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domingo, 27 de diciembre de 2020

EL JARDIN DE JOSÉ.

José quería ser un jardinero profesional,  tan diestro y tan famoso, que de todas partes lo mandaran a buscar.  Pero, por lo pronto, solo era el ayudante de su tío Manuel.

Juntos atendían los jardines de un conjunto habitacional muy lujoso que habían edificado en las afueras de la ciudad.

Todas las casas eran blancas, con rejas verdes y amplios prados en los cuales había mucho qué hacer.   José y su tío llegaban al alba y se les iba el día regando, desmalezando y plantando nuevas flores, según la estación.

Al fondo de uno de los jardines había una gruta, con una imagen de yeso de la Virgen María.

Su cara era tan amable que José no se cansaba de mirarla. Le parecía que Ella le sonreía con dulzura y que sus labios le decían cosas que nadie más podía escuchar.

En la casa de José no se hablaba de religión y él hacía mucho que había olvidado las oraciones que le enseñaron para su primera comunión. Pero, a escondidas, se arrodillaba frente a la imagen y le contaba sus tristezas y sus preocupaciones.

-Virgencita- le decía- quiero contarte que estoy enamorado. Pero ella es mucho para mí. La veo pasar con libros bajo el brazo y yo soy tan ignorante...Tú sabes que me tuve que retirar de la escuela para trabajar y ayudar en mi casa...Ella ni me mira, no sabe que existo y la verdad es que no me extraña ¿ Como se iba a fijar en un simple jardinero?

La imagen lo miraba con sus ojos serenos y parecía decirle:

-¡ No te aflijas, José! Nada es imposible en las cosas del Amor. Le contaré a mi Hijo lo que tú me has confiado y  El verá qué hacer...

Detrás de la gruta de la Virgen había un pequeño terreno sin cultivar. José decidió que en sus ratos libres  plantaría ahí nardos y azucenas para ofrecercelos a Ella.  Contento con su idea, se puso a picar la tierra, arrancando las malas hierbas y abonándola con dedicación.

Las plantas crecieron verdes y estaban a punto de florecer, cuando José cayó enfermo.

  Una mañana se despertó con el pecho dolorido y al medio día lo consumía la fiebre. Incapaz de soportar el peso de las herramientas, se desmayó en medio de los arbustos.

-¡ Debe ser ese maldito virus que no perdona a nadie!- exclamó su tío Manuel, asustado.

Lo llevó hasta su casa en la vieja camioneta y le aconcejó a la madre que llamara a un doctor.

El médico pronunció la temible palabra : Covid. Pero, tranquilizó a la mujer que lloraba:

-   ¡ No se aflija, señora!  José es joven y fuerte. Hay que dejar que la enfermedad evolucione. Estoy seguro que saldrá adelante. Tenga paciencia.... ¡ Y no deje que los otros niños se acerquen a él!

Durante muchos días José ardió en fiebre. Le costaba respirar y en su delirio repetía:

-El jardín!  ¡ El jardín!

Su mamá lo tranquilizaba:

-¡ Cálmate, mi hijito!  Tu tío lo cuidará.

Ella no sabía que José se preocupaba por el jardín secreto que había estado cultivando para la Virgen y del que nadie más conocía la ubicación.

Seis semanas pasaron antes de que se pudiera levantar. Al fín, pálido y débil todavía, insistió en acompañar a su tio en su trabajo habitual.

Al llegar allá,  corrió desesperado en dirección a la gruta.¡ Estaba seguro de que el jardín estaría seco!  Nadie lo habría regado en más de un mes...

Pero, lo primero que vio le arrancó un grito .  ¡ La imagen de la Virgen había desaparecido!

-¡ No puede ser!- exclamó angustiado- ¿ Es que  robaron la estatua de la Señora?

Pero, una voz muy dulce lo llamó desde detrás de la gruta:

-¡ Estoy aquí, José!  ¡ No te preocupes!

Los nardos y las azucenas habían florecido y  erguida en medio de una nube de blanco esplendor, estaba la Virgen.

-He cuidado tu jardín, mientras estabas enfermo- le dijo, con sencillez.

José cayó de rodillas y sintió que una mano fresca se posaba sobre su frente, despejando los últimos vestigios de la fiebre que lo había atormentado.

Cuando abrió los ojos, se halló de nuevo solo. En el hueco de la gruta, la imagen de la Virgen sonreía como siempre.




domingo, 20 de diciembre de 2020

UNA NOCHEBUENA ESPECIAL.

Unas noches atrás, mi hermana Silvia se sentó a mi lado en la cama y me preguntó por sorpresa:

- Si volvieras a ser chica ¿ qué le pedirías al  Viejo Pascual ?

Me quedé pensativa un momento y después le contesté:

-Le pediría ser feliz.

-Eso estaría muy bien- me dijo ella sonriendo- siempre que sepas lo que es la Felicidad...

Me quedé muda, porque me di cuenta de repente de que no lo sabía.

 Creo que la Felicidad es un enigma para la mayoría de la gente. Es como una puerta cerrada cuya llave se perdió hace mucho tiempo. Los hombres van por la vida buscándola, con los ojos clavados en el suelo. ¿ No sería mejor que miraran hacia arriba?

Silvia me dijo, entonces, al verme tan pensativa, que es posible que la Felicidad no exista. O que sea como agua que se nos escapa entre los dedos sin que nunca la alcancemos a beber.Se fue a su dormitorio y yo me quedé un rato desvelada, tratando inutilmente de ordenar mis pensamientos.

Se acercaba la Navidad y a la noche siguiente, nos pusimos a adornar el árbol.

Nuestros padres ya murieron y siempre en estas fechas su recuerdo se hace más cercano y su ausencia nos pesa más.

Mientras ella sujetaba la estrella en lo alto del pino, la noté silenciosa y supe que también   la invadía la nostalgia de las Navidades pasadas.   Para distraerla, le dije que volvieramos al tema anterior.   

-¿ Sabes? -continué razonando- Creo que la Felicidad no es más que la Tristeza vestida de gala, como la Cenicienta...

-¿ Por qué se te ocurrió eso?

-¡ Porque se parecen tanto las dos!  Se llora de pena, pero también de alegría.  Y cuando una se siente feliz, siempre en el fondo está triste...Creo que después de todo, la Felicidad es  saber sobrellevar las penas con elegancia.  Una forma aristocrática de vivir.

-¡ Por favor!- me interrumpió ella- ¿ Como se te ocurre comparar la tristeza con la alegría?   Es como si trataras de empatar la noche con el día.   La tristeza es oscura como un charco de barro en el que una se hunde mientras camina. En cambio la Felicidad es alta y dorada como un rayo de sol, o como un pájaro que vuela...

Las dos nos quedamos calladas, mirando las luces que parpadeaban en el arbol de Navidad.

-¿ Te acuerdas cuando creíamos que era Papá Noel el que nos traía los juguetes?

-Hasta ese año que el papá perdió el empleo y supimos que no habría regalos...

-Cro que fue para mejor, porque entonces supimos que la Navidad es mucho más que desenvolver paquetes...

-Sí. Me acuerdo que fuimos a la Misa del gallo y después cenamos los cuatro juntos. Creo que esa Navidad sin regalos fue el mejor regalo que pudimos tener.

- Bueno y ¿ en qué quedamos?  ¿ Qué es la Felicidad?

- Creo que las dos acabamos de saberlo.




domingo, 13 de diciembre de 2020

TINTA CHINA.

Desde que tenía memoria, Genaro había sido secretario de un escritor. Vivía en su casa y sus tareas eran múltiples.  Responder los llamados telefónicos, redactar los correos y estar pendiente, en fin, de sus más triviales necesidades.

No tenía recuerdos de ninguna época anterior y se decía, afligido, que en algún momento había perdido la memoria. Sobre el velador había una fotografía de una mujer madura y él presumía que sería su madre, pero no la recordaba y mirar su cara no le provocaba la más mínima emoción.

La ausencia de afectos y de recuerdos tornaba su existencia vacía. Para llenar ese hueco

 había procurado enamorarse, pero dos veces había fracasado.

La primera mujer a la que amó, se llamaba Rosario y vivía en la casa vecina a la del escritor.

La cortejó durante un tiempo, pero ella, desde el principio le había advertido que tenía novio.  Que estaba en el extranjero, trabajando y que en unos meses  volvería para casarse con ella.

Genaro creía que era un invento , un subterfugio quizás, para librarse de su acedio.

Pero una tarde en que había ido a visitarla, sonó el timbre y ella corrió a la puerta. 

En el umbral había un hombre alto y bien parecido. Rosario se echó en sus brazos y él la besó con pasión. Perdidos en su arrobamiento, ninguno de los dos percibió siquiera la salida de Genaro.  Pasó junto a ellos aplastado contra la pared y se alejó calle abajo, agobiado por la humillación. 

Su segundo amor se llamaba Elsa.

Tenía la piel muy blanca y una cabellera rojiza que parecía arder. Fue en esa hoguera donde el corazón de Genaro se asó a fuego lento, hasta quedar casi carbonizado.

Ella decía amarlo, pero él se sentía siempre insatisfecho.

Hasta que una tarde la sorprendió en un café con otro hombre. Hablaban en voz baja y con deseo contenido, entrelazaban sus manos. Cuando ella divisó a Genaro, fingió no conocerlo.

Y así, una vez más, la soledad volvió a apropiarse de su vida.

Un día en que el escritor había salido, Genaro entró a su escritorio a buscar unos papeles. Sin gran curiosidad, le echó un vistazo a lo que estaba escribiendo.

Aunque tenía un moderno computador, el escritor prefería hacer su trabajo a mano. Es más, ni siquiera usaba un bolígrafo. Llevado por no sé qué nostalgia del pasado, siempre escribía con una pluma metálica y un tintero de tinta china.

Genaro empezó a leer las anotaciones y con estupor comprobó que se trataba de su propia historia.

Era una novela que empezaba en su juventud, con él trabajando en casa del escritor. No había ninguna referencia a su infancia.

En ella se detallaban sus dos romances fracasados y el último parrafo escrito terminaba con la frase:  "Y así la soledad volvió a apropiarse de su vida".

El siguiente capítulo, aún no empezado, se titulaba:  Un nuevo fracaso de Genaro.

Comprendió entonces que él no existía, que era un personaje inventado por el escritor. Y que su creador era un hombre cruel que pensaba darle una existencia sin esperanzas.

Furioso, tomó la botella de tinta china y la vertió sobre el manuscrito. ¡ Ahora sería libre y saldría de ahí antes de que su verdugo regresara!

Fue a su cuarto y llenó una maleta con su escasa ropa. El retrato sobre el velador pareció mirarlo con reproche. Pero no quiso llevarlo. ¿ Para qué, si no era su madre? ¿ Si era la fotografía de una mujer anónima puesto allí por el escritor para darle realismo a su vida inexistente?

Mi verdadera madre es una botella de tinta,  reflexionó con amargura.

Salió de la casa dando un portazo y corrió hacia la esquina.  Quiso cruzar con el semáforo en rojo y un automóvil se precipitó sobre él, arrollándolo.

Se reunió la gente alrededor de su cuerpo que yacía tretorcido en el pavimento. Alguien tomaba fotos con su celular...

- ¿Alguien anotó  de la patente?- preguntó un policía.

-No tenía patente, oficial. Estoy seguro.

-¿ De qué marca y de qué color era el automovil?

-No conozco esa marca, oficial, pero era negro.  Negro como la tinta china.   




domingo, 6 de diciembre de 2020

EL VESTIDO DE NOVIA.

Dejó de llover y un viento helado sopló sobre los árboles.  Los pobres se pusieron a tiritar y la niebla, creyendo hacerles un favor, los envolvió en una frazada gris. Pero ellos tuvieron más frío todavía.

Juana salió de la iglesia cuando las campanas empezaban a llamar a la oración de la tarde. Le había estado ayudando al señor cura a arreglar las flores  y ahora se iba a su casa a lavar el mantel del altar mayor. Con esos menudos quehaceres trataba de llenar su vida.

Al bajar la escalera de la iglesia le pareció que chocaba contra un muro blanco. Era la niebla que había espesado y pretendía cerrarle el paso. Arremetió contra ella armada con el ariete de su nariz. Un frío glacial le envolvió las piernas y sintió que vadeaba un lago de agua helada. Pensó que nunca lograría llegar a la otra orilla.

Tembló y se arrebujó en su delgado abrigo de liquidación de temporada. 

Frente a ella escuchó un chirrido de ruedecillas, apenas amoriguado por el barro de la vereda. Casi chocó con una mujer que empujaba un carrito de supermercado.

Llevaba una chaqueta masculina que a todas luces le quedaba grande y un sombrero alón echado sobre la frente.  Juana pensó que era una anciana, pero ella alzó el rostro y le sonrió. Entonces comprobó que era muy joven y que sus ojos relucían en la penumbra del atardecer.  Largos mechones de pelo cobrizo le caían sobre los hombros.  

 Antes de verla perderce entre la niebla, Juana alcanzó a distinguir que bajo la deforme chaqueta asomaba un vestido de novia. Su blancura parecía iluminar la vereda y aunque el borde estaba manchado de lodo, su aspecto era suntuoso y perturbador.

Intrigada, Juana decidió seguirla, confiando en que sus galochas no hicieran ruido sobre el pavimento embarrado. Pero la mujer demostró tener un oído muy fino, porque se volvió de repente y la increpó, enojada:

-¿ Se puede saber por qué me sigues?

-Es que me impresionó ese vestido que llevas...¿ de donde lo sacaste?

La mujer la miró airada:

-¡ Es mi vestido de novia!  Lo llevaba el día en que él me dejó plantada en la puerta de la iglesia.

-¿ Qué dices?

-Lo que oyes. Yo era una novia llena de ilusiones.    Estaba enamorada y pensaba que él me amaba también...Lo esperé una hora, hasta que todos los invitados empezaron a irse. Me miraban con lástima, pero ví un destello de satisfacción en los ojos de aquellas que creía mis amigas.

-¿ Y cuando pasó eso?- preguntó Juana, consternada.

-Ya no me acuerdo...Hace mucho tiempo...

-Y ¿ por qué llevas el vestido todavía?

-Porque ando buscándolo a él y sé que un día lo voy a encontrar. Cuando me vea con el vestido, comprenderá que todavía lo amo...Que nadie podrá amarlo así...y entonces se arrepentirá y se casará conmigo.

Después tomó la manilla del carrito y sin agregar nada más, se perdió entre la niebla.

Juana la miró apesadumbrada. Ella, que nunca había tenido un novio, sintió que su corazón se contraía de dolor.

Luego, pensó en todas las veces que había renegado de su soledad, sin comprender que gracias a ella, se había mantenido a salvo de una tragedia semejante.

-¡ Fue mejor no haberme enamorado  nunca!- se dijo, sin mucha convicción.  Pero, sabía que se estaba engañando a sí misma. Que más vale que te rompan el corazón en mil pedazos, antes de no haber conocido el amor.

Esa noche, Juana durmió poco y mal y al otro día, temprano, se dirigió a la iglesia.

Cuando le contó al señor cura el extraño encuentro de la víspera, este sonrió compasivo.

- ¿ Y tú le creíste?

-¡ Como!  ¿ Que no es verdad?

- ¡ Claro que no!  Conozco hace años a esa mujer. Duerme bajo el puente con otros vagabundos. El vestido de novia se lo encontró en la basura...En este barrio botan las cosas más insólitas.

Juana se quedó pensativa, sin saber si las palabras del cura le prestaban alivio o le causaban decepción.

¡ Después de todo, era una historia tan triste y tan romántica!