Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 29 de noviembre de 2012

UNA CARTA EN EL VIENTO.

Había llovido en forma intermitente, durante toda la tarde.
Al anochecer, cesó la lluvia, pero un viento helado empezó a soplar entre los árboles, desprendiendo las últimas hojas.
Como pájaros con un ala rota, caían revoloteando en los charcos y los pies de la gente las destrozaba, hundiéndolas en el barro.
Pablo le volvió la espalda un momento a las ráfagas cortantes que le acuchillaban la cara.
Caía la noche y las luces de la ciudad palidecían, envueltas en el gris algodonoso de la  bruma.
El recuerdo de Mariana volvía a su mente sin cesar.
En un atardecer de principios de Otoño, helado como ese, la había visto por última vez.
Ahora no entendía el por qué de su ruptura.
Se habían querido tanto y de pronto, todo se rompió.
La culpa la tuvo él al cometer esa infidelidad absurda. Un corto placer y luego el hastío y los remordimientos.
Ella lo había perdonado, pero las cosas no volvieron a ser nunca iguales.
 Discutían por nimiedades, recelaban uno del otro  y pareció que la única alternativa era separarse.
¡Con qué facilidad la había dejado ir!  ¡Y como se arrepintió después!
Pasó un mes llamándola inútilmente. Su teléfono no contestaba y tampoco nunca respondió a sus mensajes. Pensó que había cambiado de número deliberadamente, para evitar que pudiera contactarla.
Al principio se enfureció y trató de olvidarla, pero después se apoderó de él la nostalgia y el deseo lacerante de volver a verla.
Y así había trascurrido todo el Otoño y casi la totalidad del Invierno.
Al salir del trabajo, se sorprendía buscándola inútilmente entre la muchedumbre. ¿Dónde estaría ahora?
El viento helado le levantaba los faldones del abrigo. Perdido en sus pensamientos, se encontró en una calle solitaria.
Sus ojos advirtieron un trozo de papel blanco que giraba en una ráfaga de viento. Lo vió subir, bajar y luego desaparecer doblando una esquina.
  Sin saber por qué, lo siguió.
Flotó unos minutos y luego el viento lo empujó contra un árbol y quedó adherido ahí, sobre la corteza húmeda.
Pablo vio que era una carta manuscrita.
Se acercó y la desprendió del árbol. 
Al ver el encabezamiento, se quedó atónito. Lo aproximó más a sus ojos, bajo la luz de un farol.
"Mi querido Pablo:
"Necesito decirte que, a pesar de todo y más allá de todo, te sigo amando.
"Ya es tarde y sin embargo, siento que estoy junto a ti y que nada podrá separarme de tu lado.
"Mariana."
¡Era la letra de ella!
Pero ¿cómo era posible? ¿Cómo podía esta carta escrita por Mariana, haberle  llegado así, arrebatada por el viento, en medio de las sombras?
 Apareció un autobús, emergiendo de la niebla, y Pablo saltó al estribo, cuando disminuyó la velocidad. ¡Tenía que ir a buscarla!
Ese extraño suceso era una señal que le llegaba no sabía de dónde. Pero, sentía que Mariana lo llamaba y era preciso correr a su encuentro.
Se bajó en la plaza, frente a su edificio. ¿Por qué no había cedido antes a la urgencia de verla?
Tocó el timbre inútilmente, durante largo rato.
El portero se le acercó en el vestíbulo y le dijo:
-La señorita Mariana ya no vive aquí.
-Pero ¡cómo! ¿Desde cuándo?
-Hace cuatro meses que el departamento está vacío. Cuando se despidió de mí, me dijo que se iba a la casa de su madre. La vi pálida y pensé que estaba enferma.
-¿Y sabe usted donde vive esa señora?
-Sí. La señorita Mariana me dejó los datos, para que le remitiera las cartas...
La tarde siguiente, al salir del trabajo, se dirigió a la dirección indicada.
Le abrió una mujer de rostro serio, vestida de oscuro.
El titubeó al verla. No sabía cómo reaccionar,  porque había esperado que fuera Mariana quien le abriera la puerta.
Al fin, se atrevió a decirle:
-Buenas tardes, señora ¿podría ver a Mariana?
La mujer palideció y un rictus de dolor alteró sus facciones.
-¡Cómo!  ¿Es que no sabe...?
-Perdón, no le entiendo.
-Mariana se ha ido. Pensé que lo sabría.
El se quedó mudo, consciente de que una amenaza oscura se cernía sobre él, una revelación terrible que trastornaría su vida.
Ella lo vio tan pálido que lo hizo pasar.
Entraron a un pequeño salón, alumbrado solo por una lámpara de sobremesa, junto a la cual se encontraba el retrato de Mariana.
-¿Ella se ha ido?- preguntó Pablo, casi incoherente- ¿A dónde?
-Muy lejos, a donde ya no podemos alcanzarla.
Entonces advirtió que la mujer vestía de negro. Un luto riguroso que la hacía verse más pequeña y más frágil.
Salió de allí, desolado.
No quiso preguntar más, pero comprendió que Mariana tenía que haber estado enferma desde hacía mucho tiempo. Aún antes de que dejaran de verse y que se lo había ocultado por orgullo.
¡Y tenía tantas cosas que decirle todavía!
La certeza de que no volvería a verla nunca más era como un abismo en el cual se sentía caer interminablemente, sin tocar fondo.
Todo lo que hubiera querido explicarle se agolpaba en su corazón. ¡Y era demasiado tarde!
¡Pero no! Aún era posible...
En su carta, Mariana lo decía: "A pesar de todo y más allá de todo".
¡Eso significaba que había un lugar donde ella estaba, esperando su respuesta!
Se sentó a escribir en la soledad de su oficina.
Puso en el papel todo su amor y sus remordimientos y sintió su pecho liberado de un gran peso, como ocurre después de que se ha llorado mucho. Dar rienda suelta al desgarramiento de su alma era también una forma de llorar.
Oscureció por completo y el viento helado siguió soplando. Silbaba y gemía, estremeciendo los cristales de su ventana, en el piso más alto de aquel enorme edificio.
Pablo la abrió de par en par y alargó la carta hacia la oscuridad de la noche.
Una ráfaga de viento la arrebató de su mano y se la llevó, girando.
La vio subir, bajar y revolotear, como si buscara un rumbo.
Aún la divisó un instante como un pálido blancor sobre los techos y luego desapareció.

lunes, 26 de noviembre de 2012

LAURA.

Laura oprimió el botón de acceso al computador y digitó la clave que solo ella conocía. De inmediato, apareció en la pantalla el logotipo del Archivo General y se aprestó, como cada mañana, a ingresar los datos recogidos la tarde anterior.
Su trabajo era monótono, pero lo sabía importante. Ella era una pieza más de la enorme maquinaria del Ministerio de Bienestar Integral, pero tenía conciencia de que su labor era vital para el desarrollo de los planes del Gobierno.
En la vasta sala iluminada por tubos de neón, trabajaban otras treinta jóvenes parecidas a ella.
Laura pensó que las seleccionaban cuidadosamente, para que formaran un conjunto armónico. Todas eran rubias, de hermosas facciones, serenas y atentas únicamente a las pantallas de sus computadores. Pasaban las horas ingresando los datos que llegaban de otras oficinas remotas. Tal vez desde otros planetas. ¿Cómo podía ella saberlo?
 Laura notó que ninguna de sus compañeras la miraba. Pero, ella recorrió ansiosamente sus rostros, buscando un gesto amistoso que la rescatara de su aislamiento.
Una vaga desazón crecía en su pecho. Una extraña inquietud la turbaba desde hacía tiempo.
A través de los vidrios del ventanal vio los altos árboles cubiertos de un delicado follaje color esmeralda. La Primavera había pasado sobre ellos, derramando su magia.
¿Sería eso lo que la distraía de su trabajo y amenazaba su eficiencia?
Se sentía distinta al resto de sus compañeras.
Las veía tan mecánicas, tan deshumanizadas en su actitud imperturbable. Nada las distraía de las pantallas de sus computadores, que centelleaban frente a ellas sin cesar.
¿Es que ninguna experimentaba esa lasitud y esa sed de algo nuevo que estremecía a Laura?
Respiró hondo y se abocaba de nuevo a su tarea, apretando el botón decisivo que enmendaría un error, cuando vio abrirse la puerta que comunicaba con el pasillo.
Entró un grupo de funcionarios de la planta superior, escoltando a un visitante desconocido.
Laura tembló. Nunca lo había visto antes, ni siquiera en sus sueños, puesto que no recordaba haber soñado jamás. Pero al mirar su rostro, comprendió que era el hombre a quién podría amar.
Sintió su corazón latir violentamente.
El vacío de su vida desapareció. La ausencia de recuerdos, la imposibilidad de sentir nostalgia. Todo ese hueco sombrío que había existido hasta entonces en su mente, se iluminó de pronto, como si amaneciera después de una noche larga.
Llevaba mucho tiempo sintiendo que no era posible que su existencia se redujera a eso.
 A pasar los días digitando datos, diseñando organigramas, enlazando su trabajo con el de todos esos computadores que operaban al unísono, como los engranajes de una gigantesca máquina.
Ese trabajo automático había ido vaciando su mente de recuerdos y de sueños.
Sólo sabía que se llamaba Laura y que su labor eras vital en el funcionamiento del Ministerio.
Por más que taladraba su cerebro, no lograba rescatar una sola imagen de sus padres ni el menor recuerdo de su infancia.
Todo parecía sepultado bajo una capa de arena que borraba su pasado y convertía su presente en un ancho plano, vacío y estéril.
Pero, ahora, al verlo a él, su vida pareció transformarse.
Se sintió humana y mujer.
 Su hermoso rostro se alteró por la emoción y sus manos abandonaron el teclado y se apretaron contra su pecho.
Vio al grupo de hombres recorrer la inmensa sala. Un funcionario parecía detallar frente al desconocido la actividad que allí se realizaba y las características del personal. El asentía con sonrisa cortés y su secretario tomaba notas.
Laura pensó que debía ser un Inspector que mandaban desde el Gobierno Central.
De pronto, los ojos del grupo se fijaron en ella. Los vio acercarse a su escritorio y una mezcla de temor y de júbilo agitó su corazón.
¿Se habrían dado cuenta de que estaba distraída? ¿Vendrían a amonestarla?
No le importaba. ¡Él se aproximaba y ella tendría la oportunidad de mirarlo de cerca y de escuchar su voz!
El grupo se detuvo frente a Laura. El funcionario que había hablado hasta ese momento, la envolvió en una mirada fría y se la señaló al visitante.
-Este es WH l4. Lo llamamos Laura, un nombre de fantasía, se entiende...Es el prototipo más nuevo que hemos conseguido. Entró en labores hace solo un mes.
-¿Y cómo se comporta?- preguntó el desconocido, clavando en ella sus ojos interrogantes.
-Es muy eficiente, no cabe duda. Sin embargo, hemos detectado un componente inusual. Una serie de reacciones que escapan a los parámetros contemplados anteriormente.
-¿Qué quiere decir?
-No sé, aún no lo descifro. Yo diría que le han agregado un programa de humanidad ficticia que le resta eficiencia a su comportamiento.
Laura no comprendía nada. La monótona voz del funcionario no lograba penetrar en su mente. Ni siquiera la escuchaba, porque los violentos latidos de su corazón la ensordecían.
Sus ojos se clavaban en la cara del hombre más bello que jamás había visto, persiguiendo inútilmente una mirada que correspondiera a su emoción.
En un instante de silencio, se escuchó nítidamente el tic tac de un reloj.
-¡Cómo! ¿Hay aquí una bomba?- preguntó el desconocido, retrocediendo con alarma.
-¡No, señor! ¡No tema! El sonido viene del interior del robot. Algo se ha alterado en su mecanismo.
-¡Ábralo!- ordenó él, con voz autoritaria.
El empleado tocó un resorte en la espalda de Laura y en su pecho se abrió una puertecilla, con un  débil crujido de bisagras.
-¿Qué es esto?- preguntaron algunos.
-¡Es un mecanismo de relojería!-se admiraron otros-  ¿Quién pudo haberlo instalado ahí?
-¡Parece una broma del fabricante! ¡No cabe duda de que imita un corazón humano!
-¡Ya me parecía que este robot tenía una falla en su funcionamiento! ¡Un corazón! ¿Quién habrá sido el gracioso?
-¡Retírenlo de inmediato!- ordenó el inspector, en tono molesto-Se hará una investigación. ¡El prototipo WH l4 queda descontinuado, momentáneamente!

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL CAMINANTE.

Lo vio salir con una maleta.
Se había puesto su abrigo y el viejo sombrero raído en el ala.
-¿A dónde vas?
-Voy allá.
-¿ "Allá"  donde?
-"Allá". Al lugar al que pertenezco. Aquí me siento prisionero. Me ahogan estas paredes.
Ella se quedó callada. No entendía lo que él quería decir ni donde estaba aquel mítico "Allá" que parecía llamarlo.
Pero, no se extrañó de su marcha.
Siempre había sabido que la iba a abandonar.
De a poco se habían ido cortando los lazos que los ataban. Ahora solo los unía la costumbre, como una frazada gris, que los envolvía, sofocándolos.
Lo había notado ausente, sumergido en su introspección y ella no había podido atravesar el muro que se alzaba entre ellos.
Lo miró partir sin hacer un gesto para retenerlo.
La puerta se cerró sin ruido a sus espaldas. El la sostuvo hasta el final, para que no golpeara contra el marco. Tal vez tenía la esperanza de que esa partida silenciosa le hiciera menos daño a ella.
Pero fue inútil.
Un ancho hueco de ausencia se abrió a donde había estado su cuerpo.
 Ella se sentó al borde de esa laguna oscura y fue tirando en ella las horas, como pequeños guijarros que se hundían sin dejar huella.
El partió, libre y esperanzado.
 Caminó mucho tiempo, sin detenerse. Atravesó innumerables pueblos grises, envueltos en una neblina de humo o de melancolía.
Por fin, a lo lejos, divisó los contornos de una gran ciudad.
Un alto muro la rodeaba y junto a la puerta, vio parado a un hombre.
-¿Es esto "Allá"?- le preguntó, esperanzado.
-¡Oh, no!- le respondió, con una mueca de burla- ¡"Allá" está mucho más lejos! No has recorrido ni la  mitad del camino...
-¿Y cuándo voy a llegar?-gimió él, con desaliento.
- Esta ciudad es "Cuando".  Puedes descansar en ella, antes de reanudar la marcha. Y seguramente encontrarás a otros que buscan lo mismo que tú.
A medida que se internaba en la masa gris de edificios, vio a un grupo de personas que caminaban delante de él. Nadie se volvió a mirarlo. En sus caras brillaba débilmente la esperanza, como una brasa que crepita entre las cenizas, antes de extinguirse.
A todos los guiaba la certeza de que su destino y la razón de sus vidas se encontraba "Allá".
"Cuando" era solo un lugar de paso. No había nada en la ciudad que invitara a quedarse. Y la gente recorría sus calles, abrumada por la incertidumbre, repitiendo : ¿"Cuando" "Cuando" ?, sin encontrar a nadie que respondiera a su pregunta.
El anduvo durante mucho tiempo, sin darse cuenta de que caminaba en círculos.
Su espalda se encorvó y su pelo se volvió gris, como si lo cubriera una capa de cenizas.
El cansancio lo agobiaba, pero continuó andando, sin alcanzar nunca la meta. Cuando por fin creía haber llegado a ella, la veía diluirse como un espejismo y reaparecer más allá, dorada por la luz del ocaso.
Los que marchaban junto a él, se fueron quedando atrás o se perdieron en un recodo del camino.
A otros los venció la fatiga y la convicción de haber buscado en vano.
Un anochecer, cuando ya lo abandonaban las fuerzas, entró en una ciudad.
Sintió renacer su esperanza.
-¡Tiene que ser este el lugar que he buscado durante tanto tiempo!
Las calles estaban oscuras y las casas parecían desiertas.
Por fin, vio brillar una luz tras el vidrio de una ventana.
Golpeó a la puerta y le abrió una mujer de ojos apagados.
-¡Dígame que he llegado por fin! ¿Es esto "Allá"?
-No- suspiró ella- Esto es "Aquí", el mismo lugar desde donde partiste.
La miró sobresaltado y solo entonces la reconoció. En los surcos de su cara vio escrita una historia de congoja y de abandono.
Arrepentido, se dejó caer a sus pies y hundió el rostro entre los pliegues de su falda.
Ella le cogió la cabeza entre sus manos y le preguntó con tristeza:
-¡No has comprendido que "Allá" estará siempre más lejos? ¿Que solo podrás verlo a la distancia y que dejará de existir cuando te acerques?
Lo oprimió contra sí y acarició su pelo encanecido. Con dedos tiernos trató de alisar las arrugas de su frente.
-¡Quédate conmigo!- le pidió, sonriendo entre sus lágrimas- ¡Quédate conmigo, porque "Aquí" está el amor!   Y quizás "Allá" solo se encuentra la muerte.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA MAGIA DE UN BAILE.

(Continuación de "Un baile de Máscaras")
José no quiso seguir trabajando de nochero en el Museo Histórico.
El pretexto fue que se había quedado dormido, pero la verdad era que los extraordinarios sucesos de la noche pasada lo habían dejado muy nervioso.
En vano Don Pedro, el anciano portero, lo tranquilizaba diciéndole que había soñado. José trataba de convencerse, pero no estaba seguro...¡Todo había sido tan real!
Sentía que una atmósfera sobrenatural envolvía la exposición de disfraces. Como si después de cien años, aún flotaran allí los espíritus de los que habían participado en la maravillosa fiesta.
Se iba del Museo esa tarde, cuando llegó Juan, su reemplazante y no pudo evitar hacerle algunas advertencias.
-¡Trata de no quedarte dormido!- le dijo- Mira que aquí los sueños son demasiado reales...O quizás no son sueños, sino fantasmas que te vienen a penar.
Alcanzó a notar que el viejo portero y Juan intercambiaban una mirada burlona y prefirió callarse.
¡Ya vería ese novato lo que le esperaba si no se andaba con cuidado!
Juan, por su parte, se quedó muy tranquilo. No creía en nada que se relacionara con espectros.
-¡De los vivos hay que defenderse, no de los muertos!- le aseguró a Don Pedro - Y si viene algún fantasma, seré yo el que le dé un buen susto a él.
Sacó de su mochila un termos con café y una novela policial.
Decidió que cada una hora se daría una vuelta por el Museo. Con eso bastaría para asegurarse de que todo estuviera en orden. Y el reloj de la Municipalidad lo mantendría despierto con sus campanadas.
Todo iba bien, hasta que sonaron las doce.
-¡La hora de los fantasmas!- murmuró Juan, con acento burlón- ¡A ver si viene alguno a conversar un café conmigo!
Acababa de decir eso, cuando escuchó unos pasos acercándose por el corredor.
De más está decir que todo su valor se evaporó en un segundo y sintió que se helaba de espanto.
Una joven irrumpió en la zona iluminada. Venía disfrazada de dama de la corte del siglo quince, con una peluca empolvada y un traje azul adornado de encajes.
Al ver a Juan, puso cara de enojo y golpeó impaciente las baldosas con su zapatito de raso.
-¡Como? ¿Aún no te has vestido? Ya son más de las doce...¡Yo no sé a qué hora crees que vamos a llegar!
Juan se quedó atónito y miró a su alrededor, pensando que la joven se dirigía a otro. Pero, ella lo sacó de dudas tironeándolo de un brazo y sacudiéndolo como a un monigote.
-¡Bueno!  ¡Ya es muy tarde! Ponte esta capa y este sombrero. ¡Diremos que vas disfrazado de Conde Drácula!
Y sin esperar respuesta, lo envolvió en los pliegues de una gran capa negra y le hundió el sombrero hasta las cejas.
Lo tomó de la mano y Juan la siguió dócilmente.
Atravesaron el pasillo en penumbra y desembocaron en un gran salón iluminado. Desde allí llegaban los sones de una orquesta.
Juan alcanzó a mirar de soslayo las vitrinas donde se exhibían los disfraces. ¡No quedaba ni uno en su sitio!  Los pobres maniquíes desnudos parecían mirarse entre ellos, como avergonzados de su triste papel.
La joven lo arrastró en medio de las parejas que bailaban y perdido en un sueño, Juan se dejó llevar.  No pensó en nada  más.
Las mágicas notas de un vals lo arrebataron, como el oleaje de un mar en el que se hundió sin dudarlo.
A la mañana siguiente, José, que tenía  turno de día para ayudar a Don Pedro, llegó temprano al Museo, porque se sentía inquieto.
-¡Lo más seguro es que tenga que despertarlo!- pensaba, dispuesto de antemano a burlarse del incauto nochero.
Pero, no encontró a nadie.
Las luces estaban aún encendidas y sobre la mesa de la portería vio una taza de café a medio tomar. La mochila de Juan estaba abandonada sobre la silla.
-¡Qué raro! ¿Donde se habrá metido este tontón?
Llegó Don Pedro y juntos iniciaron la búsqueda por el Museo. Todo estaba en orden, pero Juan no aparecía por ninguna parte.
-Quizás algo lo asustó en la noche y se fue corriendo- sugirió José.
 -¡Pero aquí está su mochila!- respondió Don Pedro -Lo más seguro es que vuelva a buscarla y ahí sí que tendrá que inventar una buena explicación.
 Dieron una vuelta más por los pasillos vacíos.
 El sol de la mañana entraba a raudales arrancando brillos feéricos de los disfraces enjoyados.
Junto a una vitrina donde se exhibía un vestido azul de la época de Luis Quince, había una fotografía de tamaño natural de un grupo de asistentes al baile.
Payasos y gitanas, colombinas y arlequines, reían dichosos, olvidados de todo lo que no fuera la magia de aquella noche.
En medio del grupo, la joven que había usado el traje de dama de época, se tomaba del brazo de un hombre envuelto en una capa oscura y con un sombrero hundido hasta los ojos.
 José se detuvo, incrédulo.
-¡Don Pedro, mire!  ¡Es Juan!
-¿Qué dices? Pero, ¡cómo va a ser Juan!  Si esa fotografía la tomaron hace cien años....            
Ambos se quedaron mudos frente al grupo de disfrazados. Don Pedro tuvo que reconocer que el joven de la foto se parecía a Juan.
Pero luego, miró enojado a José y le dijo:
-¡Tú con tus fantasías!  Ya hace días que andas con el asunto de los fantasmas... Me voy a reír de ti cuando en un rato más, aparezca Juan a buscar su mochila.
Pero el día trascurrió sin que llegara.
-¡Seguro tiene miedo de dar la cara!- comentó Don Pedro, malhumorado- ¡Dejar el Museo abandonado! Eso es algo que no tiene perdón.
José permanecía a su lado en silencio. El siempre había sabido que Juan no aparecería.
La magia del baile de disfraces lo había atrapado y seguiría cautivo en él, sin remedio.
-Cuando cierren la exposición y guarden estos trajes... ¡Entonces aparecerá, estoy seguro!
Miró de reojo a Don Pedro, pero no dijo nada.
 ¡No se iba a arriesgar a que lo trataran de loco!


lunes, 12 de noviembre de 2012

LA IMPOSIBLE.

Javier la vio una tarde, al pasar por el parque.
Reinaba el Otoño con su esplendor dorado que invitaba a caminar bajo los árboles.
Una alfombra de hojas secas se había depositado junto a los troncos y a él le encantaba hacerlas crujir bajo sus pies. Crepitaban como si ardieran y el sol del atardecer les arrancaba destellos rojos semejantes a llamaradas.
Caía una suave bruma, la primera tarde que la vio.
Estaba sentada en un banco, serena y erguida, como si esperara a alguien.
Javier temió acercarse, pero era tal la belleza de su cara, que no pudo apartar de ella sus ojos.
Esperó a cierta distancia, creyendo que vería llegar a su acompañante, pero ella permaneció sola, mientras las sombras caían sobre los prados húmedos.
Luego, la hermosa mujer se levantó del banco y se alejó, sin dirigirle ni una mirada.
Javier volvió al día siguiente, con la esperanza de verla y lo embargó un júbilo incrédulo al encontrarla sentada en el mismo banco.
Esta vez, ella clavó en él sus ojos, fríos e inexpresivos y luego los desvió, como si no lo hubiera visto.
Sintió desvanecerse la esperanza de poder hablarle, porque esa mirada era como un muro que ella había alzado entre los dos.
Se atrevió, sin embargo, a sentarse en un banco cercano, desde donde podía observarla.
Su rostro era pálido y lo rodeaba una espesa cabellera rojiza, del color de las hojas secas.
El sol también le arrancaba llamaradas, al filtrarse entre las ramas.
Sus labios parecían curvarse en un leve gesto de ironía, como si le divirtiera la extasiada contemplación de Javier.
Pero no había en ella ningún gesto invitador, ni una señal alentadora.
Al  tercer día, Javier no pudo contenerse más.
La misma extraña atmósfera, casi onírica, que rodeaba a la mujer, le dio valor para hablarle. Creyó estar viviendo un sueño y no tuvo miedo de un gesto osado que, despierto, no se habría atrevido a hacer.
Se acercó directamente a ella y le preguntó:
-¡Por favor, te lo ruego, dime quién eres!
Ella alzó hacia él sus ojos profundos y una luz fría, como la que atraviesa un pedazo de hielo, emanó de su rostro.
-Yo soy la Imposible.
-¿Qué dices?
-Ya lo escuchaste.  Soy la Imposible, la que no puedes amar.
Javier se sintió desfallecer.
Sin darse cuenta, cayó de rodillas a sus pies y tomó su mano helada.
Ella la retiró sin apuro.
Se diría que disfrutó por un instante el placer de ver esa cara contraída por la pasión insatisfecha.
Luego, sus labios se endurecieron y levantándose del banco, lo rechazó lejos de sí.
-Veo que no has comprendido- le dijo con frialdad- ¿Por qué insistes en tu deseo vano? Yo soy la que nunca podrás tener.
Javier se obstinó en seguir acudiendo  al parque. Ella siempre estaba ahí, majestuosa y remota.
Al verlo, no hacía ni un gesto, pero en el fondo de sus ojos parecía brillar una chispa de burla. Por sus labios entreabiertos pasaba la sombra de una sonrisa. Aleteaba un instante en las comisuras de su boca y  al esfumarse, Javier creía entender que le decía:
-¿Aún no te cansas? ¿Todavía estás aquí?
Pero, él no cejaba. La pasión insatisfecha le rasgaba el corazón, como si un tigre afilara en él sus garras. Sentía que nunca podría dejar de amarla.
Hasta que una tarde, vio que no estaba.
Día tras día, la buscó en vano por el parque desierto. Pero, ella no volvió.
Pensó que era una señal de que debía olvidarla y luchó por apartarla de su mente. 
Pero cada tarde regresaba al parque y vagaba alrededor del banco vacío. Se quedaba ahí, con los ojos fijos en las sombras crecientes, como si con la fuerza de su deseo pudiera lograr que la figura de ella se materializara una vez más.
Pasaron semanas. Llegó el Invierno y sintió que el frío de la lluvia parecía calmar el fuego de su ansiedad.
Retomó sus paseos por el parque, ya no con la esperanza de encontrarla, sino para recuperar el placer perdido de aquellas caminatas.
De pronto, una tarde creyó ver desde lejos una figura sentada en el banco que antes ocupaba Ella.
Corrió, sintiendo que el corazón quería escapársele del pecho y correr más veloz, adelantándose a sus piernas.
Pero al llegar, vio que en el banco estaba sentada una desconocida.
Era una joven de rostro dulce que alzó sus ojos hacia él y le sonrió, como si hubiera estado esperándolo.
Con un leve gesto de su mano, lo invitó a sentarse junto a ella.
Javier la miró asombrado.
Era tan hermosa como la otra. Y tan parecida,. que habrían podido ser hermanas.
Pero lo que había de frialdad y rechazo en la otra, en ésta se trasformaba en ternura y aceptación.
-¿Quién eres?- le preguntó.
-Yo soy la que te ama y a quién puedes amar. Junto a mí no conocerás ni la decepción ni el olvido.
Pero, Javier se apartó de ella bruscamente y con ojos angustiados, miró a su alrededor en una inútil búsqueda.
-Pero ¿donde está Ella? ¿Donde está la Imposible? ¡Es a Ella a quien ansía mi corazón!