Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 29 de julio de 2013

LA CONVERSACION.

(En el Día de la Amistad. 31 de Julio)
  
-¡Aló, Paulina!  ¡Habla Francisco!
-¿Francisco Ardiles?
--¡Claro!  ¿Quién otro?  ¿O conoces a muchos Franciscos?
-¡Perdona!  Es que me sorprendiste...
-No me extraña. ¡Hace tanto tiempo que no hablamos!
- ¡Qué contenta estoy de volver a escucharte...!
-¿Sabes qué día es hoy, Paulina?
-No sé. Treinta de Julio, creo...
-¡Sí!  Hoy es el Día de la Amistad. Es por eso que te llamo.
-¡Francisco, por favor!  ¿ Tú crees posible que seamos amigos?
-¡Bueno!  Ha pasado demasiado tiempo como para mantener vivo el rencor.  ¿No te parece?   Sé que nos herimos mutuamente y después, cada uno tomó su camino...
-Supe que te casaste también.
-  ¡Sí!  Un año después que tú...A los dos nos ha ido bien y eso es lo que cuenta ¿no crees?
Paulina miró a su alrededor el departamento semi vacío. En el librero faltaban los libros de Diego y en el closet, sólo colgaba los vestidos de ella.
-¡Por supuesto!- exclamó con una voz que luchaba por sonar alegre- ¡Los dos hemos tenido mucha suerte!
-Es verdad. No tenemos razones para lamentarnos. Nuestro fracaso me hizo sufrir, no te lo niego. Pero, entonces conocí a Angélica y recuperé la confianza. Yo, que creía que no volvería a amar nunca...
-¡Por favor, no sigas!  Lo importante es que eres feliz ahora...
Francisco miró su mano donde la ausencia de la argolla matrimonial había dejado una marca descolorida en su dedo.
Recordó la infidelidad de Angélica. Los reproches, los gritos...La voz dura de ella pidiéndole el divorcio.
Luego, la vio salir de la casa con una maleta, mientras afuera la esperaba un automóvil, con el motor en marcha.
Una mueca de amargura deformó sus labios, pero se rehizo a tiempo.
-Sí, muy feliz!  No puedo quejarme...
-Bueno, Francisco, tengo que cortar. Escucho los pasos de Diego en la escalera y se extrañará si no salgo a recibirlo...
-Entonces, Paulina ¿nada de rencores ya?  ¿Quedamos amigos?
La garganta de Paulina se contrajo en un sollozo inaudible.
-¡Por supuesto, Francisco!  ¡Quedamos amigos!


LAS TRIBULACIONES DE NORA.

(Basado en un hecho real)

En varias revistas de papel couché habían aparecido entrevistas a Pablo. Y en las páginas literarias de los diarios dominicales, se veía su fotografía, acompañada de comentarios elogiosos:  "Pablo Figuretti entrega por fin su esperado libro "El suplicante". A juzgar por la opinión de varios críticos, será un nuevo éxito de librería".
Nora se alegró sinceramente y aunque ya no asistía a su taller literario, estuvo segura de que él le mandaría a su oficina un ejemplar autografiado. ¡No en vano los habían unido aquella "amistad romántica"  cuyo encanto había perdurado a través de los años!
Pero los días formaron semanas y el envío se hacía esperar.
Cada vez que Nora veía a un mensajero acercarse a su escritorio, creía que ¡por fin! recibiría el libro. Pero siempre se trataba de otra cosa sin interés.
Mientras, "El suplicante" ya aparecía en los primeros lugares de la lista de best sellers, peleando codo a codo  con las cincuenta sombras de Gray y esquivando los mordiscos de los vampiros de moda...
En el Metro, Nora veía personas leyéndolo con cara de omnubiladas, mientras alguien les metía un codo en el ojo o les abría la cartera sin que parecieran notarlo...
Pero, ella se empecinaba en no comprar el libro. Su amor propio herido podía más que su curiosidad. Además, aún era tiempo de que le llegara.... O al menos, eso pensaba para consolarse.
Le habló de su decepción a Betty.
-Por favor, esto es algo que debe quedar entre las dos. No quiero que ese petulante sepa cuanto me ha ofendido.
Por supuesto, Nora sabía que tratándose de Betty, la advertencia de guardar un secreto era como una orden de subirlo a Internet. Pronto se trasformaría en una especie de spam...Así es que lo que Nora quería, en realidad, era que Pablo se enterara de su decepción y comprendiera que esa afrenta sería imborrable.
Tal vez, aún era tiempo de que reaccionara...
Días después, Betty, algo abochornada, le confesó que se había encontrado con Pablo y  "se le había salido sin querer" lo que Nora le había dicho.   
Lo peor era que Pablo le había respondido con un airecillo suficiente:
-Pero, podría comprarlo ¿verdad?  No voy a estar mandándoselo a todos...
Demás está decir que saberse incluida en ese anónimo "todos", terminó por destrozar su ya maltrecho corazón.
Por el diario, supo que aquel Martes, a las siete de la tarde, estaría Pablo en la librería "Qué leo" firmándole la novela a sus admiradores.
Nora anduvo merodeando por los alrededores y pronto vio a una fila de gente con el libro bajo el brazo, haciendo fila frente a un escritorio.
Ahí estaba Pablo Figuretti, haciéndole honor a su apellido. Una sonrisita de fingida modestia distendía sus labios.
"Es un inmerecido honor el que me hacen con su preferencia"  parecía decir. Pero, estaba claro que pensaba: "Hacen bien en preferirme, porque soy magnífico" .
 La vanidad le hinchaba el pecho, amenazando con hacer saltar las costuras de su camisa Armani...
Por un instante, la multitud que lo rodeaba se abrió, y por el hueco divisó a Nora.
Con un gesto omnipotente de su mano, la invitó a que se acercara.
-¡Ven, Nora!  No te quedes ahí, que en seguida te firmo...
Pero ella le mostró orgullosamente sus manos vacías, y le volvió la espalda, abandonando el Local.
Esa noche, soñó que iba a la Librería "Qué Leo" y la vio insólitamente trasformada en Farmacia.
Un súbito dolor de cabeza la atacó y decidió entrar a comprar una aspirina.
El dependiente, en lugar del analgésico, le entregó el libro de Pablo.
-¡No!- gritó enojada y su mismo grito la despertó.
Se levantó a tomar un vaso de leche para relajarse y pensó que ya por esa noche, se olvidaría de su frustración.
Pero una nueva pesadilla la acechaba.
Esta vez, soñó que un enorme chorro de agua, parecido a una tromba, derrumbaba las paredes de la librería, arrastrando todo a su paso.
Los libros se iban flotando en agua turbia y se dirigían hacia el mar.
En la desembocadura del río estaba Nora en un bote, mirándolos llegar . Entre ellos, distinguió "El suplicante" .
Trató inútilmente de engancharlo con un anzuelo, pero de pronto una ola lo elevó y lo lanzó sobre la cubierta.
Ávidamente, lo tomó. Y al abrirlo, vio que sus páginas estaban en blanco.
Al despertar, lo tomó como una señal de que jamás llegaría a leer el libro.
Y eso le ayudó a mantenerse en su orgullosa decisión.

jueves, 25 de julio de 2013

AMANECER.

Anoche dormí muy mal.
En un desordenado duerme-vela, soñé con una especie de estación de servicio, donde el combustible que se vendía era Tiempo.
Compré dos botellas. Una grande, que contenía una hora y una chica, que supongo equivalía a quince minutos.
No tengo idea de por qué  hice esa compra tan rara, pero estaba soñando y los sueños son siempre inexplicables.
Pero me acuerdo que me fui feliz con mis botellas de Tiempo, porque así me aseguraba poder dormir un poco más.
Pero la campanilla del reloj me sobresaltó y me encontré inmersa en el bullicio de la ciudad que despertaba.
Hasta mí llegaba un rumor parecido al del océano.
Era el tránsito de millares de automóviles y de cientos de voces humanas que debatían el "ser o no ser" de otro día agotador y mezquino.
Pensé que podía atenuar mi angustia programando mi jornada.
Resolví dividirla en casilleros de colores distintos.
Amarillo para la mañana, verde para la tarde y violeta para el crepúsculo, cuando las urgencias se apaciguan y nos invade la melancolía de otro día que se acaba.
Para la noche reservé un color azul profundo, con que pintar las paredes de una gruta, donde reposar mi fatiga.
Pero ¡ay!  Sé bien que en el fondo de esa gruta me acecha siempre el insomnio, como un animal feroz.

lunes, 22 de julio de 2013

EL SUEÑO DE CLARA.

Clara siempre había envidiado a Mariela.
Era la mejor alumna del curso y la niña más bonita del colegio. Con sus mejillas sonrosadas y su cabello rubio cayéndole en bucles sobre los hombros...
Vivía en una casa grande frente a la plaza y todos sabían que su papá era dueño de la inmensa fábrica que le daba vida al pueblo.
El día de su cumpleaños, Mariela hizo una fiesta y todas las niñas del curso fueron invitadas.
Clara no quería ir, porque no tenía un vestido apropiado. Pero su mamá le acortó el ruedo a su traje de Primera Comunión, y se lo adornó con un ramito de violetas de tela, cosidas en el cinturón.
Su papá le compró unos chocolates para que llevara de regalo.
La casa de Mariela era muy grande y llena de luz.
En su dormitorio, la cama tenía una colcha de raso rosado y había una repisa llena de figuritas de porcelana. En un sillón, se veían varias muñecas sentadas, cual de todas más linda y mejor vestida.
Clara se quedó embobada mirando las figuritas.
Mariela se rió y le preguntó:  ¿ Te gustan?
Por un instante, creyó que le diría: Elige la que quieras y te la regalo.
Pero, nada de eso ocurrió.
En la tarde, volvió triste y malhumorada.
-¿No te trataron bien?-le preguntó su mamá, preocupada.
-¡Oh, no!  ¡Lo pasé muy bien! ¡Todo es tan bonito allá!  ¡Cuántas muñecas y libros de cuentos tiene!  ¡Y las figuritas en la repisa...!  Mariela debe ser muy feliz. ¡Quién fuera como ella!
 Esa noche, desvelada en su cama, pensó:
-No es que yo quiera ser como ella. ¡Yo quisiera ser ella!  ¡Quisiera ser Mariela y tener todo lo que ella tiene!
A la mañana siguiente, antes de abrir los ojos, sus dedos palparon una tela suave, como de satén.
Sobresaltada, se encontró acostada en la cama de Mariela, con su colcha rosada, bordada de mariposas.
Miró a su alrededor y vio el inmenso cuarto iluminado por la luz del sol y la repisa con las figuritas que tanto le gustaban.
-¿Qué hago yo aquí?- se preguntó, apartando las sábanas.
Al pararse en medio de la habitación, vio su reflejo en el espejo.
Las mejillas rosadas, los bucles rubios cayendo sobre los hombros...
-¡Soy Mariela!- exclamó alborozada- ¡Soy ella y todo lo que hay aquí es mío!
Abrió el closet y vio una hilera de vestidos. Eligió el más bonito. Uno de terciopelo azul que Mariela se ponía los Domingos, para ir a la Iglesia.
Bajó la escalera corriendo.
La casa se notaba silenciosa, como si no hubiera nadie. Pero, desde la cocina, le llegó un ruido de cacerolas.
Ahí estaba Adelaida, echado papas peladas en una olla que hervía.
-¡Mariela!  ¿Qué hace aquí?  Ya sabe que no me gusta que venga a molestarme cuando estoy cocinando...
-¡Es que no he tomado desayuno!- protestó la niña.
-¡Bueno!  Ahí tiene pan y leche. Pero, apenas termine se va a hacer sus cosas ¿me oyó?  No me gusta tener niños metidos en la cocina.
-Y la mamá ¿dónde está?
-En su cama estará, pues, como siempre.- le respondió Adelaida con tono despreciativo.
Subió la escala y entró al dormitorio de los padres.
En una de las camas gemelas lloraba la mamá, con la cara hundida en la almohada. La otra cama estaba intacta y se notaba que nadie había dormido en ella.
-¿Donde está el papá?  ¿Le pasó algo malo?
-¡Todo lo contrario!  ¡Debe estar muy bien y muy feliz!- respondió la mujer, sollozando.
La niña quiso acariciarle el pelo, conmovida al verla llorar así.
-¡Déjeme, niña!  Que me duele la cabeza...¡Salga de aquí!  ¿Que no tiene que ir al colegio?
-Pero si hoy es sábado...
-Entonces vaya al jardín y juegue sin hacer ruido. Mire que se me avecina una jaqueca.
Pasadas las tres de la tarde, llegó el papá.
-La mamá está llorando en su pieza- le  informó la niña, acusadora.  
-Déjela que llore, no más. ¡Es lo que mejor le sale!  Yo voy a dormir siesta en el escritorio, así es que no haga ruido ¿me oyó?
-Y cuando hayas dormido ¿me vas a revisar las tareas?
-¡No puedo, mi niña!  Lo siento. Tengo que volver a salir... Un compromiso en el Club. ¡ Usted sabe lo ajetreada que es mi vida!- se quejó con fingida resignación.
Pasó el resto del día sin tener con quién hablar.
Jugó con las muñecas, ordenó las figuras en la repisa, leyó más de una vez cada libro de cuentos.
Ya nada le parecía tan estupendo como había creído.
Se tendió en la cama, cubierta de satén rosado y sus dedos acariciaron la tela.
Se sentía muy sola y de a poco la fue embargando una congoja tan grande que le hacía doler el corazón.
Lloró largo rato y sin saber cómo, se quedó dormida.
Cuando despertó, se encontró en su casa y con alivio comprendió que todo había sido un sueño.
Entró su mamá, sonriendo:
-¡Arriba, Clarita!  Aquí tienes tu desayuno. Y levántate luego, que el papá y yo te vamos a llevar al zoológico.
-¡Ay, mamá!  ¡Qué bueno!  ¡No sabes la alegría que siento de ser  yo misma!
- ¡Claro que eres tú misma!  ¡Qué cosas tan raras dices!  ¿No será que tuviste una pesadilla?

UN ENCUENTRO.

"Temo convertirme en un viejo triste y fracasado. Existir sin hallar una motivación real para mi vida."
Eso lo escuchó Nestor, por casualidad, en el Metro, y se sintió tocado.
Un rictus de dolor contrajo sus rasgos. Le pareció que el que hablaba, describía con anónima crueldad, la futilidad de su existencia.
La voz resonaba a sus espaldas, en el carro semi vacío, pero no se volvió a mirar a quién hablaba.
Se bajó del tren y caminó sin rumbo, pensando en la deprimente coincidencia de aquellas palabras.
El también se sentía perdido en un mundo demasiado grande.
Arrastrado por una corriente de agua oscura, sin ningún asidero que frenara su carrera hacia la Muerte.
Sus pasos lo llevaron al otro extremo de la ciudad, al barrio en el que habían trascurrido su niñez y su adolescencia.
Buscó la casa en la que había vivido con sus padres y vio que la estaban demoliendo.
Aún quedaba en pie la pared frontal, donde estaba la puerta de entrada. Más allá, se veían solo escombros.
Un ramalazo de dolorosa nostalgia lo sobrecogió.
-¿A dónde se fue mi juventud?- se preguntó en un suspiro.
De pronto, vio abrirse la puerta y salir por ella a un muchacho.
¿Qué hacía ahí?  Detrás de aquel muro ya no había nada...
Lo siguió con cierta dificultad, porque el joven caminaba a grandes zancadas, como si fuera escapando de algo.
-¡Perdona!- lo llamó indeciso, sin saber qué iba a decirle.- ¿Vives por aquí?
-¡Claro!  En esa casa- respondió, señalando la fachada en ruinas- ¿Usted anda perdido?
Nestor no supo qué responder y se quedó asombrado mirando aquel rostro. ¡Le parecía tan familiar, tan parecido a alguien a quién había conocido!
Caminaron juntos hasta la plaza y el joven sacó un paquete de cigarrillos.
-¿Fuma?
Nestor aceptó uno y se dejó caer en un banco.
Notó que la plaza había cambiado mucho. Todo era nuevo. Incluso, de los viejos árboles que había conocido de niño, solo quedaban unos pocos.
Por conversar de algo, alzó la vista hacia el joven que fumaba parado frente a él y le dijo:
-Te vi salir muy apurado de tu casa, como si huyeras de algo.
-¡Sí!- exclamó el muchacho, con rabia- ¡No quise seguir aguantando las monsergas de mi padre! Me tiene hastiado de sus concejos:  Que estudie, que me haga un profesional.. ¿Por qué no me comprende? Yo lo único que quiero es pintar. ¿Por qué no acepta que tengo que realizarme, que soy un artista?
Nestor lo miró consternado.
-Perdón, ¿cómo te llamas?
-Nestor. ¿Y usted?
-Yo también...¡ Y te pareces tanto a mí cuando era joven! Tampoco quise oir los concejos de mi padre. Rompí con él y dejé la casa...Al igual que tú, quería ser artista...
-¿Y lo logró?
-No era tan fácil como yo creía. Probé todas las técnicas, incursioné en todas las corrientes pictóricas. Fracasé. Fui un mediocre... El talento que tenía no bastaba. Para triunfar, se necesita genio.
-¡Qué raro!  Esas son las mismas cosas que me repite mi padre. Suenan a reflexiones de viejo amargado.
En lugar de ofenderse, Nestor le sonrió con tristeza.
-No estudié ninguna profesión ¿y sabes lo que hago ahora?  Soy guardia nocturno en el Museo de Bellas Artes. Tengo toda la noche para pasearme por las galerías y mirar los cuadros que yo nunca habría podido llegar a pintar.
-¡Bueno!  ¡Pero eso no me va a pasar a mí! - respondió el joven con petulancia- ¡Yo sí que voy a tener éxito !
Y se alejó a grandes pasos, como apurado por salir al encuentro de la Vida que le prometía tanto.
Nestor lo vio desvanecerse en las sombras y adivinó que acababa de obtener respuesta a la pregunta que se hiciera frente a la casa en ruinas.
-¿A dónde se fue mi juventud?-  había preguntado.
Allá se iba, sorda a los concejos y las advertencias. Y directo a una vida de fracaso. 

jueves, 18 de julio de 2013

EL CUMPLEAÑOS DE CLAUDIA.

Claudia intentaba ser feliz, pero todos sus esfuerzos eran vanos.
No podía evitar que una sombra de tristeza la acompañara siempre. Era una sensación de vacío y de insatisfacción. Como si en el fondo de su corazón hubiera un profundo hueco, donde no alcanzaban a llegar los suspiros y que nada lograba llenar.
Hoy era su cumpleaños.
Apartando de sí la melancolía que parecía acecharla desde el espejo, se levantó temprano para preparar su fiesta.
Sería algo sencillo, sólo un té  para sus hermanas y algunas amigas.
De todas maneras, salió a comprar flores y a recoger la torta que había encargado. Quería que todo resultara un éxito y que el día de su cumpleaños fuera, de la mañana a la noche, cada hora, cada minuto, un día feliz.
Pero, no dependía solamente de ella.
Al volver a su casa, le habló Carmen, desde la cocina.
-¡Señora! La llamó don Julio. Dijo que tiene una reunión en la tarde y que lo más probable es que no venga a comer.
Claudia se mordió los labios, pero se rehizo en seguida. No quería que Cármen notara su contrariedad. Que en el fondo, era dolor.
¡El había olvidado otra vez su cumpleaños!
En la mañana, salió apurado y como de costumbre, su beso estalló en el aire.
-¡Hasta luego, mi linda!  Voy atrasado...
Claudia se había ilusionado pensando que lo hacía de intento, para dejarla en la duda...Pero que, ¡por supuesto se acordaba!  Y en la tarde llegaría con flores y le diría que se arreglara rápido, para salir a comer... 
Acomodó las flores en los jarrones. Crisantemos amarillos como trozos de sol. Abrió las cortinas y el esplendor de la mañana entró a raudales, envolviéndola.
Su tristeza se replegó al fondo de su alma, como un animalito asustado que se refugia en su madriguera y al que le han advertido que no salga inoportunamente.
Se preparó un café en la cocina y lo llevó a su habitación, junto con el diario.
Un rostro conocido le salió al encuentro desde una página.
"La compañía teatral de Facundo Ugarte vuelve a Chile después de una exitosa gira"
Los ojos de Facundo parecían mirarla a ella con reproche, desde la fotografía.
Claudia se estremeció y el pasado se vino sobre ella, como una enorme ola.
Ese Verano, Facundo...Le había pedido que se casaran y ella no tuvo valor para dejarlo todo y vivir aquella grandiosa aventura.
 El recién empezaba la carrera de actor que lo llevaría a la cima. Y Claudia tuvo miedo de la pobreza de los primeros años.
-¿Por qué fui tan cobarde?
Recordó su amor, el fuego de su pasión, que después se fue apagando de a poco, hasta no ser más que un tibio rescoldo bajo frías cenizas.
Al cabo de algunos años, había conocido a Julio.
-Y hemos sido felices. ¡Sí, muy felices!- Se repitió a sí misma, porfiadamente.
Pero, en el espejo vio la cara de una mujer insatisfecha, que luchaba por borrar el rictus amargo que torcía su boca.
  Sonó el timbre y al abrirse la puerta, voces femeninas llenaron el vestíbulo.
Se rehizo en un segundo y se puso la máscara de la Felicidad.
Así protegida, salió a recibir sonriente los abrazos y los obsequios.
¡Feliz cumpleaños, Claudia!

lunes, 15 de julio de 2013

EL ANILLO DE LA SOLEDAD.

Lucía había envejecido sola.
De a poco, su pelo se fue volviendo gris y su cutis, que había sido fresco y suave como el pétalo de una flor, se fue marchitando y cubriendo de manchas.
A menudo, contemplaba en su dedo el anillo al que atribuía su desgracia.
Era el anillo de compromiso que le había regalado Román, gastando al comprarlo, más dinero del que podía permitirse.
Aún resonaban en sus oídos las palabras que él pronunció, cuando intentó devolvérselo.
-¡No, Lucía! ¡No trates de quitártelo!  Ese anillo tiene una maldición. La mujer que traicione el amor con que le fue entregado, está condenada a no poder amar nunca y a vivir en soledad.
Lucía lanzó una carcajada burlona.
-¡Qué tonterías te dicta el despecho! Me lo quitaré cuando quiera...
Y forcejeó inútilmente, tratando de sacárselo. Pero fue como si le hubieran brotado garfios de acero que se incrustaban en su carne.
Por un momento se asustó, pero su temor se disipó rápidamente. ¡Ella no creía en maldiciones ni brujerías!  El anillo se había apretado, sencillamente, y bastaría un poco de jabón para que resbalara de su dedo...
-Sé que me dejas porque soy pobre- le reprochó Román, con amargura- Hay otro que te ofrece más que yo, no lo niegues. Pero el Amor no se compra ni se vende. ¡Y la Vida bien pronto te lo va a enseñar!
Lucía lo vio alejarse con alivio. ¡Ahora era libre para amar a quién quisiera!
Y aunque no pudo quitarse el anillo, al final se resignó a llevarlo. ¡Después de todo, era muy hermoso!
 La piedra resplandecía con destellos de luna y por las noches, en la sombra de su habitación, parecía  brillar como una lágrima. Esa única lágrima que vertió Román, antes de partir.
Pero, el hombre que le había prometido joyas y lujos, la dejó al poco tiempo, sin despedirse siquiera.
Conoció pronto a otros en los que puso su ilusión. Pero, tampoco pudo retenerlos.
Con el tiempo, su ambición de una vida opulenta dio paso al deseo de hallar a alguien que de verdad la quisiera, sin importarle ya que fuera pobre.
Pero, se le fue la vida escuchando promesas falsas y añorando el único amor sincero que había conocido.
El anillo seguía brillando en su dedo y ya no intentaba quitárselo.
Le recordaba su lejana juventud y veía con secreta humillación, como el resplandor de la joya hacía resaltar la decrepitud de su mano.
Al mirarlo, creía volver a escuchar la voz de Román, susurrando en su oído la promesa de que siempre la amaría. Y empezó a aferrarse a la esperanza de que un día volvería a buscarla.
Seguía viviendo en la misma casa que compartiera con sus padres. Ellos ya habían muerto y su única compañera era la melancolía.
Su corazón, vacío de amor, latía regularmente, como el engranaje de un reloj que devora las horas inútiles.
-Tic tac, tic tac. ¡Buenos días, tristeza!  Tic tac tic tac ¡Buenas noches, soledad!
Se pasaba los días sentada junto a la ventana, espiando el paso de los transeúntes. Segura de que un día escucharía las pisadas de Román detenerse frente a su puerta.
Si la había amado tanto, si había jurado que no la olvidaría...
Y una tarde de invierno, doblado bajo la lluvia que barnizaba los árboles, lo vió llegar.
Se detuvo frente a su puerta y  Lucía, oculta tras el visillo, en la sombra de la habitación, lo contempló ávidamente.
Su cara era la misma, aunque surcada de arrugas. Y aquel mechón de pelo que siempre le caía sobre la frente, se había vuelto gris.
 Lo vio vacilar, sin atreverse a tocar el timbre.
Ella lanzó un grito y levantándose del sillón, quiso correr a su encuentro.
Su corazón dio un violento salto dentro de su pecho...y se detuvo. Agotado por el dolor de tantos años, no pudo soportar la alegría.
 Cayó inerte.
Y en ese preciso instante, el anillo que había estado incrustado en su carne, se desprendió suavemente y rodó sobre la alfombra, sin un rumor.