Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 13 de junio de 2011

LLEGO CARTA DE CLARITA.

Yo la quiero, no lo duden ustedes. Ella es mi hija y le he dejado pasar muchas cosas, pero esto ya es demasiado. Un engaño así a una pobre familia que sufre, no lo puedo tolerar.
Desde que era una niñita, sentí su animadversión. Ella quería a su papá ciegamente y estoy segura de que él le envenenó el corazón en contra mía.
Un día que estábamos discutiendo y él, que como de costumbre, me decía cosas hirientes, me soltó:
-No te quiero y nunca te he querido.
Clarita estaba presente y la miré. Sonreía. ¡Tenía apenas diez años y sonreía, mirándome con crueldad!
Después de la separación, el abismo creció entre nosotras. Se quedó viviendo conmigo porque él se fue con otra y no quiso llevarla. Pero supe que continuaban en contacto.
Vivimos muchos años juntas. Después del colegio no quiso estudiar y entró a trabajar en una peluquería.
Llegaba tarde sin darme explicaciones. Generalmente, después de comer se encerraba en su pieza. Otras veces llegaba con ánimo de hablar y se jactaba conmigo de sus conquistas o de alguna trastada que le había hecho a una compañera para congraciarse con la dueña.
Era linda. Cada día más linda con esa espesa melena oscura y su figura espigada. Tenía muchos admiradores. El fin de semana el teléfono empezaba a sonar bien temprano y era seguro que saldría esa noche y no volvería antes del alba.
Un día tuvimos una discusión peor que las otras. Ella hizo su maleta y salió dando un portazo.
¿Podían  mezclarse el dolor de la ausencia con el alivio de no verla? Si, estaba claro que podían.
Sin embargo, empecé a preocuparme cuando pasaron las semanas sin tener noticias. Creía a cada instante escuchar el ruido de su llave en la cerradura. Corría a la puerta y no había nadie.
¿Dónde estaría Clarita?
En la peluquería tampoco sabían nada. Se había ido sin avisarles.
Hasta que al cabo de dos meses, me llegó la carta. Esta carta que me ha hecho indignarme y decidir que no voy a tolerar su engaño. Que la voy a delatar tan pronto pueda.
En ella me dice:
Mamá, se te habrá pasado el enojo y estarás queriendo saber donde estoy. Te voy a dar en el gusto para que veas lo avispada que es tu hijita.
Pero, primero te paso a contar lo que hice cuando salí de tu casa.
Tomé un tren para la primera ciudad que se me ocurrió. Tenía algo de plata que había ahorrado. No niego que viviendo en tu casa no tenía gastos.
Me bajé en la estación de X. . . . y me puse a andar con la maleta buscando un hotel. Creo que me perdí en los suburbios. No di con ninguno y empezó a caer la noche. Ví luces en una casa grande y me atreví a tocar el timbre para pedir que me orientaran. ¡Y ahí fue cuando empezó mi aventura!
Abrió la puerta una señora que a todas luces había estado llorando porque tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Al verme dio un grito:
-María, mi hijita ¡viniste!
Me quedé muda y ella se lanzó a mi cuello empapándome la blusa con sus lágrimas.
Enseguida me tomó firmemente de la mano y me llevó a un salón.
Había varias personas sentadas, todas de luto y con cara de funeral, que era precisamente de lo que se trataba la cosa.
La señora les dijo:
-María vino. Cuando le escribí avisándole, no estaba segura de que vendría. ¡Pero ya está aquí con nosotros!
Y rompió a llorar de nuevo.
Se paró una niña rubia y me abrazó:
-Siempre quise conocerte, María. Le pedíamos a él que te trajera pero nunca quiso. Después, supongo que habían peleado. . . .
Y se calló, turbada.
Yo no entendía nada, claro, pero estaba tan cansada que me arrojé, literalmente,  en un sillón y permití que me sirvieran café, agua y hasta un vasito de licor que me devolvió el ánimo.
La señora se sentó a mi lado y me tomó las manos:
-Quiero repetirte, mi hijita, lo que te decía en mi carta. Nosotros no te culpamos. Felipe siempre fue depresivo. Otra vez antes había intentado hacerlo. Sabíamos que quizás un día lograra su propósito. Tú fuiste un paréntesis de felicidad en su vida, pero comprendemos que no pudieras seguir a su lado.
Se me iba aclarando la película y me iba sintiendo más cómoda. Total, tú de primer nombre me pusiste María y como lo hallo vulgar preferí que me dijeran Clara. Pero si ellos me llamaban María, no andaban nada de descaminados ¿no crees?
Después de mucho llanto y muchas preguntas que yo no contestaba, haciéndome la que me ahogaba con los sollozos, me llevaron a un dormitorio.
-Descansa, María-me dijo la señora-Aquí tienes un sedante para que puedas dormir.
Lo escupí apenas salió y me metí entre las sábanas. Lo que menos quería era dormir. Necesitaba meditar sobre la nueva situación y ver hasta donde podía sacarle partido.
Al otro día, la niña rubia que supuse era la hermana del difunto, me llevó el desayuno a la cama.
-¿Trajiste vestido negro?-me preguntó.
Ante mi negativa, me prestó uno suyo, fino como nunca había visto. Me quedaba ni pintado.
-La misa es a las diez-dijo ella y me dejó sola.
En la Iglesia había mucha gente. Sobre el ataúd estaba la fotografía de Felipe. Rubio, buenmozo, y a todas luces mellizo de la niña.
-¡Qué lástima! ¡Qué pérdida!-pensé. Si lo hubiera conocido vivo, fijo que lo hubiera conquistado. Pero, como marchaba la cosa, era hasta mejor. Todos creían que yo era la novia y él no estaba ahí para desmentirlo.
Pasé toda la misa con la cara tapada con el pañuelo. Me restregué tanto los ojos que conseguí tenerlos rojos e hinchados, como comprobé en el espejo de mi polvera. Pensé que sería más convincente fingir un desmayo. ¡Vieras la que se armó! Hasta el cura llegó al  el banco donde yo estaba tendida, para rociarme la cara con agua bendita.
Me han pedido que me quede "tanto como quiera", y por supuesto que acepté. Sobre todo ahora que he comprobado con sorpresa genuina, te lo aseguro, que estoy encinta.
Cuando se den cuenta, será otra función. ¡Y la viejita descubrirá que tiene "corazón de abuela"! ¿Podría renunciar a tener en su casa  al hijito de Felipe?
Yo estoy bien cómoda aquí, mamá, y me imagino que tú allá descansarás de mi molesta presencia. ¡No puedes negar que tu hijita se la sabe arreglar y sacar partido de las oportunidades que le depara el destino!
Hasta ahí llega la carta.
Y yo, mañana mismo saco pasaje de tren para X. . . . ¡No pensarán Uds. que voy a permitir semejante infamia!

3 comentarios:

  1. Muestra la congoja de una madre por lo incorregible de su hija Clara. Muestra que los hijos(as) no se comportan adecuadamente provocando rompimiento familiar. En el caso de Clarita su conducta inmoral sobrepasa la tolerancia de la madre. ¿Podriamos concluir que por eso hay hijos que más vale tenerlos lejos y no saber de sus peripecias.? El cuento deja la interrogante el dudoso comportamiento de un alto porcentaje de jóvenes actualmente.

    ResponderEliminar
  2. No me fue grata su lectura. Me chocó mucho el personaje, talvez porque estoy acostumbrada a otros personajes tuyos con los cuales uno tiene mayor afinidad moral.

    ResponderEliminar
  3. ¡Hay que ver lo que se puede esconder debajo de ese nombre tierno de Clarita...!
    No me parece exagerado pintar a la niña como mala a los diez años. Yo he topado con algún niño que parecía familiar directo del mismo diablo, así que imagina cómo serán de mayores...
    La trama podría servir para uno de esos telefilmes de suspense que dan por la tele.
    El cuento corta quizá en el momento justo porque de haber seguido, le auguro un "fatal" recibimiento a la madre, que posiblemente terminaría haciéndole compañía a Felipe...

    ResponderEliminar