Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 27 de junio de 2013

A TRAVES DEL ESPEJO.

Elena se miró en el espejo y se vio pálida. Con los ojos desorbitados, como si quisieran escapar de su cara, volando.
Había dormido mal, otra vez. Y dormir era el único alivio para su pesadumbre...
No sabía en qué momento empezó a pensar que su vida carecía de sentido.
Una melancolía de plomo pesaba sobre su corazón y era más destructiva que el dolor de un amor perdido.
¡No tengo nada! se decía Elena. ¡Ni siquiera he tenido un amor que pudiera traicionarme! ¡Nadie me ha querido nunca ni yo he podido querer!
Algo parecido a un muro la separaba de la gente.
Una soledad en medio de la muchedumbre. Un silencio lleno de palabras ajenas.
Perdida en esa angustia del no-amor, de la no-vida, empezó a dormir mal.
Cada mañana, el espejo le devolvía su rostro demacrado, su figura agobiada, recortándose sobre un fondo aborrecible.
Odiaba cuanto la rodeaba.
 Su dormitorio, la sonrisa de la muñeca sentada sobre la cama.
Los libros sobre el velador, empezados sin ganas y dejados de lado al cabo de unas pocas páginas.
La luz que entraba por la ventana y que le recordaba que otro día sin sentido estaba por empezar.
Una mañana tuvo una alucinación.
Al mirarse en el espejo, no vio tras de sí su pieza, sino un bosque envuelto en niebla.
Asustada, cerró los ojos. Al volver a abrirlos, la imagen había desaparecido.
Como siempre, la muñeca sonreía a sus espaldas y una ligera brisa levantaba las cortinas de tul.
Pero a medida que se sucedían las noches de insomnio, la presencia del bosque en el fondo del espejo se hizo casi cotidiana.
Ya no la asustaba. Al contrario, una extraña paz la inundaba mientras miraba los árboles.
Se veían difuminados en una luz crepuscular, como si estuvieran tras un velo. Y esa penumbra azul que envolvía  el paisaje, la atraía con fuerza, como si pugnara por arrancarla de la realidad.
Una mañana, agotada en su inútil lucha por dormir, apoyó la frente contra la superficie del espejo y cerró los ojos.
De pronto, sintió el contacto de una piel rugosa, como la corteza de un árbol.
Creyó por un instante encontrarse en el bosque. Alcanzó a oler el perfume húmedo de las hojas. Pero la alucinación no duró más que un segundo.
Empezó a desear entrar al mundo mágico del espejo. Escapar de su vida sin objeto, de la rutina diaria que la agobiaba.
Una mañana la despertó el frío.
A tientas buscó la frazada y sus dedos encontraron un césped húmedo.
Se halló tendida bajo un árbol del bosque.
Asustada, cerró los ojos. Estaba segura de que al  volver a abrirlos, estaría de nuevo en su cama.
Pero no fue así.
Caminó descalza sobre la hierba fría, sin saber a dónde ir.
A lo lejos vio un hueco abierto en la niebla, por donde se filtraba un rayo de luz.
Eran los bordes del espejo.
Se asomó por ellos  y vio su dormitorio. La muñeca sonriendo y en la almohada la huella que dejara su cabeza.
Quiso volver. Recuperar la vida que tanto había odiado.
Pero el hueco en el espejo se cerró, como un charco de agua que se evapora.
 Y la niebla la envolvió completamente. 

lunes, 24 de junio de 2013

UNA VISITA INDESEADA.

Paula se había quedado en Santiago, en aquel Verano interminable.
Vio como, de a poco, se iba vaciando el edificio en el que vivía. Y luego la ciudad se fue poniendo grande y desconocida.
Vio por primera vez edificios y plazas en los cuales no había reparado antes, porque se los tapaba la multitud.
Al principio estaba serena y desahogada, como si le correspondiera una cuota mayor de aire para respirar.
Pero, después se fue sintiendo muy sola.
Pensó con tristeza que siempre lo había estado, solo que ahora se notaba más. Le hacía falta aquella muchedumbre anónima que iba junto a ella por la ciudad, convenciéndola, engañosamente, de que caminaba acompañada.
Un día, una señora vestida de gris se sentó a su lado en el Metro.
La miró con familiaridad, como si ya se conocieran.
Al rato, sacó de su anticuado bolso negro un saquito de papel, lleno de caramelos. Le ofreció uno y Paula lo aceptó por compromiso. Lo  halló algo amargo, pero le dio las gracias educadamente y fingió que le gustaba.
La mujer se bajó en la misma estación que ella y se pegó a su codo, como si fueran a la misma parte.
Y en verdad, era así, porque la siguió por las escaleras y se las arregló para entrar al departamento, detrás de Paula.
Sin decir nada, se sentó en un sillón y puso el bolso sobre sus rodillas.
Asombrosamente, el bolso se trasformó en un gato.
La mujer empezó a acariciarlo y en un instante, el gato ronroneaba y se revolvía en su regazo, buscando la mejor postura para echarse a dormir.
Todo eso tenía a Paula estupefacta.
¿Se conocían de antes y ella lo había olvidado?  ¿Era una tía que se había dejado caer de visita sin que nadie la invitara?
Al fin, no pudo soportar más la incertidumbre, y a riesgo de parecer impertinente, le preguntó:
-Señora, perdone, pero...Usted ¿quién es?
- ¡Cómo que quién soy! ¡ Hemos vivido juntas tantos años y no me reconoces ! Yo soy la Soledad.
Paula se quedó muda, mirando esa cara alargada, donde unos ojos oscuros como pozos sin fondo, la miraban con la total convicción de encontrarse en el lugar preciso.
-No habría venido si tú no me hubieras invitado-  le dijo la mujer, con resentimiento.
Luego sacó del bolsillo de su vestido un ovillo de lana gris y se puso a tejer, ensimismada.
Rápidamente, su labor fue aumentando de volumen. Paula advirtió que se trataba de una bufanda que crecía y crecía sobre su regazo, tapando primero al gato y luego sus pies.
-¿Para quién es esa bufanda?- le preguntó.
-Para ti, por supuesto.
-¡Pero si hace calor!
-Tal vez tu corazón tenga frío-le contestó ella, con una sonrisa algo burlona.
En ese momento, sonó el timbre.
-¡Es mi hermano!- exclamó la mujer- Lo invité a venir para que lo conozcas....Aunque creo que  lo conoces muy bien.
Paula abrió la puerta y sin saludarla, entró un hombre muy flaco. Tenía un rostro mezquino e indiferente, que le causó rechazo.
-¡Somos muy unidos!- dijo la mujer, tomándose  de su brazo- Siempre vamos juntos por la Vida. Yo soy la Soledad y él es el Egoísmo... Aunque creo que tú ya lo sabes.
-¿Por qué dice eso?- le preguntó Paula, con enojo.
-Porque si en lugar de vivir pensando en tus carencias, miraras a tu alrededor, verías que hay otra gente que también se siente sola y necesitada de afecto. Creo que es hora de que reflexiones sobre eso y dejes de compadecerte a ti misma.
En ese momento, el gato despertó y se desperezó en sus rodillas.
En una súbita trasformación, recobró su cálida de bolso.
Ella se lo colgó del hombro con naturalidad, y se incorporó para irse.
Cogida del brazo de su hermano, se dirigió hacia la puerta.
Ambos miraron a Paula con un aire de reproche y salieron sin despedirse.
...................................................................................................................
Me lo contó ella misma, hace un tiempo, cuando le dije que la notaba cambiada.
Al ver mi sonrisa incrédula, agregó:
-Tal vez fue solo un sueño... Pero puedo asegurarte que me hizo meditar.

NORA QUIERE PINTAR.

Nora acostumbraba a deambular por el parque que rodeaba el Museo de Bellas Artes.
Cuando llovía o hacía mucho frío, pagaba su entrada y se refugiaba en las vetustas galerías donde se exhibían los cuadros.
Un día vio, junto a la puerta de la administración, un pequeño aviso en el cual se ofrecían clases de pintura.
-¡Bah!- se dijo Nora- ¿Y por qué yo no puedo pintar?  A juzgar por algunas exposiciones a las que he asistido, cualquiera puede...
Y se inscribió.
Las clases las dictaba un hombrecito barbudo y petulante, que juzgaba las creaciones de sus alumnos con marcado desdén.
Nora no tenía talento. Eso le dio a entender ya en la segunda clase. Pero ella, picada en su amor propio, decidió perseverar a toda costa.
Del dibujo pasaron al óleo.
En su casa, lejos de la mirada despectiva del profesor, Nora se sintió poseída por una fiebre creadora.
Pintó durante horas, con auténtico deleite.
El primer color que se le acabó fue el amarillo.
¡Qué de soles pintó!  ¡Qué de trigales!  Van Gogh se habría retorcido de envidia en su tumba...
Luego el verde quedó reducido al mínimo. Todos los colores luminosos y vivos fueron desapareciendo de la paleta, convertidos en bosques frondosos y en espléndidos atardeceres sobre el mar.
Solo le quedaban los grises, los azules y por supuesto, el negro.
Pero, siguió pintando sin parar.
Se representó a sí misma rodeada de una atmósfera azul grisásea, propia de un anochecer de niebla.
El cuadro le quedó algo oscuro y borroso, pero decidió llevarlo a la clase.
Pensó que algo había en él que haría cambiar la desdeñosa opinión que el profesor tenía de su talento.
Llevaba el lienzo envuelto en papel, pero a mitad de camino a la estación del Metro, empezó a llover a cántaros.
En pocos minutos, Nora estaba empapada y el papel que envolvía la pintura, se deshacía en pedazos.
En el vagón había poca gente y Nora se sentó, con su obra maestra sobre las rodillas.
Frente a ella iba sentado un hombre que empezó a mirarla fijamente. En realidad, no a ella sino a su pintura.
Nora se avergonzó y trató de cubrirla con su cuaderno de bosquejos.
Pero, el hombre reaccionó levantándose a medias de su asiento y rogándole con vehemencia:
-¡Por favor, señorita!  ¡No la oculte!  ¿Es obra suya, por casualidad?
Nora, abochornada, lo negó.
- La pintó un amigo.
Entonces, el hombre sacó de su bolsillo una tarjeta y se la entregó:
-Soy Cornelio Iribarren, dueño de la galería de Arte Buchard.... Estamos interesados en talentos emergentes.
Se bajó con ella en la estación del parque y le pidió que fueran a un café, para poder examinar el cuadro con mayor detenimiento.
-Esta pintura reboza melancolía- observó- Se nota que el artista se hallaba poseído por una honda tristeza, en el momento de ejecutarla. El uso de puros colores sombríos, el énfasis en la combinación de azules y grises...Todo rebela un estado de ánimo casi suicida, diría yo...
Nora pensó que en realidad, eran los únicos colores que le quedaban en la paleta. Pero no dijo nada.
-¡Y estas pinceladas negras, que se diluyen en el gris!  Arboles desnudos, apenas esbozados, emergiendo de la niebla...¡Qué talento!  ¡Qué poder de evocación!
Nora recordaba que esas rayas las había hecho Segismundo, su gato, cuando metió la cola en la pintura negra y después se la limpió en el lienzo, sin ningún escrúpulo...Pero, tampoco dijo nada.     
 El hombre estaba extasiado.
-Nora ¡por favor, dígame!  ¿Dónde puedo encontrar más obras de este artista?
-La verdad es que él me las dejó como herencia...Lamento informarle que se suicidó después de pintar este cuadro.
-¡Un pintor suicida!  ¡Tanto mejor!  Quiero decir, lo lamento mucho...¿Y dónde podría ver el resto de las pinturas?
Trató de deshacerse del hombre, pero fue inútil.
Al final, quedaron en que al día siguiente acudiría al departamento de Nora.
Ella estaba arrepentida de la mentira que había urdido, pero sintió que ya no podía echar pié atrás.
Esa noche buscó una vieja fotografía de Pablo, un ex novio que se había ido a vivir a Inglaterra. Total, no iba a volver en mucho tiempo. ¿Cómo podría enterarse de que Nora había dado su nombre como autor de los cuadros?
Rápidamente, se montó una exposición en la Galeria Buchard. A la entrada, pusieron una ampliación de la fotografía de Pablo, guarnecida de claveles blancos, como homenaje póstumo...
Fue un éxito.
Asistieron numerosos periodistas, de esos que ponen sus artículos en revistas de papel couché..."Joven artista, fallecido a temprana edad, deja una herencia pictórica de valor incuestionable".
Hubo varios interesados en comprar los cuadros, pero Nora se mantuvo firme . ¡No estaban a la venta!
Otra cosa habría sido llevar la broma demasiado lejos....
Tiempo después, recibió un llamado desde Londres.
-¡Así es que ahora soy artista y más encima estoy muerto!  ¡Muy bonito, Nora!  ¿Y qué va a pasar cuando vuelva a Chile?
A Nora le dio un ataque de risa.
-¡No te preocupes, Pablo! Tu fama resultó efímera. ¡Duró menos que una vela en el viento!  Y yo no seguí pintando, así es que no hay peligro de que te "descubran" otra vez... 

jueves, 20 de junio de 2013

LA PROTESTA.

Hernán llegó al Liceo cuando ya había empezado el año escolar.
Era alto, con un rostro considerablemente hermoso, pero cargado de desdén.
Al contrario de otros compañeros que lucían melenas o peinados extravagantes, él llevaba el pelo muy corto y aplastado sobre el cráneo. Eso dejaba al descubierto su amplia frente y la bella forma de sus huesos.
Todo en él rebosaba distinción.
Pronto se supo, no sé por qué conducto, que lo habían expulsado de la Escuela Militar.
Esa era la explicación de que hubiera llegado a nuestro humilde Liceo , donde se lo veía tan fuera de lugar.
Se notaba que nos despreciaba a todos, pero, quizás por rebeldía, se hizo amigo de los más desordenados del curso. Se sentaba con ellos en los bancos de atrás y estaba claro que de inmediato se trasformó en su líder.
Al menos que yo sepa, dos niñas del curso nos enamoramos de él. Mariela y yo.
Ella le escribía papelitos y se los hacía llegar con otras compañeras o bien se los entregaba directamente, mirándolo con intención.
El los recibía con un aire impávido. Se los echaba al bolsillo y apartaba la vista.
Nunca se supo si los había leído.
Mariela se quedaba inmóvil, mirándolo alejarse y en su cara se mezclaban la vergüenza y la pena. Pero, no cejaba en su intento.
Yo, en cambio, lo quería en silencio.
Sabía que él pertenecía a un mundo diferente. Al final de la clase, tomaba un bus hacia el barrio alto, mientras yo me iba caminando en dirección a la Plaza Brasil.
Sus notas eran bajas.
No manifestaba interés por nada y su aire distante hacía más rara su amistad con aquellos muchachos.
A mí se me antojaban los súbditos de un joven rey destronado.
¡Qué hermosa y qué triste era su cara! 
Triste por ese desapego y esa falta de expresión.  Y porque al fondo de sus ojos había algo atormentado y violento.
 Como una especie de fuego oscuro y frío.
 Así se vería el hielo si pudiera llegar a arder.
Hubo una Asamblea Estudiantil y acordamos plegarnos a la marcha de protesta que llegaría hasta La Moneda.
No teníamos autorización de la Intendencia y se sabía de ante mano, que todo terminaría en desórdenes.
Tenía miedo de ir, pero me convencí cuando vi que Hernán también iría y que en el grupo de los más exaltados, iba también Mariela.
Al llegar a la Plaza Italia, vimos el cordón policial que nos cerraba el paso.
Nos quedamos parados gritando consignas contra el gobierno y algunos empezaron a recoger piedras.
Todos vimos cuando Hernán se separó del grupo y se dirigió a un carabinero que permanecía inmóvil.
Con horror vimos cuando sacó una pistola del bolsillo y le disparó en el pecho.
El carabinero cayó derrumbado y una ancha poza de sangre se empezó a formar bajo su cuerpo.
Se oyeron gritos y se produjo una estampida. Yo también corrí.
Alcancé a ver que los amigos de Hernán lo tomaban de los brazos y lo metían a la fuerza en un negocio que tenía la cortina baja.
Sin saber cómo, los seguí al interior del local.
Me acerqué a Hernán y tomé su mano, que estaba inerte. No la retiró pero no respondió a la presión de mis dedos.
Estaba pálido como un muerto.
-¿Por qué lo hiciste, Hernán?- le pregunté, desesperada.
Me miró como si no comprendiera y en sus ojos noté que no me reconocía. Ni siquiera sabía quién era yo.
Me puse a llorar y sin poder contenerme, me puse a besar su mano, mojándola con mis lágrimas.
-¡Yo te quiero, Hernán!
Uno de sus amigos me tomó del codo y me sacó a la vereda.
Miré a Hernán por última vez y lo vi inmóvil, ajeno a todo.
Pensé que no sabía que yo había estado junto a él, hablándole.
Sus ojos estaban fijos en un rayo de sol que entraba por una claraboya. Y su cara se levantaba levemente hacia ese resplandor, como buscando una luz que lo sacara de sus tinieblas.
Afuera estaba Mariela y me tomó por los hombros con rabia.
-¿Qué hablaste con él?  ¿Qué te dijo?
-Nada- le contesté- ¡Nada!
Y me solté de sus manos.
-¡Mentirosa! ¡Algo tuvo que decirte cuando estabas adentro!
Me alejé sin contestarle y no me siguió.
Se quedó llorando, pegada a la puerta del local donde él se había refugiado.
A lo lejos, se escuchaban los gritos de la protesta que se iba disolviendo y la estridente sirena de la ambulancia.
Al carabinero ya se lo habían llevado.
 En un segundo, la calle había quedado desierta y la poza de sangre empezaba a coagularse sobre el pavimento.
Pensé en qué pasaría con Hernán.
Pronto llegarían a detenerlo. O quizás su familia lograría esconderlo y sacarlo del país, antes de que eso pasara.
Me fui despacio, caminando sin rumbo.
Frente a mí veía su rostro pálido levantado hacia el rayo de sol. Y sus ojos oscuros cargados de un dolor sin esperanzas.
Pensé en como dos vidas habían sido destruidas en un solo instante.
Nunca volvimos a saber de él.

lunes, 17 de junio de 2013

BETTY QUIERE SER ESCRITORA.

Betty llegó a la casa de Nora con una expresión reconcentraba que no auguraba nada bueno.
¡Tenía una idea!  Y eso era peligroso, porque siempre las ideas de Betty traían insólitas consecuencias...
-¡He decidido ser escritora!- anunció con desparpajo.
-¡Qué bueno!- exclamó Nora, que había adquirido la sana costumbre de no tomarla en serio- ¿Y qué piensas escribir?
-¡Una novela, por supuesto!
-He notado-agregó- que están de moda las novelas pseudo-históricas, las eróticas, las de vampiros y los libros  de auto-ayuda. Así es que incluiré todos esos temas en un mismo libro. Si le doy al público lo que pide, pronto estaré en el tope de la lista de los Best sellers.
- ¿Y cómo lo piensas lograr?-preguntó Nora, algo escéptica.
-¡Muy fácil!  Por ejemplo, voy a escribir sobre un vampiro que vive en Berlín, en la época de la caída del muro (¿qué más histórico?). Este vampiro irá a una psicóloga para que lo asesore con su drama existencial. (Por supuesto, las citas serán solo nocturnas) Se enamorarán y ahí podré mezclar los concejos de auto-ayuda con la trama erótica. ¿Qué te parece?   "Las cincuenta sombras de Gray" quedarán reducidas a cinco...Comparado con el mío, ese libro parecerá escrito por una monja de claustro.
-Genial, pues, Betty. Pero no creas que es tan fácil entrar al mundo de las Letras. De las Letras protestadas, sí...Pero, no de las otras.
-Mira, Nora. Mi profesor del Taller Literario me encuentra talentosa, pero inquieta. Dice que solo me hace falta concentración. ¡Y es cierto!  Basta que me siente frente al computador para que la mente se me quede en blanco...
-¿Sabes, Betty?  Leí en un libro que los gatos ayudan mucho a concentrarse. Su presencia serena y calmada induce a la reflexión. Además, si te sientas a escribir, seguro que se va a echar a tu  lado y su compañía te apaciguará y te ayudará a pensar.
Betty se quedó meditando un momento y luego exclamó:
-¡Iré a conseguirme un gato!
A los pocos días, Nora fue a visitarla y Betty le abrió la puerta llevando en sus brazos a un enorme gatazo de color amarillo.
-Se llama Genaro-lo presentó con orgullo.
Genaro, al verse aludido, saltó al suelo con un bufido desdeñoso y se alejó por el pasillo.
"Petulante y sin corazón, como todos los gatos" pensó Nora.
- ¿Y cómo va la novela?
-Bueno, he escrito poco...-se disculpó Betty- Justo cuando me siento a escribir, Genaro me pide que le abra la puerta del jardín o me avisa que es la hora de su leche. ¡Es un gato muy consentido!
"Y nada de intelectual" agregó Nora para sus adentros.
 Con el tiempo, Betty renunció a su osado proyecto literario.
¡Nunca pasó del primer párrafo de su genial novela!
"Bueno", pensó Nora filosóficamente, "Yo solo le dije que el gato la ayudaría a concentrarse, no que le escribiría el libro".
"Pensándolo bien, si los gatos pudieran llevar al papel todo el enigma que se oculta tras su mirada insondable, marcarían un hito en la Literatura y reducirían a la nada todo lo que se ha escrito hasta el momento."

MARIPOSAS NOCTURNAS.

Nancy no podía dormir, a pesar de los somníferos.
Sentía la nuca tensa y le ardían los ojos, fijos en la oscuridad de su pieza.
Hacía calor y la ventana estaba abierta sobre el jardín.
Encendió la lámpara del velador y una mariposa nocturna entró rauda, atraída por la luz.
Chocó contra la pantalla y cayó al suelo, abatida.
Nancy bajó de la cama y se inclinó a recogerla, con delicadeza.
Sus dedos quedaron impregnados del sedosos polvillo gris que cubría sus alas.
Estaban rotas y la mariposa las agitaba débilmente.
Luego murió en la palma de su mano.
Nancy abrió la caja de somníferos vacía que había sobre su velador y la puso allí.
Luego apagó la luz y dejó que la somnolencia provocada por las pastillas, la invadiera pesadamente.
Desde el dormitorio de su padre, le llegaba la voz agria de su madrastra, enumerando los contratiempos del día.
De su madre, muerta hacía ya tres años, habían ido de a poco desapareciendo los recuerdos.
Las figuritas de porcelana que tanto quería, rotas una por una, simulando una casualidad.
 El retrato sobre el piano, en el que se veía tan linda, el tapiz bordado por ella y que había adornado el respaldo del sillón...
Su presencia se fue diluyendo en la casa, como un girón de niebla. O como un copo de nieve que se derrite al sol.
¡Papá!- pensó Nancy con tristeza- ¡Qué poco te demoraste en olvidarla!
En ese instante, entró por la ventana una mujer vestida de blanco. Llevaba sujetas a la espalda dos alas de un pálido gris azulado, semejante al de las mariposas.
Nancy se incorporó sobrecogida y susurró:
-¡Mamá!
Ella la miró sonriendo y le preguntó:
-¿Donde está la mariposa muerta?
-Ahí- le señaló Nancy.
La mujer abrió la cajita que estaba sobre el velador y de ella salió volando la mariposa. Ebria de júbilo, agitó sus alas un instante y luego se perdió en las sombras plateadas del jardín.
-¿Quieres ir con nosotras?- le propuso la mujer- Hay luna llena y en noches como ésta, todos los sueños pueden hacerse realidad.
Nancy dejó la cama y se tomó de su mano.
Juntas volaron por sobre el alféizar y se unieron a la bandada de mariposas nocturnas.
A la mañana siguiente, la madrastra, cansada de llamarla en vano, entró a la pieza de Nancy, con el propósito de zamarrearla con rabia.
Pero, se quedó petrificada, mirando el rostro sin color y las manos que reposaban inertes sobre la sábana.
Maquinalmente, abrió la caja de somníferos y vio que estaba vacía.
-¡Se las tomó todas de una vez!- exclamó sin emoción- ¡Yo sabía que terminaría por hacerlo!
Con calma, se sentó en una silla junto a la cama y la miró largamente.
Siempre la había odiado.
 Se habían odiado las dos, a espaldas del padre, ocultando su aversión tras una sonrisa helada.
Saber que ya no despertaría, hizo que una torva alegría inundara su corazón.
Al salir, vio en el suelo una mariposa muerta.
-¡Estos insectos!  ¡Son una verdadera plaga!- exclamó rabiosa y la aplastó con el tacón.
Las delicadas alas se deshicieron y de la frágil criatura, solo quedó una mancha de polvo gris.
La madrastra compuso sobre su rostro impasible un gesto de dolor y salió al pasillo dando gritos:
-¡Algo le pasa a Nancy!  ¡Vengan a ayudarme, por favor!