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jueves, 19 de mayo de 2011

LA COLOMBINA TRISTE.

Todo empezó con una venta de garaje, como tantas que se han puesto de moda en el barrio Providencia.
Una tarde, de vuelta del trabajo, pasé por frente a un edificio y vi que en el ante-jardín se realizaba una de esas ventas. Había lámparas, rumas de libros empastados en cuero algo deslucido, una cómoda con sospechosas huellas de termitas y cosas así. Entre ellas, se movía graciosamente una linda joven de cabellera rubia. Me acerqué más para verla a ella, no a las cosas que vendía, pero me llamó la atención una silla mecedora. El terciopelo que la tapizaba lucía algo apolillado, pero era de líneas finas y elegantes y a todas luces, antigua.
Le pregunté a la joven por el origen de la silla y me contó que eran todas cosas que habían pertenecido a su abuelita y que por una urgencia económica se veía obligada a vender.
Después de un corto regateo, tomé la silla y seguí mi camino. Era pequeña y liviana y no tuve problema en llegar con ella a mi cercano departamento.
La puse en un sitio de privilegio, junto a mi sillón favorito.
En las noches me sentaba en mi escritorio con el propósito de terminar mi memoria  de abogado y no era raro que me empezara a quedar dormido y mi cabeza cayera sobre los áridos textos de consulta.
Eso me había pasado esa noche, seguramente, cuando escuché un ruidito muy tenue que venía del lugar donde se encontraba la silla. Alcé la cabeza y ví que ésta se mecía suavemente No alcancé a preguntarme si una corriente de viento o un temblor la movían, porque quedé paralizado de asombro. .
Lentamente, una figura humana se materializó sentada allí. Era una hermosa joven vestida de una extraña manera. Llevaba un disfraz que reconocí como el de colombina. Blanco y adornado con numerosos pompones de terciopelo negro. Lucía una corta melenita oscura que enmarcaba su rostro pálido. Se mecía en la silla con una mano sobre su pecho y lloraba. Grandes lágrimas se deslizaban continuamente por sus mejillas. La visión no duró ni medio minuto y se desvaneció.
Pensé que había soñado. No podía ser.  ¡Un fantasma! esas cosas no pasaban en el siglo veintiuno. . . Me reí de mí mismo y resolví que lo mejor era acostarme. Pero, me dormí con la imagen vívida de esa carita triste, de esos ojos oscuros que manaban lágrimas sin cesar.
Varias noches después, cuando me encontraba bien despierto, un leve crujido en la silla mecedora me hizo apartar la vista del teclado. Ahí estaba de nuevo la colombina triste, siempre llorando con una mano sobre su corazón. Ahora permaneció un rato mirándome y creí ver una súplica en sus ojos. ¿Qué me preguntaba? ¿Qué me pedía?
Esa noche me desvelé y decidí ir al otro día a hablar con la antigua dueña de la silla. El conserje me informó que se llamaba Paulina. Como era Sábado, no fue difícil encontrarla en su casa.
Cuando me abrió la puerta, le dije irónico:
-Vengo a pagarle lo que le debo.
-Pero ¿cómo? Si me pagó al contado.
-Sí, pero aún no le pago por el fantasma que me vendió con la silla. . . O talvez sea mejor que se la devuelva-agregué molesto.
Se puso pálida, luego roja y esos cambios de color me hicieron pensar en una rosa abriéndose al sol. Perdonen lo cursi, pero si Uds. hubieran visto lo linda que se veía. . . . !
Me hizo pasar y me pidió que le explicara todo.
Al terminar le pregunté:
-¿Será el fantasma de su abuelita?
. -No-Me dijo. Ella murió muy viejita y la descripción que Ud. me hace no corresponde a sus fotografías de juventud.
Se quedó pensando unos momentos y luego agregó:
-Mis papás murieron en un accidente cuando yo era niña y me crié en la casa de mi abuelita. Tengo todas sus cosas, entre ellas, unos álbums de fotos. Los traeré. ¿Cómo sabe si en ellos Ud. reconoce a la colombina que llora?
Trajo un álbum muy antiguo, forrado en cuero descolorido. Pasamos sus páginas, llenas de señores de bigote engomado, niños vestidos de marinero y señoras majestuosas envueltas en encajes. De pronto, llegamos a una enorme foto que ocupaba la página entera. Debajo se leía:"Baile de disfraces en el palacio Concha Cazote"
Un grupo abigarrado miraba a la cámara, sonriendo. Jeques árabes, damas de la corte de Luis Quince, japoneses, bailarinas. . . y de pronto, en un costado de la fotografía ví a mi fantasma. Una hermosa joven vestida de colombina miraba a los ojos a un apuesto pierrot.
-¡Es ella!-exclamé.
-¡La tía Fanny !-dijo Paulina, y de nuevo palideció y enrojeció seductoramente-¡Debí haberlo adivinado!
Y a continuación me contó la más triste historia que ni a un novelista se le hubiera ocurrido inventar.
Fanny había muerto muy joven, esperando a su novio, que era francés y que había prometido volver a casarse con ella.
Al principio le escribió varias cartas, que se demoraban como un mes en llegar porque en ese tiempo venían por barco. De pronto, la correspondencia se interrumpió.
Ella empezó a languidecer y como desde pequeña había sufrido del corazón, sus padres se preocuparon mucho.
-Me contó mi abuelita-continuó Paulina-que se sentaba en la silla mecedora, junto a la ventana que daba al jardín. Permanecía con la vista fija en la reja de entrada, creyendo seguramente que vería llegar  por ella a su amado Pierre. Lloraba y lloraba durante horas. Su corazón se fue debilitando y murió sentada en esa silla, con el rostro vuelto hacia le reja del jardín.
Varios meses después, vino a la casa un amigo de Pierre. Venía de Paris y contó que él había muerto de pulmonía. Se perdió en una tormenta de nieve y cuando lo encontraron, estaba muy mal. Duró una semana. En su delirio llamaba constantemente a Fanny. Un día se sentó en la cama y pidió papel y pluma para escribirle una carta. No alcanzó a terminarla-. Aquí está-dijo-. Quise traérsela a su novia para que sepa que él murió pensando en ella.
Todos se miraron consternados. ¡Era demasiado tarde!
-Mi abuelita guardó la carta-continuó Paulina-Todavía la tengo entre sus recuerdos.
Trajo una cajita llena de estampas de santos y tarjetas antiguas y sacó de ella un sobre ajado.
-Esta es.  ¡Si la pobre tía Fanny hubiera alcanzado a recibirla!
-¡Eso es! ¡Eso es lo que el fantasma quiere!-dije yo-Eso es lo que me pide con sus ojos llenos de lágrimas. ¡Quiere leer la carta que su novio le dejó!
-Y ¿qué podemos hacer?-preguntó Paulina.
-Ya sé. Venga esta noche a mi casa y traiga la carta. Quizás ella aparezca y podamos leérsela.
Pasadas las nueve llegó Paulina. Yo la esperaba con ansias. Demás está decir que el asunto de la carta me interesaba mucho. Era una fantástica aventura la que estábamos viviendo. Pero yo también había empezado a sentirme el héroe de mi propia historia de amor.
Nos sentamos en la penumbra, alumbrados solamente por la lámpara de mi escritorio.
Conversamos de mil cosas, nos contamos nuestras vidas y tan absortos estábamos en nuestro diálogo,  que un leve crujido en la silla nos sobresaltó violentamente.
Ambos nos tomamos de las manos en un gesto de emoción incontenible y vimos  como la figura de la colombina triste se iba materializando.
Puso su mano sobre su corazón y de sus ojos empezaron a manar abundantes lágrimas. Paulina me entregó la carta y abrí el sobre con dedos torpes. Adentro había una esquela amarillenta con la tinta ya descolorida.
Miré a la pobre niña y empecé a leer.
"Mi adorada Fanny: Tengo fiebre, pero necesito escribirte. No sé si podré salir de esto. Tengo miedo de no volver a verte y por eso quiero decirte que te amo, que sólo pienso en ti. Le pido a Dios que me dé fuerzas para mejorarme y correr hacia ti para no dejarte nunca. "
Aquí había un borrón, una mancha de tinta quizás mezclada con lágrimas y la carta se interrumpía. ¡El pobre enfermo no pudo continuar!
Alcé la vista y miré el rostro pálido de la bella colombina. Aún había lágrimas en sus ojos, pero una dulce sonrisa de amor y comprensión entreabría sus labios.  ¡Habíamos logrado entregarle el consuelo y la paz que necesitaba!
Paulina, a mi lado, lloraba. Aún cogidos de la mano vimos como la blanca figura se levantó de la silla, hizo un leve gesto de despedida y se dirigió a la puerta. Antes de llegar a ella, se desvaneció en las sombras.
Paulina y yo nos abrazamos. Reímos, lloramos y terminé por besarla.
-¿Aún me quieres devolver la silla?-preguntó coqueta.
Le di otro beso y pensé que si todo salía bien, si lograba que ella me correspondiera, en un tiempo más la silla ocuparía el lugar de honor en nuestra casa.

4 comentarios:

  1. He leído, comentado y gozado cada uno de tus escritos. Mi interés no es fugaz y ha existido siempre, desde el primer contacto con tu blog.

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  2. Leí dos cuentos "La colombina triste " y "Arboles". Ambos me parecieron muy buenos y aunque los dos son fantasías tienen un desarrollo muy adecuado, lógico y convincente. Me gustaron mucho. Te felicito.

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  3. Es un cuento imaginativo basado en la ingenuidad que muchos llevan en algún rincon romántico del alma y aunque se dan cuenta que son falsas creencias se esfuerzan por mantenerla viva. Es como el cuento del príncipe azul, todas las mujeres saben que no existe, pero igual lo buscan incansablemente.

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  4. Es una situación fantástica y tierna. Termina muy bien y podría dar tema para otro cuento.

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