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domingo, 31 de enero de 2016

LA OTRA CIUDAD.

Sergio no era feliz. El fantasma del pasado, de lo que pudo ser, lo acosaba sin descanso.
¡ Si me hubiera casado con Gloria!  Era su pensamiento recurrente.
La había querido tanto...
Una y otra vez revivía en su mente lo que había sido su más grande amor.  Durante años, desde que la conoció, había esperado que ella se fijara en él.  Pero ¡ era tan popular !  ¡ Tenía tantos admiradores!
El, en cambio, era callado y retraído. Su vida interior era intensa, pero no tenía la capacidad de expresarse. No se le ocurría ningún tema de conversación en los escasos momentos que lograba estar a su lado. Y Gloria,  muy pronto, se distraía y  empezaba a mirar a su alrededor, como buscando una mejor compañía.
Y así pasó los mejores años de su juventud, esperando un milagro...Hasta que supo por otros que ella se casaba.
Siguió frecuentando su casa, lleno de nostalgia, aunque Gloria ya no estaba ahí. Y no supo como terminó comprometido con Lily. Ella era la menor de las hermanas y nunca se había fijado en ella. Pero, un día comprendió que Lily lo amaba, que lo había amado desde pequeña, sin que él se hubiera dado cuenta. ¿ Cómo podría haberlo hecho si solo tenía ojos para Gloria?
Se casaron y Sergio pensó que lograría olvidar...Pero fue en vano.
¡ Si todo hubiera sido diferente!  ¡ Si mi vida hubiera sido otra!
Eso pensaba cada tarde cuando, a la salida del trabajo, se iba a caminar largas horas por las calles de la ciudad, mientras en su casa, Lily lo esperaba inútilmente.
Un atardecer, como tantos otros, caminando sin rumbo, no se dio cuenta cuando salió de la ciudad. Pero, algo extraño ocurrió. Al transponer los límites que ya conocía, en lugar de encontrar campos y bosques, se vio entrando a una ciudad idéntica a la que acababa de dejar.
Parecía que se reflejaba en un espejo.
- ¿ Será ésta " La ciudad  de lo que pudo ser "?- se preguntó-  ¿  Estará aquí la vida que pude haber vivido ?
Apuró el paso, emocionado, y lo primero que se le ocurrió fue buscar la calle donde había soñado vivir con Gloria. Aquella casita de persianas azules que en aquellos años  iba a mirar cada tarde, imaginando que ahí viviría con la mujer que amaba.
Caían ya las sombras del anochecer. Al acercarse a la casa, vio una ventana iluminada. Se aproximó con sigilo y escuchó voces alteradas que venían desde el interior.
A través de las cortinas divisó la silueta de una pareja que discutía con rabia.
-¡ Estoy harta de ésto!-  gritaba Gloria- ¡ Nuestro matrimonio es un fracaso y tú lo sabes muy bien!
-¡ Gloria, cálmate! - se escuchó decir a sí mismo, dentro de la habitación- ¡ Por nuestro amor te ruego que recapacites!
- ¿ De qué amor me hablas?   ¡ Sabes bien que me casé contigo por lástima!
El trató de abrazarla y ella lo rechazó con violencia.
-¡ Tú tampoco me quieres ya, así es que no te hagas la víctima!  Terminemos de una vez este simulacro de matrimonio y ándate. ¡ Es lo mejor que puedes hacer!
Se abrió la puerta y Sergio vio salir a un hombre cabizbajo , encorvado bajo el peso de sus sueños destrozados. ¡ Era él mismo, viviendo la vida que soñó tener!
Siguió sus pasos sin que él lo notara. Lo vio caminar sin rumbo por las calles de la ciudad.
Al pasar a su lado, lo escuchó murmurar con voz ronca:

- ¡  Ay!  ¡ Qué no daría yo porque mi vida hubiera sido otra ! 


domingo, 24 de enero de 2016

FUE UN OVNI, ESTOY SEGURO.

Campanario era un pueblito nortino, a donde llegaban numerosos turistas, ansiosos de avistar algún ovni.
Se rumoreaba que desde la segunda mitad del siglo anterior, siempre se veían luces atravesando el cielo. "Son los extraterrestres- decían los más fantasiosos- Después de la Segunda Guerra Mundial empezaron a vigilarnos, porque tienen claro que no sabemos cuidarnos solos."
La cosa es que nadie se quedaba sin algo que decir al respecto. Y no faltaba el más audaz que aseguraba haber sido abducido y haber aparecido en otro pueblo, varios días después.
El más fanático del tema era Rogelio, el dueño de la ferretería.  Se lo pasaba leyendo libros y revistas de ciencia ficción. Acodado en el mostrador, no sentía pasar las horas mientras alimentaba sus fantasías.
Era muy raro que entrara algún cliente y consideraba que había sido un día de buenas ventas cuando lograba deshacerse de una caja de tornillos.  
A los pocos valientes que se atrevían a entrar, no los soltaba sin haberles llenado antes la cabeza con historias de ovnis y de abducciones.  Mareados, salían sin saber qué pensar...Mejor dicho, no les cabía duda de que Rogelio estaba chiflado.
A la salida del pueblo había un prado en cuyo centro se erguía una piedra de aspecto extraño.  Era alta y lisa, como una lápida y tenía grabados unos caracteres indescifrables.
En ese lugar pasaba Rogelio las noches, seguro de que los ovnis se posarían ahí, porque era evidente que el mensaje había sido escrito por extraterrestres.
En resumen, tenía a toda la gente aburrida con el tema. Y seguramente, la más hastiada era Gloria, su mujer.
Por eso, a nadie le extrañó cuando un día, muy temprano, cuando apenas amanecía, ella pasara con una maleta, rumbo a la estación.
Más tarde, Rogelio recorrió el pueblo gimiendo y llorando. ¡ A Gloria la había abducido un ovni !
Y a quién lo quería escuchar, le contaba que la noche anterior había visto luces en su patio trasero.   Un extraño zumbido lo había alertado de la presencia de una nave de otro planeta... Aterrado, perdió el conocimiento y al volver en sí, Gloria había desaparecido.
Todos fingían creerle y le decían palabras de aliento. Pero les quedaba la duda de si Rogelio creía realmente  esa extravagante historia o la había inventado él mismo, para salvarse de la humillación del abandono.
Se deprimió por completo. Ya apenas abría la ferretería, un día si y dos días no. Lo más seguro era hallarlo tendido en el prado, junto a la piedra con el mensaje extraterrestre.
Ahí se pasaba las horas mirando el cielo, como si no perdiera la esperanza de que un ovni le traería de regreso a Gloria.
Uno de esos días,  ella se bajó del tren. Venía con un aire triste de quiltro abandonado y a nadie le cupo duda de que su aventura había llegado a su fin.
Cuando tomó la calle principal,  apenas parecía tener fuerzas para cargar la maleta.  Se veía muy distinta a como la habían visto partir, ágil y sonriente, en pos de su amor prohibido.
Ahora caminaba encorvada y arrastrando los pies, como si la maleta contuviera piedras.
La señora Rosalba, dueña de la panadería, la salió a encontrar y la tomó de un brazo.
- ¡ Ven, Gloria!  ¡Ven, niña! Que tengo que decirte algo....
Como si hubiera sonado una alarma de bomba, llegó medio pueblo corriendo a la panadería.
Lo que le dijeron a Gloria, no se sabe, pero no es muy difícil suponerlo.
Un rato después, todos la escoltaron rumbo al prado donde Rogelio pasaba las horas.
-¡ Rogelio!  ¡ Rogelio!  - gritaban - ¡Los ovnis devolvieron a Gloria!
Ella, indecisa y temblorosa, lo miraba fijamente, esperando su reacción.
De nuevo, a casi todos le quedó la duda de si Rogelio realmente creía su historia o la había inventado él mismo para ocultar que había sido abandonado.

Pero, con la mirada de todo el pueblo puesta en él, no le quedó otra cosa que hacer sino abrir los brazos y recibir en ellos a Gloria, que lloraba emocionada. 


domingo, 17 de enero de 2016

LA TUMBA DEL AMOR.

Lily había quedado cesante.  De la noche a la mañana, la pequeña tienda de hilos y lanas para tejer,  en la cual trabajaba de vendedora, cerró sus puertas.  Ya casi no tenía clientes.
Estaba claro que en la actualidad, pocas mujeres tejían.  Ni las abuelas se preocupaban ya de preparar el ajuar de sus futuros nietos. Preferían pasar las horas chateando en internet o solicitando en facebook la amistad de algún viudo interesante.
Lily debía un mes de pensión y comprendió que, por el momento, no podría saldar la deuda.
Esa noche no se atrevió a llegar a la casa y enfrentarse con la cara hosca de la dueña. Decidió ir al día siguiente a buscar algunas cosas, cuando ella hubiera salido a hacer sus compras.
Pero ¿ donde dormiría esa noche?
Saboreando su incertidumbre, como si chupara un limón agrio, echó a andar por una calle solitaria.  Sin saber cómo, terminó entrando al cementerio.
Vio que podía quedarse escondida entre las tumbas, sin ser detectada por el vigilante.
Al caer la noche, se cerraron las rejas y el silencio envolvió como un manto aterciopelado la ciudad sepulcral.
La aguja de una torre cercana abrió un ojal en el cielo,  para abrochar el botón dorado de la luna.
Unos pájaros nocturnos se llamaban dulcemente entre las ramas de los cipreses.
Lily no le tenía miedo más que a los vivos.  Así es que se acurrucó sobre una tumba y tranquilizada por la paz del recinto, no tardó mucho en quedarse dormida.
Despertó  contenta. Era Verano y hacía calor a esa hora temprana de la mañana . Se lavó en un grifo y se peinó, antes de que apareciera el jardinero.
Pensó que el cementerio era un sitio ideal para vivir y decidió quedarse allí, mientras encontraba otro empleo.
Sigilosamente , fue a buscar algo de ropa a la pensión y cargada con su mochila y una frazada, se deslizó de nuevo al interior del Camposanto.
Esta vez pudo leer las señas del difunto sobre cuya tumba había dormido la noche anterior.
Se llamaba Heriberto y había muerto hacía poco, cuando apenas tenía veinticuatro años.
En la cabecera de la tumba, habían puesto su fotografía enmarcada en metal. A Lily le pareció que había sido un joven muy atrayente. Sus labios eran generosos y sus ojos,  grandes y oscuros, como si ocultaran un secreto de amor.
- ¡ Seguramente era un poeta!- pensó Lily y se condolió de su triste destino.
Pensó que había muerto muy joven y seguramente no había alcanzado a amar.  Pero también se había ahorrado todo el sufrimiento que la vida le reserva a los espíritus sensibles.
Notó que en la tumba no había flores y decidió poner remedio a esa negligencia.
Sin ningún remordimiento fue a sacar algunos claveles de la tumba vecina,  sin dejar de ofrecer disculpas a su ocupante.
-Perdone, señor, se lo ruego. Es un caso de fuerza mayor...Se trata de un joven triste que escribía poemas...  ¡ Un difunto tan especial no puede estar sin flores!
El jardinero le prestó una escoba. Con ella barrió la tumba y arrancó la maleza que había crecido alrededor. Finalmente, le echó el aliento al cristal de la foto y la frotó con su pañuelo hasta dejarla reluciente.
Estaba casi segura de que Heriberto le había sonreído.
Lily no demoró mucho en encontrar otro empleo. Una amiga la recomendó en un restaurante, para que ayudara a servir las mesas. No tenía experiencia, pero la contrataron de inmediato.  ¡Allí sí que hacía falta personal!
El restaurante pasaba lleno de improvisados gourmets. Y se había puesto de moda sacar fotos con el celular al plato que estaban comiendo. Luego las subían a su facebook para demostrar que eran unos tipos con suerte, que siempre lo estaban pasando mejor que los demás...
Pero Lily siempre pensaba en Heriberto. Echaba de menos sus charlas nocturnas, cuando ella le contaba sus penas y él callaba comprensivo, brindándole su apoyo incondicional.
Se sentía enamorada.
 ¡ Somos tan unidos!- pensaba - ¡ Si hasta hemos dormido juntos!
Y al pensar eso, se ruborizaba un poco, porque era una chica inocente que aún no había conocido el amor.
Así es que varias tardes a la semana, al concluir su turno en el restaurante, se encaminaba al cementerio. Ahora disponía de dinero para comprar flores y siempre le llevaba un ramito.
Se fue el verano. Hacía un poco de frío y las primeras brumas doradas del otoño envolvían los árboles, aquella tarde en que lo vio.
Desde lejos lo distinguió parado junto a su tumba, como si la estuviera esperando.
Sintió que las piernas se le doblaban y por un instante, su corazón dejó de latir.
Cuando pudo articular unas palabras, sólo atinó a preguntarle:
-¿ Y cómo saliste?
El la miró confundido, parecía no entender la pregunta. Pero luego, su semblante se aclaró.
-Bueno...Pedí permiso para salir.
-¿ Y se puede hacer eso ?- balbuceó Lily,  sin creer lo que escuchaba.
- En la oficina donde trabajo, sí . Además, les dije que venía a ver la tumba de mi hermano, que hace mucho tiempo que la tenía abandonada...
Se volvió a mirar con cariño la foto de Heriberto y al ver todo tan limpio y  violetas frescas
en un florero , le preguntó:
-¿ Eres tú la que ha cuidado la tumba todo este tiempo?
 Lily había ido comprendiendo de a poco. ¡ Era tan igual a Heriberto ! Con los mismos ojos grandes y oscuros. Y la misma boca de labios llenos. Seguramente habían sido gemelos...
-Sí. Yo he estado viniendo desde hace tiempo...
Y no quiso decir más. ¿ Cómo explicar que lo había conocido después de muerto?
Mientras hablaban, el cielo se había cubierto de nubes y repentinamente empezó a llover.
-¡ Vamos!- dijo él-  Salgamos de aquí.  ¡Nos vendría bien un café caliente!

Lily miró la foto puesta en la tumba y esta vez sí que estuvo segura, absolutamente segura de que Heriberto le sonrió.


domingo, 10 de enero de 2016

REFLEJOS.

Favio tenía veinte años cuando murió y al principio no se dio cuenta, excepto por el indecible alivio de no seguir respirando.
Había vivido con asma crónica y para él la existencia había resultado siempre trabajosa y angustiante.
Un día dejó de respirar y eso fue todo. Sucedió en la calle, cuando estaba lloviendo.
La gente que muere en un día de lluvia está condenada a seguir para siempre con el pelo húmedo y la ropa con olor a musgo.  Una circunstancia desagradable a la cual todos terminan por acostumbrarse.
Le pareció que iba por la calle caminando y de pronto se encontró en un lugar que era un bosque o una ciudad extraña. Podía ser las dos cosas, dependiendo de la opacidad de la niebla que lo envolvía todo.
El lugar estaba poblada exclusivamente por gente joven.
Favio veía pasar a su lado adolescentes suicidas que aún llevaban en el cuello un pedazo de soga. Muchachos pálidos que habían muerto de alguna enfermedad innombrable. Y niños que no habían tenido la oportunidad de crecer y que vagaban por ahí, buscando algún juguete con qué entretener las horas. Habían dejado ya de llamar a sus madres porque habían comprendido la inutilidad del intento.
A Favio le parecía que ninguno había muerto del todo aún.  Que estaban en una especie de Limbo, en espera de la verdadera Muerte. Quizás por ser tan jóvenes se les daba la piadosa oportunidad de acostumbrarse a la idea.
Desde lejos llegaba el rumor del mar que lamía serenamente los pilotes de un muelle. Cada tanto llegaba un barco y subían a él los que parecían ya preparados para partir a la eternidad.
Favio llevaba ahí mucho tiempo, le parecía a él, pero no lograba resignarse.
Había vivido veinte años pero nunca había amado. Si respirar era para él un asunto laborioso  ¿cómo acercarse a alguien en busca de Amor?   Buscar aire para llenar sus pulmones había sido la ocupación de su vida.
Una tarde se aventuró a internarse en el bosque que ese día se imponía sobre la ciudad. Y descubrió entre los árboles un reflejo que antes no había visto. Era el brillo de un espejo.
Supo entonces que los espejos no son lo que los vivos creen. Son una niebla plateada en que la gente se mira, sin saber que detrás está el país de los muertos.
Favio se aproximó al espejo y vio del otro lado el dormitorio de una joven.
Notó que era una niña triste, alguien que había elegido la tristeza como una forma de ser feliz.
En el mundo de los vivos nadie podría entender una cosa así , pero en el lugar donde se encontraba Favio resultaba muy natural y aceptable.
Pronto supo que la niña se llamaba Olga.
Cuando llovía, Olga se sentaba junto a la ventana a mirar caer la lluvia. Si salía el sol, cerraba las cortinas para no ver la luz que era enemiga de su tristeza.
Favio pensó que, ahora que no tenía que luchar por el aire para vivir, bien podría enamorarse de ella. ¿ Pero cómo convencerla de que estaba derrochando su juventud en esa inútil ocupación de estar triste?
Olga empezó a sentir que alguien más la miraba cuando estaba frente al espejo y no le extrañó en absoluto.
Siempre había pensado que los espejos eran mágicos. Que en el fondo de esa agua plateada
había un mundo sumergido, como esos castillos y ciudades que yacen en el fondo del mar.
 Un día, Favio logró empañar el espejo con su aliento y Olga alcanzó a divisar su cara.
Acercó sus labios a la superficie y del otro lado, Favio acercó los suyos. Se dieron un beso muy largo.
Cuando terminó,Favio sintió que  ¡ por fin! sabía lo que era amar.
 Ella, por su parte, olvidó cerrar las cortinas para que no entrara el sol.
La luz invadió a raudales  su dormitorio y expulsó las sombras que poblaban los rincones. Olga se encontró sonriendo, ella, que había jurado no sonreír jamás.

Esa tarde, Favio fue al muelle a ver la llegada del barco y no se inquietó al saber que él figuraba en la lista de los que partían. 


domingo, 3 de enero de 2016

EL SUEÑO DE JUAN.

Había dormido mal la noche anterior y los párpados le pesaban como si sus pestañas fueran  varillas de plomo.  Intentaba mantener los ojos abiertos frente a la pantalla del computador, pero el frío destello blanco le hería la vista, obligándolo a cerrarlos.
Al fin, no pudo más y sintió que se dormía.
Automáticamente, se encontró en su automóvil, frente a la luz roja que le avisaba que se detuviera porque venía el tren.
 Era el convoy de las 20,15. El mismo que cada anochecer lo obligaba a detenerse , al regresar desde su oficina.
Había empezado a llover y la cortina de agua, unida a las sombras que iban brotando de la tierra, le impedían ver con claridad.
A pesar de eso, alcanzó a distinguir un bulto con forma humana que yacía al borde de las vías. Sobresaltado, se bajó del auto y corrió hacia él. Era un hombre que parecía desmayado. Quiso abrirle la camisa para darle aire, pero de súbito, el hombre se irguió y lo tomó por el cuello. Alguien más se acercó por detrás y le dió un golpe en la cabeza. Se sintió caer, al mismo tiempo que escuchaba unas risas...
Entonces, despertó.
A su lado estaba Jorge, riendo.
-¡Hombre, por Dios! ¿ Donde anduviste anoche?  Parece que no llegaste a tu casa...
Confundido, miró la hora. Había estado durmiendo sólo unos minutos... Recibió con alivio las carpetas de contabilidad que le traía su compañero y se puso a trabajar para recuperar el tiempo perdido.
Ese anochecer, al igual que en el sueño, se encontró detenido esperando el paso del tren. La luz roja parecía titilar detrás de la tenue lluvia que había empezado a caer. A lo lejos escuchó el estrépito del tren que se acercaba.  Sus ojos, se fijaron sin querer en la tierra mojada que había junto a las vías.
Vio un bulto caído...¡ Era una persona !   Iba a bajarse a auxiliarla pero se acordó del  sueño.
¿ Y si había sido premonitorio?   Seguro era una advertencia...
El tren pasó rugiendo frente a Juan y al cabo de un minuto, se apagó la luz roja y se levantó la barrera.      
Sin vacilar, Juan echó a andar el motor y cruzó las vías.
Al día siguiente, leyó en el diario una noticia pequeña, en un rincón de la página:
" Un hombre fue encontrado muerto en el cruce de trenes. La autopsia arrojó un infarto que paralizó su corazón. El médico opinó que un auxilio oportuno le habría salvado la vida. Su edad era de cincuenta años... Se calcula que agonizó unas horas bajo la fría lluvia que cayó anoche sobre la ciudad"
Juan se sintió consternado. ¿ Por qué fui tan tonto de creer en ese sueño era una advertencia?  Pude salvarlo y no hice nada....
No le contó a nadie su experiencia, pero todo el día lo pasó angustiado, sin poder concentrarse en el trabajo.
Al anochecer, se detuvo frente a la barrera que, como cada tarde a esa hora ,estaba baja avisando que venía el tren. La luz roja era como el ojo de un cíclope que parpadeaba tras la lluvia que había empezado a caer.
Le pareció que sufría una alucinación cuando vio un bulto caído junto a las vías.
- ¡ Dios mío!   ¡No puede ser!
Dio un grito y se bajó del automóvil. Corrió hacia la figura humana que gemía con una voz apenas audible.
Quiso abrirle el cuello de la camisa para que respirara mejor. Pero el hombre se lanzó sobre él y empezó a apretarle la garganta. Oyó una risa a sus espaldas y alguien más se acercó y lo golpeó en la cabeza.
Varias manos le registraron la ropa en segundos y le arrancaron la billetera y el celular. Luego sintió que lo arrastraban hasta ponerlo sobre las vías.
Casi inconsciente quiso gritar,intentó moverse pero estaba mareado y el cuerpo le pesaba como plomo.

Lo último que escuchó fue el estrépito del tren abalanzándose sobre él, desde la negrura de la noche.