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miércoles, 15 de junio de 2011

CAEN LAS HOJAS.

Anoche soñé que me despedía de Isamu y le decía:
-"No te preocupes, todo está bien. Si me quieres aún, cuando mires caer una hoja, yo también la estaré mirando. "
Sin embargo, Isamu murió hace mucho tiempo.
Me pregunto si nos encontraremos  alguna vez, para que yo pueda explicarle todo.
Pero ¿qué podría importar si ya no estaríamos en la tierra?
Nos encontraríamos en un mundo donde todas las cosas que pasaron aquí ya perdieron importancia. Sin embargo, existiría la mágica posibilidad de que cada persona a quién heriste, con sólo mirarte a los ojos, lo entendería todo. Porque los errores que cometemos siempre tienen alguna razón que nos permite perdonarnos a nosotros mismos.
Yo me imagino ese lugar como una especie de parque en el que siempre está atardeciendo sin que nunca termine de caer la noche. Es un atardecer hermoso, con una luz tenue y una quietud que te dan mucha paz.
Uno camina paseando entre los árboles, a veces solo y a veces se te une alguien a quien quisiste y camina a tu lado, ajustando su paso al tuyo. Sin hablar, porque allá no existen las palabras.
Sin embargo, una maravillosa intuición hace que todos se comprendan por fin. Aquellos que en la tierra nunca pudieron comunicarse, que se amaron mal y se causaron daño, se miran  serenamente y se entienden, por fin.
Me pregunto por qué en el sueño me despedía de alguien que se fue antes que yo. Quizás porque aquí no me queda nadie de quién quisiera despedirme. Todos los amores pasaron, las emociones murieron. Sólo queda la soledad. A veces, cuando los dolores me agobian, quisiera tener a alguien que me abrazara y me brindara consuelo. Un esposo o una madre.
Cuando uno sufre físicamente, se vuelve tan vulnerable, retrocede a la condición de un niño indefenso. No es como cuando alguien te daña y de tu corazón brota la fiereza del orgullo herido. Entonces te recuperas y te yergues porque la rabia te da valor para sobreponerte.
Cuando estás enfermo y sufres dolores, te sientes  tan débil, tan necesitado de un abrazo, de un pecho  amante en el cual reclinar tu cabeza. Ahí ya no valen el orgullo y la dignidad que te dieron fuerzas para sobreponerte. Porque es la Vida la que te está golpeando y contra ella, nadie  puede rebelarse.
Pero, quizás haya alguien aquí  que me quiera todavía y a quién yo pueda decirle:
-No te preocupes, todo está bien y cuando me haya ido, en las hojas que caen se encontrarán nuestras miradas.

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