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lunes, 8 de julio de 2013

UNA SOMBRA EN LA NIEBLA.

Joaquín estaba preocupado por un extraño malestar que lo aquejaba.
Fugaces destellos lo enceguecían por segundos, sin previo aviso. Otras veces, una especie de neblina crepuscular se extendía sobre las cosas, desdibujando sus contornos.
Al principio, no le había dado mayor importancia. Pero, luego empezó a tener cortas alucinaciones.
Siempre era la misma.
En la neblina que lo envolvía, empezaban a distinguirse los contornos de una mujer.
Caminaba a su encuentro, con sus ojos clavados en él y luego se desvanecía.
De a poco, fueron precisándose sus rasgos. Tenía una cara pálida y triste. Vestía de gris y su mirada evidenciaba una gran congoja.
Siempre su aparición era precedida de una luz difusa y Joaquín la veía surgir de esa neblina, con sus facciones alteradas por un dolor inconsolable.
Una vez alcanzó a hablarle, antes de que se desvaneciera:
-¡Señora!  ¿Qué le pasa?  ¿En qué puedo ayudarla?
Pero desapareció sin alcanzar a mover los labios.
Joaquín pensó que se estaba volviendo loco.
Pero, no le parecía posible, porque el resto de su vida trascurría en la más absoluta normalidad.
Desarrollaba su trabajo sin ningún problema. No tenía lapsus de memoria ni advertía en sí mismo alguna conducta anómala.
Solo se trataba de fenómenos oculares, destellos repentinos y aquella neblina azulada que lo desdibujaba todo.
De ella emergía aquella mujer misteriosa que no hablaba, no gesticulaba, pero que parecía querer comunicarle un secreto doloroso.
Y siempre la implacable niebla se la tragaba antes de que hubiera alcanzado a articular una palabra.
Empezó a desear que se le apareciera. Ya no le preocupaban los fogonazos que lo enceguecían y dejó de preguntarse si las alucinaciones serían los síntomas de una incipiente demencia.
Solo ansiaba verse envuelto en esa bruma crepuscular que era el anuncio de la llegada de Ella.
La última vez que la había visto, sus contornos se habían hecho más definidos y Joaquín alcanzó a ver que le tendía una carta.
Se levantó del sillón como un rayo y se precipitó hacia la aparición.
Pero antes de llegar a ella, la imagen se borró y se halló solo en su escritorio, envuelto en la penumbra del atardecer.
Sintió que esas alucinaciones estaban trastornando su vida y decidió ir a un psiquiatra.
EL médico escuchó con atención su relato. Lo interrogó largamente y luego, visiblemente tranquilizado, le preguntó:
-¿No ha pensado en visitar a un oculista?
Joaquín se quedó mudo y la pregunta se le antojó una burla.
-No se sorprenda- le dijo el médico-Los síntomas que me describe, los fogonazos, la niebla, las fugaces visiones... Todo podría obedecer a una anomalía ocular. Nada en usted me hace sospechar una enfermedad mental o una neurosis. Le insisto en que cuanto antes consulte a un oftalmólogo.
Presa de incertidumbre y de incredulidad, Joaquín siguió su concejo.
Tras varios exámenes, le detectaron un pequeño tumor detrás de la retina.
-Este melanoma- le dijo el médico- es totalmente operable y mucho más corriente de lo que usted piensa. Con una sencilla intervención, lo extirparemos de inmediato.
Una semana después, cuando le sacaron los vendajes, volvió a ver el mundo en sus reales contornos.
Aquellos destellos enceguecedores, no volvieron a presentarse.
Y desapareció también la neblina azul de la cual surgía, como una ondina desde el fondo de un lago, la misteriosa mujer de rostro melancólico.
Joaquín empezó a extrañarla con desesperación.
¡Se había enamorado de ella y nunca más volvería a verla!
Y recordando su último gesto, su mano extendida hacia él, se preguntaba:
-¿Cómo podré saber lo que decía esa carta?

1 comentario:

  1. Este ir viendo cosas a medida que el protagonista se acostumbraba a la neblina, me recordó cuando juego a imaginar formas con los brillos que aún quedan cuando se bajan los párpados.
    Y pensé que iría a negarse a ser operado con tal de seguir viendo aquella aparición.
    Me quedé también con las ganas de saber el contenido de la carta.
    El amor, siempre tan esquivo...
    Bonito tu dibujo.
    Saludos.

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