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domingo, 22 de octubre de 2023

LA SONRISA DE LOS GATOS.

Carlos recordaba que el primero en conocer a Leticia había sido Lorenzo. ¡ Siempre se le  adelantaba en todo!  En el promedio de las notas, en las competencias deportivas...Se las arreglaba siempre para ser el ganador.

  Y el día que trajo a Leticia para presentarla al grupo , les informó que era su novia.

Se notaba orgulloso por su conquista y aceptó con una sonrisa de superioridad las bromas de los envidiosos que nunca faltan...Entre  los que se encontraba Carlos, que no pudo evitar sentir que el oscuro resquemor que anidaba en su corazón le ardía como una brasa.

Lorenzo le rodeaba la cintura con el brazo y ella se arrimaba a él, silenciosa, pegada en sus labios esa sonrisa enigmática que tenía.  Como si viniera de vuelta de todos los misterios. A Carlos se le ocurrió después, pensando en ella a solas, que  si los gatos sonrieran, lo harían como Leticia.

Su pelo negro contrastaba con el rojo de Lorenzo.   A él, en el Liceo todos le decían Solferino o Zanahoria, pero  no le importaba.  Se notaba que le gustaba llamar la atención con ese pelo que parecía un incendio y que le garantizaba el éxito con las mujeres.

Carlos se enamoró de Leticia desde el primer día. No sabía qué era lo que atraía tanto...Quizás era ese aire enigmático, ese distanciamiento que la rodeaba como un muro y que al único que no parecía afectar era a Lorenzo. Porque era evidente que estaban locos el uno por el otro.

El lo demostraba en mil gestos de posesión.  Ella, sólo en la mirada que le clavaba todo el tiempo, mientras la sonrisa gatuna flotaba sobre sus labios. Siempre tan callada e inexpresiva, pero la llama que ardía en sus ojos dejaba claro que apartar su mirada de Lorenzo era para ella como dejar de respirar.

Carlos trató de no verlos y se alejó del grupo con el pretexto de los estudios. Pero le parecía que se los encontraba en todas partes y que la exhibición de su amor lo llenaba de encono.

Lorenzo murió en un absurdo accidente de motocicleta y Leticia pareció derrumbarse. En el funeral, se abrazó al ataúd llorando  como loca y tuvieron que apartarla entre varios. Después del entierro, desapareció.

Estuvo cerca de siete u ocho meses fuera de Santiago. Nadie sabía donde estaba. Que andaba en Europa, decían algunos. En la casa de algún pariente en provincia, decían otros. Y no faltaban los que la suponían en una Clínica, recuperándose de un descalabro nervioso.

Cuando volvió, estaba muy cambiada. Serena, tranquila, pero más viva que antes, como si una nueva fuerza interior la llenara de energía.  No volvió a nombrar a Lorenzo y muchos pensaron que lo había olvidado.

Carlos seguía enamorado de ella y no perdía la esperanza de poder conquistarla.  Empezó a llamarla para saber como estaba y al fin, se atrevió a invitarla a salir. " Para que te distraigas"  le dijo, porque él sí no creía que hubiera olvidado a Lorenzo.  Pero tenía la certeza de que el tiempo había calmado en parte el dolor de su pérdida. La tensión de todos su cuerpo se había ido ablandando y transformándose en un dulce abandono. Y en sus labios volvía a flotar aquella sonrisa secreta...

Siguió insistiendo con paciencia, sin forzarla a nada, hasta que un día logró sorprender en sus ojos una mirada afectuosa. La esperanza lo atravesó como un rayo y tomó su mano por sobre la mesa del café.

-¿ Será posible que me quieras un poco?

Leticia sonrió y no retiró su mano.  Temblando, él volcó por fin en palabras todo el amor que venía callando desde hacía dos años.

Le pidió que se casara con él y se atrevió a decirle, en medio de su estallido pasional, que ansiaba tener un hijo con ella...

Leticia se puso pálida como una muerta y gritó que no, que no quería hijos. Pero, al cabo de un momento, se serenó y Carlos pensó que con el tiempo llegaría a convencerla.

Se casaron y al principio, todo parecía ir bien, pero pronto ella volvió  a su actitud distante.

 Carlos sentía que no podía  alcanzarla, que chocaba una y otra vez contra ese muro de piedra que la separaba de todo.  Salía con frecuencia y nunca decía donde había estado. Fui a caminar, era su explicación recurrente. Y a todas sus preguntas respondía con esa sonrisa paciente e inexpresiva que tanto lo desesperaba.

Decidió espiarla. Sabía que era una bajeza, pero estaba enloquecido por la impotencia de no lograr llegar hasta ella. No tenía celos de otro hombre, pero presentía que en la vida de Leticia había algo más que llenaba sus horas, que colmaba sus ansias de mujer y que lo reducía a él al papel de un extraño

Una tarde, caminó tras ella hasta la estación del Metro. Logró subir al mismo carro y se mantuvo oculto entre la multitud  que lo abarrotaba. Se bajaron en la misma estación y él se pudo mantener unos pasos atrás, sin que Leticia lo notara. Caminaba rápido, como presa de una ansiedad alegre que nunca antes le había visto.

Se adentró por una callecita corta, en un barrio periférico. La vio detenerse frente a una casa más bien modesta y sacar una llave de su cartera. Pero, antes  de que alcanzara a usarla, la puerta de abrió y apareció una mujer con delantal blanco que llevaba de la mano a un niño de unos dos años. 

-¡ Mamy!- gritó y se abrazó a las piernas de Leticia. Ella apretó contra su cuerpo la cabecita cubierta de un pelo rojo que parecía arder.

- ¡ Lorenzo, mi hijito!- exclamó tomándolo en sus brazos y juntos entraron a la casa riendo.




domingo, 15 de octubre de 2023

EL REVÉS DE LA TRAMA.

Genaro escribió la palabra  FIN y dio un suspiro de alivio. ¡ Por fin había terminado la novela!  Su editor lo había estado apremiando para que la lanzaran en la Feria Internacional del Libro. 

Creo que esta vez he dado en el clavo, murmuró satisfecho.  Amor, traición, misterio, una intriga internacional...¡  Será un best seller y con suerte, me comprarán los derechos para hacer una serial !

Apagó la luz del escritorio y se lanzó a su cama sin desvestirse siquiera. A los pocos minutos estaba sumido en un sueño pesado.

No había dormido ni una hora, cuando despertó sobresaltado. Había gente conversando en el living.  ¿ Como habían entrado?

Se levantó de un salto y encendió las luces.  Allí, en el sofá, había dos parejas discutiendo. En el sillón, un hombre fumaba en silencio, sin prestar oído a la conversación.

Genaro reconoció en ellos a los personajes de su novela.  Isabel, hermosa, con cabellos oscuros y ojos azules. 

- ¡Eres igual a como te imaginé!- exclamó entusiasmado.

-No es nada de raro, puesto que tú me creaste- respondió ella en tono molesto. 

Genaro notó que todos los personajes se habían vuelto hacia él y lo miraban con acrimonia.

-¿ Qué pasa? ¿ Por qué discuten?- les preguntó.

- No nos gusta el giro que le diste a la trama...

-En primer lugar- intervino Pedro- Hiciste que me pase toda la novela enamorado de Isabel, como un baboso.

-Y eso ¿ qué tiene de malo?

-Que es una siutiquería. El amor eterno no dura más que tres semanas...¡ No escribes de acuerdo a los tiempos que corren!

-En cuanto a mí- interrumpió Isabel- Me hiciste dura de corazón, incapaz de amar, cuando yo me sentía muy dispuesta a enamorarme de Julio...

Lanzó una mirada coqueta al hombre del sillón, el cual no se dio por aludido.

-¡ Imposible!- exclamó Genaro- ¡ Tendría que haber cambiado toda la trama ! Además, no habrías sacado nada, porque Julio es un hombre solitario, inmerso en sus contradicciones existenciales...

-Precisamente- rezongó Julio- Me plasmaste como un latero y un pedante. Yo habría preferido ser un hombre corriente, que lo pasara bien con las cosas sencillas de la vida, en lugar de andar por el mundo dando conferencias y posando de genio incomprendido.

- Y a mí- agregó Patricia, una rubia pálida que había permanecido ovillada en el sofá- Me creaste como esposa de Eduardo, una mera comparsa, sin voluntad propia, ocupada en hacerle grata la existencia a él...¡ Ya no existen mujeres así en la actualidad!

-¡ Basta!- gritó Genaro, encolerizado- ¡ La novela es creación mía y aquí mando yo!

-No seas terco- insistió Pedro- Si la dejas así, será un fracaso. Has traicionado a tus propios personajes...En cuanto a la trama, los escenarios son falsos, se nota que no conoces los países de que hablas...

- ¡ Me documenté en Internet y eso basta!- rebatió Genaro, furioso.

Los cinco personajes lo miraron, escépticos. 

- Tu novela es mediocre- sentenció Eduardo, quién hasta ese momento había permaneció en silencio- No pareces entender que hace rato ya que el Amor se batió en retirada. Sexo y dinero, esas son las fuerzas que mueven al mundo. 

-Yo discrepo de lo que dices- rebatió Isabel, llevándose la mano al pecho y mirando a Julio con pasión.

-¡ Tonterías!- rugió Genaro- ¡ La trama se queda como yo la concebí y punto!  ¡ Ustedes no me van a venir a dar clases de cómo se escribe una novela!

-Pero ¡ se trata de nuestras vidas!- objetó Julio- ¿ Te crees Dios para manejar a tu antojo nuestro destino?

Las cinco voces se elevaron al unísono, ensordeciéndolo con sus reproches.

Genaro se tapó los oídos y escapó hacia el escritorio.  Encendió el computador y sin vacilar, borró en el disco duro todo su trabajo de un año. Automáticamente cesaron los gritos y un silencio bienhechor se adueñó del departamento.

Se asomó al living y comprobó que estaba desierto.

Con un suspiro de alivio se arrojó en su cama y minutos después, dormía apaciblemente. 




domingo, 8 de octubre de 2023

LA NIÑA EN LA VENTANA.

Joel había terminado la educación secundaria en el Liceo de su pueblo y no sabiendo qué hacer, empezó a trabajar como ayudante de su tío Juan, que era jardinero.

Todas las mañanas se levantaban muy temprano y se iban a una enorme casa en las afueras del pueblo. Estaba rodeada de enormes jardines y nunca faltaba qué hacer. Regar, renovar las flores según la temporada, podar los arbusto y tantas cosas más.  De vez en cuando aparecía Don Pedro, el patrón, a inspeccionar el trabajo y luego de dar su visto bueno, pedía que le cortaran un ramo de flores para llevarlo a la casa.

Joel y su tío nunca entraban ahí.  Solo conocían la cocina, donde Fabiola, la cocinera les servía el almuerzo al medio día. La ayudaba Nancy, una chiquilla flaca, de sonrisa socarrona.

 Almorzaban con ellas y nunca veían a nadie más.  Joel pensaba que el patrón vivía solo y se preguntaba para qué querría una casa tan grande y con tantas cosas ricas que comer, apiladas en la despensa.

Un día en que  estaba regando un macizo de hortensias, levantó la vista sin querer y vio a una niña rubia asomada en una ventana del segundo piso.

Un pelo dorado le caía a los lados de la cara y a Joel le hizo recordar un cuadro de la Virgen que su mamá tenía en el dormitorio.  Mostraba una expresión angustiada que lo impresionó.   Ella lo miró fijamente, como si quisiera decirle algo, pero luego retrocedió y la ventana se cerró de golpe.

Al otro día, le preguntó a la cocinera quién era la niña rubia en el segundo piso y por qué nunca bajaba al jardín.

La mujer lo miró molesta:

-¡ Estás soñando! Allá arriba no hay nadie.

Pero Joel notó que Nancy le hacía un guiño de complicidad y negaba con la cabeza.

Apenas pudo, la llamó afuera y la interrogó .

- ¡Claro que hay alguien allá arriba!  Yo veo a la Fabiola que sube bandejas con comida. Parece que la niña está enferma porque bien seguido veo llegar al doctor. Pero, no preguntes nada. Ya ves que el patrón no quiere que se sepa.

Desde entonces, Joel procuraba  trabajar cerca de la casa y miraba inútilmente hacia la ventana.

Un día, la ventana se abrió de pronto y apareció la niña. Echó medio cuerpo afuera y mirándolo fijamente, le arrojó un envoltorio.  Era una pulsera envuelta en un papel blanco. Joel leyó lo que estaba escrito:

¡Ayúdame!  Me tienen secuestrada.

Ella lloraba y juntaba las manos en un gesto de súplica.  Más que nunca se parecía al cuadro de la Virgen. Solo le faltaba el puñal atravesando su corazón.

Joel quedó consternado. No sabía qué hacer y de pronto,  la vio retroceder asustada. Alguien había entrado a la pieza. Era don Pedro, que tomándola de los hombros la alejó de la ventana.

¿ Qué hacer?  Joel no le dijo nada a su tío, pero decidió salvarla. ¿ Como podían tenerla encerrada ahí?  Eran órdenes de don Pedro, que ocultaba el delito. ¡ Quién se lo hubiera imaginado!  Y por temor, todos fingían que no sabían nada.

Varios días después, la niña volvió a asomarse y lo miró expectante. Joel le hizo una seña y con los labios moduló con claridad: Esta noche. Luego le mostró sus dedos, indicando las doce.

Esa tarde fingió salir de la propiedad, pero se escondió en el cobertizo de las herramientas.  Ahí había una escalera bien larga, que podría servirle a sus propósitos.

Las horas se le hicieron eternas, mientras esperaba escondido. La lejana campana de la Iglesia dio las doce y Joel salió sigilosamente del cobertizo, llevando la escalera. Sin hacer ruido, la apoyó en el alféizar . La niña  abrió la ventana en seguida y empezó a bajar con cuidado. Iba envuelta en un abrigo y sujetaba en su mano una pequeña cartera.

Al llegar abajo, le sonrió y le apretó la mano. 

- ¡ Tengo que irme a Santiago a denunciarlos!- le dijo- Son una banda de secuestradores.  Tomaré el tren y llegaré temprano en la mañana.

-¿ No tienes miedo de andar sola de noche?

Ella no le hizo caso y gimió, mirando su cartera vacía. 

-¿ Como voy a comprar el pasaje?  Ellos me quitaron mi dinero...

Joel no dudó en echar mano a los billetes que tenía en el bolsillo. ¡ Por suerte, le habían pagado su salario el día anterior!

La niña se perdió en las sombras y Joel se dirigió a la casa de su tío. Se sentía orgulloso de su hazaña. Casi no pudo dormir de tan eufórico que se sentía. Pensó advertirle a su tío de la verdadera identidad de Don Pedro, pero sabía que él necesitaba el trabajo y prefirió callar.

Cuando a la mañana siguiente llegaron a la casa, vieron dos vehículos estacionados en la entrada. Uno era una patrulla de la policía y el otro, era el auto del doctor.

El patrón estaba pálido y se retorcía las manos con desesperación.  Fabiola lloraba y Nancy se escondía detrás de ella, comiéndose las uñas. Al ver llegar a Joel, le dirigió una mirada maligna, como si lo supiera todo.

El tío Juan se acercó interrogante y la cocinera , sollozando,  le informó:

-¡ Se escapó la señorita!

-¿ Qué señorita?

-La hija de Don Pedro. Está trastornada hace años...Yo la cuidaba lo mejor que podía, siguiendo las instrucciones del doctor. El patrón no quería internarla, decía que le haría peor. ¡ Y ahora se arrancó y no sabemos a donde fue!  Hacía años que no salía de la casa...¡ No va a reconocer nada! ¡ Quizás qué le puede pasar!

Fabiola se tapó la cara con el delantal y Joel sintió que desfallecía. Nancy lo miraba con una chispa de burla en sus ojos saltones. 

Los de Investigaciones estuvieron interrogando a todos los miembros del servicio. El tío Juan no se movió en su declaración: Ni él ni su sobrino habían visto nunca a la señorita. Ni siquiera sabían que vivía en la casa...

Al final, se convencieron que decían la verdad y los dejaron tranquilos.  A Joel ni siquiera le tomaron declaración formal. Pero él sentía que los ojos de Nancy lo perseguían diciéndole que estaba segura de que él había tenido que ver en el asunto.  ¿ Cuanto se demoraría en hablar ?

Esa misma noche le informó a su tío que quería ir al Sur, al pueblo donde vivían sus padres.  ¡ Hacía tiempo que no los veía y los echaba mucho de menos!

Antes de que amaneciera, ya estaba en la estación. De un tren vio bajarse a una niña rubia y corrió hacia ella, aliviado:

-¡ Señorita! ¡ Qué bueno que volvió!

Pero, era una desconocida que lo miró con extrañeza y se perdió rápido por el andén.

Nunca supo si la habían encontrado.




domingo, 1 de octubre de 2023

CINTAS DE COLORES.

Hortensia amarraba imaginariamente las semanas en paquetitos y las apilaba en la alacena de su corazón.  La mayoría, atadas con cintas grises porque, en la monotonía de su vida, ese era el color predominante. Si algún día alguien la llamaba por teléfono, abriendo una brecha en su soledad, entonces la ataba con una cinta verde . Seguramente, con la esperanza de que hubiera algún llamado más...

Y esa semana en que la llamó aquel hombre a quién tanto había amado, le puso una cinta rosada.  ¡ Roja, no!  Porque adivinaba que había sido un llamado casual. Seguramente él había encontrado su número en una agenda vieja y la había llamado en un impulso que no volvería a repetirse.

Y así pasaba el tiempo, amarrando las semanas en paquetitos. Sentada en la orilla de la Vida,  como al borde de un muelle. Viendo pasar los barcos a lo lejos y mirando el agua, a ver si llegaba una botella con mensaje...

Quizás en la orilla opuesta, en otro muelle, había alguien que también miraba el agua. Era algo que no podía saber.

Hasta que hubo una semana que sí la amarró con cinta roja.  Fue la de ese viernes mágico, en que  " él" apareció en su vida. 

En la casa que quedaba justo enfrente de la suya,  la viuda de don Ramiro Alfaro, puso una pensión para personas solas. Eso al menos decía el letrero que apareció un día en su ventana.

Primero llegaron dos universitarios de pelo largo y cara de hambre crónica.  Luego, una ancianita llorosa a quién fue a dejar un hijo que no volvió nunca más.

Hasta ese viernes de prodigio en que se detuvo un Uber en la puerta de la pensión y se bajó un hombre con una maleta.

No era viejo, pero tampoco joven. No era buenmozo, pero tampoco feo.

En las ventanas vecinas, varias cortinas se corrieron expectantes e  igual número de pechos femeninos exhaló un suspiro.

Hortensia se mantuvo impasible y no suspiró. Porque en principio no se dio cuenta de que el tiempo se había detenido y que su vida había dado un vuelco.

Con los días lo supo, porque su corazón empezó a jugarle malas pasadas cuando lo veía aparecer.  Se le desbocaba como un caballo chúcaro y luego se detenía de golpe, como si le dijera :  Hasta aquí llegamos, Hortensia. Despídete de la Vida. Y luego reanudaba su andar a tranco lento, seguramente burlándose de haberle dado un susto.

Sencillamente era el Amor, esa fuerza irresponsable que se le había metido en el pecho, ocasionando el total estropicio de su serenidad.

Empezó  a salir a barrer temprano su trecho de vereda, para verlo partir a su trabajo. 

Barría con tal ahínco, que una nube de polvo se formaba a su alrededor y él, al pasar, la miraba de reojo,   seguramente sorprendido de tanto afán.

Otro día se le ocurrió salir con un jarro de agua y rociar la vereda antes de ponerse a barrer. Entonces, él pudo verla nítidamente, por primera vez y le lanzó un buenos días con voz de barítono.  A Hortensia se le aflojaron las rodillas y respondió con un murmullo, ruborizada hasta las orejas.

Nunca hubo nada más que aquellos saludos matinales.

A las preguntas disimuladas de las vecinas, la dueña de la pensión contestaba con monosílabos egoístas. A parecer, no quería competencia en los favores del viudo. Porque era viudo, eso sí. Al menos se dignó soltar aquella información tranquilizadora.

-¿ Se dan cuenta de lo asombroso que es el destino?  Se ha dado la coincidencia de que los dos somos viudos- suspiraba ella y sus cuatro papadas se estremecían de emoción.

Pero, al parecer, el destino no estaba decidido a tomar parte en el asunto, porque no hubo novedades para ningún corazón en aquella cuadra.

Al cabo de unos meses, el viudo salió con su maleta y subió a un Uber que lo esperaba en la 

vereda. Fue el jueves de una semana cualquiera y Hortensia la amarró con una cinta negra.

Porque ese día había muerto su amor, tal como había vivido: inadvertido y sin esperanzas.

Pasaron varias semanas en que nadie salió a barrer el polvo de la vereda.

Luego Hortensia volvió a su rutina de atar paquetitos con cintas grises y apilarlos uno sobre otro, en la alacena de su corazón.





domingo, 10 de septiembre de 2023

UN SUEÑO ATERRADOR.

Juan había tenido un sueño que lo había dejado inquieto y preocupado.

Soñó que caminaba en la noche por una calle desierta y veía tendido en el suelo a un hombre, aparentemente desmayado.  Se acercaba a ayudarlo, pero el hombre se alzaba de pronto y le rodeaba el cuello con unas manos que parecían garras. Se despertó gritando y durante todo el día, lo dominó una sorda angustia que le impedía concentrarse en su trabajo.

Días después, se encontró en su automóvil, detenido frente a un cruce de trenes.  Una luz roja le avisaba que venía un convoy.  Había empezado a llover y una densa cortina de agua le dificultaba la visión. Pero aún así,  distinguió un bulto con forma humana, que yacía caído junto a las vías. 

Su primera reacción fue bajarse a auxiliarlo, pero entonces se acordó de su sueño. ¿ Y si había sido premonitorio?  ¿ Si fue una advertencia para que tuviera cuidado?

En ese momento, el tren pasó rugiendo y al cabo de unos segundos, se apagó la luz roja y se levantó la barrera. Juan aceleró y cruzó las vías sin mirar atrás.

Al día siguiente, vio en el diario una noticia pequeña, que lo dejó consternado:

"Un hombre fue encontrado muerto anoche, junto a la línea del tren. La autopsia arrojó un infarto. El médico forence opinó que un oportuno auxilio pudo haberlo salvado."

Juan se sintió embargado por angustiosos remordimientos. ¿ Por qué no me bajé?  ¿Como pude creer que mi sueño había sido una advertencia?  Pude haberlo auxiliado y por un temor estúpido lo abandoné sin hacer nada.

No le contó a nadie lo que había pasado, pero en todo el día no pudo concentrarse y  le pareció que todo en el trabajo le salía mal.

Días después, le tocó de nuevo cruzar la línea del tren.  Había empezado a llover y como siempre a esa hora, la luz roja y la barrera baja avisaban que se acercaba un tren.  La lluvia le impedía ver con claridad, pero estuvo seguro de distinguir a una persona caída junto a las vías.  ¡ No puede ser!  ¡ Otra vez!   ¡Tiene que ser una alucinación !

Dio un grito y sin vacilar, bajó del automóvil. Corrió hacia el hombre caído, que gemía pidiendo ayuda. Se inclinó para abrirle el cuello de la camisa, pero el hombre se levantó de pronto y le atenazó la garganta. Otro se acercó por detrás y le golpeó la cabeza.

Aturdido, sintió que varias manos le revisaban la ropa y le arrancaban la billetera y el celular. Luego lo arrastraron y lo pusieron sobre las vías del tren.  

Quiso gritar, intentó moverse, pero su cuerpo no le obedecía.   Lo último que oyó fue el estrépito del tren que se abalanzaba sobre él, desde la negrura de la noche.




domingo, 3 de septiembre de 2023

LA MALDICION.

 Mariela tenía quince años y pensaba que nunca podría olvidar a Edmundo. Hasta su nombre, propio del protagonista de una novela romántica, contribuía a hacerlo inolvidable.  Lo repetía en voz baja, a solas en su dormitorio y le parecía que su dulce sonido  hacía eco a los latidos de su corazón.

Pero, él mismo le había rogado que lo olvidara. ¿ Cómo era que habían llegado a eso?

Al principio, todo había sido perfecto. Edmundo no dejaba pasar un día sin llamarla ni dos sin correr a verla. Parecía que le faltaba el aire cuando ella no estaba cerca.  ¡ Todo era maravilloso!   Mariela  pensaba que ninguna novela de amor de las que había leído por cientos, se podía comparar a lo que estaba viviendo junto a él.

Pero, todo empezó a cambiar. De a poco, Edmundo se fue poniendo distante y silencioso, como si algo le preocupara. Ya no la llamaba tan seguido y hasta dejaba pasar una semana sin ir a verla.

-¿ He hecho algo que te haya molestado?- preguntaba ella, compungida.

-No, Mariela. No eres tú, soy yo.

-¿ Entonces ya no me quieres?

-¡ Al contrario!  Estoy loco por tí. No creí que existiera una chica tan perfecta como tú en el mundo...

-¿ Y entonces?

-Precisamente porque te quiero tanto es que tengo que alejarme de ti. 

-¿ Por qué? ¿ Qué te pasa?

-No me vas a creer...Parece imposible que algo así ocurra en la época en que vivimos...Pero sobre mí pesa una maldición terrible.

Mariela lo miró incrédula y empezó a reír, creyendo que era una broma, pero la expresión en la cara de Edmundo la hizo enmudecer.

-Todos los hombres de mi familia han heredado esta maldición.  Ya empiezo a sentirla en mí. En las noches de luna llena siento que una fuerza oscura me domina...Lucho desesperadamente contra ésto, pero sé que es en vano...

-¿ Qué quieres decir?- preguntó ella, asustada.

-Que soy un hombre lobo ¿ comprendes?  Y si me quedo a tu lado, terminaré por hacerte daño.

Se cubrió la cara con las manos y se alejó, corriendo. Desde lejos, le gritó:

-¡ No se lo cuentes a nadie, por favor!

 Justo en ese instante, la luna apareció entre las nubes y rodó por el cielo como una moneda de oro.  Mariela, llorando de pena y de miedo, se alejó calle abajo y nunca a nadie le contó se experiencia. ¡ El le había rogado que no lo delatara!

Pero, tratar de olvidarlo le parecía un esfuerzo demasiado grande para su corazón. A veces, en noches de luna llena, creía escuchar a lo lejos el aullido de un lobo. ¡ Es Edmundo!- se decía- El sufre porque todavía me ama y no puede acercarse a mí...

Probablemente no se trataba más que de un perro vago, pero Mariela era demasiado romántica para conformarse con esa explicación.

Al año siguiente, al Liceo llegó una niña que venía de otra comuna. Se llamaba Georgina y de inmediato se hicieron amigas. 

Se llevaban muy bien y pronto Mariela notó que su nueva amiga jamás tocaba el tema sentimental. Seguramente venía saliendo de un desengaño amoroso y no quería hacerle confidencias...Durante un tiempo respetó su silencio, pero cuando ya hubo entre las dos total confianza, se decidió a preguntarle.

Georgina titubeó.

-Es un secreto que no me pertenece-suspiró- Cuando nos separamos, él me pidió que no se lo contara a nadie.

Un timbrazo de alarma sonó en la mente de Mariela y aguzó el oído:

-Al principio pensé que había dejado de quererme- continuó Georgina- pero él me aseguró que no, que todo lo contrario, que yo soy la chica más perfecta que existe en  el mundo... Pero, que tenía que alejarse, porque sobre su familia pesaba una maldición que ya duraba generaciones...

Mientras Georgina hablaba, Mariela se iba poniendo roja, luego pálida y en seguida roja otra vez, a medida que la rabia y la humillación se alternaban en ella. Su amiga, con los ojos nublados por las lágrimas, continuaba su relato sin fijarse en ella.

-Me dijo que en las noches de luna llena, una fuerza oscura se apoderaba de su cuerpo. Que si seguíamos juntos, terminaría por hacerme daño...Temía llegar a convertirse en...

- En lobo ¿ no es cierto?

-¿ En lobo?   ¡ No!  ¿ Como se te ocurrió eso? ¡ Tenía miedo de transformarse en vampiro!

Vaya, innovó en el libreto el muy cínico, pensó Mariela, mientras la rabia hervía en su pecho, como la lava de un volcán.

-Me pidió que lo olvidara- se condolía Georgina-pero, no puedo...En las noches me duermo repitiendo su nombre.

-¡ Edmundo!- murmuró Mariela, sin darse cuenta.

.¿ Como? ¿ Que lo conoces?

-¡ No! ¿ Como se te ocurre? Se me vino a la mente, no más.  Debe ser porque estoy leyendo " El conde de Montecristo" y el héroe se llama Edmundo...¡ Qué coincidencia!  ¿ verdad?




domingo, 27 de agosto de 2023

NARANJAS.

 Después de varios meses de cesantía, Juan había encontrado un empleo en el cementerio. Siempre  le había tenido más miedo a los vivos que a los muertos, así es que no lo inquietaba trabajar en un lugar que a otros les habría parecido lúgubre.

Desde el principio, tuvo a su cargo el mantenimiento del Patio 38.  Era un recinto pequeño, más bien un jardín, en el que las lápidas parecían un detalle más del decorado. Crecían ahí numerosos árboles. Había cipreses melancólicos de hojas oscuras y acacias florecidas que perfumaba el aire. Juan tendía a olvidar que estaba en un camposanto, hasta que un ángel de piedra que se alzaba  en la entrada, se lo recordaba llorando sin consuelo.

El Domingo era su día libre, de modo  que casi nunca veía a los deudos. Pero el Lunes, varias lápidas aparecían adornadas con flores frescas, mientras que otras seguían desnudas en su abandono.  

Juan pensaba que en ellas  yacían  personas que habían vivido solitarias y que se habían llevado su soledad hasta allí, para que les hiciera compañía.

Compadecido, sacaba entonces algunas flores de las tumbas afortunadas y las ponía en aquellas a las que nadie había visitado.

-¡ No se van a enojar si les saco unas pocas flores!- decía- Los muertos son más generosos que los vivos... Tal vez porque aquí han aprendido que aferrarse a las cosas materiales no sirve para nada.

En el extremo más alejado del patio, junto a un sepulcro abandonado,  crecía un naranjo. Cuando Juan llegó, ya estaba cargado de naranjas doradas que resplandecían entre las hojas verdes. Pronto maduraron tanto que empezaron a caer sobre la lápida. Parecía que el viejo árbol  quería adornarla con sus frutos, ya que nunca nadie acudía a ponerle una flor.

Un día, Juan tuvo un sobresalto. Vio numerosas cáscaras de naranja esparcidas en el pasto, junto a la tumba.

-¿ Quién habrá sido el bribón que se las comió y dejó aquí la basura? ¡ Bien miserable tiene que ser para venir a comerse las naranjas del cementerio!

Decidió vigilar para ver si veía algún extraño merodeando por ahí. En todo el día no vino nadie, pero al otro día volvió a ver esparcidas cáscaras alrededor del naranjo.

-¡ No, señor!  ¡ A mí no me van a hacer la misma gracia otra vez!- gruñó Juan, indignado. Decidió quedarse en el cementerio esa noche, vigilando. Tenía que descubrir al culpable de esa diablura que a él le parecía una profanación.

Premunido de un termo  con café bien cargado,  se sentó sobre una lápida. Pertenecía a una señora muy empingorotada, cuyo nombre estaba seguido de un rosario de apellidos ilustres. ¡ Perdone la confianzudez, doña!-  se disculpó Juan- Pero tengo que sentarme, porque creo que esta noche puede ser larga...

 A lo lejos tañía dulcemente una campana, como llamando a la oración y en la rama de un árbol, un búho lo miraba con sus ojos redondos.  Juan tomaba grandes sorbos de café, para mantenerse despierto. Reinaba un silencio espeso y aterciopelado, pero  transcurrían las horas y el ladrón de naranjas no aparecía por ninguna parte.

  Se preparaba para dejar su puesto de vigilancia y marcharse a su casa, cuando lo sorprendió un leve roce que provenía de la lápida.  La vio deslizarse de a poquito y por el hueco apareció una mano pequeña, muy blanca, casi transparente. Tanteó el pasto con dedos sigilosos, como si buscara algo.

Al parecer, lo encontró, porque cogió dos naranjas y retrocedió con ellas al interior de la fosa.

Juan pensó que si no hubiera estado sentado, se le habrían doblado las piernas y hubiera caído al suelo como un costal de plomo. Pero se recuperó de inmediato, porque a él nunca lo habían asustado los fantasmas.

Se acercó a leer el epitafio de la tumba. Supo entonces que ahí estaba enterrada una niña que había vivido apenas durante diez años y que había muerto hacía más de un siglo.

-¡ Pobre niñita!- se condolió Juan- ¡ No pudo comerse todas las naranjas a las que tenía derecho!  ¡ La Muerte mezquina no se lo permitió...!

Conmovido, se secó una lágrima. En ese momento, por el hueco en la fosa volaron por los aires las cáscaras de las naranjas y aterrizaron sobre el pasto.  La lápida se corrió suavemente y volvió a su sitio, sin un rumor.

Aclarado el misterio, Juan se fue a descansar a su casa. Antes de quedarse dormido, decidió no contarle a nadie su aventura, para que no lo creyeran loco.

Pero, desde ese día, se esmeró en cuidar el naranjo, regándolo más que los otros árboles, para que así las naranjas se dieran más jugosas.