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lunes, 15 de julio de 2013

UN ANGEL PARA LUCIANA.


Al vecindario había llegado una mujer misteriosa.
Era flaca y tenía un pelo largo y grisáseo, que le caía por la espalda como una llovizna sucia.
Andaba siempre sola, apretando en la mano una bolsita de papel. ¿Qué había adentro?  Era algo que todos ignoraban.
¿Y por qué a Luciana se le ocurrió que era un ángel?
Tal vez por ese pelo que le colgaba hasta la cintura.
Era fea y no tenía  alas, pero a ella se le metió en la cabeza la idea de que era un ángel disfrazado.
Tal vez fue porque hacía tiempo que necesitaba hablar con alguien sobre su mamá.
Todos le decían que ella estaba en el Cielo y que desde ahí la acompañaba.
En las noches, la niña miraba el firmamento ansiosamente, tratando de divisar su cara.
Pero solo veía el frío y remoto titilar de las estrellas, que seguramente ignoraban lo que pasaba en la tierra y que no tenían nada que decirle.
Ahora había aparecido este ángel de incógnito, que seguramente le traía noticias del Cielo.
¿Lo habría mandado Dios para consolarla? ¿Para qué le contaras cosas de su mamá?
Luciana apenas la recordaba.
Le parecía que desde siempre había vivido en la casa de sus tíos, que eran buenos y la trataban bien.
Pero, en el salón había una fotografía de una mujer rubia y linda, y la tía Lucy le había dicho que era su mamá.
Le parecía que alguna vez había estado junto a su cama, arropándola. Era una imagen tan dulce, que luchaba por retenerla en su mente. Pero se iba desdibujando, como una pintura de acuarela a la que se le ha puesto demasiada agua...
El ángel era el único que podía hablarle de ella y llevarle su recado de nostalgia, cuando volviera al Cielo.
Un día siguió a la mujer.
Mientras caminaba tras ella, notaba que tenía una joroba que ponía tensa la tela de su abrigo.  Pensó que era el bulto de sus alas, que llevaba dobladas ahí y que pugnaban por desplegarse.
Más que nunca estuvo segura de que era un ángel.
Caminaron hasta las afueras del pueblo y llegaron a una casita entre los árboles.
La mujer se volvió hacia Luciana y le sonrió sin sorpresa. Se veía que todo el tiempo había sabido que ella la estaba siguiendo.
-Es usted un ángel ¿verdad?- le preguntó la niña.
La mujer se rió con una risa extraña y hundió su mano en la bolsa de papel que siempre  llevaba consigo.
Sacó una barra de chocolate y Luciana adivinó que la bolsa estaba llena de golosinas hasta casi reventar.
-Ven conmigo y adentro te doy más.
La niña la siguió hasta el interior de la casa.
Sobre una cocina negra, en la que ardía fuego de carbón, borboteaba un caldero.
-Me gusta mucho la sopa de niñitas tiernas- le dijo la vieja, y empezó a afilar unos cuchillos.
Luciana notó que su cara se había vuelto horrorosa, como la de una bruja y que su boca se curvaba en una sonrisa maligna.
Retrocedió hasta la puerta, pero la vio cerrada con un pestillo de hierro.
El corazón le aleteaba en el pecho, como un pájaro aterrado.
Por un instante, luchó aún por conservar la esperanza...
Hasta que vio la hilera de zapatitos de niño, de todos los tamaños, alineados como trofeos, sobre el aparador.

3 comentarios:

  1. ¡Uy, qué cuento con niña más tétrico! Y un final sin contemplaciones ni salvaciones, como si se tratara de una película de Jason Voorhes.
    El impacto es más fuerte todavía porque uno se siente cercano a la niña, conociendo la historia de su madre y sus esperanzas soñadoras, tan de niña inocente.
    La ilustración también inquieta bastante.
    ¿Pasaría algo malo el día que lo escribiste y fue tu desahogo?

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  2. Un Hansel y Gretel...

    es fácil equivocarse ...más si aguardamos esperanzados que otros nos regalen momentos de dulzura ...nos perdemos sin dudas...y aveces d e eso nadie nos salva!

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  3. Bueno que con este cuento me dejas...esperando otro final, no sé, esperaba alguna salida para salvar a Lucina, pero así es la vida real muchas veces, una vez te equivocas ahí quedan las consecuencias.
    Un abrazo.

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