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lunes, 5 de noviembre de 2012

EL CUMPLEAÑOS DE MANUELA.

Al día siguiente, era su cumpleaños.
Seguro que nadie se acordaría.
Pero no quería quedarse ahí para comprobarlo.
Ni para recibir el único llamado, el de su hermana, que se empecinaba en cantarle el "Happy Birthday" por teléfono.
Le daba pena y vergüenza tener que permanecer muda, con el fono pegado a su oreja, mientras Fanny entonaba la canción.  Jubilosa y desafinada, segura de que la hacía feliz...
Nadie más llamaría. Y el correo electrónico no registraría ningún mensaje.
Todos los años, para esa fecha, se hacía las mismas tristes predicciones, soñando, sin embargo, que esa vez sería distinto.
Su más hermosa fantasía, sin base real, era la del ramo de rosas.
Muy temprano, sonaba el timbre de la puerta.
Era un mensajero de la florería.
Su cara estaba casi oculta por un enorme atado de rosas rojas envueltas en papel celofán.
-¿La señorita Manuela?- preguntaba sonriendo y le ponía en los brazos el ramo, contento de ser él el portador de semejante motivo de alegría.
Pero ¿quién le enviaba las flores?
¿Un antiguo novio que no la había olvidado? ¿Un admirador secreto?
No importaba quién. Era un sueño impreciso como lo son todos. Pero un sueño feliz que la hacía sonreír en la oscuridad de su dormitorio.
Pero, esta vez no se quedaría ahí, esperando.
Se levantó a las siete con la idea fija de huir.
Sobre el velador dejó su teléfono celular y metió su computador en el closet, como si fuera un niño a quién encerraba en la oscuridad, castigándolo de antemano por una falta que aún no había cometido.
Salió de su casa, sin destino fijo.
Era Sábado y a esa hora de la mañana, las calles permanecían casi desiertas.
Entró a la matinal de un cine, en la que pasaban dibujos animados.
Se acordó de aquel lejano día de cumpleaños, cuando su papá la llevó a celebrarlo al centro.
Tomaron refrescos y luego entraron al cine, a ver la película para niños que Manuela había elegido. ¿Se aburriría él a su lado, mientras ella se reía y se llenaba la boca de palomitas de maiz?
A la salida, le compró un libro de cuentos y Manuela volvió a la casa dichosa, apretándolo contra su corazón.
¡Había sido el cumpleaños más feliz de su vida!
Pero ahora, su papá ya no estaba.
Al principio, podía volver a verlo con solo cerrar los ojos. Caminaba hacia ella sonriendo, mientras le tendía los brazos. Escuchaba nítidamente su voz.
Pero, todo eso se había ido borrando de a poco.
Al cabo de un tiempo, una mano de sombras se lo arrebató y lo entregó al olvido.
Ahora tenía que mirar una fotografía para ver su cara y no había nada en el silencio que pudiera restituirle el cálido sonido de su acento.
Almorzó en un restaurante del centro y deambuló por las calles hasta que empezó a atardecer.
No estaba triste sino amargamente satisfecha de haber huido de su departamento y de todo cuanto pudiera confirmarle lo sola que estaba en el día de su cumpleaños.
 ¡No una vez más!
Recordó aquellas ocasiones en que después de un día vacío y solitario, había sonado el teléfono sorpresivamente.
Era una amiga que había recordado la fecha por casualidad y se apresuraba a llamarla para demostrarle su atención.
-¡Te estuve llamando desde temprano!- mentía.
Y Manuela aceptaba el embuste con una risa que sonaba satisfecha.
-¡Andaba por ahí, celebrando! Salí a almorzar con unos amigos...
Pero ahora no estaría ahí, para escuchar el doloroso sonido del silencio. Ni abriría el computador, una y otra vez, buscando inútilmente un mensaje de saludo.
Sus pasos la llevaron al parque, cuando caían las primeras sombras de la noche.
Parecía desierto y las luces de los faroles diluían los contornos de las esculturas, en un halo fantasmal.
Se creyó sola, pero luego divisó a una mujer sentada en un banco.
Estaba frente al parapeto que separaba el parque del río y parecía absorta escuchando el rumor del agua.
Manuela se sentó a su lado, sin hablar y la mujer no se molestó en mirarla.
Permanecieron un rato en silencio, dejándose envolver por la humedad que subía desde el río.
Al fin, Manuela le preguntó:
-¿Qué haces aquí?
La mujer se volvió a mirarla con sus grandes ojos sombríos y le dijo:
-Escapé de mi casa porque no quería estar sola en el día de mi cumpleaños.
A Manuela, sin saber por qué, no le extrañó su respuesta.
La mujer continuó hablando, con la mirada fija en el transcurrir del agua, aunque ya casi no se veía. Se adivinaba más bien en el murmullo sedante que llegaba a sus oídos.
-Vine hasta el río, porque quiero irme con él. Quiero que me lleve hasta el mar, como se lleva esos maderos que a veces pasan flotando.
Manuela no dijo nada.
-" Más rato voy a bajar hasta el agua y voy a terminar con mi soledad de una vez por todas. ¿No quieres acompañarme?
Manuela tomó su mano y juntas buscaron una pendiente que las llevara hasta la orilla.
Al principio, el agua lamía mansamente sus tobillos, pero, sin ponerse de acuerdo, avanzaron hasta el centro de la corriente.
De pronto, la fuerza del agua las arrebató y las sumergió en un remolino frío.
Manuela sintió que se soltaban sus manos.
Vio una vez más el rostro de la mujer que tenía la boca abierta, como si gimiera o como si la estuviera llamando. No escuchó su voz, porque el estruendo de las olas apagaba todos los sonidos.
También le pareció ver a un hombre que gritaba y corría a lo largo de la orilla. Pero, tampoco pudo escuchar lo que le decía.
Fue el único testigo que la policía encontró.
El hombre les aseguró que Manuela estaba sola. Que la había visto sentada en un banco y que al principio creyó que esperaba a alguien.
Luego la vio bajar y meterse en el río.
Él le gritó, corrió tratando de detenerla, pero el agua la envolvió en un vórtice feroz y la sumergió en cosa de segundos. No volvió a salir a flote.
Días después, Fanny fue al departamento de su hermana, buscando una carta, alguna nota que explicara la conducta de Manuela.
Al llegar, vio en el suelo, junto a la puerta, un ramo de rosas rojas que se deshojaban sobre el felpudo.
El celular estaba sobre el velador y la impresionó la cantidad de mensajes de texto que había recibido por su cumpleaños.
En el computador había también muchos correos de amigos que la felicitaban.
¡Aquellos saludos y aquel ramo de rosas!
-¡Ay!- pensó Fanny, desolada- ¡Si Manuela los hubiera visto antes de partir!

1 comentario:

  1. ¡Buen sábado, Lillian!
    El cuento transmite bien la soledad del personaje y esas ganas de encontrar a alguien que remueva su vida, de ahí la fantasía del ramo de rosas.
    Muy triste la nostalgia de aquel cumpleaños feliz de la infancia que ya nunca volverá. Señalas bien la alegría de esa chiquilla ilusionada.
    ¡Ay, que luego el cuento se introduce en la espiral suicida! Nos dejas con el suspense de que la intervención de ese hombre pueda reconducir la historia hacia algo positivo (final feliz “made in Hollywood”) pero no, venció el río y la soledad. Final “made in Lillian” jaja. Encima con la sorpresa de todas esas felicitaciones que sí llegaron... aunque tarde. ¿Nos quieres decir que no hay que perder la esperanza?

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