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martes, 23 de agosto de 2011

CAMBIO DE HORA.

Juan caminaba hacia su casa, después de pasar unas horas en el bar, con sus amigos.
De pronto recordó que esa noche había cambio de hora. No llevaba reloj, pero calculó que faltaría poco para las doce, o sea, que en unos instantes ya sería la una del día siguiente.
Su hermana habría adelantado los minuteros en el reloj del comedor y tan maternal como era, habría  ido también al dormitorio de él a cambiar la hora de su despertador.
Al acercarse a su casa, vio que se abría la reja del jardín y por ella salía una persona extraña. Era un ser misterioso, una especie de duende, envuelto en una larga capa gris y con un sombrero de ala ancha que le cubría el rostro. Cerró la reja sigilosamente  y se lanzó a la vereda con un salto de júbilo. . Pareció un pájaro que escapa de su jaula y se apresta a emprender el vuelo.
-¡Eh!-lo llamó-¿A dónde vas?
El raro personaje se detuvo un instante y lo miró indeciso.
¿Sería un ladrón?
Lo tomó de la capa y lo sujetó con firmeza.
-¿Quién eres? ¿Qué hacías en mi casa?
-Nada. No hacía nada, Estaba prisionero en el reloj y me acaban de liberar. Yo soy las doce. Mejor dicho, era las doce, porque ahora ya es la una, así es que déjame ir.
-¿Cómo? ¿Así es que tú eres la hora que le quitan a mi vida? ¿Y piensas que te voy a soltar?
-Tienes que hacerlo. Ya estoy fuera del tiempo, no existo para ti. Ahora me pertenezco a mí mismo y pienso divertirme. Vendré en Marzo y te devolveré los minutos que ahora me llevo.
-¿Por qué en Marzo dices?
-Porque entonces atrasarán los relojes y empezaré a trabajar de nuevo. Ahora estoy de vacaciones.
-No. Me niego a dejarte ir. Tú eres una hora de mi vida que me quitan. , Por tu culpa soy más viejo sin haber vivido ni un minuto ni acumulado ninguna experiencia. ¡Me lo debes y me lo tienes que pagar!
El duende, porque eso parecía, trató de zafarse,  pero Juan lo sujetó con fuerza. .
Bajo el ala de su sombrero apareció un rostro entre burlón y lloroso, entre infantil y viejo. De  
 pronto era un niño y al instante siguiente, un anciano.
-Está bien, me quedo contigo. Pero sólo sesenta minutos. ¿En qué los piensas ocupar?
-¿Puedo pedir lo que quiera?
-¡Claro! Estamos fuera del tiempo, no lo olvides.
-Entonces llévame al pasado. Quiero estar con mis padres.
Al instante, la calle desapareció como borrada por un pincel empapado en niebla.
Se encontró en una mañana soleada y lo recibió el estruendo del mar y el grito de las gaviotas. Hundió sus pies en la arena y caminó hasta la orilla. Sus padres estaban sentados bajo un quitasol, mirando las olas. Al verlo llegar lo saludaron con una sonrisa y su madre le hizo un hueco en la manta, para que se sentara a su lado.
No les dijo nada ni ellos tampoco hablaron. Comprendió que estaban suspendidos en el tiempo, que su encuentro pertenecía al mundo de los sueños y a la magia de la añoranza.
De pronto sintió un tirón en la manga y se encontró de nuevo en la vereda frente a su casa.
-Te quedan aún treinta minutos. ¿En qué los quieres usar?
-Llévame al futuro. No importa el día ni el año.
-Mira que es arriesgado. Puede que no te guste lo que veas. . . .
-No importa-Insistió con terquedad.
De nuevo desapareció su entorno y se encontró en el parque, en un día de Otoño. Caminó pisando las hojas que parecían crepitar como si ardieran. A lo lejos vio a un anciano sentado en un banco. Se veía triste mientras fijaba la mirada en los árboles desnudos. A veces, una hoja rezagada caía suavemente y se posaba en la alfombra dorada que rodeaba sus pies.
Juan se sentó a su lado y con sorpresa y angustia se reconoció en él.
Vio su rostro surcado de arrugas y su pelo encanecido.
-¿Por qué está solo aquí?-le preguntó- ¿No tiene quién lo acompañe?
El anciano lo miró como si se conocieran de toda la vida y le contestó con la franqueza con que se habla a un amigo.
-Yo tuve la culpa. ¿Sabes? Por egoísmo me fui quedando solo. Quería disfrutar la vida sin compromisos, no atarme a ningún afecto. Reaccioné cuando ya era demasiado tarde. No tengo esposa ni hijos y mi hermana murió. No hay nadie que pueda acompañarme en mi vejez.
Se levantó del banco con dificultad y apoyado en su bastón se alejó despacio, encorvado por los años y la tristeza. Una garúa fría empezó a mojar los árboles.
Juan sintió de nuevo que lo cogían de la manga.
-Ya tuviste tu hora. Ya no te debo nada. Espero que me dejarás ir.
El duende se envolvió en su capa gris y saltó hacia la sombra, listo para escapar.
Juan no lo detuvo. Permanecía inmóvil parado en la vereda, sobrecogido aún por la desoladora imagen que había contemplado.
Se abrió la puerta de la casa y en el umbral iluminado se recortó la figura de su hermana.
-¡Qué tarde vienes! Ya es la una-le reprochó con sonrisa triste.
Luego, al mirarlo de cerca exclamó:
-¿Por qué traes esa cara? ¿No lo pasaste bien con tus amigos?
-Sí, hermanita. Pero ¿sabes? Estuve pensando. . . ¡Creo que ya es hora de que siente cabeza! 

4 comentarios:

  1. ¡Buen día, Lilly! Aquí me tienes de nuevo, para seguir disfrutando...
    ¡Mira que me ha gustado el comienzo de esta historia, con ese espíritu casi de ciencia ficción y la ocurrencia con la hora de menos! Luego introduces la idea "dickensiana" de Ebenezer Scrooge de una forma muy acertada y por una vez el cuento acaba bien... aunque se diría el comienzo del protagonista en otra vida mejor.
    Te felicito. No es fácil escribir tantos relatos interesantes en tan corto espacio de tiempo.
    Un abrazo
    José

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  2. Quiero felicitarte por este cuento. Me pareció original e ingeniosa la idea de recuperar el tiempo perdido en la forma en que lo relatas. Muy bien construido y muy bien escrito. Un siete.

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  3. Bonito, ingenioso, enjundioso. ¿Cómo se te ocurrió la metáfora? No es el retraso de los minuteros la pérdida del tiempo, es el protagonista, Juan, que ha desperdiciado la vida negándose al amor, en un egocentrismo cuya herencia es la soledad sin sentido. ¡¡Haber vivido tanto para nada!! Me gustó. Felicitaciones amiga. ACV2

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  4. Hay grandes condiciones en esta fábula que se presta para meditaciones sobre pasado, presente y futuro. Da para seguir meditando. . .

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