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domingo, 30 de abril de 2017

UN ANGEL EN LA CASA.

Laurita tenía siete años cuando su mamá se enfermó gravemente.
Al volver del colegio, la niña entraba de puntillas a su dormitorio. Las persianas estaba cerradas y ella en cama, con un pañuelo mojado en agua de colonia puesto sobre la frente. Abría los ojos,  le sonreía  y levantaba una mano para hacerle una caricia, pero se le caía sobre la sábana, como si le pesara demasiado.
- Laurita- le decía su papá- La mamá está muy delicada. Así es que no hagas ruido. Termina de hacer la tarea y te vas a jugar al jardín.
Un día , al entrar a la cocina a tomar desayuno, vio que había una mujer removiendo las ollas en el armario.
-Hola, Laurita- le dijo con una voz muy suave- Soy Herminda y vine a ayudar, mientras se mejora tu mamá.
Era joven y tan flaca que parecía que siempre estaba de perfil.
Al verla, Laurita la halló linda y pensó que su piel era igual a la de Blanca Nieves. Pero, cuando se volvió de espaldas, notó que tenía una joroba. Mejor dicho, dos, como los dromedarios y por entre medio, le colgaba una trenza muy larga, de color castaño.
Mientras lavaba los platos cantaba con una voz muy fina. Eran cantos solemnes, como de iglesia, en un idioma que la niña no entendía. Pero algo tenían esos cantos, porque al rato de escucharlos, hacían que uno se sintiera muy tranquilo, como si todas las cosas marcharan bien.
La casa empezó a estar muy limpia y las blusas del colegio, almidonadas.
Herminda subía a llevarle el almuerzo a la mamá y le ponía su mano fresca sobre la frente. Laurita se fijó que minutos después, ya no le dolía la cabeza.
Seguía pensando que era muy bonita, pero le daban  lástima los bultos que tenía en la espalda.
Un día la vio llorando y las lágrimas caían en la lavaza donde estaba desengrasando los platos.
-¿ Te duele la espalda, Herminda?
-No, Laurita. Es que echo de menos mi casa...
-¿ Y donde está tu casa?
-Muy lejos, como desde la tierra al cielo- suspiró Herminda y elevó los ojos hasta las nubes que pasaban más allá de la ventana.
Pero aunque estuviera triste, tenía la casa brillante como un espejo.  Y cuando sus cantos llegaban hasta el dormitorio de la mamá, ella sonreía y parecía que de a poco se le iban quitando los dolores.
Por todo eso, Laurita pensaba que era misteriosa. Que tenía un hechizo , como en los cuentos.  Quizás era una princesa y una bruja muy mala le había hecho salir esa joroba.
Así es que la observaba todo el tiempo, esperando que el misterio se aclarara de una vez.
Una noche la fue a espiar a su dormitorio.  La puerta estaba entre abierta y pudo ver cuando Herminda se quitaba la blusa.
No era una joroba lo que tenía. Eran dos alas que estaban encogidas después de pasar todo el día apretadas bajo la ropa.
Ella las sacudió y las alas se desplegaron con un suave rumor. Eran blancas y despedían una especie de fulgor que iluminaba la pieza.
Sin querer, Laurita dio un grito de sorpresa.
Herminda se volvió y se puso un dedo en los labios, pidiéndole silencio.
Como la niña no tenía muy claro el asunto de las personas con alas ( era la primera vez que veía a una), le preguntó:
-¿ Eres un hada?
- No, Laurita. Soy un ángel.
-¿ Y por qué estás en esta casa, lavando las ollas y trapeando el piso?
-Porque estoy castigada y tengo que hacer penitencia por un tiempo.
-¿ Y por qué te castigaron?
-Por curiosa. Había descubierto un hueco entre las nubes y me pasaba las horas mirando para acá. El Angel Mayor me dijo que si me interesaban tanto las cosas de la Tierra, viniera a vivir entre la gente por un tiempo. Y que solo volvería cuando me hubiera curado de mi curiosidad.
Pareció que los cantos de Herminda y los toques suaves en la frente de la mamá, lograron que se mejorara más pronto. El doctor, muy ufano, se atribuyó todos los méritos y presentó una cuenta bien larga y con muchos ceros.
Un día, a Herminda le avisaron desde el Cielo que ya estaba perdonada y que podía volver.
Se veía muy contenta y aunque Laurita  estaba apenada porque se iba, se alegró por ella, porque no soportaba verla llorando sobre el agua del lavaplatos.
Herminda le dijo que esa noche partiría y que la acompañara a su pieza.
Abrió la ventana y desplegó sus alas blancas y luminosas.
Besó a Laurita en la frente y se elevó por los aires.
Subió y subió, cada vez más alto, hasta que su suave resplandor se confundió con el de las estrellas lejanas. 



domingo, 23 de abril de 2017

¡GRACIAS, ABUELO!

Pablo tenía quince años cuando a la casa llegó a vivir el abuelo.
La abuela había muerto de improviso, dejándolo solo.
Al principio se puso terco y se aferró a sus muebles, a su casa y a todo lo que le recordaba a ella.  Pero, al final lo venció la soledad y se entregó mansamente a lo que le deparaba el destino.
Le gustaba hablar solo, sentado en un sillón, aferrado a su pipa.
-Uno se tropieza siempre con la misma piedra- mascullaba- Hasta que se pone viejo y ya no le quedan más piedras con las cuales tropezar...
Al principio se veía triste y no contestaba cuando le hablaban. Fumaba la pipa y miraba la fotografía de la abuela, sobre el piano. A veces le salían del pecho unos suspiros tan hondos, que parecía que iba a echar el corazón afuera de tanto suspirar.
Cuando Pablo se dio cuenta de que el abuelo hablaba solo, se le ocurrió ponerle atención y descubrió que era muy entretenido. Parecía que a medida que iba perdiendo dientes iba ganando neuronas. A la Muerte no le tenía miedo y a la Vida le había perdido el respeto hacía un buen rato.
Pablo empezó a sentarse cerca de su sillón, con el oído atento. El viejo parecía apreciar su compañía y de a poco empezó a conversar con él.
Entonces, Pablo se atrevió a contarle lo de la vecina...
Era la niña más linda del barrio y había llegado justo a vivir en la casa del lado. El pasaba en bicicleta. Ella leía en el jardín, bajo un palto.  No había como lograr que lo mirara...Pero Pablo sabía que lo veía con los ojos que uno lleva adentro. Que había notado que él andaba dando vueltas por ahí y por eso mismo se empecinaba en no levantar la vista.
Lo tenía tan enamorado que hasta perdió el apetito y su mamá, alarmada, le puso el termómetro, pensando que tenía fiebre...
Todo eso le contó al abuelo y él le dijo:
- Tenemos que trazar un plan.  El amor es como la guerra, no se gana sin una buena estrategia.
A pesar de que caminaba perfectamente,  los papás de Pablo le habían comprado una silla de ruedas.
El, por supuesto, la miraba despectivamente y al pasar por el lado, le daba una patadita en las ruedas, como diciéndole:  ¡ Córrete de aquí, inútil!  A mi no vienes a bajarme la guardia así como así.
Pero, un día le dijo a Pablo:
-La tarde está linda. Sácame a dar una vuelta por la cuadra.
Y se instaló en la silla.
Pablo quedó impresionado al comprender que el abuelo estaba sacrificando su orgullo en aras de algún plan estratégico.
Pasaron lentamente frente a la casa de la vecina. Como siempre, estaba sentada leyendo bajo el palto. No levantó la vista del libro, así es que el abuelo aprovechó de echarle una buena mirada.
-Es linda- comentó, mientras se alejaban.
Al día siguiente, salieron otra vez.
Pero, justo cuando pasaban frente al jardín vecino, el abuelo empezó a tomarse el pecho con ambas manos y a respirar cortito.
   -¡ Ay!- se quejó en voz alta- ¡ Me siento mal!
Pablo alcanzó a asustarse, pero el viejo le hizo un guiño cómplice y siguió suspirando.
Entonces, la niña levantó la vista y alarmada, se acercó a la reja.
-¡ Un vaso de agua, por favor, linda! - le rogó el abuelo.
La niña corrió hacia adentro y luego insistió en acercarle  ella misma el vaso a los labios.
El abuelo empezó a sentirse mejor y le tomó la mano para agradecerle.
Ella se ruborizó y por primera vez miró a Pablo de frente.  A él se le doblaron las rodillas.
-¿ Como te llamas, preciosa?- le preguntó el viejo.
- Mariana, señor.
-Yo me llamo Nicasio y este es mi nieto, Pablo. ¡ No sé qué haría sin él!  Es tan paciente. ¡ Y además, estudioso!
- ¡ Por favor, abuelo!- lo interrumpió Pablo, porque encontró que el viejo se estaba pasando de la raya.
Pero, la niña exclamó:
-¡ Qué suerte la suya, don Nicasio, de tener un nieto así ! -Y le lanzó una mirada que lo hizo desear que el abuelo siguiera exagerando...
  Se pusieron de acuerdo para salir juntos a andar el bicicleta.
Esa noche, Pablo se acostó tan feliz que no podía dormir.  En las oscuridad de su pieza,  se rió como un tonto y luego suspiró a media voz:
-Muchas gracias, abuelo! 


domingo, 16 de abril de 2017

UNA ESTRELLA LEJANA.

Todas las noches se sentaba en el mismo banco de la plaza, a mirar las estrellas.  Mejor dicho, su Estrella, el lugar de donde había venido.
Allí estaba, mimetizada en medio de ese pálido río de oro que era la Vía Láctea... Si miraba fijamente un rato, lograba distinguirla.
Sabía que pronto vendrían a buscarlo. ¿ Como pudo partir la nave sin él?  ¿ Como no se cercioraron de que él faltaba antes de echar a andar los motores ?
No sabía cuanto tiempo llevaba en la tierra.  La misión ya estaba completa hacía tiempo. Había tomado nota del funcionamiento de la vida en ese planeta agonizante...Y ya no había más que hacer. Sólo esperar que volvieran a buscarlo.
Hacía mucho frío y sentía que agujas de hielo traspasaban su chaqueta delgada. La miró con atención y no pudo reconocerla como suya. Sabía que era una de las prendas que usaban los humanos, pero no recordaba cuando había empezado a llevarla.
Sus ojos ansiosos se fijaron en la estrella que era su hogar.  A través de millones de kilómetros la vio parpadear nítidamente y supo que le estaban mandando un mensaje. "¡ Ya pronto  iremos a buscarte !  ¡ Espéranos! "
Sintió que alguien lo tomaba de un brazo, instándolo a levantarse del banco.
-¡Diego!- era un viejo el que le hablaba suplicante- ¡ Vamos a la casa, que hace tanto frío!
Pensó que lo confundía con alguien y trató de desasirse, pero el viejo no soltaba la manga de su chaqueta.
-¡ Hijo! ¡ Vamos!  Hace horas que te estamos esperando...
  No supo por qué no tuvo ánimo de discutirle. Quizás porque lo vio tan cansado y tan triste. Una profunda arruga le partía el entrecejo y la espalda se le curvaba como si soportara el peso de un enorme fardo.
Se paró del banco y se dejó llevar. El anciano lo condujo hasta una casa iluminada.
Entraron a una habitación amoblada pobremente, pero caldeada por el fuego de una estufa.
Tiritando se acercó a ella y extendió las manos.
Una mujer de pelo gris salió de un dormitorio y se acercó a abrazarlo.
-¡ Dieguito! ¡ Mi hijito! Me tenías tan preocupada...¿ Por qué insistes en salir a la calle con este frío?
No le contestó. ¿ Qué iba a decirle?  ¿ Que él no era Diego y que era la primera vez que los veía?
Lo llevaron a una cama angosta y lo ayudaron a desvestirse. Todavía tenía frío pero sentía como el calorcito de la habitación le iba entibiando los huesos.  
 Se dejó arropar sin ofrecer resistencia. La anciana le rozó la frente con los labios y él sonrió escéptico.   Era esa rara conducta de los humanos, de tocarse y besarse...Así era como se transmitían los gérmenes.
Cerró los ojos y los viejos salieron apagando la luz.
Al rato los oyó hablando en voz baja en el comedor.
-El médico dice que debemos internarlo, Rosa...Pero yo no estoy seguro. ¡ Después de todo no le hace daño a nadie  así como está!   Y el contacto con otros enfermos podría empeorarlo...
-Con  otros locos, querrás decir. ¡ Sé que crees que está loco!  El doctor y tú se han puesto de acuerdo...Pero no tiene nada raro ¡ Es solo que está distraído!
-¡ No te engañes, Rosa!  -respondía el viejo, con el tono dulce y cansado del que está acostumbrado a refutar siempre los mismos argumentos- Su mente no anda bien y tú lo sabes. Le ha dado por sentarse horas a mirar el cielo, como esperando que algo venga de allá...No le importa si llueve o si hace frío...
Las voces enmudecieron, convertidas en suspiros.
-¡ Pobres viejos!- pensó- ¡Tenían un hijo que se llamaba Diego y que se parecía a mí !   Quizás a donde se habrá ido...Quizás esté muerto...

Envuelto en las cálidas frazadas suspiró de bienestar. Y antes de quedarse dormido se hizo el propósito de quedarse en esa casa ...Se estaba cómodo allí y hacía felices a los viejos...Total, no sería por mucho tiempo...  ¡ Pronto la nave llegaría a  rescatarlo!  


domingo, 9 de abril de 2017

LE DECÍAN LA GRINGUITA.

¡ Ay, Don Nicasio, si usted la hubiera conocido!
¡ Era tan bonita!  Tenía el pelo amarillo como los yuyos del campo y los ojos azules. Iguales a como se ve el cielo cuando para de llover...Con ese azul tan brillante que es como si la misma túnica de Dios se estuviera mostrando.
En el pueblo le pusieron " La Gringuita".
Contaban que el patrón, Don Federico, la había conocido en un viaje y la había traído de uno de esos países, no sé...Suiza o Suecia, que aquí muchos creían que era lo mismo.
Salía poco, pero si queríamos verla, ahí estaba sin falta, a las diez, en la Misa del Domingo.
Entraba a la Iglesia con el pelo tapado por un pañuelo blanco, pero cuando salía al atrio, se lo sacaba...Y si estaba nublado, era como si saliera el sol.
Yo trabajaba en la Notaría y a veces me tocaba ir a la Hacienda, a llevarle documentos a Don Federico. Entonces la podía ver, sentada leyendo ante la ventana o en medio del jardín, cortando flores.
¡ Para qué le voy a negar que estaba enamorado!   Pero de lejos, como cuando alguien se enamora de una estrella. Y con todo respeto, no vaya usted a creer...
Don Federico se murió de repente. Lo vieron un Viernes, montado a caballo, dándole órdenes a los peones...Y el Sábado estaba muerto.
Todo el pueblo desfiló por la Iglesia, más que todo por ver a La Gringuita.
Estaba toda vestida de negro y se veía muy pálida.  Algunas señoras trataban de confortarla, pero ella parecía como rodeada por una muralla de soledad, que no la dejaba recibir ningún consuelo.
De vez en cuando, se paraba y ponía su mano ¡  tan fina y tan blanca ! sobre la tapa del ataúd, como si quisiera transmitirle su calor al muerto. O como si pensara que estaba durmiendo, no más, y que había que despertarlo despacito, para que no se asustara...
Muchos meses después,  La Gringuita mandó un recado a la Notaría.  Que si podía ir yo unos cuantos días, a ayudarle a ordenar unos papeles.
El corazón me latía como desbocado cuando llegué a la casa.
Ella estaba sentada detrás del escritorio y tenía al frente varios montones de cartas y facturas.
 Me pidió que las ordenara en carpetas y que las cartas familiares se las fuera entregando a ella.
Empecé a ir todas las tardes y esas horas que pasé a su lado, son las más felices que he tenido en la vida.  Ella se sentaba a leer y de vez en cuando, me hacía una indicación.  A veces, al pasarle una carta , sin querer, le tocaba la mano.
Yo me ponía rojo y ella se hacía la desentendida.
Un día se bajó del tren un hombre alto y rubio. Vestía unas ropas raras, que en seguida se notaba que eran de otras tierras.
Lo seguía un mozo con varias maletas y tomaron el único taxi que había en el pueblo.
Don Calixto, el chofer, contó después que el extraño apenas hablaba castellano, pero se hizo entender para que lo llevara a la Hacienda de Don Federico.
Todos se preguntaban qué venía a hacer. Algunos decían que era un hermano de La Gringuita, otros, que un primo...Hasta que empezó a circular el rumor de que era un antiguo novio que venía a buscarla.
Ya no me llamó más para que fuera a ordenar los papeles.
La señora Benita, que era el ama de llaves, contó que la patrona estaba comprando manteles y sábanas nuevas y que en la casa se respiraba un aire festivo, como que algo bueno fuera a pasar...
Se vendió la Hacienda a unos extranjeros y ni supe cuando ella se fue.  Mejor dicho, no quise saberlo.
Muchas tardes el  corazón me traicionaba y sin darme cuenta, tomaba el camino que llevaba a su casa.
Ese año, el Invierno llegó muy crudo. Al salir del trabajo en la Notaría, la lluvia y el viento me obligaban a correr hasta la pensión donde vivía.  Y así, de a poco, fui abandonando mis caminatas...
Pero nunca la olvidé, se lo juro.

Y tiene razón usted, Don Nicasio en lo que dice. Que los ricos tienen su plata y los pobres tienen sus sueños. 


domingo, 2 de abril de 2017

CHARLAS DE MEDIANOCHE.

Era medianoche y Jaime dormitaba frente al computador.  Estaba atascado con su nueva novela.  Después de escribir un par de líneas, se había quedado en blanco, con la actividad de sus neuronas reducida a la mínima expresión.
De pronto, abrió los ojos sobresaltado. Alguien había entrado sin llamar.
-¡ Hola, Jaime!- A su lado vio una figura gris, de contornos indefinidos- Soy la Muerte y  he venido a buscarte.
-¡ No puede ser!- gritó él, con el pelo de la nuca erizado como rastrillo- ¡ Soy joven y talentoso!  No puedes llevarme todavía...
-De poder, puedo- respondió la Muerte con frialdad- En cuanto a lo de talentoso, creo que tu auto crítica es demasiado indulgente.
-  ¡Pero,  si en la editorial prometieron publicar mi novela !
-Yo que tú no estaría tan confiado...Ayer en la tarde me llevé a tu editor y se podría decir que la promesa pasó a mejor vida.
-¡ Otras editoriales me publicarán !  ¡Estoy lleno de ideas geniales ! -  mintió Jaime, desesperado.
-Lo siento, amigo. Llegó tu hora y ya sabes que soy impostergable e inexorable.
-Pero ¡ dame otra oportunidad!  Te desafío a una partida de naipes. Si yo gano, te vas y me dejas vivir...
-¡ Qué poco original!  Mejor es que nos movamos en tu propio terreno. Si quieres salvarte, tienes que escribir un cuento...
Jaime sonrió aliviado. ¡ Sería fácil!
-No te alegres tan luego- se rió la Muerte, con desprecio- El cuento debe ser de una sola línea y tener dramatismo y suspenso.
-¡ Qué dices!  ¿ Como esperas que en una sola línea pueda desarrollar un argumento?
-¿ Y no aseguras que eres talentoso?  De algún modo te las arreglarás...Volveré mañana a esta misma hora y si me gusta tu cuento, me iré y te dejaré en paz, al menos por un tiempo...   ¡Pero, no te olvides, tiene que ser un cuento de una sola línea!
Jaime no durmió esa noche y pasó el día siguiente vagando por la ciudad, con los ojos enrojecidos por el insomnio.
A la medianoche en punto, apareció la Muerte.  Venía segura de sí misma, fumando un pitillo con gesto desdeñoso.
-Aquí está el cuento- le mostró Jaime- "  Nació y murió"  ¿ Qué opinas ?
La Muerte pareció desconcertada. Luego se rehizo y objetó :
-¡ Bah!  ¿ Y donde está el dramatismo?
-¡ Chis !  ¿ Te parece poco?  No hay nada más dramático que nacer y morir  sin saber la razón.
-¿ Y donde está el suspenso?
- Ignorar lo que hubo antes de nacer y lo que habrá después de morir...¿ Qué más suspenso quieres?
La Muerte había perdido su aire ganador. Ensimismada, no se dio cuenta de que se le había ido consumiendo el pitillo entre los dedos. De repente lo soltó furiosa lanzando una maldición. Salió un tufo a huesos chamuscados.
La brasa cayó sobre al alfombra y Jaime la aplastó con el pie.
- Está bien- reconoció ella con  fastidio - Por esta vez ganaste...Pero no creas que será por mucho tiempo.
-¿ Me dejarás, al menos, terminar mi novela?
-Depende...Vendré a leer algunos capítulos y si me gustan , recién entonces entraríamos a conversar...
Sin decir nada más, se envolvió en su manto y desapareció, dejando en el aire un leve olor a moho.
Jaime estaba eufórico. Sentía que sus escarceos con la Muerte lo habían estimulado. Su mente bullía de ideas para su novela.  Le parecía que en sus neuronas se había desatado un verdadero festival pirotécnico.
Sin perder un segundo, encendió el computador y reanudó la tarea.