Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 30 de septiembre de 2013

INDECISION.

"Quién pudiera mirar hacia el futuro sin trabas!  Ser como esos perros que se sacuden el agua...Poder sacudirse así los recuerdos, sin que quedaran cicatrices.  ¿Por qué será que los recuerdos felices duelen más que los desgraciados?  Tal vez porque la nostalgia desgarra el corazón..."
Así pensaba Rubén, mientras viajaba en un autobus, con destino a ninguna parte.
En sus oídos llevaba audífonos que lo aislaban del mundo. A través de ellos, le llegaba la voz de Fito Páez cantando: "Dónde va, dónde va mi vida. Dónde va, dónde va mi amor."
Rubén no sabía a dónde iría su vida, pero su amor ya se había ido hacía mucho tiempo. Al olvido, a la nada misma, como si ni siquiera lo hubiera rozado al pasar.
Se sentía deprimido, incapaz de mirar a su alrededor. Viajaba con la cabeza baja, absorto en su fuero interno, como lanzando piedritas al agua estancada de su corazón.
Hacía un mes que Rosario había terminado con él.
-¡No soporto un día más tus indecisiones y tu abulia!-le había gritado.
Una semana después, lo despidieron del trabajo. Mejor dicho, no le renovaron el contrato, pero "te tendremos en cuenta para cualquier reemplazo", le aseguraron.
¡Ojalá Rosario le hubiera dicho eso!  "Te tendré en cuenta para cualquier reemplazo" . ¡Habría aceptado cualquier cosa con tal de volver a su lado!
Pero, lo había mirado con frialdad y le había asegurado que esa vez era la definitiva.
Y así estaba su vida: sin trabajo y sin amor.
  Mataba las horas arriba de un bus tomado en cualquier paradero. Al menos así escapaba a la opresiva soledad de su departamento.
Por un momento, salió de su introspección y vio que al bus, casi vacío, había subido una niña.
Era delgada y de aspecto melancólico, pero algo había en ella que retenía la mirada.
Rubén la observó mientras avanzaba por el pasillo y se le ocurrió pensar:  Si pudiera olvidar a Rosario, la olvidaría por alguien como ella.
La vio sentarse cerca de la puerta de atrás y apartó los ojos, cohibido. Pero, siguió pensando en ella.
Cerró los ojos y empezó a fantasear con acercarse a hablarle.
Se le ocurrieron varias frases ingeniosas que decirle y las posibles respuestas de ella le hicieron sonreír. ¡Qué simpática era!  ¡Qué ocurrente!
Con los ojos aún cerrados, imaginó que viajaban juntos conversando. Que ella también había subido al bus sin un destino fijo, porque estaba triste y necesitaba huir de su soledad.
¡Eran almas gemelas! No cabía duda...
Pero, su sueño pareció hacerse trizas cuando lo asaltó un temor:
-¿Y si le hablo y me rechaza? ¿Si me humilla al no contestarme?
-¿O me contesta  y me ilusiona, para luego abandonarme con el corazón destrozado?
-¿Valdrá la pena volver a sufrir, cuando vengo recién saliendo de un desengaño?
Sus audífonos trasmitían la voz de Fito Paez. Esta vez cantaba: "Y fuimos dos, solos en la ciudad"
¡Basta de vacilaciones!-exclamó- ¡tengo que arriesgarme!  Quizás, al otro lado del pasillo, va viajando mi destino.
De un manotón se arrancó los auriculares, abrió los ojos y se levantó del asiento con decisión.
Pero, vio que ella ya se había bajado, que ya no quedaban pasajeros y que  el autobus iba entrando en el terminal.


LA LISTA DE BETTY.

-¡Hoy es mi día de hacer felices a los demás!- exclamó Betty, con sonrisa beatífica.
Nora la miró dudosa, pero vio su cara resplandecer de auténticos propósitos altruistas y se tragó el comentario irónico que tenía en la punta de la lengua.
-He ahorrado unos pesos- continuó diciendo Betty- y he decidido gastarlos en personas que realmente los necesitan. ¡Nada de partir al Mall como rinoceronte en estampida!  Esta vez pensaré en otros antes que en mí misma.
-¿Y a qué se deben tan loables intensiones?  ¿Es que el médico te dio dos meses de vida?
-¡No, por favor!  ¡Todo lo contrario! ¡Me siento sana y joven y quiero compartir con otros mi buena suerte!
Vaya, no cabe duda de que llegó la Primavera-pensó Nora, algo escéptica.
- ¿Y qué es lo que piensas hacer?
-Bueno, he hecho una lista de personas a las que quiero favorecer. ¡Mira, aquí está!
-Pero, veo que tu nombre es el primero de la lista, Betty.
-¡Claro!  Es que para hacer felices a otros debo serlo yo misma primero ¿no crees? Y hay algo que me tiene intranquila y desvelada de la pura ansiedad...
-¿Alguna incógnita metafísica? ¿Ser o no ser, por ejemplo?
-No, nada de eso. Son unos zapatos que vi el otro día en una vidriera y al verlos, sentí que mi vida quedaba en suspenso.... ¡Acompáñame a comprarlos, Nora, por favor!  Sólo entonces podré pensar en la felicidad del prójimo.
En la tienda, Betty quedó embelesada con una cartera que le hacía juego a los zapatos.
-Nora, creo que no podré usarlos si no les agrego este complemento...
Sacó un sobre que contenía sus ahorros y pagó ambas cosas con genuino entusiasmo.
Al guardar el sobre, éste se veía bastante más escuálido, pero ella no pareció notarlo.
-¡Ya, Nora!  Me siento absolutamente feliz. Lo único que me molesta ahora es el hambre. ¡Ya es hora de almorzar!  Mira, ahí está el restaurante que me han recomendado...
-¿No será muy caro, Betty?
-¡Pero, Nora!  ¡Tenemos que celebrar el hecho que yo haya logrado vencer mi egoísmo para pensar en los otros!  Además, adentro está Josefina, tomando el aperitivo...¡Entremos, por favor!
 Cuando salieron del restaurante, en el sobre de los buenos propósitos sólo quedaban unas cuantas monedas.  Betty se las dio a un organillero que desgranaba sus melodías en una esquina.
-¿Viste la cara de contento que puso?  ¡Como yo te digo!  ¡Hacer felices a otros es lo que llena la vida!


lunes, 23 de septiembre de 2013

AMORES Y AMORIOS.

Todas las mañanas, Nora se levantaba sin ánimo y su único consuelo, mientras tendía su cama, era pensar que en la noche se acostaría otra vez
Algo  oscuro y aplastante había caído sobre su vida.
Y sabía que se debía al desapego que últimamente le demostraba Renato.
Sin una discusión ni un mal entendido, sin nada que justificara su cambio de actitud,  había empezado a alejarse de ella.
Nora adivinó que la presencia de otra. ¡No hay nada más clarividente que un corazón curtido por los rigores del desengaño!
Sin embargo, no se encontraba preparada para la constatación de sus sospechas.
Se la trajo una amiga, de esas que siempre son "testigos claves en el lugar de los hechos".
-¿Sabes, Nora? No es mi intención hacerte sufrir (¡claro que no!)-empezó a decirle con voz de sentido pésame- Pero, no me gusta que los sinvergüenzas se salgan con la suya...
Aquí Nora adivinó lo que venía y sintió como si metieran su corazón en una moledora de carne.
-Vi a Renato el otro día. Iba caminando del brazo de una rubia estupenda. ¡Y vieras tú como la miraba!
-¡Pero, si Renato y yo terminamos hace mucho!- mintió con valentía.
Su amor propio quedaba a salvo, pero su corazón, ya triturado, estaba listo para convertirse en hamburguesa.
Así terminó todo. Y ni Betty, su fiel confidente, estaba al tanto de aquel feroz desengaño.
Por eso esa tarde, cuando llegó a visitarla, se extrañó de verla tan alicaída.
-¡Puf! ¡Otra cara triste! Y yo, que te venía a buscar para que me acompañes donde Lucy.
-Pero, si yo no la conozco. ¿Es necesario que vaya contigo?
-¡Sí!  Para que me ayudes a darle ánimo... Mira que tuvo un descalabro amoroso.
-Con mayor razón no debo ir. ¿Crees que le gustará que una extraña se entere de sus intimidades?
-No te preocupes. A ella le encanta publicitarlas. Si pudiera, daría una conferencia de Prensa...
Al final, Nora aceptó acompañarla. Pensó que no hay nada que suba más el ánimo que ver a otra que está peor que una.
Les abrió la puerta una joven con uniforme de mucama.
-La señora está con jaqueca, señorita Betty. Le pide que pase al dormitorio, por favor.
Nora entró a la zaga, tratando de pasar desapercibida.
En la cama había un bulto envuelto en una colcha y con la cabeza metida bajo la almohada.
Hipos y sollozos brotaban de ahí, en forma intermitente.
-¡Lucy!- la amonestó Betty, con impaciencia- ¿No crees que ya es tiempo de que te olvides de ese cretino?
-¡No me hables del canalla, traidor, Tenorio de pacotilla! - exclamó el bulto y sacando un brazo de entre la ropa, tomó una fotografía que había sobre el velador y la arrojó contra la pared.  
El marco se partió y el vidrio estalló en pedazos.
Nora se agachó a recoger la fotografía y con estupor, vio que era de Renato.
Una cabeza iracunda emergió de debajo de la almohada y una mujer rubia, con los ojos irritados y la nariz roja, se las quedó mirando. Al parecer, orgullosa de su estallido teatral.
¡Vaya! Esta es la rubia que me arrebató a Renato-pensó Nora- Y ahora le tocó sufrir a ella...
Salió despacio del dormitorio, llevando en sus manos la fotografía arrugada.
Para su sorpresa, constató que se sentía más liviana, libre ya del peso de su amor contrariado.
Miró una vez más la cara de Renato. Estudió con creciente desdén su sonrisa llena de dientes y sus ojos cargados de seducción varonil.
Dejó caer la fotografía en el interior de un florero y vio como se hundía entre los tallos medio podridos.
Después, salió sin despedirse.
Total, la amiga de la rubia era Betty... ¡Que ella se encargara de prestarle los primeros auxilios!
Se fue caminando por el parque. El cielo estaba azul y el sol ponía una pátina dorada sobre los charcos de la última lluvia.
La envolvió un aroma delicado y notó que los árboles habían empezado a florecer.
-¿Cómo no me di cuenta antes de que está llegando la Primavera?



LA NIÑA JUGUETE.

Edelmira tenía seis años y era alegre e inquieta como todas las niñas de su edad. La gustaba correr, saltar y gritar, porque sentía que si no lo hacía, su cuerpo podría explotar como un globo demasiado lleno de gas.
Pero, sus papás siempre estaban haciéndola callar y pidiéndole que se estuviera quieta.
-¡Edelmira, basta! Siéntese derecha en su silla y coma en silencio.
-¡Edelmira! Le dije que no fuera a jugar al jardín. ¡Mire como se ha ensuciado el vestido con tierra!  ¡Y los zapatos!  Ha dejado un rastro de barro hasta su dormitorio.
-¡Edelmira!  ¡No corra, que me duele la cabeza!  ¿Por qué no ve televisión tranquila, con el volumen bajo?  Las niñas educadas saben entretenerse en silencio y comportarse como señoritas.
Y así, todo el día.
Edelmira se fue poniendo triste. Andaba de puntillas por la casa, para no hacerse notar y se quedaba largas horas mirando el jardín, pegada a los cristales de la ventana.
Como todo lo que hacía les molestaba, terminó por pensar que sus papás no la querían.
Su padrino, que era un famoso fabricante de juguetes, empezó a observarla, cuando iba a la casa, de visita. La quería mucho y se afligió al verla tan callada y tan triste.
La llevó a tomar un helado y por el camino, le preguntó qué le pasaba.
-Es que los papás no me dejan correr, ni jugar ni cantar... Esperan que esté todo el tiempo quieta y en silencio, para que no los moleste. ¡Ellos no quieren tener una niñita viva sino una estatua que les decore el salón!
El padrino se quedó pensativo y luego la tranquilizó:
-¡No estés triste, Edelmira!  Yo voy a encontrar una solución a este problema.
Se fue directo a su fábrica de juguetes y se encerró en su taller por semanas enteras, sin que nadie supiera lo que estaba haciendo.
-¡Seguramente está diseñando un nuevo juguete para esta Navidad!- comentaban los empleados.
Al cabo de casi un mes, lo vieron salir con un misterioso paquete bajo el brazo. Era muy grande y quedaron intrigados, sin lograr adivinar de qué se trataba.
Esa tarde, el padrino fue a buscar a Edelmira y le pidió autorización a sus padres para llevarla a pasear.
La condujo a su casa y le mostró una maravillosa niña-juguete que estaba sentada en un sillón. Era idéntica a Edelmira y puestas una junto a la otra, nadie habría podido distinguirlas jamás.
La niña se quedó arrobada, contemplándola.
-¿Me has fabricado una hermanita, para que me acompañe?
-No, Edelmira, esta es una niña-juguete, que seguramente le dará en el gusto a tus padres.
Se quedará muy callada y muy quieta y solo hablará cuando le pregunten.
Esa tarde, en lugar de Edelmira, le llevó a sus padres el juguete que había fabricado.
Ellos no se dieron cuenta de la sustitución y quedaron encantados al ver lo bien que se portaba su hija.
Sólo respondía  cuando le dirigían la palabra, en voz baja y con palabras precisas.
-¡Sí, papá!  ¡No, papá!
 - ¡Ya me lavé los dientes!  ¡Buenas noches, mamá!
Y cuando terminaba sus deberes se sentaba quietecita frente al televisor, olvidada por completo de salir al jardín a ensuciarse con tierra.
En la mesa, nunca reclamaba por la comida.
-¡Sí!  Me gustan mucho el brócoli y la betarraga- decía con tono educado y se comía todo, sin dejar sobras en el plato.
Sus papás no cabían en sí de orgullo y satisfacción. ¡Qué niña tan bien educada habían criado!
  El juguete, en lugar de corazón, llevaba en el pecho una batería recargable con luz solar, así es que era seguro que seguiría funcionando.
Mientras, el padrino de Edelmira viajó con ella a un pueblecito de pescadores.  Allí había vivido él, antes de convertirse en un famoso fabricante de juguetes.
La llevó a la casa de una familia, donde había muchos niños.
Todos se pusieron a gritar y a saltar de alegría al ver a Edelmira.
-¡Vamos a jugar a la playa!- exclamaron y tomándola de la mano, la llevaron hasta la orilla del mar.
Jugaron  toda la tarde con la arena y las olas, y solo volvieron a la casa cuando ya el sol había desaparecido en el horizonte.
Esa noche, Edelmira se acostó rendida. Había corrido y gritado hasta quedarse ronca, sin que nadie la hiciera callar.
Mientras, allá lejos, en su cama, dormía la niña-juguete, tan quietecita que ni siquiera arrugaba las sábanas. Tal como le gustaba a sus papás.


lunes, 16 de septiembre de 2013

ADIOS AL INVIERNO.

El Invierno estaba haciendo su equipaje para viajar al Hemisferio Norte.
Se iba de mala gana, porque le habían sobrado unas tardes lluviosas y unos puñados de granizos que no había alcanzado a estrenar.
Era cierto que él mismo había procurado no ser tan riguroso como otros años. ¡Estaba muy cansado de que lo odiaran! 
Nadie apreciaba la mágica cristalería de la escarcha ni la lluvia de rosas heladas que la nieve esparcía sobre los campos.
Solo tiritaban y gemían: ¿Cuanto se va a acabar este Invierno?
Los que más temblaban de frío eran los pobres.
 -¡Es bien triste el papel que me han asignado!- rezongó, con pesar- ¡Todos se entristecen cuando llego y se alegran cuando me voy!
Y era cierto. La gente esperaba con ansias que llegara la Primavera.
-¡Pasamos Agosto!-exclamaban los viejos, levantando sus rostros mustios hacia los rayos del sol.
Y los enamorados, respirando a bocanadas el aire perfumado, sentían palpitar su corazón con nuevos bríos.
-¡Claro! ¡Con todo ese despliegue publicitario!- siguió gruñendo el Invierno, mientras hacía el equipaje- ¡Flores, mariposas, trinos de pájaros! ¿Quién podría competir con ella?
Después de cerrar a viva fuerza la maleta que parecía estallar, notó que un aguacero y una tarde con granizos se le habían quedado fuera.
-¿Qué se le va a hacer?- dijo en voz alta, fingiendo contrariedad- ¡No tendré más remedio que soltarlos! Pero sonreía, sin darse cuenta.
El aguacero salió de estampida y se lanzó sobre los cerezos que empezaban a florecer. El pasto quedó cubierto con un manto de pétalos.
Súbitamente, bajó la temperatura y entró en acción el granizo.
Brincó con sus zapatitos de vidrio sobre los techos y colgó abalorios de hielo en todas las ramas que encontró a su paso.
El Invierno sintió que se había despedido a lo grande y ya más conforme, emprendió el viaje.
Por el camino, se cruzó con la Primavera que llegaba.
Venía riendo y saltando sobre los prados húmedos. Un cinturón de pájaros sujetaba su túnica y cientos de mariposas brillantes como gemas, enjoyaban su pelo.
Vio al Invierno que se iba cabizbajo, hundiendo los pies en los últimos charcos.
Ella llegaba tan feliz que no reparó en su mal humor y al pasar, le guiñó un ojo.
El lanzó un gruñido de despecho y fingió que no la había visto.
Por el camino iba soltando uno que otro nubarrón, para salirse con la suya. Pero, en su fuero interno, sabía que estaba derrotado.



UNA HORA MAS O MENOS.

-¡Esta noche hay que adelantar los relojes!  ¡Horario de Verano!  ¡Claro!- rezongó Julio- ¡Y con ese pretexto nos quitan una hora de nuestras vidas!
Eran bien pasadas las once de esa noche de Sábado, en la que Julio estaba sentado a oscuras en un sillón de su casa.
Se acercaba la Primavera y un aire tibio con olor a flores entraba por la ventana abierta.
Pero, Julio estaba deprimido. Su novia lo había abandonado sin contemplaciones y aún no se recuperaba de la desilusión.
Y aunque no tenía donde ir ni nada que hacer, igual se sentía molesto porque le descontarían una hora.
¡Justo una hora en que algo interesante podría haber pasado!
Las doce -pensó- es la hora del misterio y de los encantamientos. También de los fantasmas, pero no les tengo miedo. ¡Ojalá llegara alguno a tomarse un café conmigo! Sólo que esta noche, apenas den las doce, ya será la una y no habrá ninguna oportunidad de que pase algo especial...
Justo mientras pensaba en eso, vio entrar a un hombre vestido de gris, con una maleta en la mano.
Se movía con soltura, como si estuviera solo en la casa. Seguramente no había visto a Julio, que estaba sentado en la penumbra. Se dirigió al reloj que había colgado en la pared y se aprestaba a tomarlo, cuando Julio le gritó:
-¡Oiga! ¿Qué hace? ¿Anda robando relojes?
-¡Vaya!  ¡Disculpa!  No te había visto...
-¡Se nota!
-Pero, no soy un ladrón, te lo aseguro. Creo que es necesario que me presente. Soy el Tiempo y vengo a recoger la hora que tienes que entregarme.
-¡Ah! Así que usted es el abusador que me va a robar sesenta minutos de mi vida. ¡Y en esos sesenta minutos yo podría haber hecho tantas cosas!
-¡No te veo muy activo, que digamos!- observó el Tiempo, con ironía- De todas formas, no sé por qué te quejas tanto de que te quite una hora. Es sólo un préstamo. Sabes bien que te la devolveré en Marzo.
-Pero, se lleva una hora de Primavera y me devuelve una de Otoño. ¡Así no es gracia!- respondió Julio, de mal humor- Y ¿se puede saber qué lleva en esa maleta?
-Ahí pongo las horas que he venido recogiendo...
-¿Y qué piensa hacer con ellas?
-Guardarlas en el Banco del Futuro, para que no se desvaloricen, naturalmente.
-Ah, si es así... Resulta que le estoy prestando mi hora para que usted la invierta. En ese caso, tiene que pagarme interés ¿no cree?  Son quince minutos extras. Así es que me tiene que devolver una hora y cuarto.
-¡Pero ese es un interés usurario! Si a todos se les ocurriera lo mismo, pronto estaría en bancarrota...
-Lo siento. ¡Es mi última palabra!- exclamó Julio y se plantó delante del reloj, para impedirle al Tiempo que se acercara a adelantar las manecillas.
-¡Está bien!  ¡Quédate con tu hora! ¡Y que te aproveche!- le respondió el Tiempo, indignado. Y tomando su maleta, desapareció.
Julio se sentía triunfante. ¡Seguro que era la primera vez que alguien le plantaba cara a ese abusador!
Esa noche durmió profundamente y al otro día, ya ni se acordaba del episodio.
Naturalmente, el Lunes llegó atrasado una hora a la oficina y su jefe, que lo tenía entre ojos desde hacía tiempo, aprovechó la oportunidad y lo despidió.


jueves, 12 de septiembre de 2013

CORAZONES Y RELOJES.

Anselmo tenía el corazón roto.
Lo sabía, porque al suspirar creía percibir en su interior un extraño sonido de engranajes sueltos.
Y lo peor era el dolor que le escarbaba el pecho, como las garras de una pantera.
Sabía exactamente el día y la hora en que su corazón se había destrozado.
Fue esa tarde en que vio a Josefina del brazo de otro hombre.
Pero ¿era válido decir "otro hombre" si él, Anselmo, nunca había sido nada en la vida de ella?
Hacía rato que había cumplido los cuarenta y ella tendría, a lo sumo, un poco más de veinte.
Había llegado como secretaria de Ventas, recién obtenido su diploma, cuando Anselmo ya llevaba años como Jefe de Cobranzas.
Cuando la vio por primera vez, tuvo que frotarse los ojos para convencerse de que no era un espejismo.
 Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos grandes y oscuros, rodeados de largas pestañas. Su boca era pequeña y tenía exactamente la forma de un corazón.
Una tarde en que llovía mucho, se hizo el encontradizo con ella, a la salida de la oficina.
-¡Josefina!  ¡La pilló la lluvia sin paraguas, igual que a mí!
Ella sonrió con esa forma encantadora que tenía, que le llenaba las mejillas de hoyuelos.
Al ver que se disponía audazmente a enfrentar el chaparrón, Anselmo reunió valor y le preguntó:
-¿Por qué no me acompaña y nos tomamos un café en la esquina, mientras amaina un poco?
Ella aceptó.
Para frustración de Anselmo, la lluvia cesó al cabo de un rato corto y no se le ocurrió ningún pretexto para retenerla.
-¡Ya es tarde!- dijo ella.
-¡Pero, no!- exclamó él, consultando el antiguo reloj que había heredado de su padre- ¡Son apenas las siete!
Josefina lo miró, con un leve destello de burla en los ojos. Sacó su celular y comprobó  la hora.
-¡Creo que su reloj no funciona! Ya son pasadas las siete treinta...
Era verdad. El reloj se había detenido.
Anselmo pensó que lo había hecho en complicidad con su corazón, que ansiaba tanto que aquellos minutos pasados junto a ella no terminaran jamás.
Pero, al día siguiente, le llegó el golpe de gracia.
En el pasillo vio a Josefina, conversando con las demás secretarias. Lo miraban a él y se reían, maliciosas.
Escuchó que ella comentaba:
-¡No es que sea anticuado de  romántico!  ¡Es anticuado de viejo, nada más!
Y Anselmo adivinó que se refería a él.
Sin embargo, no perdió la ilusión y se convenció a sí mismo de que había escuchado mal. ¡No ganaba nada con ser tan suspicaz!
De nuevo se las arregló para esperarla a la salida.
Notó que se demoraba más que otros días y al verla, adivinó por qué.
Salió peinada y maquillada como para una ocasión especial.
La vio caminar sonriente al encuentro de un joven. Su rostro resplandecía de placer, al cogerse de su brazo. Anselmo retrocedió hasta el kiosko de diarios y se quedó parado ahí, hasta que los vio doblar la esquina.
Fue ese el minuto exacto en que se rompió su corazón. Sintió que se abría con un chasquido y vomitaba dentro de su pecho un montón de piezas sueltas.
Se alejó despacio, sintiéndose viejo. Incapaz de competir con aquel muchacho que se la había arrebatado, sin hacer un esfuerzo.
Caminado, se encontró en una callecita de barrio, que no conocía. En un pequeño local, vió un letrero que decía "Se arreglan relojes".
Vio que era la ocasión para hacer componer el viejo reloj heredado, que lo había dejado en vergüenza delante de Josefina.
Adentro vio a un anciano, trabajando con finos instrumentos en un reloj de péndulo, a medias destripado.
Levantó la vista al entrar Anselmo y le pidió que lo esperara un momento.
Anselmo se sentó en un sillón y cerró los ojos. ¡Se sentía tan desanimado!
El relojero se paró frente a él y le preguntó:
-¿Qué es lo que necesita compostura?  ¿Su reloj o su corazón?
-¡No entiendo!- exclamó Anselmo- ¿Usted arregla corazones con piezas de relojería?
-¡Pero si son casi lo mismo! El reloj es el corazón del tiempo y late igual que el de los humanos. Para mí, no hay ninguna diferencia.
-¿Y qué tengo que hacer?
-¡Nada! Usted siga descansando. De todo me encargo yo, no se preocupe.
Anselmo notó que se estaba haciendo de noche. ¿Cuánto tiempo había pasado? Se sentía confuso.
El relojero lo miraba sonriendo.
-¡Todo listo, señor! Su corazón ha quedado como nuevo.
-¿Y podría decirme qué repuesto me puso?
-¡El mecanismo de un reloj cucú!  Ahora tiene en su pecho un pájaro que canta. ¡No cabe duda de que mejorará su ánimo!
-¿Está usted loco? ¿Piensa que voy a ir por la calle marcando el tiempo cada cuarto de hora?
Indignado, se paró del asiento... Y ese movimiento brusco lo despertó. ¡Había estado soñando!
Vio que el anciano aún permanecía inclinado sobre la maquinaria del reloj de péndulo.
En ese instante, dio su tarea por terminada y le pidió a Anselmo que le entregara el suyo, para examinarlo.
Lo abrió y estuvo un rato manipulando delicadamente las ruedecillas.  Luego observó, con desaliento:
-No hay piezas de repuesto para un reloj tan antiguo. ¡Creo que no tiene arreglo!
Y a Anselmo le pareció que le decía que su corazón tampoco....