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domingo, 27 de agosto de 2023

NARANJAS.

 Después de varios meses de cesantía, Juan había encontrado un empleo en el cementerio. Siempre  le había tenido más miedo a los vivos que a los muertos, así es que no lo inquietaba trabajar en un lugar que a otros les habría parecido lúgubre.

Desde el principio, tuvo a su cargo el mantenimiento del Patio 38.  Era un recinto pequeño, más bien un jardín, en el que las lápidas parecían un detalle más del decorado. Crecían ahí numerosos árboles. Había cipreses melancólicos de hojas oscuras y acacias florecidas que perfumaba el aire. Juan tendía a olvidar que estaba en un camposanto, hasta que un ángel de piedra que se alzaba  en la entrada, se lo recordaba llorando sin consuelo.

El Domingo era su día libre, de modo  que casi nunca veía a los deudos. Pero el Lunes, varias lápidas aparecían adornadas con flores frescas, mientras que otras seguían desnudas en su abandono.  

Juan pensaba que en ellas  yacían  personas que habían vivido solitarias y que se habían llevado su soledad hasta allí, para que les hiciera compañía.

Compadecido, sacaba entonces algunas flores de las tumbas afortunadas y las ponía en aquellas a las que nadie había visitado.

-¡ No se van a enojar si les saco unas pocas flores!- decía- Los muertos son más generosos que los vivos... Tal vez porque aquí han aprendido que aferrarse a las cosas materiales no sirve para nada.

En el extremo más alejado del patio, junto a un sepulcro abandonado,  crecía un naranjo. Cuando Juan llegó, ya estaba cargado de naranjas doradas que resplandecían entre las hojas verdes. Pronto maduraron tanto que empezaron a caer sobre la lápida. Parecía que el viejo árbol  quería adornarla con sus frutos, ya que nunca nadie acudía a ponerle una flor.

Un día, Juan tuvo un sobresalto. Vio numerosas cáscaras de naranja esparcidas en el pasto, junto a la tumba.

-¿ Quién habrá sido el bribón que se las comió y dejó aquí la basura? ¡ Bien miserable tiene que ser para venir a comerse las naranjas del cementerio!

Decidió vigilar para ver si veía algún extraño merodeando por ahí. En todo el día no vino nadie, pero al otro día volvió a ver esparcidas cáscaras alrededor del naranjo.

-¡ No, señor!  ¡ A mí no me van a hacer la misma gracia otra vez!- gruñó Juan, indignado. Decidió quedarse en el cementerio esa noche, vigilando. Tenía que descubrir al culpable de esa diablura que a él le parecía una profanación.

Premunido de un termo  con café bien cargado,  se sentó sobre una lápida. Pertenecía a una señora muy empingorotada, cuyo nombre estaba seguido de un rosario de apellidos ilustres. ¡ Perdone la confianzudez, doña!-  se disculpó Juan- Pero tengo que sentarme, porque creo que esta noche puede ser larga...

 A lo lejos tañía dulcemente una campana, como llamando a la oración y en la rama de un árbol, un búho lo miraba con sus ojos redondos.  Juan tomaba grandes sorbos de café, para mantenerse despierto. Reinaba un silencio espeso y aterciopelado, pero  transcurrían las horas y el ladrón de naranjas no aparecía por ninguna parte.

  Se preparaba para dejar su puesto de vigilancia y marcharse a su casa, cuando lo sorprendió un leve roce que provenía de la lápida.  La vio deslizarse de a poquito y por el hueco apareció una mano pequeña, muy blanca, casi transparente. Tanteó el pasto con dedos sigilosos, como si buscara algo.

Al parecer, lo encontró, porque cogió dos naranjas y retrocedió con ellas al interior de la fosa.

Juan pensó que si no hubiera estado sentado, se le habrían doblado las piernas y hubiera caído al suelo como un costal de plomo. Pero se recuperó de inmediato, porque a él nunca lo habían asustado los fantasmas.

Se acercó a leer el epitafio de la tumba. Supo entonces que ahí estaba enterrada una niña que había vivido apenas durante diez años y que había muerto hacía más de un siglo.

-¡ Pobre niñita!- se condolió Juan- ¡ No pudo comerse todas las naranjas a las que tenía derecho!  ¡ La Muerte mezquina no se lo permitió...!

Conmovido, se secó una lágrima. En ese momento, por el hueco en la fosa volaron por los aires las cáscaras de las naranjas y aterrizaron sobre el pasto.  La lápida se corrió suavemente y volvió a su sitio, sin un rumor.

Aclarado el misterio, Juan se fue a descansar a su casa. Antes de quedarse dormido, decidió no contarle a nadie su aventura, para que no lo creyeran loco.

Pero, desde ese día, se esmeró en cuidar el naranjo, regándolo más que los otros árboles, para que así las naranjas se dieran más jugosas. 



 

domingo, 20 de agosto de 2023

LA AMIGA DE JUAN.

Juan había llegado a creer que la Muerte lo favorecía. Que le tenía simpatía, no sabía por qué.  No podía ser casualidad que todos los que lo ofendían o le hacían daño, acabaran de morir al poco tiempo.

Era un asiduo lector del obituario del periódico y cuando sus ojos hallaban un nombre odiado, reía con amarga satisfacción:

-¡ Me humilló!  ¡ Me arrebató lo que yo quería y ahora está muerto!  En cambio, yo sigo vivo...

A veces, el difunto era alguien que había conocido en su infancia, hacía más de treinta años. Pero Juan no olvidaba las ofensas. Su corazón sangraba por muchas heridas infectadas que solo  se cerraban en ese momento glorioso en que la Muerte le hacía justicia.

Cuando eso pasaba, se sentía poderoso, omnipotente como Dios.

-¡ Es mi odio el que los mata!- decía, convencido- Es mi mano la que dirige la guadaña de la Muerte.  Ella es mi amiga y me brinda este desquite. ¡ Nadie que me ofenda puede seguir viviendo!

Una tarde se había sentado en el paradero de buses de la esquina de su casa.  Pensaba dirigirse al parque a respirar aire fresco.

De repente, notó que a su lado se había sentado una mujer extraña.  Llevaba un abrigo oscuro que le llegaba a los pies y un sombrero de ala ancha que le tapaba los ojos.

Cuando pasaba un automóvil, un destello de luz alcanzaba su cara. En la penumbra del atardecer, mostraba una palidez terrosa en contraste con sus labios, de un vivo color rojo.

Se movió un poco hacia él y Juan notó que lo miraba de soslayo y le sonreía.

-Perdón? ¿ Nos conocemos?- le preguntó, intrigado.

- ¡ Por favor, Juan!  ¡ Me extraña tu pregunta!  Soy tu amiga de tantos años....La que te va limpiando el camino a medida que avanzas. ¿ Acaso no me has estado siempre agradecido porque hago justicia por tí?

-Eres la Muerte, entonces...

-¡ Por supuesto!  ¿ Quién otra?

-No me dirás que vienes a buscarme...

-Todavía no, amigo- se rio la Muerte- Estoy aquí esperando el próximo bus, porque en él viene alguien que nos interesa a los dos.

-¿ Un enemigo mío, entonces?

-¡ Claro!  Es Pedro.

-Pero  ¡ si Pedro es mi mejor amigo!

-Eso creías tú. En realidad, no siempre eres perspicaz en la elección de tus amistades.  Pedro se bajará en este paradero porque se dirige a tu casa.

-¿ Va a buscarme?

-No. Precisamente va porque sabe que tú no estás.  Se puso de acuerdo con tu mujer para que se escapen juntos esta noche.

En ese momento, se detuvo un bus en la esquina y Juan vio bajar a Pedro, quién portaba una maleta.

Ágilmente saltó de la pisadera hacia la calle. Pero, el bus retrocedió bruscamente frente a otro que se le atravesaba y atrapó a Pedro bajo sus ruedas.

Juan lanzó un grito al escuchar un crujir de huesos. La gente corrió a presenciar el accidente y algunos tomaban fotos con sus celulares. Se lucirían frente a sus amigos con esa primicia...

El chofer se bajó del bus con el rostro contraído por el horror.

-¡ No fue mi culpa!- gemía- Tuve que retroceder para esquivar a la otra máquina...

-Ya ves-  susurró la Muerte al oído de Juan- Te he librado de otro enemigo...Uno del que ni siquiera sospechabas...Ahora tienes el camino libre.

Juan, conmocionado aún, se dirigió a su casa.

Al entrar, vio a su mujer en traje de calle, que se dirigía hacia la puerta.

-Acabo de ver morir a Pedro- le informó, con voz inexpresiva- Lo atropelló un bus en la esquina.

La mujer abrió la boca como si fuera a gritar y cayó de rodillas sobre la alfombra. Toda la sangre pareció retroceder de su cara, dejándola de un blanco grisáceo.

Jun pasó por su lado sin mirarla y se dirigió al dormitorio.  Sobre la cama de ambos, vio una maleta a medio llenar. 

Con calma, fue sacando los vestidos de su mujer y volviendo a colgarlos en el closet.

Aún se sentía impactado por la muerte de Pedro, pero una sonrisa de triunfo vagaba sobre sus labios.




domingo, 13 de agosto de 2023

LA MEJOR AMIGA.

Siempre se juntaban a estudiar, Nancy y Félix, la pareja más atractiva del campus y Claudia, la matea del curso. Eran un trío inseparable.

Claudia sabía que la buscaban solo por sus buenos apuntes y la intuición que tenía para adivinar qué problemas iban a aparecer en los controles.  Seguramente habrían preferido estar solos, pero Claudia era " un mal necesario" que tenían que aguantar, si es que querían aprobar el semestre...

Ella se tragaba las humillaciones con tal de estar cerca de Félix. Se había enamorado de él desde el principio y los celos le carcomían el corazón como un ácido.

Nancy parecía sospecharlo y le divertía. La trataba con la condescendencia que su belleza irresistible le otorgaba. No era competencia para ella. A veces, por hacerla rabiar, la llamaba " cerebrito".  Claudia lo soportaba todo y se consolaba pensando que en el fondo, Nancy le tenía envidia. Su físico era un talismán que le abriría muchas puertas, pero que no le bastaría para cumplir sus ambiciones. Su sueño era ir a doctorarse al extranjero.

Se lo había dicho a Claudia en secreto,  pidiéndole que no se lo mencionara a Félix. Porque él solo quería titularse pronto, para poder trabajar y casarse con Nancy.  Se lo  confesó a Claudia,  una tarde en la cafetería,  sin sospechar el dolor que le causaba.

-¡ Ay, amiga!  ¡Estoy enamorado de veras !  ¡ Ojalá ella me quisiera como yo la quiero!  Lo único que ansío es titularme para pedirle matrimonio...

En ese momento llegó Nancy, rodeada de esa aura dorada que parecía emanar de su cabello y de su piel. Félix se paró de un salto Y Claudia sintió que un chorro de hiel le llenaba la garganta, subiéndole desde el corazón.

Corrió la noticia de que iban a otorgarse dos becas para una Universidad extranjera.   Había que rendir un examen y Nancy le rogó a Claudia que la preparara en secreto, sin que Félix lo supiera. 

  Todas las noches se juntaban en la casa de Claudia. Se amanecían resolviendo ejercicios y al otro día partían a la Universidad, caminando como sonámbulas.  A Claudia ningún sacrificio  le parecía excesivo , con tal de separar a su rival de Félix. 

Ella la abrazaba agradecida. 

-¡ Nunca pensé que fueras tan buena amiga!  Perdóname si alguna vez te molesté con sobrenombres ofensivos...

Dio el examen con éxito y consiguió la beca.

Para Félix fue un golpe. Discutieron airadamente.  El lloró y ni siquiera fue a despedirla al aeropuerto.  Claudia sí la acompañó. Quería cerciorarse de que  realmente se iba...

Sin Nancy, Félix andaba como un autómata. Se aferraba a Claudia buscando consuelo y le hablaba de su dolor sin descanso. No había forma de que cambiara de tema. Claudia lo escuchaba con paciencia, segura de que el tiempo haría su trabajo y terminaría por olvidar.

Poco a poco, él fue recuperando su alegría. Siguieron estudiando juntos y sacando buenas notas gracias a los esfuerzos de Claudia. En la cafetería, Félix ya no nombraba a Nancy. Hablaban de sus estudios y hacían planes para el porvenir.

-¡ No sabes cuanto me ha servido tu compañía! - le repetía él, tomando su mano por sobre la mesa- ¡ Sin ti no habría sido capaz de salir adelante!

Claudia sentía que lo estaba logrando. La calidez en sus ojos seguramente era el preludio de un sentimiento más hondo. ¡ Eran tan afines! ¡ Se comprendían tan bien!  Era imposible que él no lo notara...

Un día,  Félix la llamó expresamente para que se juntaran en un café.

-¡ Tengo algo que decirte!- anunció riendo, y su voz temblaba de entusiasmo y de emoción.

¡Ahora! pensó Claudia ¡ Ahora!  ¡ Por fin ha comprendido que me ama!

Cuando se encontraron, él la recibió contento. Se notaba ansioso de abrirle su corazón.

- Claudia- empezó ruborizado- Tú has sido mi apoyo durante todo este tiempo. Me ayudaste a olvidar a Nancy y quiero que seas la primera en saber que he vuelto a encontrar el amor.  Un amor de verdad. No como ese otro, que resultó falso y traicionero.

Se abrió la puerta del café y entró una chica rubia. Un nimbo de oro parecía emanar de sus cabellos y de su piel.

-¡ Perdona, mi amor, si me atrasé!- exclamó, besando a Félix- ¡ No me perdería por nada conocer a tu mejor amiga!  




domingo, 6 de agosto de 2023

UN CUENTECITO DE HORROR.

Andrea había llegado a Santiago, desde provincia,  a  cursar el primer semestre de pedagogía en Historia. Se alojaba en casa de una familia que  arrendaba habitaciones a estudiantes de la Universidad cercana.

Era una casa antigua, en un barrio periférico. Los techos eran altos, los cuartos enormes y ninguna estufa lograba calentarlos. Pero lo más anacrónico era el sótano, al que se bajaba por una empinada escalera con olor a orina de gato.

Cuando Andrea llegó, resultó ser la única pensionista. 

La familia se componía de un matrimonio de mediana edad y dos hijos ya adultos: Manuela y Alfredo.  Manuela estudiaba una profesión desconocida y Alfredo no hacía nada.  Siempre estaba sentado frente al televisor sin sonido, con cara inexpresiva y unos ojos vacíos que parecían no ver.

Sin embargo, sorpresivamente su rasgos se crispaban sin motivo aparente, como si una tormenta salvaje se estuviera incubando en su interior.

Andrea nunca había visto a un asesino en potencia, pero mirando a Alfredo, empezó a tener la convicción de que se encontraba en presencia de uno, que a la menor provocación daría rienda suelta a sus instintos.

Eso sí, no tenía miedo, porque estaba segura de que no sería ella la víctima.  Alfredo ni la miraba cuando se atravesaba en su campo visual frente al televisor, pero a Manuela la seguía con ojos torvos y de vez en cuando, un tic le deformaba la cara.

Andrea pasaba todo el día en la Universidad y solo en la noche compartía la cena con la familia. Todos comían en silencio, sin mirarse, mientras en el televisor, siempre encendido, un locutor desglosaba la lista de crímenes del día.

A las once, todos subían a acostarse.

La rutina siguió así por semanas hasta que una tarde, al volver de sus clases, Andrea adivinó que algo había sucedido.

Mejor dicho, no " algo" sino " la cosa".  Esa cosa siniestra que se había estado preparando en la casa, como un guiso que se calienta a fuego lento.

No fue que hubiera sangre en la muralla ni un martillo con restos de cerebro botado en la escalera. No. Era algo más sutil.

Alfredo estaba, como siempre, sentado en el sofá, frente al televisor sin sonido. Pero se veía distinto. Ya no se notaba rígido, sino desmadejado y lánguido, como si descansara después de un trabajo agotador. Una semi sonrisa flotaba sobre sus labios.

Su hermana no se veía por ninguna parte.

En la noche, regresaron los padres y la madre, extrañada, preguntó por Manuela.

Alfredo emergió de su abstracción para decir que alojaría en casa de una amiga. Los padres, distraídos, no parecieron  preguntarse como era que por primera vez se mostraba interesado en las actividades de su hermana. 

Al día siguiente, Andrea llegó temprano a la casa y se encerró a estudiar. A la hora de la cena bajó al comedor no vio a los padres. Tampoco estaba puesto el mantel para que comieran.

Alfredo estaba en el sofá, tomando una cerveza.

- Mis papás tuvieron que partir a ver a un pariente- dijo antes de que Andrea le preguntara nada- Está muy enfermo, así es que no sé cuando van a volver.

Andrea sintió que el silencio se estiraba como un elástico muy tenso y esta vez sí tuvo miedo. Pero, se llamó a sí misma loca y fantasiosa y fingiendo calma, fue a la cocina a prepararse un sándwich.

Al día siguiente volvió temprano y decidió regar el jardín, que se veía bastante seco. Prefería estar ahí y no dentro  de la casa, donde parecía flotar una especie de vaho tóxico.

Se dijo para tranquilizarse, que esa tarde seguro que volverían los padres y con ellos Manuela. Todo volvería a la normalidad. Lo demás eran fantasías macabras.

Vio una begonia casi seca, con la mitad de las raíces al descubierto y decidió bajar al sótano a buscar un saco de abono.

En mitad de la escalera, se quedó paralizada de horror. 

Alguien había levantado las baldosas, dejando la tierra al descubierto. Se veían claramente tres tumbas recién cavadas, en las cuales escarbaba el gato, lanzando maullidos lastimeros.

Como un celaje subió a hacer su maleta. Temblaba de espanto, pero se dio maña para llamar a la policía y darles la dirección.

Cuando se alejaba en un taxi, vio un radio patrulla doblar la esquina y detenerse frente a la casa.

Mientras se alejaba, pensó en el gatito.

-¿ Lo recogería algún vecino?  ¡ Pobrecito!  Era tan regalón...