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domingo, 25 de diciembre de 2016

ODIO Y AMOR.

El día en que Mario la dejó,  Mirta sintió que todo su amor se trasformaba en odio.
Pasó el tiempo y ese odio, en lugar de calmarse, siguió desgarrándole el corazón , como las zarpas de un tigre hambriento.
Sentía que no podría vivir tranquila mientras él siguiera caminando sobre la tierra. ¡ Los dos no cabemos aquí!- le gritaba en silencio- ¡ O te mueres tú o me muero yo!
En las noches se desvelaba, convencida de que en otro lugar Mario dormía tranquilo, tal vez soñando con una mujer que no era ella.   Y a su resentimiento feroz se agregó el insomnio, que la torturaba hasta el amanecer.
Cuando iba por la calle, tenía miedo de encontrarlo. Pero, al mismo tiempo sus ojos lo buscaban entre la multitud. Quería verlo una vez más, antes de que su odio lo matara.
Porque estaba segura que sería así. Que de tanto odiarlo, esa fuerza devastadora de su mente y de su espíritu, terminarían por darle muerte.
Tanto se obsesionó con ese pensamiento, que empezó a abrir el periódico en las páginas de los Obituarios.  Y buscaba en vano su nombre, mordiéndose los labios hasta hacérselos sangrar.
-Aún vive- se decía con rabia- Aún vive el que me destrozó la vida...
Y el día se le volvía negro, como una noche sin estrellas.  Sentía que sólo su muerte le devolvería  los deseos de vivir.
   ¡ Hasta que un día lo leyó por fin !  Pensó que no podía ser, que sus ojos la traicionaban.
¡ Pero no!  Ahí estaba su nombre, en la lista de los fallecidos.
Buscó su obituario, trastornada por una feroz alegría que le dolía como un desgarramiento.
" Comunicamos el prematuro fallecimiento de nuestro amado esposo y padre".
Abajo, el nombre de ella, de la aborrecida y el de sus hijos. ¡ Tenía dos!  Y la dirección de la Iglesia donde velarían sus restos.
Esa mañana, se vistió de negro. ¿ Por qué no?  Ella también era su viuda.  Y si no tenía un hijo, era porque él no le había permitido nacer.  Tal vez desde el Limbo donde van las criaturas no nacidas, el  niño también lloraría la muerte de su padre...
-¡ No! ¡ No quiero que lo tengas!- había gritado con furia - Yo tengo mis propios hijos, nacidos en mi matrimonio...
Dos niñitos rubios,  estaban sentados muy quietos junto a su madre, en la primera fila.
Mirta se unió al grupo sin que nadie se fijara en su presencia.
Poco a poco reunió valor y se fue acercando al ataúd abierto.  Ansiaba volver a mirarlo, después de tanto tiempo.
Su pelo estaba levemente encanecido, pero su cara seguía siendo joven y hermosa. Conservaba en sus labios ese leve gesto arrogante  que Mirta tanto conocía..Pero, al mismo tiempo, parecía sorprendido.
¿ Es que la Muerte no te explicó que tenías que pagar por lo que me hiciste?
Después se apartó del féretro y se puso a mirar a su mujer, a la legítima.
Lloraba con la cabeza hundida en el pecho y los ojos cerrados. Se había aislado de todos, como si su dolor no tolerara consuelo ni compañía.
Se acercó a ella  y hombro contra hombro, permaneció de pie a su lado.
-Ahora somos las dos- le dijo en silencio.
Aunque, al fin y al cabo, siempre habían sido las dos. Caminando por sendas paralelas, siguiendo la sombra que Mario proyectaba sobre la tierra.
El  había elegido a la otra. Le había dado su mano... Y a Mirta la había apartado con el pie, como un objeto inservible.
" Fuiste tú la más afortunada"- le susurró mientras ambas lloraban junto al ataúd.
Pero en medio de su llanto, Mirta sentía que la invadía un gozo salvaje. Porque estaba segura de que era su odio el que lo había matado. 


domingo, 18 de diciembre de 2016

DÍAS NAVIDEÑOS.

A Rosalía le gustaba mucho, al salir del trabajo, cruzar por el Parque en dirección a su casa.
Era Verano y al atardecer, una bruma dorada envolvía los árboles. Hacía calor todavía a esa hora, pero los aspersores del riego refrescaban el aire con un suave rumor.
 Se acercaba Navidad y los pretiles del puente estaban engalanados con guirnaldas de luces.
También, bajo los árboles se había instalado una Feria de juguetes artesanales.
Rosalía se sentía siempre melancólica en esa fecha. Más que nunca notaba su soledad.  Su único festejo sería el regalo del amigo secreto en la oficina...Y que más parecía el de un enemigo, porque siempre le tocaba alguien que parecía odiarla, por la fealdad del presente que recibía.
Una tarde, se fijó en un hombre disfrazado de Santa Klaus, que casi siempre veía en el mismo banco.
Agobiado por el calor o la  tristeza, se sentaba encorvado, con los brazos caídos entre las rodillas. Su frente brillaba de sudor, pero no por eso se quitaba el gorro forrado en piel ni la espesa barba que se adhería a sus mejillas.
Rosalía pasó varias veces frente a él sin que se molestara en mirarla, hasta que una tarde , fingiendo que buscaba algo en su cartera, se sentó a su lado. El continuó sin apartar la vista de los árboles  y ella acicateó su imaginación, tratando de hallar una frase ingeniosa con qué romper el silencio.
-Santa Klaus  ¿qué haces tan lejos del Polo Norte, con este calor?- fue lo único que se le ocurrió decirle.
-Estoy esperando que me entreguen el trineo, porque lo llevé al mecánico- le contestó él, siguiéndole la broma con cierto desgano.
Rosalía se envalentonó y no tomando en cuenta su tono ligeramente displicente, continuó hablándole:
-Siempre te veo en este mismo banco, solo y aburrido...
-Tú también debes estar sola y aburrida, como para meterle conversación a un viejo...
-¡ Pero, tú no eres viejo!- exclamó ella, riendo y de un tirón le despegó la barba.  Vio un rostro joven y bien parecido, aunque cubierto de sudor.
-¡ No me rompas el disfraz, que mañana no podré trabajar !- se quejó él, reponiendo la barba en su lugar.
Rosalía le preguntó donde trabajaba y él le contó que en una tienda grande, en el Mall. Que su papel era sacarse fotos con los niños y escuchar sus peticiones.
-A las siete termina mi turno y entonces me vengo a sentar aquí, hasta que pasa el calor.
Durante varias tardes, se encontraron en el mismo lugar. Rosalía notó que él no le preguntaba nada de ella.  Que donde trabajaba, donde vivía y con quién, nada. Le dijo su nombre, pero al preguntarle el suyo, le contestó que Santa Klaus, por supuesto, que como entonces se iba a llamar si no...
Pasaban los días y se acercaba el 24...Rosalía pensaba que después de esa fecha no lo volvería a ver y esa idea la desesperaba...
Aveces lograba que él se quitara la barba y mientras hablaba, podía ver sus mejillas morenas y sus labios, tan bonitos, que siempre se le curvaban hacia abajo, en un permanente rictus de mal humor.
Le contaba de sus tardes en la tienda, de los niños que se le subían a las rodillas y de lo cargantes que eran los más grandes, siempre tratando de arrancarle la barba , para comprobar que era falsa.  Pero se veía que las cosas de ella no le despertaban el más mínimo interés...
Hasta que llegó el 23 y Rosalía tuvo la idea de invitarlo a cenar con ella en la Nochebuena.
- Mi novio anda fuera de Chile-mintió- Así es que estaré sola.¿Te gustaría acompañarme?
-Claro-dijo él, sonriendo- Me gustaría. Casualmente, mi novia también anda en el extranjero- Esto último lo agregó con tono de burla y Rosalía enrojeció de humillación.
Pero se rehizo rápidamente y le anotó su dirección en un papel.
Ese día amaneció nerviosa y alborozada.
Rescató de la bodega su arbolito y su presebre y los instaló en el living. ¡ Qué tiempo había pasado sin que hiciera preparativos para la Navidad!
A las nueve, encendió las luces del árbol y apagó la lámpara. Una suave penumbra  lo envolvía todo... Desde la cocina llegaba el aroma delicioso de la carne que se doraba suavemente en el horno. ¡ Todo estaba perfecto!  Y ella.... ¡hasta se veía linda con su vestido nuevo!
¿ Vendría él?  ¡ Por supuesto que sí !  Estaba tan solo como ella...
Desde el departamento vecino le llegaba música de villancicos. Una dulce languidez la envolvía . Estaba tan cansada del ajetreo del día, que sin darse cuenta, se durmió.
Despertó al amanecer, con el primer canto de los pájaros. De la cocina llegaba un horrible olor a quemado. Corrió a apagar el horno y vio que de su cena, solo quedaba un trozo de carbón.
Desenchufó las luces del arbolito y se fue a acostar.
-¡ Ay, Rosalía!  ¡ Qué tonta eres!- se dijo suspirando- ¡Tú sabes de sobra que Santa Klaus no existe...!



domingo, 11 de diciembre de 2016

PINTURAS.

Pablo estaba en su taller, mezclando colores, para pasar el tiempo. No tenía dinero con qué  contratar una modelo y lo que él quería era pintar a una mujer. Mejor dicho, a varias.
A través de la ventana, vio pasar a una joven de pelo largo. Iba caminando despacio, como si buscara a alguien.
Pablo salió al umbral de la puerta y la llamó:
-¿ Puedo ayudarte?
-Busco a mi maestro...Pero no sé a donde dirigirme, esta ciudad es tan grande...
Pablo la miró con detenimiento y le pareció una cara conocida.
- Perdona ¿ como te llamas?
-Mona Lisa, pero también me dicen La Gioconda.
-¡ Bah!  Yo creía que tú eras un cuadro...
-Bueno, soy un cuadro, pero también soy una mujer. ¿ Sabes tú donde puedo encontrar a Leonardo?
-Uh...Tendrías que ir al Pasado, varios siglos más atrás, diría yo.
-Y como se va al Pasado?
-No estoy muy seguro, pero  toma por esta calle, camina hasta llegar a la línea del horizonte y ahí doblas a la izquierda...
La Gioconda lo miró desalentada. Se veía que llevaba mucho tiempo andando.
 Entonces Pablo la invitó a pasar y le ofreció un vaso de agua.
-¿ Te importaría posar para mí?  No tengo dinero para contratar a una modelo.
-¿ Y crees que podrías pagarme con un vaso de agua?
-Pero tú no necesitas dinero. Eres rica. Tu cuadro vale tantos millones de dólares que nadie lo podría comprar.
-¿ En serio?- preguntó ella, mirando dudosa su vestido viejo y sus zapatitos gastados.
Se sentó en un taburete y se dispuso a modelar. Sus labios se rizaron hacia arriba en una semi sonrisa. Parecía como si ocultara un secreto muy gracioso, que no pensara revelar. 
Pablo arremetió contra la tela salpicándola de colores como un perro mojado que se sacude al salir del agua.
Poco a poco aparecieron una serie de figuras. Todas eran mujeres, pero ninguna tenía la cara de Mona Lisa.
-¿ Y tu cuadro, como se va a llamar?- preguntó ella, mirando con el rabillo del ojo.
-Se llamará Las señoritas de Avignon y te aseguro que será famoso.
Mona Lisa se acercó y quedó sin habla. Todas las caras estaban distorsionadas. Un ojo sobre la frente y otro debajo de la oreja. Las bocas parecían tajadas de sandía sobre un aparador...
- ¡ Ay!  ¿ Qué es ésto?- gritó ella, rompiendo a reír a carcajadas.
-¡ Esto es Cubismo, mujer retrógrada!- exclamó Pablo Picasso, iracundo.
Pero ella no paraba de reír. Entonces él vio sus dientes y notó que eran negros y torcidos.

¡ Con razón Leonardo la pintó con la boca cerrada!- razonó decepcionado- Y pensar que su sonrisa tiene hechizada a la humanidad...   


domingo, 4 de diciembre de 2016

VISITANTES IMPORTUNOS.

Rosa se había quedado sola en Santiago, igual que siempre, en aquellos meses de calor insoportable.
Vio como poco a poco se iba vaciando el edificio en que vivía y luego, la ciudad entera le pareció  grande y desconocida.
Al principio se movió por las calles desahogada, como si le tocara más aire para respirar.Pero después se fue sintiendo muy sola.
Aunque siempre lo había estado en realidad. Sólo que ahora lo notaba más, porque ya no contaba con esa muchedumbre anónima que la convencía engañosamente de que caminaba acompañada.
Se preguntó, con tristeza, por qué no tenía amigos.  Alguien le había dicho una vez, muy duramente, que si pensara menos en sí misma y se preocupara más por el resto, su vida sería otra. Pero ella lo había tomado como una ofensa dictada por el despecho...
Una tarde especialmente calurosa, cuando volvía a su casa desde la oficina, una mujer de gris se sentó a su lado en el Metro.
La miró como si ya se conocieran y abriendo un anticuado bolso negro, le ofreció un saquito de papel, lleno de caramelos.
Rosa aceptó uno por cortesía, pero lo encontró amargo.
Cuando se bajó del tren, la mujer lo hizo también y se fue caminando pegada a su codo, como si se dirigieran a la misma parte. Y efectivamente, entró con ella al edificio, también al ascensor  y se bajó en el mismo piso en el que Rosa vivía.
Pero lo verdaderamente insólito fue que cuando abrió la puerta de su departamento, la mujer se coló detrás de ella.
Rosa la miraba atónita y se devanaba los sesos preguntándose:  ¿ La conozco y no me acuerdo?  ¿ Es una tía que se dejó caer de visita, sin que yo la invitara?
 La mujer, ajena a su incertidumbre, se arrellanó en el sofá.
Rosa no pudo aguantar más y a riesgo de parecer impertinente, le preguntó:
-Señora, perdone...Usted ¿ quién es?
-¿ Cómo que quién soy?  ¿ Hemos vivido juntas tantos años y no me reconoces?   Yo soy la Soledad.
Rosa se quedó muda, mirando su cara sin color y sus ojos inexpresivos.
- No habría venido si tú no me hubieras invitado- agregó la mujer.
Abrió su bolso, que parecía no tener fondo y sacó de él un gato, que se acomodó sobre sus rodillas ronroneando. Luego, extrajo también unos palillos y un ovillo de lana y se puso a tejer con soltura.
En ese momento, sonó el timbre.
-Es mi hermano mayor - exclamó la mujer- Pero, estoy segura de que tú lo conoces...
Rosa abrió la puerta y un hombre muy flaco pasó a su lado sin saludarla. Se acercó a la mujer y se saludaron afectuosamente.
-¡ Somos tan unidos!- exclamó ella y levantándose del sillón se cogió de su brazo- Siempre vamos juntos por la vida. El es el Egoísmo y yo soy la Soledad.  No acostumbramos  existir separados. Pero creo que tú lo sabes muy bien...
-¿ Por qué dice eso?- le preguntó Rosa ofuscada.
-Porque si en lugar de vivir pensando en ti y en tus carencias, miraras a tu alrededor siquiera una vez, verías que hay otras personas que también tienen necesidad de afecto.
Metió el gato y el tejido en su bolso y cogiendo del brazo al flacuchento,  se dirigió con él hasta la puerta.
 Ambos miraron a Rosa con cierto desdén y salieron sin despedirse.
Rosa se quedó meditando largo rato y luego lloró como hacía tiempo no lo hacía. 
Pero, si cambió su actitud después de esa visita,  no lo sé.

Me gustaría poder decir que sí, para que este cuento tuviera algún sentido. Pero, francamente,no puedo asegurarlo.