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miércoles, 4 de julio de 2012

EL PROGRESO DE GRACIELA.

Graciela vivía con sus padres en un edificio de departamentos, frente a una plaza de barrio.
Su madre sabía coser y recibía algunos encargos, principalmente arreglos, pero eran el sueldo del padre y el de Graciela, los que sostenían la casa.
La joven había dado la prueba de admisión a la Universidad, obteniendo un puntaje muy bajo y se vio que lo más conveniente era que buscara un empleo.
Pero ganaba poco y aunque entregaba a su madre casi todo su sueldo, las deudas los ahogaban y llegaban a fin de mes privándose de las cosas más esenciales.
Su padre llevaba años esperando en vano un ascenso en la firma. Gente más joven lo obtenía mientras él continuaba vegetando en su escritorio, masticando su amargura y bajando la cabeza ante un jefe que podía ser su hijo.
La madre de Graciela tuvo la idea de que ella buscara un empleo mejor remunerado.
-Pero ¿donde, mamá? La mayoría de las que postulan están mejor preparadas que yo...
-¿Y si le pidiéramos a Julia que te recomiende a Don Gustavo?
-Pero, mamá ¡si tú siempre hablas pestes de ella! Que es una mantenida, que el trabajo de manicura que tiene es una fachada, que es Don Gustavo quién le paga el departamento y todos los lujos...
-Mira, Graciela, en este caso me olvidaré de la opinión que tengo de ella. Tú sabes que Don Gustavo es gerente de una gran empresa. Si logramos que Julia te recomiende...
El padre escuchaba en un silencio reprobador. Pero ¿podía opinar en contra de la idea y exponerse a que su mujer le reprochara su bajo sueldo y su carencia de perspectivas?
En ese edificio pequeño, sin ascensor, todos se conocían. Así que la madre no tuvo inconveniente en subir al departamento de Julia, con la cual había intercambiado frases triviales cuando se cruzaban en la escalera.
Ella la recibió con cordialidad y luego de algunas cortesías, tocaron el tema que la llevaba hasta allí.
Julia se mostró gentil y deseosa de ayudar a su vecina. Había conversado con Graciela y la encontraba bonita y de trato agradable. Prometió hablar con Don Gustavo y pedirle que la entrevistara.
Días después, llamó a la joven por teléfono y le pidió que subiera, porque él quería conocerla.
Era un hombre gordo y jovial que dos veces por semana estacionaba su lujoso automóvil frente al edificio y se quedaba con Julia hasta después de medianoche.
Graciela entró tímida y ruborizada al living donde él la esperaba fumando.
Julia llevaba una bata de encajes que al menor movimiento dejaba su pecho  al descubierto. Fumaba también y se ovilló en un sillón con sensualidad de gata.
Al entrar Graciela, los ojos de Don Gustavo se fijaron en ella con atención inusitada.
Su mirada ávida recorrió el cuerpo juvenil y subió luego hasta su cara, enrojecida por la turbación.
Julia supo de inmediato que había cometido un error al poner a esa chica frente a los ojos de Don Gustavo. Su rostro se endureció y toda su simpatía y gentileza desaparecieron como por encanto.
-¿Así que buscas trabajo?- preguntó él con voz amable.
-Estoy empleada, señor, pero gano poco y pensé que usted tal vez tuviera una vacante en su empresa.
-¿Sabes inglés?
Graciela tuvo que reconocer que no sabía y el hombre se quedó pensativo.
 -Mira-le dijo, al fin-Podría encontrarte algo, pero tendrías que prometerme que tomarás clases de inglés. Tu sueldo, para empezar sería bajo, pero si aprendes rápido, sin duda te lo subiría de acuerdo a tus méritos.
Julia la acompañó hasta la puerta y la joven notó el cambio que se había operado en ella. Intuyó el motivo y se sintió secretamente complacida y orgullosa. Ella también había notado las miradas que Don Gustavo le dirigía y comprendió que el poder de su juventud había derrotado a la atractiva mujer cuyas pieles y joyas había envidiado más de una vez.
Había acordado con él que se presentaría en su despacho el primer día del siguiente mes, para que discutieran los detalles de su contrato, que al principio sería provisorio.
Su madre estaba eufórica y al otro día quiso subir al departamento de Julia para agradecerle su gestión.
La notó fría y cortante y se sintió humillada. Atribuyó el cambio a la superioridad que le daba a la mujer el haberle hecho un favor y la ira le subió al rostro, enrojeciendo sus mejillas.
-Yo soy una mujer decente y tú una mantenida-pensó-¡Sólo por necesidad te dirijo la palabra!
Graciela entró a trabajar a la empresa de Don Gustavo y sus padres hicieron el sacrificio de matricularla en un Instituto. Después del trabajo iba a clases de inglés y volvía a la casa tarde y muy cansada.
A veces, extenuada, arrojaba el libro de inglés al suelo y estallaba en llanto.
-¡No puedo! ¡No puedo! Estoy agotada...
 Su madre la interrumpía con severidad.
-¡No pues, Graciela! ¡No puedes renunciar!. Acuérdate de lo que te dijo Don Gustavo: ser bilingüe es un requisito imprescindible para tu progreso.
Su jefe la llamaba seguido a su oficina para interrogarla sobre sus avances. Le gustaba  que se quedara después de la hora, conversando con él en su oficina. Y si se atrasaba, la llevaba en su automóvil hasta el Instituto, para que no perdiera clases.
-Cuando estemos solos, llámame Gustavo. ¡Me haces sentir viejo tratándome de Don...!
Empezó a visitar menos a Julia y ella adivinó que perdía interés, que un pensamiento nuevo rondaba por su mente, obsesionándolo.
Aumentó su odio contra la madre de Graciela. Se reprochó mil veces haberle hecho el favor de recomendar a su hija. En la escalera, apenas la saludaba.
La madre, agraviada y furiosa, decidió vengarse de la mujerzuela que se permitía hacerle desaires.
Meditó bien donde podía asestar el golpe para que le doliera y comprendió que tenía que ser en su relación con Don Gustavo.
Había llegado al tercer piso un arrendatario joven y buenmozo. Lo había visto dos veces conversando con ella en la puerta del edificio y eso le dio la idea.
Deformando lo más posible su letra, le escribió un anónimo a Don Gustavo, informándole que Julia lo engañaba. Agregaba datos inventados, precisando fechas y lugares que avalaran su afirmación.
Firmó: Alguien que lo estima y detesta ver que se burlan de su buena fe.
Cuando Don Gustavo recibió el anónimo, adivinó inmediatamente la mano de una mujer rencorosa.
Por un momento se encolerizó, luego dudó de la veracidad del informe y por último pensó que aquello le venía como anillo al dedo para romper una relación que ya le pesaba. Y sobre todo, que le quitaba libertad para iniciar una nueva aventura.
Frente a Julia adoptó el papel de amante burlado.
Gritó, gimió adolorido y exigió una explicación para aquella conducta artera.
Julia estaba pálida como un cadáver. Pero se irguió con dignidad y se negó a refutar sus acusaciones.
Su instinto le decía que aquella escena tenía mucho de comedia. Que Gustavo usaba el anónimo como pretexto para romper con ella.
-Por favor, no sigas-le dijo, mientras lágrimas de humillación rodaban por sus mejillas-El sólo hecho de que hayas creído esa calumnia me ofende en extremo. Pero, la verdad es que dudo de la sinceridad de tus reclamos. Lo que tú deseas es verte libre de mí para iniciar una nueva relación. Por eso, no me rebajaré a defenderme. No valdría la pena el esfuerzo. ¡Que tengas suerte y adiós!
A fin de mes, Graciela llegó a su casa más tarde que de costumbre.
-¿Tanto duró la clase?- le preguntó la madre, intrigada.
-No vengo de allá-le respondió Graciela con voz seca- Tome, aquí tiene. Es esto lo que quería ¿verdad?
Arrojó sobre la mesa el sobre con su sueldo, que ahora venía elevado al doble.
Luego estalló en sollozos y corrió a encerrarse en su pieza.
La madre se quedó atónita.
 Pero el padre, que lo había comprendido todo, le lanzó a su mujer una mirada de odio.

1 comentario:

  1. Hola
    me quede ensimismada...cuantas madres son responsables de los desfortunios de sus hijas o hijos...si abre visto ...
    y la rueda d ela vida nunca termina de dar vueltas...y
    se repiten a pesar de todo ...y d elos tiempos

    y los padres que no asumen sus responsabilidades como tal...culpan a otros por sus propias carencias...

    te dejo mi saludo cordial...

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