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viernes, 7 de junio de 2013

AMORES ESTRELLADOS.

Había en el cielo una estrella que no quería ser estrella, quería ser mujer.
Noche a noche, miraba hacia la tierra, celosa del amor humano.
Y sentía que ella también quería amar.
¡No a muchos hombres! ¡No! Ella no era una estrellita casquivana.
Había uno solo que cautivaba su corazón.
¿Que si las estrellas tienen corazón?
¡Por supuesto!  Eso que llamamos titilar, esas pulsaciones de luz que nos llegan desde el espacio, son los latidos de su corazón. ¿Qué otra cosa iban a ser sino eso?
Así es que la estrellita estaba enamorada, con un amor imposible que la hacía suspirar.
Su madre, la Luna, ni siquiera lo había notado. ¡Tenía tantas hijas! ¡No era posible que velara por todas!
Pero, reconozcamos que es bastante egocéntrica y vanidosa, también.
Adora pasearse por el cielo, arrastrando su traje de cola y mirándose en el agua de los estanques.
Ellos, nada de egoístas, le devuelven su radiante imagen de oro pálido, confirmándole que no hay nada que pueda igualarse a su belleza.
Así es que la estrella, privada de los concejos maternos, se entregó en cuerpo y alma a los delirios de su amor.
Pero ¿cómo realizar su sueño?
Solo disfrazándose de mujer lograría seducir a su amado.
Una noche más oscura que otras, se deslizó a un rincón del cielo, llevando unas tijeras muy afiladas.
Con un par de rápidos chasquidos, cortó de la seda negra del firmamento, unos metros de tela para hacerse un vestido.
Hábilmente lo ciñó a su cuerpo, segura de estar totalmente cubierta. Pero no reparó en que un resplandor dorado se filtraba por todas las costuras.
Su cabello de oro no la preocupaba. ¡Al contrario! Sabía que los hombres se vuelven locos por las mujeres rubias, así que eso era un punto a su favor.
Bajó con total sigilo, cruzando el firmamento de puntillas.
Alguien que la vio desde la Tierra, gritó:
-¡Miren!  ¡Una estrella fugaz!  ¡Pidámosle un deseo!
Aparte de eso, no hubo nada que delatara su huida.
La Luna estaba en su cuarto menguante, lo que siempre la ponía melancólica y reconcentrada.
Eso hizo aún más difícil que notara su ausencia.
La estrellita entró por la ventana de su amado y lo vio absorto componiendo un poema.
¡Claro que era un poeta!  ¿De qué otra clase de hombre se podía enamorar una estrella?
Una pálida luz iluminó la estancia y el joven levantó la vista, sorprendido.
Ante sí vio a una criatura maravillosa.
Vestía de negro y sobre sus hombros se esparcía una cascada de pelo rubio, que en la penumbra, parecía arder como una lámpara.
-¿Eres una Musa que ha venido a inspirarme?- le preguntó, cayendo de rodillas.
-No- mintió la estrella- Soy una mujer que ha venido a amarte.
Y arrodillándose también, le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó.
Bajo el hechizo de su luz, el poeta escribió sus más hermosos poemas. Y se hizo tan famoso, que de todos los países del mundo lo llamaban para que fuera a recitar sus versos.
Ella fue tan feliz como lo había soñado en aquellas noches en que, desde el firmamento, espiaba a los humanos, suspirando con secreta pasión.
Pero comprendió que el amor no es eterno y que tenía que regresar a su mundo.
De modo que, una noche, mientras él dormía, se remontó a la altura, convertida en un rayo de luz.
Calladamente ocupó su lugar en el cielo, donde nadie parecía haber notado su ausencia.
Pero, al cabo de un tiempo, empezó a sentirse extraña.
Una dulce languidez la embargaba y le parecía que algo crecía en ella. Un ser vivo que palpitaba junto a su corazón.
La Luna, interrumpiendo sus vanidosos paseos, se detuvo a su lado y la miró con atención.
-¡Niña!  ¿Qué tienes?  ¿Qué tratas de ocultarme ahí?
La estrellita se puso a llorar y sus lágrimas doradas cayeron sobre el mar, alertando a los pescadores.
-¡Está lloviendo oro!- gritaron y trataron de recogerlo, creyéndose dueños de una fortuna.
Pero las lágrimas se secaron en sus dedos, sin dejar huellas.
La Luna, mientras tanto, miró a su hija con severidad.
-¿Has estado en la Tierra, acaso?
La estrella asintió, con un suspiro.
-¿Y has amado a algún hombre?
Ella volvió a suspirar  y tomando de la mano a su madre, le señaló una ventana abierta allá abajo.
En ella estaba el poeta, acodado en el alféizar, escrutando el firmamento con ansiedad.
La Luna, por primera vez, dejó de lado su frío egocentrismo. Tomando a la estrellita entre sus brazos, la acunó con ternura.
-Vas a ser madre- le dijo- Así es que de ahora en adelante, debes portarte como adulta. ¡Ya viste las consecuencias que acarrean las travesuras!
Al cabo de un tiempo, los astrónomos de todo el mundo anunciaron un fenómeno celeste, totalmente inusitado. 
Una estrella que, hasta entonces había brillado sola, aparecía ahora acompañada de un lucero, nunca antes detectado por los telescopios.
La noticia se publicó en los diarios, pero solo interesó a los científicos.
Para el resto de la gente, pasó totalmente inadvertida.

3 comentarios:

  1. los anhelos del amor siempre nos persiguen...
    que dilemas nos entrega la vida...
    mas los sueños nos hacen mas humanos...

    saludos!

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  2. Que preciosa historia, si el amor fuera así de hermoso vivirlo sería como un cuanto de hadas, en el los problemas de amor casi siempre tienen un feliz final, el amor...motor que mueve el cielo y la tierra.
    Un abrazo.
    Ambar.

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  3. Dice María Teresa Gonzalez:
    ¡Qué hermoso cuento, querida Lily!
    Como para contarlo a los niños. Una leyenda que explica el nacimiento de un lucero. Qué gran imaginación tienes. Muchas gracias por hacer grato este momento con un cuento mágico. Un abrazo.

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