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viernes, 27 de julio de 2012

EL ROMPECORAZONES.

Waldo era un personaje enigmático y esquivo, de quién muchas hablaban entre suspiros pero ninguna había logrado conquistar. No al menos, entre las amigas de Nora.
Siempre la afortunada era otra.
Pero...¿por qué afortunada? Se sabía que él era voluble y que sus relaciones sentimentales eran efímeras. Un hombre así solo garantizaba días de incertidumbre y noches de insomnio.
Sin embargo, Nora sentía curiosidad por conocerlo.
Siempre asistía a las fiestas a las cuales Waldo había sido invitado, pero cuando llegaba, él acababa de partir....
Otra fiesta, en la misma noche, requería su codiciada presencia.
Se había ido, pero todavía persistía en el aire el aroma de su colonia importada.
-¡Este tipo es como el bosón de Higgs!-pensó ella, que no se perdía información sobre el tema- ¡Es imposible de atrapar, pero por donde pasa deja su huella!
Al final, lo conoció.
Era alto, con pinta de príncipe ruso y una mirada verde como el mar, que hacía pensar que morir ahogada ahí sería morir feliz.
Nora trató de no caer en el embrujo de esa mirada. Había tenido unos cuantos desengaños y lo que menos quería era enamorarse de un galán.
Soñaba más bien con alguien sencillo, tal vez un poco tímido, cuyo encanto soterrado sólo ella fuera capaz de percibir.
-¡Qué sin gracia es este tipo!-sería la frase mágica que la llevaría a enamorarse sin vacilación.
La acobardaban los hombres arrolladores como Waldo, acostumbrados a caminar sobre una alfombra roja de corazones destrozados.
La ayudó en su propósito de resistir, la absoluta indiferencia que él le demostró al conocerla.
Se lo presentaron y por costumbre, Waldo la envolvió en la sonrisa deslumbradora que lucía ante cualquier mujer que se le acercara. Pero Nora notó que la miraba sin verla y que aquella sonrisa era la reacción automática de su ego avasallador, que no admitía que nadie se le resistiera.
Como de costumbre, una rubia colgada de su brazo, le hacía arrumacos.
Por entre sus pestañas, filtró hacia Nora una mirada de advertencia.
Ella le sonrió candorosa, como si no notara que acababa de recibir un ultimátum.
Waldo se relamía como gato que tiene leche en los bigotes.
Pasó un tiempo, y por uno de esos inexplicables o maliciosos equívocos, alguien comentó en un cotilleo social, que Nora se había prendado de Waldo.
Y él, que había roto su relación con la rubia de turno, se sintió tentado de comprobar si era cierto.
Le envió un correo en el que, luego de algunas observaciones triviales, escribió:
"No soy un experto en decir lo que otros quieren escuchar, pero no puedo negar que más de una vez, tu proximidad alteró mi compostura".
Nora se enfureció al leer esto porque sabía que era falso y que Waldo sólo estaba tanteando el terreno.
No se molestó en contestarle siquiera.
Quizás fue la primera vez que alguien le hacía un desaire al galán y sin duda sirvió para bajarle los humos.
Al menos, eso esperaba Nora, que no estaba halagada sino ofendida. Y que no le mencionó a nadie la invitación que había recibido su corazón para suicidarse en el mar de esos ojos veleidosos. 

VOLVER A CASA.

Hacía quince años que Juan se había ido del pueblo.
Había cumplido su sueño de ser escritor. Después de permanecer un largo tiempo en el anonimato, sus libros se empezaron a vender y al fin había terminado por hacerse relativamente famoso.
Viajó a dar charlas sobre su obra, invitado por universidades extranjeras y en una de ellas, dictó un curso sobre Literatura Latinoamericana.
Ahora, estaba de vuelta en Santiago y un día, sin saber cómo, empezó a sentir nostalgia de su casa.
Se había mantenido ajeno a su familia durante todos esos años.
Por alguien que viajaba al pueblo constantemente, había sabido de la muerte de su padre, hacía ya diez años.
No sintió dolor. Era natural que muriera, ya estaba viejo...Y el recuerdo de la amarga discusión que había tenido con él y que gatilló su partida, aún permanecía vivo en su corazón.
Esa misma persona, años después, le informó de la muerte de su joven hermana.
¡Nelly! ¡Su única hermana, a quién de verdad había querido!
Lloró a solas y los recuerdos de su infancia inundaron su alma, como una marea incontenible.
Pero, ni aún así pensó en volver.
Aquella noche, su padre le había exigido que estudiara una profesión. Quería que fuera abogado, como su abuelo.
-¡No quiero que te pases la vida en un empleo fiscal, como yo! Contando el dinero para llegar a fin de mes, soportando la tiranía de los jefes y los malos modales del público...
-¡Pero, papá! ¡Yo quiero ser escritor!
-¿Y quién te dice que tienes talento? ¡Terminarás en la miseria!
La discusión subió de tono.
La madre vino desde la cocina y Juan la vio parada en el umbral, retorciéndose las manos con impotencia y sin atreverse a sacar la voz para apoyar a su hijo.
¡Siempre había sido así! La palabra del padre era ley en la casa y ella siempre había agachado la cabeza, sin decir jamás lo que sentía o pensaba.
Terminaron gritando y su padre salió del comedor, dando un portazo.
Esa misma noche, Juan preparó su maleta y al amanecer, sin despedirse de nadie, abandonó la casa.
¡Nunca pensó que pasaría quince años sin volver!
Ahora, la nostalgia lo atormentaba. Se veía recorriendo otra vez las calles del pueblo, llegando hasta la puerta de su casa.
Sentía que debía ver a su madre una vez más, antes de que fuera demasiado tarde. Pero, no se decidía, y se le iban los días en esa estéril lucha entre su corazón hambriento y su mente que el tiempo había vuelto fría.
Una noche soñó que regresaba.
Se vio recorriendo las calles ¡tan cambiadas! que apenas las reconocía.
Estaba anocheciendo y se había bajado del tren con una maleta. Una fina garúa humedecía su frente.
Sus pasos lo llevaron sin vacilar hasta la casa paterna.
La habían pintado de otro color y con sorpresa vio en la ventana un aviso que decía "Se arriendan piezas"
¿Tan escasa de dinero estaba su madre que había trasformado el que había sido su hogar en una casa de huéspedes?
Tocó el timbre y después de unos minutos se abrió la puerta con cautela. En el umbral apareció una anciana de rostro desconfiado, que lo miró especulativamente.
-¿Qué desea, señor?
Se quedó atónito. ¡Su madre no lo reconocía!
Vaciló un instante y luego dijo, con voz ronca:
-Quiero una habitación para pasar la noche.
Ella lo condujo hasta la pieza que había sido su dormitorio. No vio su mueble de libros ni su escritorio. Sólo una cama extraña, un velador y una silla junto a la ventana.
-Se acostumbra pagar por adelantado, si no le molesta...
Lo dejó solo y Juan se tendió en la cama, sin desvestirse.
Cayó la noche y la pieza se llenó de sombras. A lo lejos, la campana de la iglesia desgranó sus notas melancólicas.
De pronto, escuchó la voz de su hermana muerta:
-¡Juan! ¡Juan! ¿Por qué has vuelto?
Pasó junto a la cama y el roce de su vestido emitió un leve rumor.
Juan se incorporó y la vio sentada en la silla, junto a la ventana.
La luz del farol de la calle iluminaba débilmente sus cabellos, pero su rostro permanecía en la sombra.
  -¡Juan!- repitió ella con voz queda- ¡Es demasiado tarde para volver!
Despertó sobresaltado.
Recordaba nítidamente cada detalle de su sueño. El rostro de su madre, inexpresivo. Sus ojos cautelosos y suspicaces, que lo analizaban sin reconocerlo. Y la voz de Nelly, susurrando en las tinieblas de la pieza extraña:
-¡Es demasiado tarde para volver!
Era lo que necesitaba para decidirse. Preparó una maleta y tomó el tren de la tarde.
Anochecía cuando pisó el andén y una llovizna helada humedecía su frente.
Recorrió las calles ¡tan cambiadas! que apenas las reconocía.
Al principio, una alfombra de hojas secas crujía débilmente bajo sus pies. Luego, la lluvia la humedeció rápidamente y la convirtió en una masa descolorida y lodosa, que no emitía ningún rumor.
Se detuvo en la vereda, frente  a su casa. Vio que la habían pintado de otro color y con  sorpresa, comprobó que en la ventana había un aviso que decía: "Se arriendan piezas".
Se quedó sobrecogido de angustia, parado frente a la puerta, y no se atrevió a llamar.

martes, 24 de julio de 2012

CUANDO BETTY Y NORA FUERON AL CASTING.

Betty entró como una tromba al departamento de Nora:
-¡Acabo de inscribirnos a las dos para el casting de modelaje!
-¿A nosotras? ¡Pero, Betty! ¡Eso es para veinteañeras anoréxicas!
-¡Te equivocas! Habrá casas de moda que exhibirán colecciones para mujeres como nosotras, que ya pasamos los cuarenta...
-¡Ja! ¡Los pasamos hace tanto rato que si miro para atrás, apenas los diviso!
-¡Ya pues, Nora! No seas derrotista. Te digo que el casting incluye a las maduras...¡y a las gorditas también!- agregó esperanzada.
Y se miró de reojo en el espejo de la cómoda.
-¿Y cuándo será?
-Esta tarde. Así es que almuerza temprano y come poco. ¡Una hoja de lechuga bastará!
El desfile de modelos lo auspiciaba el Alcalde, queriendo asegurarse el voto femenino para su reelección, de modo que el castig se efectuaría en uno de los tantos recintos municipales.
Las alumnas de "Tango" se habían inscrito  todas y se pavoneaban encaramadas en sus tacos de quince centímetros.
Al pasar, les echaban una mirada irónica a las del Taller Literario, como queriendo decirles:
-¡Se equivocaron de fecha, gorditas! El concurso de cuentos es en el mes que viene...
Una comentó con aire despectivo:
-¡No hay nada que agrande más el trasero que pasarse el día sentada frente al computador!
Betty se sintió tocada y enrojeció de ira.
Nora la miró preocupada. Comprendió que para ella, ser elegida en el casting se había convertido en un asunto de vida o muerte.
Queriendo llamarla a la cordura, comentó:
-¡No me importa si no quedo! Soy algo más que una percha para colgar ropa...
-¡Ja, ja! -se burló Betty, con un sarcasmo agresivo-¡Esa es una buena forma de asumir de antemano el fracaso! ¡Creí que tenías más confianza en ti misma!
En su fuero interno, Nora rogó que si alguna de las dos resultaba elegida, fuera Betty, porque otra cosa seguramente haría peligrar su amistad.
Todas las postulantes estaban reunidas en el Casino y cuando las dos amigas entraron, por lo menos cincuenta pares de ojos las atravesaron como dagas mortíferas.
Al parecer, no las juzgaron muy peligrosas, porque el ruido de colmena se reinició de inmediato, sin  que nadie las saludara ni les diera alguna información.
El jurado estaba compuesto por una modelo argentina que a todas las llamaba "querida", tres dueñas de boutique, cuyas colecciones serían exhibidas en el futuro desfile y el famosos modisto Luchino Fréscolli, que llegó envuelto en un abrigo de pieles descomunal.
No se supo quién les había avisado, pero rápidamente se juntó en la vereda un grupo de ecologistas premunidos de tarros de pintura. Obviamente, pensaban esperar la salida del modisto, para vaciárselos sobre el abrigo.
Mientras, esgrimían pancartas y gritaban a favor de los animales en peligro de extinción.
Afortunadamente para Luchino, al rato empezó a llover a cántaros y los manifestantes, luego de resistir un rato los embates del chaparrón, acabaron por dispersarse chorreando.
A cada una le dieron un número, le tomaron una foto y la hicieron desfilar por una pasarela, al ritmo de una música pegajosa.
Nora se tentó de la risa y desfiló riéndose, como si acabaran de contarle un chiste.
Betty, queriendo imitar a las modelos que había visto en la televisión, se quitó la chaqueta lentamente y la arrastró por el suelo con displicencia.
La modelo argentina despedía a cada una con una sonrisa:
-¡Nosotros te llamamos, "querida"!
A la salida, las esperaba la jauría de las que ya habían desfilado.
-¿Cómo te fue? ¿Cómo te fue?-preguntaban a gritos, confiando en ver en sus caras algún signo de desaliento.
Nora escuchó a una decirle a otra:
-Tú, siempre con tu melena perfecta....¡Claro, como no tienes a nadie que te despeine!
-Aquí, no hay amistad que sobreviva-pensó con tristeza y temió por Betty y por ella.
Pero, afortunadamente no eligieron a ninguna de las dos, y superada la decepción inicial, siguieron siendo tan amigas como antes.

lunes, 23 de julio de 2012

EL ALMA DE JUAN.

En mitad de la noche, Juan despertó sobresaltado. Sintió en su pecho algo parecido al dolor, pero más que dolor, era una ausencia...Los latidos de su corazón resonaban con un eco extraño, como si palpitara en medio de un recinto vacío. No se sentía él mismo...Entonces comprendió que su alma lo había abandonado.
Se había ido mientras él dormía. Pero ¿a dónde?
Sin saber por qué, corrió hacia un espejo, como si esperara encontrarla allí. Su rostro era el mismo de siempre. Sólo sus ojos no tenían el brillo de antes. Una sombría opacidad los velaba. El fuego de su alma ya no ardía en ellos.
La buscó inútilmente por toda la casa. Luego salió a las calles semi vacías, a esa hora del alba. Escasos transeúntes se cruzaban con él, sin prestar atención a su caminar vacilante.
Quería llamarla, pero no sabía cómo. Su nombre era Alma, sí, pero ¿acaso podía ir voceándolo a gritos por las calles, sin que lo consideraran loco?
Deambuló por los barrios cercanos a su casa. ¡No podía haber ido muy lejos!
Al fin, la vio sentada a la mesa de un bar, con un vaso de licor en sus manos. Se veía tranquila y satisfecha, indiferente al sentimiento que su ausencia pudiera haber despertado en Juan.
El entró caminando a tropezones, cegado por la angustia. Se paró frente a ella y le preguntó:
-¿Por qué te fuiste en medio de la noche, abandonándome en forma tan artera?
Su alma lo miró impasible y le respondió:
-Porque me tienes cansada. Me agobian tus recuerdos y tus tristezas.
 -¡Pero yo sin ti no sería nada! Tú eres yo. ¡Sin ti estoy vacío!
-No me importa. Quiero que me liberes, que me dejes ir. ¡Permíteme ser menos desgraciada!
-¡Pero sí tú eres quién me ha hecho desgraciado a mí!
-Te equivocas. Yo llegué a ti con mi túnica blanca sin mácula y mírala ahora, llena de las manchas oscuras de tus rencores y tu resentimiento.
Bajó la vista con disgusto hacia su traje. Luego tomó el vaso de licor y se lo bebió de un trago.
Casi instantáneamente, se la vio más animada. Incluso se tentó de la risa la mirar la cara demudada de Juan.
-¡No te pongas así! Podríamos llegar a un arreglo. Tú me dejas ir y yo te ayudo a buscar otra alma para llenar el hueco que dejará mi ausencia.
-Pero, estoy acostumbrado contigo. ¡Llevamos tantos años juntos!
-Por eso mismo es que me quiero ir. Perdona la franqueza, pero me tienes harta.
-¿Es tu última palabra? ¿No cuenta para ti el tiempo que pasamos juntos, la vida que compartimos?
-Pero ¡mírate, Juan!- y le señaló su reflejo en el espejo del bar-La amargura y el escepticismo te han envejecido. ¡Mira tu boca curvada en ese eterno rictus de sarcasmo! Acompañarte se ha hecho muy duro para mí. ¡Libérame, por favor!
-Pero ¿cómo puedo hacer eso y quedarme vacío? ¿Dónde puedo encontrar yo otra alma que quiera reemplazarte?
-No es tan difícil como crees. Acompáñame al Campo Santo.
Salieron juntos después que Juan hubo pagado la consumición, puesto que el alma no llevaba dinero encima...Caminaron en dirección al Cementerio, en la brumosa claridad del amanecer.
Al cruzar la reja, tomaron por una avenida sombreada de cipreses y llegaron a una tumba. En ella estaba sentado alguien que lloraba desesperadamente.
-¿Qué congoja te aflige?-le preguntó el alma de Juan.
-¡Cómo quieres que no llore? Aquel que me albergaba ha muerto. ¡Era un joven que amaba la vida! ¡Un escritor, un poeta! Habría llegado a ser famoso, pero vino la Muerte con su guadaña, y lo segó como a una espiga. ¿Qué voy a hacer ahora?
-No te aflijas. Yo te traigo aquí a  alguien que se ofrece a ser tu dueño.
El alma afligida dejó de llorar y fijó sus ojos en Juan con mirada crítica.
-¿Te refieres a éste? ¿No estará un poco gastado?
-¡No creas! Es joven aún, pero sus tribulaciones le han dado ese aire taciturno. ¡Pero tú, con tu vivacidad lo harás renacer!
Juan escuchaba este diálogo entre asombrado y molesto. Los veía debatir su destino como si él no estuviera presente y eso le parecía bastante descortés, por no decir ofensivo.
Al fin se llegó a un acuerdo.
El alma del escritor entró en el pecho de Juan y él sintió una tibieza nueva y un ímpetu de vivir que no recordaba haber conocido antes.
-Y tú ¿qué harás ahora?-le preguntó a la que había sido su alma por tanto tiempo-¿Buscarás a otro más de tu agrado en quién habitar?
-¡No! ¡Qué va! Por el momento no pienso encadenarme a nadie. Volaré por ahí, libre y dueña de mí destino, hasta haber saciado mis ansias de libertad. Después veré...¡Total, mi vida es eterna!
Asombrado, Juan la vio transformarse en una paloma. El ave extendió con júbilo sus alas y se perdió en el aire diáfano del amanecer.
Juan regresó a su casa y se acostó de nuevo. Antes de quedarse dormido, pensó ilusionado:
-¡Necesitaré lápices y papel!  ¡Tengo una idea magnífica para escribir una novela!

jueves, 19 de julio de 2012

CUANDO WALTER SE FUE DEL TALLER.

Todos los días, Nora se levantaba sin ganas y su único consuelo, mientras tendía su cama, era pensar que al cabo de algunas horas, se volvería a acostar.
¿Habrase visto algo más patético y aplastante para el espíritu?
Se preguntó si en el fondo, todo ese decaimiento, ese spleen, como lo llaman los ingleses, se debería a la ausencia de Walter en el taller literario.
A principios de año se supo que no se había matriculado.
Hubo un desencanto general y la melancolía cayó sobre las alumnas, como la niebla cae sobre el campo escarchado. (¡Uy! ¡Qué cursi!)
No sobre todo el curso, es verdad. Los miembros del sexo rudo que se atrevían a escribir versos y prosa poética eran escasos, pero existían. Y ellos sin duda se alegraron al ver desaparecer en el horizonte  a aquel seductor empedernido.
¡Ah! ¡Qué vacío se veía el pupitre que él acostumbraba a ocupar! ¡Qué penumbra se adueñó de ese rincón, no iluminado ya por el chisporroteo de sus ojos verdes!
Hasta la profesora, que era demasiado vieja para exteriorizar sus sentimientos sin ponerse en ridículo, juntó sus manos como en una plegaria, y suspiró bajito:
-¡Si pudiéramos hacerlo volver!
Todas comprendieron entonces que aquel trajinado corazón, candidato al infarto, había latido en secreto por él, durante todo ese tiempo.
Dos alumnas se ofrecieron para visitarlo en su departamento de soltero recalcitrante y averiguar si estaba enfermo.
Volvieron diciendo que, al parecer, estaba deprimido, porque tenía las luces bajas y se respiraba allí un aire de melancolía.
¡Eso vieron ellas, las pobres ingenuas, queriendo justificar esa ausencia que tanto les dolía!.
No pensaron que tal vez Walter tenía las luces bajas y las cortinas corridas porque preparaba un escenario romántico para recibir a alguna de sus conquistas...
Sólo Nora adivinó la realidad. No hay nada más clarividente que un corazón zarandeado por las mareas del desengaño.
Así pensó ella, con esa saludable costumbre que tenía de hacer literaturas con sus sentimientos y reírse de ellos, como si fueran ajenos.
Mientras, se corrió la voz: "El está deprimido". Y cada una tuvo la convicción de ser la indicada para sacarlo de ese estado.
¡Lástima que días después apareció fotografiado en las páginas sociales de una revista de moda! Sonreía de oreja a oreja, acompañado de una rubia genuina, que se colgaba de su brazo con ademán de posesión.
Fue Nora quién, malintencionadamente, llevó la revista al Taller. Quería que todas la vieran, porque si ella se sentía mal, quería que las otras se sintieran peor.
Pero no le sirvió de mucho consuelo, y esa tarde, cuando Betty llegó a visitarla, la encontró de lo más alicaída.
-¡Puf! ¡Otra cara triste!-se quejó-Justo ahora que tengo que ir a ver a Lucy. Me pidió llorando que pase por su casa. ¿Me acompañarías, Nora?
-¡Pero si ella y yo no nos conocemos! ¿Crees que le gustaría que una extraña se enterara de sus quebrantos emocionales?
-No te preocupes. A ella le encanta publicitarlos. Si pudiera, llamaría a los periodistas.
-¿Y qué le pasó?
-Peleó con el novio. Lo pilló con otra y hace una semana que está llorando.
Nora aceptó acompañarla. Pensó que no hay nada que ayude más a sentirse mejor que ver a otra que se siente peor.
Pasaron directo al dormitorio.
-La señora está con jaqueca, señorita Betty. Dijo que entre no más.
Nora iba a la zaga, tratando de pasar desapercibida.
En la cama había un bulto envuelto en una colcha y con la cabeza metida bajo la almohada. Hipos y sollozos brotaban de ahí, en forma intermitente.
-¡Lucy, por favor! ¿No será tiempo ya de que te olvides de ese...tipo?
-¡No me hables de ese canalla, traidor, Tenorio de pacotilla!- exclamó Lucy y tomando una fotografía enmarcada que tenía sobre el velador, la arrojó contras la pared opuesta del dormitorio.
El marco se partió y el vidrio saltó en pedazos.
Nora se agachó a recoger la fotografía y vio con estupor que se trataba de Walter.
Una cabeza iracunda emergió de debajo de la almohada y a Nora no le cupo duda de que pertenecía a la rubia de las páginas sociales.
-¡Vaya! ¡Con que esas tenemos!-pensó, como siempre tan literaria en sus reflexiones.
Se retiró sigilosamente en dirección al living, llevando en sus manos la fotografía arrugada.
¡Se sentía tan liviana, tan libre del negro pesar que la había atormentado!
Miró una vez más la fotografía de Walter. Estudió con desdén esa sonrisa llena de dientes y esos ojos verdes cargados de seducción varonil.
Luego la metió en un florero que había sobre la mesa y vio como se hundía lentamente en el agua, enredada entre los tallos de las rosas.
¡Total, ya la rubia no la necesitaba!
Y Nora tampoco.

martes, 17 de julio de 2012

EL ANGEL DE LA SEÑORITA MATILDE.

Al pasar frente al departamento de la Señorita Matilde, oí un sonido extraño, como el gemir de un niño. Me detuve a escuchar y comprendí que era ella quién lloraba.
Sin estridencias, casi dulcemente, con una queja monocorde que sin embargo, revelaba una congoja inconsolable.
No era que yo la conociera mucho. Sabía su nombre por el administrador del edificio y algunos datos adicionales, como que era una mujer sola que salía poco y era visitada menos aún.
A veces la encontraba en el ascensor y me saludaba con una venia seca de su cabecita de pájaro, marrón grisásea como la de un gorrión. Tendría algo de setenta años, calculaba yo y con los parámetros poco atinados de mi juventud, la consideraba vieja.
Era ella la que lloraba tras de la puerta y me quedé sobrecogida, sin saber qué hacer.
Al fin, me decidí y toqué el timbre. Cesó el llanto y por un instante me respondió un silencio entrecortado de suspiros. Luego, se abrió la puerta.
Yo venía llegando del trabajo, cansada y con dolor de pies, pero fingí que iba saliendo y le dije:
-Señorita Matilde, voy al Supermercado y como hace frío, pensé traerle algo para que usted no tenga que salir. ¿Necesita pan?
Se quedó pensativa, con una manito frágil y reseca apoyada sobre el corazón, como si fuera a sacar de allí la lista de las compras.
-No, pan no. Pero té ya me va quedando poco...
   Partí a comprar, feliz de haber logrado un contacto con ella. Fue como sintonizar una emisora de onda corta y entre una maraña de chirridos discordantes, atrapar en el eter una voz humana.
Volví pronto con la caja de té y para mi sorpresa, ella me invitó a pasar, para compartir una taza.
En un sillón algo raído estaba ovillado un gato, que al escuchar mi voz, abrió un ojo y me miró despreciativo.  Al comprobar que era solamente yo, lo volvió a cerrar y continuó durmiendo. ¡Ustedes saben lo petulantes que pueden ser los gatos!
Arrellanada en el sofá, bebí mi té junto a la señorita Matilde.
Sintiendo que habíamos entrado en confianza, le dije sin ambages:
-Hace un rato la escuché llorar y querría saber si puedo ayudarla en algo más que en las compras del Supermercado.
Ella suspiró y me respondió en voz baja:
-Sí, estoy muy triste y me siento muy sola. ¡Hace tantos días que no viene el ángel a leerme!
-Perdón...¿Dijo ángel?
-¡Claro! El ángel del Servicio Social, que le lee a la gente...
-Pero ¿es de verdad un ángel?
-Sí. Aquí se saca el abrigo y despliega sus alas, para que no se le acalambren de tanto tenerlas encogidas. Pero, en la calle las lleva ocultas, naturalmente. Si no lo hiciera, ¡Capaz que lo llevaran preso por alterar el orden público!
Yo estaba pasmada y por supuesto creía que la señorita Matilde había perdido la razón. Claro que  no me lo dije a mí misma tan finamente. La verdad es que pensé: ¡Esta vieja está loca!
-¿Y me dice usted que es del Servicio Social?-pregunté para seguirle la corriente. Después  de haberla escuchado llorar con tanto desconsuelo, no era cosa de estar contradiciéndola o mostrándome escéptica.
-Sí, pero del Servicio Social Celestial, o sea del SSC. El Señor los manda a la tierra a acompañar a la gente que está sola. Ellos averiguan las necesidades de una. A mí me encanta la lectura, pero ya tengo la vista cansada. Me bailan las letras y me lagrimean los ojos.
-¿Y qué le leía el ángel?
-Bueno, yo quería algo de Dickens, pero él sólo anda trayendo libros relacionados con su tema. "El Paraíso perdido" de Milton, "La Divina Comedia" del Dante...Eso sí que sólo la parte correspondiente al Cielo. ¡Nada de Purgatorio ni de Infierno!-me dijo él-No es cosa de andar promocionando a la competencia...¡Ah! Y la Biblia, por supuesto.
-Y ¿hace mucho que no viene?
-Por lo menos tres semanas. Me dejó un número telefónico, por si tenía alguna emergencia, pero no he podido comunicarme....
Cada vez más atónita, me quedé muda, pero ella, sin notar mi turbación, se paró a buscar una libretita ajada y me mostró un número, escrito en exquisitas cifras con tinta iridiscente.
-Me lo anotó él mismo, pero es inútil. Tal vez lo leí mal. ¿Sería usted tan amable de ayudarme a marcar?
 Lo hice, por supuesto, disimulando mi incredulidad con una sonrisa eficiente.
¡Cuál no sería mi asombro al escuchar una cortina musical de arpas y violines y luego una voz armoniosa que decía:
"Si desea obtener informes sobre algún residente del Cielo, marque Uno.
Si desea contactarse con el Servicio Social Celestial, marque Dos.
Si quiere hacer alguna consulta sobre La Partícula de Dios, marque Tres."
Marqué el Dos y la misma voz melodiosa me informó:
"Nuestros ángeles se encuentran ocupados. Por favor, espere en línea"
Nos tomamos otras dos tazas de té, mientras en el teléfono se alternaba la cortina musical con la voz de la grabación. No hubo caso de conectarse.
-¡Es inútil! ¿No le decía?-suspiró la señorita Matilde.-Tendré que esperar a que el ángel vuelva. Algo lo habrá demorado, pero estoy segura de que regresará.
La dejé más consolada, por obra de las tazas de té y de mi humilde presencia. Desahogar su inquietud con alguien, fuese quien fuera, habría alivianado el peso de su corazón.
Y creo que todo salió bien, porque al cabo de unos días, cuando me bajé del ascensor, ví parado frente a la puerta de la señorita Matilde, a un joven alto envuelto en un abrigo amplio y  que portaba un maletín.
Llevaba un gran sombrero que ocultaba su rostro, pero noté que de vez en cuando, destellos luminosos surgían bajo el ala, cuando alguno de sus rizos dorados pugnaba por escapar.
También advertí un sospechoso bulto en su espalda, bajo la tela del abrigo y no me cupo duda de que se trataba de unas alas.
Me detuve en el pasillo para no importunarlo con mi presencia y de paso, poder observarlo a mi gusto.
Lo vi tocar el timbre y la puerta se abrió con sorprendente celeridad.
Una exclamación gozosa de la señorita Matilde me confirmó lo que para mí  era ya una certeza
¡El ángel lector había vuelto!
Eso sí, ahora me arrepiento de no haber anotado disimuladamente aquel número telefónico.
Todavía suena en mi mente la voz de la grabación:
"Si desea hacer alguna consulta sobre "La Partícula de Dios", presione Tres."
¡Pensar que podría haber obtenido la clave de ese misterio que trae de cabeza a los científicos del mundo!
Pero, seguramente, aunque hubiera lo hubiera discado una y mil veces, me habría quedado eternamente "esperando en línea"....