo un inventario de sus desgracias.
Y a esas había que agregarle los insistentes llamados del propietario para que le pagara el arriendo atrasado...Uno, dos, tres, cuatro golpes seguidos. Pero, a pesar de todo, se proponía continuar resistiendo. ¡A ver quién se cansaba primero, si la Mala Suerte o él !
Se levantó dándose ánimo y su mirada se fijó sin querer en el calendario. ¡14 de Febrero!
Se sorprendió, pues desde que se quedara cesante, había perdido la noción del tiempo. No sabía qué día era, si Martes o si Sábado...¡Total! Daba lo mismo, en una vida sin proyectos...
¡14 de Febrero!  Día de los Enamorados.
Automáticamente pensó en Chabela y vio frente a él su carita sonriente y sus ojos oscuros. ¡Ay!  ¡Cómo había soñado regalarle un ramo de rosas rojas  y con suerte, lograr que le aceptara una invitación!
Pero, lo habían despedido y junto con perder de vista el futuro, la había perdido a ella.
Cuando se despidió, lo había mirado con tristeza, como si lamentara su partida. Pero, a estas alturas ya no se acordaría de él, con todos esos tipos libidinosos disputándose su atención.
Revisó sus bolsillos con pesimismo y como era de esperar,sólo encontró unas pocas monedas. Pero, al menos le alcanzaban para una rosa.
¡Una sola rosa era muy poco!  Pero, si Chabela correspondía a sus sentimientos, si era sencilla y dulce como parecía serlo, sabría apreciarla en su justo valor.
La florista le vio una cara de enamorado sin esperanzas y, compadecida, le agregó a la flor unas ramas verdes y un envoltorio de celofán atado con una cinta.
Al atardecer, Julio fue a esperarla a la salida de la oficina.
No quiso entrar porque no quería que nadie lo viera. ¡Aún no se recuperaba de la humillación de su despido!
Se refugió junto al kiosko de diarios y vio salir, uno a uno a sus antiguos compañeros. Al final, salió ella, más linda que nunca.
Llevaba en sus brazos un inmenso ramo de rosas rojas. Ruborizada y feliz, corrió al encuentro de su enamorado, que no era otro que el Cachalote Fernández, el tipo más pesado de la oficina....
Julio retrocedió bruscamente para que no lo vieran y los miró alejarse, mientras sentía que un engranaje de hierro le trituraba el corazón.
¡Qué tonto había sido!  ¿Cómo pudo pensar alguna vez que ella le correspondería?  ¡ Y que el elegido para  traicionarlo fuera  precisamente  el Cachalote Fernández, era algo que no podía tolerar!
Miró la rosa envuelta en celofán y con rabia la arrojó a un basurero.
El muchacho de los mandados, que salía en aquel instante, lo había visto todo.
Esperó que Julio se alejara y rescató la rosa de entre los desperdicios. ¿Cómo una flor tan
linda iba a acabar en un basurero, sin haber trasmitido su mensaje de amor?
El muchacho no tenía novia, así es que, mientras se encaminaba a su casa, iba pensando qué hacer con la rosa.
   Entonces se acordó de su vecina, una mujer solitaria con quién se encontraba a menudo en el ascensor.
Tenía unos grandes ojos tristes que parecían estar diciéndole adiós a los últimos restos de juventud que le quedaban...
Con la inconsciencia de sus pocos años, el muchacho pensó en darle una alegría y depositó la rosa en el felpudo de su puerta.
La mujer triste llegó cansada después de un día de trabajo agobiador y sin esperanzas.
Todo el día había visto a sus compañeras de oficina recibir flores, entre risas y gritos de satisfacción.
Todas, menos ella.
Entonces vio la rosa sobre el felpudo. La tomó con delicadeza y luego la apretó contra su corazón.
-¡Alguien me quiere!  ¡Alguien piensa en mí ! - se dijo, emocionada.
Recordó un amor que había tenido hacía tiempo. ¡Es él!- pensó, sin dudarlo- ¡El, que ha querido que yo sepa que no me ha olvidado!  
  Sintió que la ilusión regresaba a su vida y que la noche, de súbito, se llenaba de estrellas.
¿Qué importa que no fuera cierto?  ¿Acaso no vivimos engañándonos a nosotros mismos?
¿Y acaso el mismo Amor no es una dulce mentira?